Capítulo 3: Malditos

Una vieja maldición acecha a un grupo de viajeros sin relación aparente entre sí. Y empieza una frenética búsqueda por Poniente de la verdad...
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Maska el Viernes, 6 de Julio del 2006 a las 21:31

Mensaje por Rittmann »

Janusz:

Janusz engullía el desayuno con avidez. Pese a que sabía que había pasado la noche en la cama, se sentía como si realmente hubiera recorrido las avenidas de la ciudad del sueño a toda velocidad, con los desconocidos invasores pisándole los talones.

El sueño y el ataque del día anterior le seguían preocupando, pero se sentía optimista, no tardaría en abandonar la ciudad y olvidarlo todo. Tras tanto tiempo vagabundeando miserablemente por el Norte, un breve viaje en barco le ahorraría la molestia de atravesar el último tercio del continente a pie. Además, ya era hora de recuperar las habilidades marineras que había aprendido años atrás. Quién sabía, quizá decidiera enrolarse en algún barco que se dirigiera al este, más allá de las Ciudades Libres.

Junto a él se sentaban el joven grandullón, Kyron, no el compañero de la muchacha delgaducha, sino el que debía ser escudero del caballero, que por cierto ocupaba el tercer asiento.

Ser Olivar había estado atosigándolos a preguntas durante todo el desayuno. Janusz había contestado cuando se había dirigido a él, y sobre todo había escuchado las respuestas del otro joven. Algunos detalles los conocía, puesto que los había vivido en aquel sueño, pero otros eran nuevos para él.

Al menos, algo lo tranquilizaba. Pese a las coincidencias, pese a los oídos desgarrados, pese a la debilidad, era sólo un sueño. Recordaba las calles exquisitamente pavimentadas, pero no hubiera sido capaz de describir el diseño que seguían; sabía que la arquitectura de los edificios era extraña y elegante, y que transmitía una impresión de poderío y arrogancia, pero ni el Desconocido hubiera sido capaz de arrancarle una descripción de uno solo de ellos. De hecho, tan sólo el negro cuerno y su horrible sonido permanecían vívidos en su memoria. Sobre todo el segundo, cuyo aullido aún resonaba dentro de su cráneo.

Unos minutos después, la muchacha, que se había marchado con un bol de puré escaleras arriba, apareció en el salón y se sentó de nuevo a la mesa, mientras Ser Olivar reanudaba el interrogatorio que había detenido para meditar.

El caballero volvió a repetir el ofrecimiento de la tarde anterior, y a Janusz le sonaba mejor cada vez. Incluso era posible que la visita a Antigua que había mencionado en esa ocasión le reportara beneficios. En una ocasión había conocido a un septon que había estudiado en la Ciudadela durante tres años, abandonándola antes de forjar ningún eslabón. Gracias a él sabía que los maestres despreciaban la magia, y allí donde algo era despreciado, había siempre dispuesto a pagar por a cualquier cosa que oliera a aquello, por el mero afán de llevar la contraria. No obstante, había oído que los maestres no tenían apenas posesiones propias, pero en todo caso, el propio viaje merecía la pena.

Si le hubiera quedado alguna duda, se habría disipado en cuanto el novio de la chica apareció en la posada, resollando, con el rostro brillante por el sudor y presa de un leve temblor nervioso. Los tipos que atacaron el día anterior se encontraban en el patio de armas de la mujer que había contratado a la muchacha y la había hecho venir desde tan lejos.

Kyron: "¿Pero qué demonios hicisteis en aquella casa? Y a un Lannister nada menos. En fin, supongo que eso facilita un poco las cosas. No creo que piense en daros trabajo si ha contratado a esos asesinos para acabar con vuestra vida. ¿Nos acompañaréis a Antigua, pues?"

Janusz: ?No creo que unos Lannisters hubieran contratado a ese grupo de inútiles. ¿No es el señor de esa casa aquél del que dicen que caga oro? En todo caso, no me apetece quedarme a comprobarlo. ¿Cuándo dijisteis que partiría el barco, Ser Olivar??
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Ultima edición por Maska el Dom Jul 09, 2006 12:34 am, editado 1 vez
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Morag el Lunes, 9 de Julio del 2006 a las 12:24

Mensaje por Rittmann »

Freda:

