Capítulo 2: ...en un lugar extraño

Una vieja maldición acecha a un grupo de viajeros sin relación aparente entre sí. Y empieza una frenética búsqueda por Poniente de la verdad...
Director: Rittmann
Jugadores: Arioch, Eileen, Morag, Mavros

Moderador: Rittmann

Avatar de Usuario
Rittmann
Mensajes: 2427
Registrado: 15 Abr 2007, 17:40
Ubicación: Batallando por la galaxia
Contactar:

Capítulo 2: ...en un lugar extraño

Mensaje por Rittmann »

Freda

La humedad del suelo fue lo que despertó a Frideswide. La humedad, y el frío del viento de la noche que la había dejado completamente helada. El callejón estaba oscuro, y las estrellas brillaban en el cielo con luz mortecina por las luces que irradiaba la ciudad.

"¿Qué estoy haciendo en la calle?"

Aquel fue el primer pensamiento que vino a la mente de Frideswide. A su alrededor, casi no podía ver nada. La luna debía brillar en el cielo, pues se veía el contorno de las casas recortado contra el cielo, pero las sombras de las casas que envolvían al callejón lo dejaban en una amenazadora oscuridad.

Casi a tientas, Frideswide se deslizó por el callejón hasta una esquina. El aire estaba cargado de olores extraños, y aunque ella tenía frío, sintió que realmente en aquel callejón hacía calor. Bastante calor.

Sus pies estaban desnudos, y llevaba puesto únicamente un camisón, o una túnica. Fuese lo que fuese, costaba distinguirlo en la penumbra. Al fin alcanzó la esquina del callejón, no sin antes toparse dos o tres veces con obstáculos en aquella oscuridad. Parecían cajas de madera, similares a las que había para cargar en los barcos que hacían parada en Bastión de las Tormentas. Olían a mar, a salitre y a pescado, y Frideswide se dio cuenta que los extraños olores del aire se parecían bastante a los del pescado salado.

Al mirar qué había más allá de la esquina del callejón, vio la tenue luz de una luna creciente iluminar lo que parecía ser un embarcadero. Los edificios que la rodeaban eran almacenes de mercancías, aunque nunca había visto almacenes como aquellos.

El suelo estaba mojado a sus pies, pero seguía haciendo demasiado calor para la época.

"¿Qué está pasando?"

Entonces, alzó la vista hacia el norte, siguiendo la linea de la costa. A pesar que la noche se había despejado, no había signos de Roca Casterly sobre la cercana montaña de Lannisport.

De hecho, no lograba ver la cercana montaña de Lannisport. No muy lejos de donde estaba, vio árboles extraños como jamás había visto antes. Y los almacenes, su arquitectura y forma... No, no se parecían en nada a la de nada que hubiese visto nunca antes.

"¿Dónde estás, Frideswide...?"

Harald

El hijo del hierro abrió los ojos al notar el cuerpo de la mujer a su lado. Su pelo rizado estaba aceitado. Harald pudo notarlo en su rostro cuando se giró y encontró a la mujer dormida a su lado, y emanaba un extraño olor a perfume que Harald jamás había notado.

"¿Será Liane? No, ella tiene el pelo liso... Y eso que le dejé claro a esa zorra que no quería que me molestase nadie..."

Aún era de noche, pero hacía calor en la habitación. Extrañamente, Harald se sentía inusualmente frío. Instintivamente, se acercó al cuerpo de la mujer en busca de su calor.

"Un momento..."

Algo no cuadraba. La cama en que Harald se había tumbado había tenido una manta. Tampoco se oía nada en la noche, cuando en el burdel siempre había al menos algo de actividad a todas horas. Lannisport era un puerto activo, y sin duda algún marino estaría a esas horas con alguna de las chicas en algún rincón. Pero nada, Harald no lograba captar ningún ruido a su alrededor.

"No estoy en el burdel..."

Pero dónde estaba, Harald Goodbrother tampoco lo sabía.

Kyron

¡Eso era! La chica morena había dicho que trabajaba para Elia Lannister, igual que su madre. No sabía si tenía algo que ver; pero, bien valía le pena hacer algo. A lo mejor su madre corría peligro. El miedo por lo que pudiera ocurrirle a su madre se alojó en cada gota de sudor producido por la pesadilla. Y sintió frío.

Palpó bajo a su almohada en busca de su arma y la bufanda que le había regalado su madre el día anterior... Pero no las encontró. No estaban. Habían desaparecido.

Con nerviosismo, siguió palpando en silencio al tiempo que buscó a su alrededor con la mirada y el oido. Algunos ronquidos llegaron hasta él. Eran cercanos, y no eran de un solo hombre.

"El maestro no ronca..."

Kyron notó la ligereza de la sábana que apenas le cubría. Sí, tenía frío, pero hacía calor. Apenas notó unos calzones en su cuerpo por el resto desnudo. Con extrema precaución, alzó la cabeza poco a poco en busca de cualquier amenaza.