Estaba cansada y su estómago igual recibía la comida con avidez como prisa tenía por devolverla, como si todavía recordara con espasmos el hedor de las cloacas. Necesitaba aire, aire limpio y fresco que borrara de su mente el sueño de aquella noche. No queria detenerse, porque al detenerse pensaba y al pensar su estómago se revolvía con lo que tanto esfuerzo le había costado tragar, de modo que subió a su madre algo de desayuno, para encontrarla dormida de nuevo en su cama.
Suspiró dejándose caer a su lado y apartó de su rostro uno de los rizos rubios. Era hermosa, muy hermosa, y aún era joven y habría sido una esposa fértil y deseable de no vivir encerrada en su propio mundo. Se le había roto el alma al vera sentada junto a la chimenea de los Lannister con el plato vacío a los pies, tan sola... Hacía tiempo que sabía que su madre no percibía completamente lo que le rodeaba, incluida la propia Frideswide, pero nunca había imaginado la soledad que podría llegar a sentir en su propio interior...
Apretó los puños con frustración, depositó un beso suave en la frente nívea y dejó el plato en la mesita que había entre las dos camas. El olor ácido del vómito era ahora como un fantasma en el aire y arrugó la nariz: si permanecía mucho allí, acabaría por vomitar de nuevo, de modo que regresó con los hombres a la taberna. Allí, ser Olivar volvió a hablarles de marcharse en barco, y de nuevo le pareció una pésima idea, aunque debía admitir que la curiosidad la corroía. Iba a negarse de nuevo cuando entró Leon. Por un momento creyó que le habían dado el empleo, pero en su rostro no había alegría, y cuando les dijo que había visto a los mercenarios en casa de los Lannister, casi no pudo creerlo.

¿Qué estaba ocurriendo? ¿Qué tenían que ver aquellos hombres con su patrona?

Kyron interrumpió sus pensamientos.

Kyron: ¿Pero qué demonios hicisteis en aquella casa? Y a un Lannister nada menos. En fin, supongo que eso facilita un poco las cosas. No creo que piense en daros trabajo si ha contratado a esos asesinos para acabar con vuestra vida. ¿Nos acompañaréis a Antigua, pues?

Los miraba alternativamente a ella y a Leon, pero antes de que alguno de los dos pudieran responder, intervino Janusz.

Janusz: No creo que unos Lannisters hubieran contratado a ese grupo de inútiles. ¿No es el señor de esa casa aquél del que dicen que caga oro? En todo caso, no me apetece quedarme a comprobarlo. ¿Cuándo dijisteis que partiría el barco, Ser Olivar?

Todo iba muy deprisa y Freda alzó las palmas de las manos abiertas para pedir algo de tiempo. En su cabeza había tal barullo que cuando fue a hablar se quedó en blanco y miró azorada a Leon para que acudiera en su auxilio.

León: Anoche cenamos en casa de esos Lannister y ellos nos recomendaron la posada. Si la niñera no hubiera muerto, probablemente nos habrían alojado allí mismo...

Freda le cogió la mano y él la miró extrañado. De pronto, los papeles se habían intercambiado de nuevo, ella crédula, él escéptico. De pronto ella sentía la duda, la curiosidad, la corazonada de que era mejor partir, que fuera lo que fuera, no era en absoluto razonable que aquellos que habían intentado matarla hicieran tratos con su patrona. Tal vez su vida fuera un precio impuesto por los mercenarios, un precio que los Lannister tenían que pagar. No, fuera como fuera, algo no marchaba bien, sin embargo...

Freda: Mi madre vendrá con nosotros, sir Olivar. Yo puedo ser de utilidad en un barco, aunque no sé navegar, me gano la vida tejiendo redes y velas, y Leon es fuerte y diestro con el metal, pagaremos nuestro pasaje con nuestro trabajo.

León: Freda ¿Qué...?

Freda: Si alguien sabe qué fue lo que soñé anoche, lo que soñamos, yo quiero saberlo. Alguien debe recordar alguna historia antigua con invasores y dragones, todo era demasiado real como para ser solo un sueño. Y si alguien lo recuerda, si alguien conoce esa historia, yo quiero encontrar a esa persona.
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Rittmann el Viernes, 13 de Julio del 2006 a las 22:02

Mensaje por Rittmann »

Kyron

Kyron miraba desde la borda el ir y venir de las olas repiqueteando contra el casco delEstrella de Lys . Dos días a bordo habían devuelto en cierta manera la paz de espíritu al escudero de sir Olivar, y el extraño sueño de la posada parecía alejarse más y más de él. No muy lejos, sentado entre dos barriles de carne en salazón atados a un mástil, estaba el extraño Janusz con su voz ahogada. Estaba sudado, tomándose un respiro tras ayudar a atar las velas a los marineros del barco para aprovechar el viento favorable que hacía un rato se había levantado. Según Hulan, el nuevo capitán delEstrella , con aquel viento favorable no tardarían más de dos días en llegar al Rejo, y otros dos más y estarían vislumbrando la Ciudadela en Antigua.

Sir Olivar apareció en la cubierta saliendo de las entrañas del mercante, y portando dos cuernos de cerveza en su mano. Kyron se giró para recibir de manos de su señor el cuerno, y le dio un sorbo: espesa y fresca, excelente para el calor que hacía ese día en cubierta.

Kyron : ¿De dónde la has sacado? - inquirió tras probarla.

Sir Olivar : Estaba hablando con el capitán cuando descubrimos en la conversación que tenemos un gusto mutuo por la buena cerveza. Tiene un par de barriles para los marineros y para él, y me invitó a probarla. La cargó en Lannisport.

Kyron asintió, y sorbió nuevamente con deleite. Definitivamente, irse de Lannisport había sido una buena idea...

Janusz

Las nubes se deslizaban perezosas mecidas por el mismo viento que hinchaba las velas del barco. Janusz, sudado como estaba, dejó que su cuerpo se relajara mirando el cielo unos minutos. Estaba sudado, pero no cansado, aunque eso no lo sabían los marineros, y vaguear un rato tras hacer el trabajo no le iba a importar a nadie.

Dos días hacía ya que habían dejado Lannisport, tras pasar un día entero medio ocultos en elEstrella de Lys para evitar que nadie supiera de ellos. Con cierta amargura, recordó la tensión que había sentido cuando uno de los marineros bajó a la bodega y les dijo que había visto en el puerto a uno de los hombres mercenarios de la noche en la posada. Recordó cómo se habían asomado por uno de los ojos de buey del camarote que habían alquilado para descansar sir Olivar y su escudero, y cómo se quedaron tranquilos cuando el hombre desapareció a lo lejos entre la gente del puerto. Y cuando elEstrella zarpó de puerto, recordó cómo había dormido del tirón - y sin soñar - cuando le abandonó la tensión acumulada por los dos días anteriores.

Y ya no había nada de lo que preocuparse. Los sueños habían desaparecido, y también la amenaza de los mercenarios. Difícilmente volverían a verlos. Si alguien sabía cuán grande era Poniente, éste era Janusz. Y encontrar a alguien en Poniente lejos del hogar y sin referencias, era imposible.

Janusz levantó la mirada y se fijó en Kyron y Sir Olivar compartiendo sendos cuernos de cerveza. Su garganta sintió envidia, y sus pies se levantaron antes que conscientemente supiera la razón. Fue su voz la que le sacó de la duda de por qué se había movido.

Janusz : Eso es cerveza, ¿verdad? Tiene buena pinta. ¿De dónde la habéis sacado?

Sir Olivar tuvo que agudizar un poco el oido, pero rápidamente entendió las intenciones de Janusz.

Sir Olivar : Hay unos barriles en la bodega para la marinería, cortesía del nuevo capitán. Están al fondo de todo, para que se conserven frescos. Me ha dicho que podíamos servirnos, si éramos moderados.

Janusz asintió agradecido y se acercó a las escaleras para bajar hacia la bodega. Una pequeña linterna de grasa encendida estaba sobre una perchera junto a la escalera, y la tomó para alumbrarse al bajar a lo más hondo de la bodega. Con cuidado para no tropezar con el balanceo, Janusz se puso a buscar los barriles. En aquel lugar sin luz y bajo el nivel del agua, la humedad era grande, y también se estaba mucho más fresco que en cubierta. Algo a su izquierda hizo un ruidito, entre las cajas, y Janusz chasqueó la lengua en un suspiro al pensar en la rata que debía haber tras esa caja. Iluminó en esa dirección, pero la rata ya se había apartado del camino de la luz, y allí no vio nada. Sí vio, en cambio, los barriles que había mencionado sir Olivar. Uno de ellos tenía un pequeño grifo pinchado para servirse, mientras que los otros aguardaban vírgenes a que alguien los reclamara. Pero lo que le llamó la atención fue que el barril estaba abierto, y la cerveza caía como un hilo dorado a la luz de la linterna sobre el suelo.

Janusz ladeó la cabeza molesto por el descuido de Sir Olivar. Seguro que cuando sirvió los dos cuernos, se dio cuenta que ya no le quedaban manos y se dejó el grifo abierto. Miró a su lado, y en una caja encontró cuernos vacíos para servirse cerveza, y tomó uno. Lo puso bajo el chorro, y miró el estropicio.

Pero no había ningún estropicio. Caía cerveza, pero en el suelo no había ningún charco. Como mucho había caido cerveza del barril durante algunos segundos, o habría mucha más. Janusz dejó el cuerno en el suelo una vez lleno, y cerró el grifo del barril. Sin soltar la linerna, sus ojos se giraron en busca de algo entre las sombras del fondo de la bodega.

Por lo que parecía, la rata de Janusz era más gorda de lo que parecía. Y la tensión de Janusz no le pasó para nada inadvertida. En el linde de su visión, entre dos cajas, una figura se movió alejándose de la luz. Janusz alzó la linterna para tratar de verlo, pero lo único que pudo ver fue la espalda encorvada y andrajosa de lo que parecía ser un anciano, que se movía hacia la parte trasera de una caja con paso errático. Janusz dio dos pasos y de repente quedó justo detrás del polizonte. Éste se giró muerto de miedo, y sollozante lanzó algún tipo de súplica ininteligible a Janusz.