Tres camas más estaban a su diestra, dos de ellas ocupadas. Encontró en una de ellas al autor de algunos de los ronquidos, y por el volumen de su cuerpo, era un hombre entrado en carnes o muy fornido. A su siniestra, otra cama con otro hombre dormido. Dos débiles luces de teas de grasa iluminaban la estancia, que completaban cinco camas en fila al frente de las de su lado de la sala. Dos estaban ocupadas.

"Esto es un barracón de soldados, o de la guardia... ¿Qué demonios hago aquí?"

Por las ventanas, el perfil de una luna creciente se recortaba sobre la oscuridad...

Janusz

Hombre : ¡Eh, tú! ¡Despierta! Aquí no puedes estar.

La voz sobresaltó a Janusz. Entonces, se sobresaltó al comprobar que estaba sentado sobre las escaleras de algo, y no cómodamente tumbado en su cama en la posada. Tenía frío, seguramente porque llevaba poca ropa, y aunque el suelo estaba mojado por la lluvia, extrañamente el aire estaba cargado de calor.

Alzando la mirada, vio al guardia con aspecto de estar muy molesto. Su silueta se recortaba contra la escasa luz de la noche, y Janusz notó en su mano el cuello de una botella y en su garganta el agrio sabor de la resaca.

Guardia : ¿No me has oido? Largo de aquí... Maldito borracho...

La patada fue lenta, y Janusz tuvo tiempo de sobras para apartarse y evitarla. El guardia estaba solo, y se giró a ver qué era el tintineo de la botella cayendo escaleras abajo causado cuando Janusz evitó su patada.

Janusz : Vale, ya me...

Janusz se interrumpió a sí mismo. Su voz era nítida y cromática, en lugar de débil y gris... Con la mano que había sostenido la botella, palpó el lugar que había sido hasta entonces un jirón de carne y piel en su cuello. Y que ya no estaba.

Alzando la vista, vio que se había quedado dormido en lo que parecían ser las escaleras de alguna clase de pequeño templo con porches, aunque no era mayor que una casa en una calle llena de casas. Pero ni el templo ni las casas se parecían en nada a nada que hubiese visto en ninguno de sus viajes.

Y ahora que se daba cuenta, tampoco el guardia. Su silueta a oscuras, su peto y sus adornos en nada se parecían a los de los guardias de Lannisport. ¿Dónde demonios estaba?

Imagen Pues eso, no hay más por ahora. Turno de "confusión". Veis y sabéis lo que he descrito. Impresiones y reacciones. Creo que será un turno breve.
_________________
Zu jeder Zeit, an jedem Ort,
ist das Tun der Menschen das gleiche...

Visita www.rolhistorico.org - La web para jugar la Historia
Zu jeder Zeit, an jedem Ort,
ist das Tun der Menschen das gleiche...
Avatar de Usuario
Rittmann
Mensajes: 2427
Registrado: 15 Abr 2007, 17:40
Ubicación: Batallando por la galaxia
Contactar:

Morag el Domingo, 21 de Enero del 2006 a las 15:56

Mensaje por Rittmann »

Freda:

"¿Y donde está León?"

Trató de buscar a su alrededor, pero todo estaba oscuro y no conseguía distinguir nada salvo las siluetas de los almacenes. La humedad hacía que se le pegara el camisón a la piel y era incómodo de modo que optó por hacerle unos nudos para que le quedara por encima de las rodillas. Además ¿Qué hacía ella con semejante prenda?

Avanzó en dirección al embarcadero y los almacenes, tal vez allí hubiera alguien. Se fue asomando a las calles según avanzaba, volviéndose de cuando en cuando, tratando de intuir en la oscuridad la enorme silueta del herrero.

Freda: ¿León?

Pero nadie respondía. Al fin, sintiéndose inquieta, se encaramó a una gran caja de madera, sentandose en ella. Era tan alta que los pies descalzos le colgaban. Aspiró el familiar olor, a pescado, a cuerda y a madera, a especias y mercancías. Lo retuvo en su interior descifrándolo y al fin lo soltó, entrecerrando los ojos y sonriendo levemente satisfacción.

Estoy soñando. Esto un puerto, es un puerto como el de casa...

Sin embargo, aquel no era el puerto de Bastión de Tormentas. Era, en verdad, un sueño muy extraño. Miró a su alrededor, y le pareció oir el gemido de un barco, pero no vio nada.

"Ya entiendo..."

Su mente le había jugado una mala pasada. Después de tantos días en un carro por los caminos, echaba de menos el puerto de Bastión de Tormentas, sus olores, su ajetreo. A eso se añadían los comentarios que habían hecho los marinos acerca de que los mercenarios provenían de Dorne.

"¿Así es como imagino Dorne?"

Valar Morghulis.

Recordó.
"...esa expresión viene de algún lugar del este, sí, la habré oido en algún puerto de las ciudades libres..."
Sí, aquello había dicho uno de los marinos. Los mercenarios no eran dornienses, sus ropas eran extrañas. Eso también podría haberlo dicho ella: por Bastión de Tormentas pasaban barcos de cualquier procedencia.

"Bueno, así que estoy soñando con las ciudades libres... Lo cierto es que las imaginaba algo más concurridas..."

Bajó de un salto de la caja y el suelo resbaladizo casi la hizo caer, pero siempre había sido ágil y se rehizo.

"Bien, este es mi sueño, vamos a ver que encontramos por aquí"

Tenía intención de buscar a alguien por los muelles, en el embarcadero o los almacenes. Caminaba con paso leve pero decidido, como un gato, cuando de repente una sombra de inquietud le cruzó el alma.

"Pero si este es mi sueño... ¿Por qué no hay nadie?"
_________________
Yo...
... he tenido tantos nombres...
Nombres viejos...
... que solo pueden pronunciar el viento y los árboles...
Yo...
... soy el monte, y el bosque, y la tierra...
Zu jeder Zeit, an jedem Ort,
ist das Tun der Menschen das gleiche...
Avatar de Usuario
Rittmann
Mensajes: 2427
Registrado: 15 Abr 2007, 17:40
Ubicación: Batallando por la galaxia
Contactar:

Hati el Domingo, 4 de Febrero del 2006 a las 18:11

Mensaje por Rittmann »

Harald

El hijo del Hierro se levantó aturdido por la extraña situación. Reconocía que aquello no era el burdel y que la mujer no era ninguna de las que ofrecían sus servicios en él.

Se acercó al ventanal para observar con detenimiento la ciudad en la que se encontraba. La arquitectura difería mucho de aquellas en las que el isleño había estado con anterioridad. Sentía frío en la piel y a la vez la humedad y el sofocante calor del ambiente.

Se volvió para contemplar la mujer que yacía en la cama. Era una visión hermosa con la que evoco la escena de la explosión de luz tras el ataque en la taberna. Harald pensó que quizás también hubiesen esparcido alguna esencia adormecedora. Los asaltantes siguieron a sus presas hasta que el efecto hizo efecto y llevárselos. Allí estaba Harald, en un lugar que desconocía. Era una hipótesis. Si lo querían matar no entendía porque en su cama dormía una mujer y que según parecía había pasado un rato con ella.

Harald se dirigió al borde de la cama, sus manos se alargaron hasta acariciar la cara interior de los muslos y esperó su reacción. La mujer se dejaba hacer y entreabrió los labios en su duermevela aceptando la mano del isleño en su sexo húmedo. Harald continuó masajeando los muslos y separando las piernas de la mujer evitando cualquier brusquedad en sus movimientos. Ella despertó y miró a los ojos de Harald con cierto desconcierto para transformarse en lujuria y excitación.

Harald la penetró y se sintió invadir con el calor que emanaba de ella. Su experiencia en la cama con varias mujeres le había permitido saber que durante el acto la mayoría eran unas excelentes confidentes si quedaban satisfechas.
El isleño embestía con su abdomen el vientre de la mujer consiguiendo que lanzase jadeos y se contorsionara de placer. Instantes antes de alcanzar el clímax Harald la agarró por el cuello con ambas manos.

-¿Quien eres y donde estoy? ¿Qué lugar es este? ? preguntó apretando las manos en torno al cuello de la mujer.

* Si no habla mi idioma o se muestra hostil y forcejea, le parto el cuello.
* Si coopera y responde de acuerdo a las expectativas de Harald, aflojará su presa?
Zu jeder Zeit, an jedem Ort,
ist das Tun der Menschen das gleiche...
Avatar de Usuario
Rittmann
Mensajes: 2427
Registrado: 15 Abr 2007, 17:40
Ubicación: Batallando por la galaxia
Contactar:

Rittmann el Martes, 20 de Febrero del 2006 a las 23:07

Mensaje por Rittmann »

Freda

Frideswide caminaba con paso cauto por el muelle. Salió de su rincón entre almacenes, y empezó a deambular en la oscuridad sólo iluminada por una pálida luna menguante. Debía ser bastante tarde, si la luna menguante ya surcaba el cielo a esa altura.

Había varios barcos varados, y Frideswide los miró con detenimiento. Parecían barcos de pesca, pues no eran muy grandes, y si de veras eran altas horas de la noche, el que no hubiera nadie en ellos no resultaba tan sorprendente. Pero sí resultaba sorprendente el no ver por ninguna parte a nadie. Se giró hacia una torre alta y esbelta, blanca y cuadrada incluso a la luz de la luna, con una almenara en su parte superior que desprendía la luz de una hoguera. Un faro, y a juzgar por el tamaño del mismo, un faro como jamás vio o imaginó.