Freda

Frideswide se quedó sentada en la penumbra, sobre el taburete junto a la cama donde yacía su madre. Con la palangana de agua sobre el regazo, Freda mojó por enésima vez el paño en el agua fresca y lo escurrió para luego pasarlo por la frente y el cuello de su madre. La fiebre ya no era tan alta como la noche anterior, pero el mareo que había sufrido el primer día de navegación la había debilitado hasta lo indecible, haciéndole vomitar la comida que Freda le había dado. Luego le había subido la fiebre, y la segunda noche había sido peor aún que la primera.

Freda se había pasado la noche tratando de no llorar. Ella había llevado a su madre enferma a un barco, y el balanceo de éste era lo que la había hecho enfermar. Por fortuna, esa noche su madre se había quedado dormida y su despertar había sido mucho más suave de lo esperable. Le había bajado un poco la fiebre, pero al menos no temblaba, y siendo ya casi mediodía había tolerado bien el desayuno.

Quizás era por la tensión de ver a su madre en aquel estado, quizás por un sentimiento de culpabilidad, pero Freda estaba con los cinco sentidos puestos en su madre y para su sorpresa, pese a no dormir apenas, no se sentía cansada. Y era algo que la inquietaba. De los últimos dos días, apenas había aprovechado tres o cuatro horas para dormir, pero seguía fresca como si nada hubiera pasado. Fuera lo que fuese, sin embargo, era algo que había aparcado en un rincón de su mente.

León había salido del camarote a buscar algo de comer, y Freda se giró hacia la puerta cuando ésta se abrió con su chico llevando algunas cosas de la cocina entre las manos.

León : Freda, déjame darle la comida esta vez. Sal a que te dé el aire un poco, no puedes quedarte encerrada aquí todo el día.

Algo en Freda quiso protestar, pues no se sentía cansada, y de hecho tenía miedo que si salía del camarote de pronto todo su cuerpo reclamase tributo por el esfuerzo realizado y se desplomara agotada. Sin embargo, los ojos de León eran ojos preocupados, y Freda entendió que, aunque sólo por una vez así fuera, León estaba en lo cierto y que no valía la pena llevarle la contraria. Ni siquiera para jugar. Con gesto cansino asintió, y se levantó de la silla para depositar un beso en la frente de su madre.

Freda : Volveré en un ratito, mamá. Haz caso a León, ¿de acuerdo?

No hubo respuesta, por supuesto, pero Freda sonrió imaginando que su madre asentía a sus palabras. León la relevó en la silla y Frideswide salió a la cubierta delEstrella de Lys . El día era claro, con algunas nubes de algodón medrando perezosas sobre las gaviotas que seguían al barco. Sir Olivar y Kyron charlaban sobre la cubierta relajados, y los marineros que había en cubierta estaban descansando tras una mañana de trabajo. Tanta paz...

Pero antes que aquella calma hiciese mella en Freda, unos ruidos en las escalerillas de la obdega centraron su atención. La suya, y la de todos. Eran ruidos que venían de la bodega, como golpes sordos. Dos de los marinos bajaron a mirar, y el resto se quedaron expectantes observando qué sucedía mientras el ruido no cesaba de repetirse. Entonces, del fondo del barco llegaron algunos gritos sordos por hallarse su origen muy por debajo de la cubierta, cosa que hizo que varios de los hombres que se hallaban en ella bajaran a toda prisa con sus compañeros. Freda, en cambio, se quedó junto a uno de los mástiles, entre dos barriles de carne en salazón.

Unos minutos después, los marinos salieron a cubierta arrastrando a un anciano andrajoso y apagado que Janusz miraba con cara muy seria. El capitán se acercó a sus hombres diciéndoles algo en la lengua de Lys. El polizonte se quedó quieto, como una mosquita muerta, temblando de miedo quizás por la perspectiva de ser lanzado por la borda. Janusz se acercó a sir Olivar y les dijo algo con su voz tan baja, haciendo un gesto de golpear contra el aire. Freda entendió: el hombre habría gritado de haber podido, pero al no poder hacerlo, al descubrir al polizonte había dado aquellos golpes para atraer la atención de la marinería.

Polizonte : ¡Malditos! - gritó de repente con un extraño acento el hombre apresado -. ¡Malditos! - repitió, mirando a Frideswide -. ¡Malditos estamos, Malditos estamos! - repitió una última vez mirando en dirección a Janusz y los demás.

Quizás habría habido una cuarta vez, pero el capitán le propinó un doloroso puñetazo en la mandíbula que lo mandó al suelo inconsciente.
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Morag el Jueves, 19 de Julio del 2006 a las 23:33

Mensaje por Rittmann »

Freda:

Azul.