Se acercó a la torre, pues era el edificio más grande y llamativo del lugar, en busca de presencia humana. Y entonces vio que sí, que allí había alguien. En las partes altas de las almenaras, dos figuras se movían, y Freda lo supo al ver sus alargadas sombras contra la fuerte luz de la hoguera de la cima del faro. Miró unos instantes las danzantes sombras, y le pareció que los hombres que las causaban estaban avivando el fuego lanzando algo a éste.

"Quizás sí hay alguien por aquí, al fin y al cabo..." - pensó Freda. Estaba aún lejos del faro, a un centenar de metros de la puerta, oculta entre las sombras de unas cajas enormes de mercancías. Parapetada, instintivamente se había puesto a cubierto de la vista.

Y entonces, de dentro de una de las cajas, oyó a alguien toser... Y tras eso, un murmullo silenciador reprochando a quien quisiera que había tosido el haberlo hecho.

Entonces, vio un pequeño destello en la cima de la torre. Era como si alguien hubiese tapado dos o tres veces una de las salidas de luz del faro con algo muy grande, y aunque fue breve, fue suficiente para captar la atención de Frideswide. Algo en la oscuridad del mar devolvió el destello. Frideswide sólo pudo ver por unos breves instantes aquella luz, pero lo que iluminaron fue una forma sobre el agua que le recordó a una enorme embarcación...

Harald

Cuando Harald cerró sus manos alrededor del cuello de la mujer, ésta reaccionó con un gesto de lujuria como pocos había visto el hijo del hierro.Le gustaba que la asfixiase... Y eso le hizo por un momento aflojar su presa, desconcertado. Ella rió.

Mujer : Eres mi amo... Y esta es vuestra casa. Y yo, sólo vuestra esclava...

Antes que Harald pudiese hacer nada, la mujer lo empujó con fuerza hacia ella y gimió una vez más, y con sus largas uñas arañó la espalda del hijo del hierro. Se movió de tal modo y lo miró con tales ojos, que antes que pudiese pensar nada ya había descargado su semilla dentro de ella. ¿Cómo lo había hecho? Él nunca había perdido el control con ninguna furcia, y sin embargo ella convirtió su gesto amenazador en un arma de seducción que le había derrotado por completo en la cama.

Un sentimiento de admiración por aquella mujer nació en Harald, mezclándose con la furia que sentía por aquella secreta humillación que acababa de sentir. Porque no entendía cómo, aquello le había gustado tanto que le había hecho perder su determinación. Confuso estaba cuando notó cómo ella le mordía en el pezón. No muy fuerte, pero tampoco suave.

Aquello le hizo volver a la realidad. Con mano firme, tomó a la mujer por el rostro y la obligó a mirarle a los ojos.

Harald : Di mi nombre...

La mujer rió, y lanzó entre jadeos amagos de dentelladas que auguraban más momentos de placer salvaje. Pero entre aquellas lanzadas animales seguidas por un contorneo de serpiente de todo su cuerpo, ella dijo:

Mujer : Sois mi amo, el Príncipe Allisair Estrella de la Noche... Y esta, estáis especialmente brillante...
_________________
Zu jeder Zeit, an jedem Ort,
ist das Tun der Menschen das gleiche...

Visita www.rolhistorico.org - La web para jugar la Historia
Zu jeder Zeit, an jedem Ort,
ist das Tun der Menschen das gleiche...
Avatar de Usuario
Rittmann
Mensajes: 2427
Registrado: 15 Abr 2007, 17:40
Ubicación: Batallando por la galaxia
Contactar:

Hati el Miercoles, 21 de Febrero del 2006 a las 16:51

Mensaje por Rittmann »

Harald

Las palabras de la mujer le perturbó la mente, bajó el brazo que la sujetaba inerte mientras ella se lanzó de espaldas sobre el colchón y reía abiertamente estirando los brazos hacía él, pidiendo más con los dedos y queriendo sentir el roce de la piel de su amo.

El isleño se incorporó y sintió desfallecer al instante. La sangre se le subió a la cabeza y nubló su visión. Pensó en primera instancia que había sido fruto de la tensión acumulada y que de pronto se vio liberada como un latigazo certero. Una vez hubo recuperado el resuello estudió con más detenimiento la estancia en la que estaba. Decorada con ricas ornamentaciones, no podía distinguir si era alcoba o bien la de los esclavos que decían que tenía.
Príncipe Allisair, Estrella de la Noche , recordó Harald que había pronunciado la mujer con un acento exótico que extrañamente logró entender a la perfección.

Harald se dirigió hacía una palangana que reflejaba en su superficie cristalina la luz de las estrellas, la mujer se rebozaba entre las sabanas presa de la excitación que aún la consumía.
El isleño se refrescó con el agua que cabía en el hueco de una de sus manos. Apoyó las dos manos sobre la palangana en un intento de reconstruir el puzzle que se estaba trazando. El agua onduló formando anillos concéntricos y proyectando un reflejo que Harald desconocía, un semblante de cabello rubio, aunque de complexión parecida a la que el suponía que tenía, se sintió algo cambiado y comenzó a verlo todo desde una perspectiva un poco diferente de lo acostumbrado. Quizás había crecido un palmo más de lo habitual en él. Por un instante pensó en que le habían drogado y estaba bajo los efectos de algún alucinógeno, pero se sintió fuerte y en buena forma.

Presa de una irracional rabia ante la impotencia de la situación, lanzó la palangana al otro extremo de la habitación, desparramando el agua por el suelo. La mujer seguía riendo, creyendo que aquello satisfacía a su señor.

Aun sentía el calor de ella en su piel, su tacto era abrasador y de sabor rico como la canela, el perfume de su sexo le embriagaba tan desmesuradamente que no podía contenerse.
Volvió al lecho y la mujer de un salto se puso de rodillas esperándolo con una mirada felina y lujuriosa. Harald rodeó su cuerpo mientras ella giraba la cabeza ronroneando para mirarle. Se colocó detrás de ella y le separó las piernas, la poseyó desde atrás, con fuerza. La mujer soltó un alarido de placer, mientras el isleño clavaba sus dedos en la cintura de ella, que comenzaba a jadear de nuevo. La jaló del pelo estirando de él, obligándola a torcer el cuello hacia atrás. Harald se apoyó en su espalda y con la otra mano le agarró el mentón, volviendo a obligarle a girar para que le mirase nuevamente a los ojos.

Harald: Repite mi nombre.

Mujer: El Príncipe Allisair Estrella de la Noche

Harald: Me gusta como lo dices. Repítelo otra vez.

Mujer: Príncipe?. Allisair?.. Estrella ?.de la?. Noche ? logró decir entre los envites del isleño.

Harald: Sí, la Estrella de la Noche. Que poseo?

Mujer: A mí, mi amo.

Harald: De que soy príncipe? Hasta donde abarcan mi reino? Habla, esclava.
Zu jeder Zeit, an jedem Ort,
ist das Tun der Menschen das gleiche...
Avatar de Usuario
Rittmann
Mensajes: 2427
Registrado: 15 Abr 2007, 17:40
Ubicación: Batallando por la galaxia
Contactar:

Morag el Miercoles, 21 de Febrero del 2006 a las 19:30

Mensaje por Rittmann »

Freda:

Reprimió una exclamación llevándose una mano a la boca. Miró alternativamente las cajas y la enorme sombra que se acercaba por el agua, sin saber si gritar, correr o esconderse...

¿Una invasión?

Una invasión en lo oscuro, silenciosa, con soldados esperando dentro de las cajas...

Sacudió la cabeza. León tenía razón, era demasiado crédula, había oído demasiadas historias.
Pero ¿Gente dentro de cajas? ¡Una invasión al barco! ¿O serían esclavos?
Revolvió el polvo del suelo con los pies, se retorció las manos y se mordisqueó el labio inferior al tiempo que su mirada se deslizaba del mar a las cajas y de las cajas al mar.

Comenzó a caminar entorno a la caja, tratando de encontrar una rendija por la que ver qué había en el interior, el destello de un arma, o el olor de los esclavos hacinados... Tal vez podría preguntar y si, efectivamente, eran soldados... salir corriendo a refugiarse de nuevo en las callejas o en algún sótano. Algo le decía que las invasiones no dejaban casa en pie...

De pronto su corazón latía desbocado y podía oirlo como un tambor insistente en el silencio de la noche, sobre el susuro de la brisa y el gemido de las olas, y se preguntó si, allí de vuelta en la taberna, León estaba notando sus latidos contra el pecho.
_________________
Yo...
... he tenido tantos nombres...
Nombres viejos...
... que solo pueden pronunciar el viento y los árboles...
Yo...
... soy el monte, y el bosque, y la tierra...
Zu jeder Zeit, an jedem Ort,
ist das Tun der Menschen das gleiche...
Avatar de Usuario
Rittmann
Mensajes: 2427
Registrado: 15 Abr 2007, 17:40
Ubicación: Batallando por la galaxia
Contactar:

Maska el Sabado, 24 de Febrero del 2006 a las 16:23

Mensaje por Rittmann »

Janusz Varetzky:


Quizá no era lo más prudente, pero volver a escucharse en voz alta, en la vibrante y profunda voz que había tenido unos años atrás; la misma voz con la que se había hecho escuchar sin esfuerzo de un lado a otro de una galera sobre el estruendo de la batalla; la misma con la que había cantado al oído de la dulce Arianna; la misma con la que había pregonado, regateado y burlado.