Casi podía sentir el azul del mar entrar por sus ojos, llenar su mente y relajarla por completo. El olor a sal y los gemidos de la madera le hacían sentir como si estuviera en casa, de nuevo en Bastión de Tormentas. Tenía unas redes en las manos y sus dedos entrelazaban el cordel casi inconscientemente, había pasado tantos años haciéndolo que era casi inevitable y colaboraba más todavía a aquella sensación de quietud. De todos modos llevaba tiempo sin tejer y no le gustaba perder destreza en los dedos, de modo que embarcarse le hizo recuperar parte de su vitalidad.
El que parecía estar completamente fuera de lugar era León, que apenas tenía trabajo, aunque su fuerza era de utilidad a los marinos para arriar velas y levar el ancla, labores en las que valía al menos como tres hombres.

Aquello, embarcarse, era a todas luces una locura, pero sin embargo tenía la continua sensación de que había tomado la decisión correcta. Le hubiera gustado casarse con León antes de dejar Lannisport, pero era demasiado arriesgado, de modo que lo harían a la moda pagana, cuando desembarcaran. Trató de imaginar como sería el lugar al que se dirigían, si el mar sería allí igual de azul, si se parecería a lo que había visto en su sueño.
Se habían cruzado con varios barcos desde que zarparon y en ellos reconocía las ropas y los rasgos de los exóticos marinos que llegaban a Bastión de Tormentas. De hecho, incluso conocía a uno de los marinos en un barco de las Islas de Verano, que alzó las cejas oscuras y dibujó en su rostro de ébano una sonrisa de marfil al reconocerla. Pero había pasado casi un mundo desde entonces, en la quietud del mar, o eso era lo que parecía.

Entonces había aparecido el polizón, gritado como un cuervo aquella siniestra cantinela, que se hacía incluso más inquietante en la soledad del mar, aislados de todo salvo de las olas, despertando de nuevo en ella aquella sensación irracional de miedo, como si el barco avanzase hacia el borde del mar y fuera a caer por el borde del mundo. Todo había empezado a dar vueltas cuando el hombre había gritado aquello, pero el fuerte golpe que le habían dado con el fin de acallarle había detenido también las vueltas de su mente. Los pasos de León subiendo frenéticamente los escalones hacia la cubierta hicieron que todos se volvieran hacia la escotilla, en el repentino silencio trás los estridentes gritos del viejo.

Miraron al polizón inconsciente en el suelo, todos en silencio hasta que el capitán del Flor de Lys dio la orden.

Capitán: Atadlo. Y llevadlo abajo.

Freda entrecerró los ojos y apretó la mano que León le tendía. Y cuando los marinos bajaron las escalerillas con el viejo cargado, Freda fue trás ellos, dispuesta a esperar que despertara.
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Maska el Viernes, 20 de Julio del 2006 a las 12:33

Mensaje por Rittmann »

Janusz:


Con seguridad su padre le habría dado una buena tunda. En no pocas ocasiones, Janusz había tenido que salir del taller corriendo, eludiendo apenas que un jarrón se estrellara contra su cabeza. Afortunadamente, la ira del viejo Varetzky bullía con tanta rapidez como se disipaba.

Janusz había sido una decepción para su padre. Gracias a sus hermanos mayores, no tenía nada que heredar. Sin embargo, su padre había intentado enseñarle el oficio familiar. Con algo de oro y contactos en el gremio, quizá podría establecerse por su propia cuenta en alguna otra ciudad. Pero Janusz nunca había estado por la labor. Trabajar entre cuatro paredes durante horas día trasoía, siempre en el mismo establecimiento, era algo que no estaba dispuesto a aceptar.

Y en cuanto su padre se había dado por vencido, le había encontrado una esposa, una dote y un suegro que se ocupara de él.

Janusz soltó un suspiro. Se encontraba demasiado a gusto y no le hacía ninguna gracia la perspectiva de amargarse la estancia volviendo a darle vueltas a lo de siempre.

El mar. Debía pensar en el mar. El mar que volvía a surcar sobre un velero tras tanto tiempo. El mar sin duda era muy distinto a su padre. Cuando se avecinaba la tormenta, el aire erizaba la suave pelusa de la nuca y los brazos, y el viento traía un olor característico. Raramente cogía por sorpresa. Y por supuesto, raramente se tranquilizaba con rapidez.

Gracias a los Siete, los aullidos del polizón volvieron a chirriar en sus tímpanos todavía doloridos. Por un momento había temido que el capitán le hubiera roto la mandíbula y el susto le hubiera provocado un ataque al corazón.