Janusz: ?Ya me voy, eh. No se preocupe, señor guardia. Y por cierto, permítame decirle lo bien que le sienta ese uniforme.?

Janusz se dio la vuelta y se alejó tambaleante, sin prestar atención a lo que fuera que le contestaba el guardia. Vagó sin rumbo durante unos minutos, hasta que de la dolorosa rigidez con la que había despertado sólo quedaba un sordo rumor en los músculos de su espalda.

Apenas corría el aire, y el calor, que se había sobrepuesto al frío de su despertar, no había ayudado a despejar su resaca, pero al menos ésta no era tan fuerte como para impedirle pensar.

Por un momento había pensado que podía tratarse de un sueño, pero jamás había tenido un sueño así. O quizá sí, y no lo recordaba. Quizá cada noche hubiera tenido una docena de sueños como éste, y en cada uno de ellos se hubiera preguntado lo mismo. Quizá cada noche había se había regocijado una docena de veces al descubrir su voz reencontrada. Quizá cada noche había hecho una docena de veces la misma reflexión.

Un chorro de bilis ascendió como fuego por su garganta y escapó de su boca para estrellarse contra una pared. Janusz se dobló sobre sí mismo y vomitó de nuevo.

Cuando se repuso, miró a uno y otro lado. La calle seguía estando vacía.

Estuviera donde estuviera, soñara, delirara febril o se meciera en las visiones de un alucinógeno que alguien hubiera echado en su bebida, poco podía hacer al respecto, salvo quedarse allí sentado o deambular.

Así que deambuló, en busca de alguien, quizá otro guardia, al que preguntarle dónde se encontraba.
_________________
"La única canción de amor que me emociona es la que los muelles de nuestra cama entonan."

Imagen
Zu jeder Zeit, an jedem Ort,
ist das Tun der Menschen das gleiche...
Avatar de Usuario
Rittmann
Mensajes: 2427
Registrado: 15 Abr 2007, 17:40
Ubicación: Batallando por la galaxia
Contactar:

Arioch el Domingo, 25 de Febrero del 2006 a las 12:41

Mensaje por Rittmann »

Kyron

¡Que los Otros me lleven! -pensó Kyron para sí mismo -.¿Cuánto tiempo habré dormido? ¿Y dónde está el maestro? ¿Y dónde estoy yo? Y mi arma, la bufanda, mi ropa. ¡Oh, mierda!

Kyron trató de calmarse y repasar los hechos. Había llegado junto a Sir Olivar a Lannisport. Mientras este resolvía sus asuntos en la ciudad, él había ido a hacer una visita a su madre. Habían vuelto al barco, pero no pudieron zarpar debido a la tormenta. En la misma tormenta y por un desafortunado accidente, el capitán delEstrella de Lys había resultado mortalmente herido. Sir Olivar lo había obligado a presenciar su agonía. Después en la posada en la que se encontraban,El Tritón de la Roca , él y otros de los presentes habían sido atacados por unos mercenarios sin ningún motivo aparente. Uno de los que allí estaban, de apellido noble, había sido muerto. Habían estado discutiendo un rato y finalmente parecía que se dirigirían a Altojardín. Tras eso se había ido a dormir y había tenido una pesadilla de la que se le empezaban a borrar los detalles.

Y ahora, despertaba en una habitación extraña donde unos cuantos soldados roncaban a su alrededor. Desarmado y prácticamente desnudo, Kyron dudaba entre hacer uso de la fuerza para averiguar cuál era su situación o escabullirse de allí sin llamar la atención. Se decantó por la segunda, o al menos por una variante de la misma.

Registró como pudo la habitación en busca de un arma y quizás algo de ropa. De los propios soldados a ser posible, para pasar desapercibido. Una vez pertrechado saldría fuera y trataría de ver dónde se encontraba. Después; bueno, ya vería lo que hacía después.
Zu jeder Zeit, an jedem Ort,
ist das Tun der Menschen das gleiche...
Avatar de Usuario
Rittmann
Mensajes: 2427
Registrado: 15 Abr 2007, 17:40
Ubicación: Batallando por la galaxia
Contactar:

Rittmann el Viernes, 2 de Marzo del 2006 a las 23:26

Mensaje por Rittmann »

Freda

Los silenciosos barcos se deslizaban en silencio por la bahía, y se acercaban a los amarraderos cada vez más y más. Sin luces evidentes en las cubiertas, sólo la luz de la luna y las estrellas iluminaban aquella auténtica flota silenciosa que se acercaba siniestra.

Freda, en el puerto, miró la caja de madera que tenía a su lado. Examinándola, vio que tenía grilletes disimulados en uno de los lados de la caja. Si había alguien dentro, no le costaría salir. También vio que la caja tenía varios agujeritos para la respiración. Algo debió hacer, pues de pronto el lado de la caja con los grilletes se abrió, y con un sonido sordo el lateral de madera chocó contra el suelo. Tres hombres salieron a toda prisa por el lateral, y Freda se dio cuenta que estaban armados para una batalla. Petos de cuero, uno incluso con una cota de malla, y bien armados con mayales y espadas. Y en sus ojos, podía ver que no le querían ningún bien.

Giró la cabeza hacia los barcos, que ya casi estaban en la orilla. Un sonido de cuerno se alzó sobre las velas oscuras de la flota, y Freda pudo ver los tripulantes de los barcos, listos para la invasión de aquella ciudad. Y las cajas apiladas en el puerto se abrieron del mismo modo que lo hiciera la que ella examinaba...

Imagen Una invasión en toda regla. Los tres que tienes cerca van a por ti, y te atraparán a menos que intentes huir. Si quieres huir o quedarte con ellos, es cosa tuya... Pero no parecen muy amistosos.

Janusz

Janusz deambulaba por aquellas calles extrañas, sin saber muy bien a dónde iba. La ciudad no se parecía a ninguna que hubiese visto jamás, y las casas le resultaban verdaderamente raras. Sus formas, sus ventanas, sus arcos, las torres siluetadas pálidas a la luz de la luna contra la oscuridad de la noche... Janusz había viajado mucho, y aunque en cierto modo aquellas torres podían recordarle algunas de las que había visto en las ciudades libres, su belleza y esplendor intuidos en la oscuridad resultaban mayores.

Entonces, en el silencio de la noche, escuchó una campana resonar. Y luego otro. Y dos más. Y en pocos instantes, en la ciudad resonaban campanas por todas partes. Campanas que no reflejaban alegría, sino pánico. Las luces de las torres se empezaron a iluminar, primero con algunas luces, luego con más y más...

Janusz empezaba a sentirse cargado de nervios. En ninguna ciudad que conociese, en plena noche, sonaban campanas como aquellas. Probablemente, toda la ciudad habría despertado de golpe con aquel bramido de campanas. Nervioso, se movió por las calles en busca de respuestas, y pronto vio un puesto de la guardia en que la actividad era frenética. Los guardias estaban saliendo del puesto con lanzas y espadas, y algunos ayudaban a sus compañeros a ajustarse las cotas de malla y los tabardos acolchados. Janusz entonces vio claro que se estaban preparando para una lucha.

Guardia : ¡Rápido, rápido! - gritó uno de los guardias a dos hombres que estaban anudándose los lazos con los que se sujetaban las cotas de malla -. ¡Dáos prisa o pronto llegará el enemigo!

"¿Una invasión?"

De repente, Janusz se sintió muy desnudo sin nada con qué defenderse...

Harald

Harald : Repite mi nombre.

Mujer : El Príncipe Allisair Estrella de la Noche

Harald : Me gusta como lo dices. Repítelo otra vez.

Mujer : Príncipe?. Allisair?.. Estrella ?.de la?. Noche ? logró decir entre los envites del isleño.

Harald : Sí, la Estrella de la Noche. Que poseo?

Mujer : A mí, mi amo.

Harald : De que soy príncipe? Hasta donde abarcan mi reino? Habla, esclava.

Mujer : Sois el príncipe heredero de Valya, mi señor... Vuestro padre es uno de los Altos Señores de Valyria...

"Valyria..."

Cualquier pensamiento que Harald pudiese tener, se bloqueó en ese mismo instante. El resonar de cien campanas entonces le devolvió a la realidad. A aquella extraña realidad. Por algún motivo que su mente no era capaz de reconocer, cien campanas parecían resonar en la noche, como si alguien hubiese querido con una broma de mal gusto despertar a toda la ciudad.

Mujer : ¿Campanas de alerta? - dijo ella, abandonando de pronto su rictus de placer y lujuria por uno de preocupación sombría.

Harald dejó de empujar, y aún dentro de ella escuchó las campanas. El mundo pareció quedarse extrañamente quieto a su alrededor. Quizás por ello, cuando la puerta se abrió de golpe a Harald no le tomó por sorpresa. Dos hombres penetraron en la estancia, y el hijo del hierro pudo ver el reflejo de sus espadas contra la débil luz de la luna que entraba por la ventana. De un salto, se apartó de sobre la cama justo cuando a la carga los dos dejaron caer sus armas sobre el sitio que había ocupado, y los aceros encontraron la carne de la mujer esclava que sólo pudo gritar y morir. Y Harald miró los ojos de la mujer, que buscaron los suyos cuando con horror la vida se le escapó por las terribles cuchilladas...

Imagen Desnudo, sin armas. Es una alcoba noble, y ellos son dos - armaduras acolchadas, parecen guardias de palacio - con espadas cortas.