Janusz se preguntó de dónde habría salido el hombre, y por qué demonios se empeñaban en que estaban todos malditos. Le vino a la memoria el recuerdo de cierto mercenario tyroshi que, tras recibir un profundo tajo en el vientre, había corrido por el campo de batalla como un poseso, con los intestinos colgando, gritando que le habían matado una y otra vez. No es que tuviera mucho que ver, pero ambos habían acabado tumbados por el puñetazo de un capitán. Lo cual, por cierto, le recordaba que el del barco bien podía repetir su acción, lo cual podía significar un rato de ociosidad que Janusz prefería evitar hasta que sus pensamientos recientes se disiparan de su mente.

Janusz: ?Muy bien, viejo, estamos malditos. Creo que nos has convencido a todos. De hecho, creo que he visto a un par de hombres saltar por la borda aterrorizados mientras dormías. Los demás, sin embargo, estamos indecisos. Quizá si nos explicaras qué tipo de maldición es ésa de la que hablas, podrías terminar de convencernos de la futilidad de continuar con nuestras vidas.?
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Rittmann el Sabado, 21 de Julio del 2006 a las 12:03

Mensaje por Rittmann »

El polizonte entreabrió los ojos tras recibir un cubo de agua salada en toda la cara. Sus profundos surcos a modo de arrugas que rodeaban sus ojillos miraron en derredor y se posaron en un cercano Janusz con cara de pocos amigos. Janusz tuvo que acercarse casi hasta que su aliento se fundió con el del viejo para soltarle su pregunta llena de sarcasmo, pero el viejo parecía falto de energías por completo, y su mirada de repente se quedó perdida.

Anciano : ¿Continuar nuestras vidas? - repitió con aquel extraño acento...

Y se puso a reir. Era una risita histérica de alguien completamente derrotado, de alguien que ríe porque ya no le queda nada que perder. Bajo aquella maraña de cabellos canos, en su cabecita, el anciano reía como un loco desesperado una risa histérica que se clavaba como agujas afiladas en los oidos de todos.

El puño en alto del capitán fue lo suficientemente disuasorio para que el viejo reaccionara y, de un salto arrastrándose hacia atrás, se cubrió para evitar el golpe al tiempo que dejaba de reir de aquel modo.

Capitán : Ya le has oido, y pareces entendernos de sobras. Habla, viejo, o te tiro por la borda ahora mismo.

La voz del capitán sonó severa, lo suficientemente amenazadora como para que el viejo se quedase quieto.

Viejo : Ellos han visto a la muerte a los ojos - dijo el viejo señalando a los tres presentes -. Ellos han visto los ojos de la muerte... Malditos, estamos todos malditos...
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Maska el Sabado, 21 de Julio del 2006 a las 12:43

Mensaje por Rittmann »

Janusz:

El menudo joven no pudo reprimir una carcajada, que salió gutural y ronca de su garganta rota. Claro que había mirado a la muerte a los ojos, como cualuqiera que hubiera empuñado un arma contra otra persona. Y de momento había ganado en cada duelo, pero la muerte le había dejado unas cuantas señales de recuerdo, y le había robado lamejor parte de su voz.

Sin embargo, el viejo debía referirse a otra cosa. O quizá, simplemente, estaba tratando de salvar su pellejo de la primera forma qeu se le había pasado por sus seniles entendederas.

Janusz: "No nos cuentas nada nuevo, viejo. Claro que hemos mirado a la muerte a los ojos," dijo Janusz, mientras le mostraba la cicatriz del cuello, ya casi oculta a simple vista por la incipiente barba. "Si te cuelas en casa ajena y te atrapan con las manos en la masa, es de sentido común explicar a tus anfitriones por qué te has colado, en lugar de empezar a gritar estupideces sobre maldiciones y muertes."




Imagen No estaba seguro de si era como pensaba, pero lo he confirmado con una búsqueda en el diccionario. La persona que se cuela en un barco es un polizón; polizonte es una forma despectiva de denominar a los policías.
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Ultima edición por Maska el Lun Jul 24, 2006 6:36 pm, editado 1 vez
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Arioch el Martes, 24 de Julio del 2006 a las 18:23

Mensaje por Rittmann »

Kyron


Kyron ya podía observar las olas ir y venir contra el casco del barco sin que su estómago le hiciera volteretas y el desayuno pugnara por encontrar el camino de salida por el sitio equivocado. No sólo eso, los dos días de viaje habían actuado como un bálsamo sobre su mente y su espíritu. Se encontraba relajado y descansado. Las imágenes de la infructuosa salida de Lannisport, la agonía y muerte del capitán Baarbo, el ataque de los mercenarios y el extraño sueño... Todo, todo quedaba atrás en la estela que elEstrella de Lys dejaba tras de sí.

Al final los habían acompañado en su viaje tanto el cuello cortado, como la chica y el armario empotrado ambulante. No sabía qué había sido del hijo del hierro al que también habían atacado en la posada, pero tampoco le importó mucho. No eran de carácteres compatibles por decirlo de algún modo.

De entre ellos, tan solo Sir Olivar y el propio Kyron navegaban en el barco habiendo pagado su pasaje en metálico, lo cual iluminó al escudero sobre los motivos ocultos tras sus reticencias a embarcar hacia el sur en un primer momento. No tenían un venado de plata. Bueno, quizás sí, Kyron no sabía exactamente cuánto costaba el viaje hasta Antigua ya que había sido su señor el que se había encargado de pagarlo.

Y justo en ese momento aparecía en cubierta portando dos cuernos de cerveza que borraron al momento los pensamientos anteriores de Kyron. Preguntó acerca del origen de tan elevado néctar en aquella sucia cáscara de nuez, pues la cerveza estaba realmente deliciosa. Mucho más de lo que esperaba de aquella moralla que tripulaba el barco. Sir Olivar el confesó que era la reservada a los marineros, a los oficiales supuso Kyron y que la habían cargado en Lannisport lo cual explicaba el buen sabor, en los dominios de los Lannister todo lo que reluce es oro y la cerveza era oro líquido en aquellas tierras. Al menos la rubia, de la negra no estaba tan seguro, pues la había catado poco.

Su viaje pasaría por el Rejo, por lo que podrían comprobar la calidad de sus vinos allí. En esto estaba ocupada la mente de Kyron, ideando la ruta gastronómica de los próximos días y olvidando en parte los verdaderos motivos que los hacían encaminarse hacia la zona más meridional del continente. De sus gulosos pensamientos lo sacó la cascada voz de Janusz que se había acercado a invitación de Sir Olivar. Kyron enarcó una ceja, o al menos lo intentó, ya que la expresión facial no era uno de sus fuertes. Tras intercambiar un par de palabras entre con su señor, Janusz se alejó en busca de un cuerno para sí mismo.

Kyron: Pensé que la cerveza era sólo para los marineros y que como un favor especial os la habían dejado probar.
Sir Olivar: Tú la estás bebiendo.
Kyron: Entiendo.
Sir Olivar: No, no lo entiendes. Pero algún día... ¿Qué ha sido ese ruido?

Kyron no había oído nada. Rumiaba las palabras del Sir en el interior de su cabeza intentando averiguar el porqué de su gesto. Kyron definitivamente no lo entendía. Pero, tras unos segundos logró escuchar el ruido al que se había referido Sir Olivar.

Los dos corrieron hacia la entrada a la cubierta inferior, al mismo tiempo que un buen grupo de marineros. Los más cercanos llegaron antes y al poco tiempo salían arrastrando a un anciano andrajoso y que con un extraño acento no paraba de repetir que estaban malditos.

Kyron dejó hacer las preguntas a los demás. Su fuerte no era la diplomacia y estimaba que Janusz o Sir Olivar serían mejores interrogando al polizón que él mismo. Además, el anciano no parecía muy dispuesto a colaborar, tan sólo repetía una y otra vez lo mismo. La única diferencia fue cuando les señaló en especial a ellos. El buen humor de Kyron cayó por la borda, pero nadie gritó "hombre al agua".
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Morag el Martes, 14 de Agosto del 2006 a las 23:47

Mensaje por Rittmann »

Freda:

Freda se dejó caer pesadamente sobre un montón de velas por remendar y entrelazó los dedos en las redes que llevaba atadas a la cadera, comenzando a hacer nudos con detreza. Ocupar las manos cuando estaba inquieta siempre le venía bien. Resopló con hastío y entornó los ojos.

Freda: ¿Qué pasa? ¿Somos los únicos en todo Poniente que hemos visto a alguien morir? ¿Y qué hay de los mercenarios, de los soldados y los hombres de armas, de los médicos y los curanderos, de las comadronas que traen la mundo niños muertos? ¿Qué, todos malditos?

Trenzaba la red frenética y brusca, y de cuando en cuando agitaba la cabeza para apartar la gruesa trenza de su pecho. No prestaba atención al viejo, cansada como estaba de aquella cantinela, pero en realidad la curiosidad la corroía, quería saber realmente qué relación había con la muerte de la niñera y el sueño extraño...

Freda: ¿Y tú por qué te incluyes?- espetó al viejo sin mirarlo- ¿Por qué te ries de tu maldición? Si te ríes es que algo sabes, o eso o estás mas loco que mi bendita madre...

León puso una manza sobre su hombro, tratando de calmarla, pero Freda no le prestó atención: estaba más hastiada que nerviosa, de modo que suspiró ruidosamente y volvió a concentrarse en sus redes, dispuesta a prestar atención al viejo solo cuando comenzara a comportarse como una persona racional.
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Rittmann el Martes, 28 de Agosto del 2006 a las 22:56

Mensaje por Rittmann »

Freda, Kyron, Janusz

Frideswide se dirigió al anciano con palabras certeras que hicieron que el viejo alzase sus ojos apagados y grises hacia la joven. Sus dientes ennegrecidos y raídos rieron, y su cuerpo marchito se relajó entre los brazos de los marinos que lo llevaban bajo cubierta. Algo en aquellos ojos no gustó a Freda.

Anciano : No... Esos que dices no han tenido ojos para ver la muerte... - dijo en su acento retorcido como una procesión de Otros -. Yo conozco la muerte. He cenado en sus estancias. Y vosotros sois ahora mis hijos, hijos de la muerte que jamás me llegará... ¡Escuchad su cuerno atronador, cómo llega desde más allá del mar!

Y se puso a reír como un histérico, y los dos marineros le sujetaron con más fuerza. Entonces, el anciano empezó a retorcerse y a temblar de un modo incontrolable, y a sacar espuma por la boca mientras su risa maldita y aguda no dejaba de retronar contra los tímpanos de Freda, de Janusz y de Kyron. Y había algo más en aquella risa, algo malévolo que ya habían escuchado antes...

Y flaqueándoles las fuerzas, cayeron al suelo entre espasmos al tiempo que se llevaban las manos a los oídos al oir el inolvidable y atronador cuerno que ya oyeran en sus sueños malditos. Y en aquella caída, lo último que vieron fue a uno de los marineros desenvainando una espada curvada y alzándola contra el viejo para hacerlo callar para siempre...

Continúa en el Capítulo 4: El Maestre y el Aprendiz

Epílogo - Harald Goodbrother

El hijo del hierro entreabrió los ojos, sólo para encontrarse que su ojo izquierdo estaba completamente ciego. Por cómo le dolía el cuerpo, contaba que la paliza que lo había dejado inconsciente había sido ejecutada a conciencia.

De todas formas, su ojo bueno apenas veía nada. La oscuridad que lo rodeaba era casi completa, y salvo lo que parecía ser un resquicio de luz bajo una puerta, no logró distinguir nada más. Su mente, embotada por el dolor que le subía de las piernas - ¿las tenía rotas? - apenas lograba concentrarse en el presente. ¿Qué había pasado? Trató de recordar los últimos instantes en su memoria: él, vigilando la casa de los Lannister, viendo cómo los mercenarios se mezclaban con la gente de la calle. Los perdió de vista, y cuando empezó a bajar hacia la calle para salir de allí...

Oscuridad. No recordaba nada más. Le habían encontrado, el Dios Ahogado sabía cómo, y ahora estaba a su merced. ¿Era eso? ¿Serían los mercenarios? Pero no tenía sentido. Seguía vivo, y la noche anterior le habían tratado de matar sin piedad. Entonces, ¿quién le había atacado? ¿Acaso alguno de sus múltiples enemigos?

Con las manos, se palpó el cuerpo y encontró costras en sus piernas. Le habían golpeado con algo contundente en ellas, y tenía los dos fémures rotos. Mal asunto. Seguramente tenía alguna costilla rota, y por el dolor de cabeza, lo habían tumbado de un golpe tremendo en el lateral del craneo. Harald de arrastró por el suelo, en busca de alguna señal que le dijese dónde estaba. No era una celda, eso seguro, pues ni estaba sucio el suelo, ni la puerta parecía la de una celda. No con luz al otro lado. Encontró un camastro con la mano, viejo a juzgar por el tacto de la madera. ¿Un cuarto abandonado? Sobre el camastro no había colchón alguno, así que bien podía ser.

El sonido de pasos desde el exterior de la habitación alertó al hijo de la tormenta. Pasos de más de un hombre. Harald se apretujó contra el rincón que creaban la pared y el camastro, y se dispuso a ver quién entraba. La puerta se abrió de golpe, y la luz del día proveniente del pasillo lleno de vidrieras le cegó. Tres hombres entraron, y a uno de ellos lo reconoció por la voz antes que por el rostro. Portaba una espada desenvainada en la mano.

Enyo : Entonces, ¿con matarlo yo es suficiente? - preguntó Enyo.

Hombre : Así es, mi señor - le respondió un hombre con acento extrañamente familiar.

Y el hombre que portaba la espada se acercó a Harald. El hijo de la tormenta entendió que su momento había llegado, y no se movió. Alzó la cabeza desafiante, mirando al rostro de la muerte sin miedo, y le escupió a la cara.

Enyo : Créeme, Harald - sonó el Lannister con voz glacial -, me estás haciendo un favor con esto.

Y la espada atravesó la garganta de Harald. El hijo de la tormenta cogió el filo con las dos manos, y en ese instante algo fue terriblemente mal. No sólo la vida escapaba de su cuerpo, sino algo más...

Y con un grito que heló la sangre de cuantos lo oyeron, el nombre de Harald Goodbrother se convirtió en cenizas.
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