Kyron

Estaba el escudero abrochándose uno de los jubones de cuero que había encontrado, cuando el resonar de una campana se coló en la estancia. Y a aquel, se le sumaron dos campanas más, y luego cinco, y diez, y cien. Y en mitad de la noche, cien campanas resonaban despertando a todos los guardias de aquel lugar.

Ya equipado, Kyron se apresuró a coger una de las lanzas que encontró en un perchero. No había espadas que elegir, por desgracia. Con la lanza en mano, salió por la puerta. Vestido como un soldado en aquel extraño cuartel militar lleno de desconocidos, Kyron no llamó la atención de nadie, y en medio del caos que se había desatado pudo oir gritos de "¡Invasión!", y también de "¡A las armas, nos atacan!".

Oficial : ¡Karel! - le gritó de pronto uno de los hombres que por su aspecto diferenciado debía ser uno de los oficiales del barracón.

Había salido al pasadizo que Kyron había encontrado al salir de las habitaciones de los guardias, y allí se había cruzado con el oficial, que se había detenido para hablar con Kyron.

Oficial : ¡Karel, le estoy hablando! - le gritó de nuevo, y Kyron ya no tuvo dudas que se dirigían a él -. ¡Ya que está vestido y armado, salga ahí fuera y vaya al puesto de vigía del puerto! ¡Entérese de qué está sucediendo! ¡Quiero saber por qué las campanas de alarma han sonado de esta manera![/b]
_________________
Zu jeder Zeit, an jedem Ort,
ist das Tun der Menschen das gleiche...

Visita www.rolhistorico.org - La web para jugar la Historia
Zu jeder Zeit, an jedem Ort,
ist das Tun der Menschen das gleiche...
Avatar de Usuario
Rittmann
Mensajes: 2427
Registrado: 15 Abr 2007, 17:40
Ubicación: Batallando por la galaxia
Contactar:

Morag el Sabado, 3 de Marzo del 2006 a las 23:48

Mensaje por Rittmann »

Freda:

El corazón, que se le había detenido en el pecho en el momento mismo en que se abrió la caja dejando salir a los soldados, volvió a brincar en su pecho, frenético, como un conejo asustado. En un segundo que le pareció una eternidad, pudo distinguir pese a la penumbra sus armaduras, ligeras y flexibles, así como sus ropas oscuras. No pudo distinguir insignia alguna, pero la similitud de sus ropajes le hizo pensar que se trataba de soldados de un mismo ejército.
Y con aquello le bastó para, ligera como un gato, se lanzara a la carrera en pos del refugio oscuro que ofrecían las calles ensombrecidas por las que había llegado. Esquivó las cajas, que se iban abriendo a sus espaldas, y pudo oir trás ella a los tres soldados que la perseguían, de modo que corrió tan rápido como pudo, sintiendo la luz de la luna exponiéndola, la piedra del suelo arañándole los pies. Podía sentir trás ella el aliento de los soldados y, angustiada, se dio cuenta de que no podía correr más deprisa.
De pronto, la noche se llenó de campanas. Primero una, luego otra, y de pronto todo retumbaba ante su sonido grave y metálico. Desesperada, atravesó los últimos metros que la separaban de las calles y se arrojó de cabeza al refugio de sus sombras, frenando la caida con las manos y rodando sobre sí misma en el suelo para evitar hacerse daño, como hacía siempre que jugaba con León. Frenética, se refugió en un oscuro soportal donde se quedó agazapada, el cuerpo tenso, los ojos apretados y el corazón en la boca, a la espera de la exclamación triunfal de los soldados cuando la encontraran.

Despierta, despierta

Pero el grito no llegó y al fin, al cabo de un instante, Freda se permitió abrir los ojos y suspiró aliviada. Con cuidado, asomó la cabeza fuera del soportal y miró en dirección al puerto, donde pudo ver a los soldados, que regresaban junto a las cajas. Y no solo eso, todas las cajas se habían abierto y el puerto estaba ahora lleno de soldados armados y silenciosos. Pudo contar también al menos treinta barcos que se habían amarrado en el puerto, y de sus vientres surgían rampas por las que centenares de soldados, armados hasta los dientes, accedían a tierra. Y eran muchos, demasiados.
Una invasión en toda regla... Pero ¿Por qué estaba tan solitario el puerto?
Cuando había llegado ya le había llamado la atención la quietud absoluta del muelle, contra el bullicio perpetuo del puerto de Bastión de Tormentas... Estibadores, marinos... ¿Donde estaban todos?
De pronto, se dio cuenta de que los soldados avanzaban hacia las calles, de modo que se puso en pie de un salto y se deslizó por las sombras hasta que quedó fuera de la vista desde el puerto, para echar a correr por aquel laberinto de callejas en busca de algún lugar seguro. Corría con la piedra de las paredes raspándole los hombros, pisando charcos de los que prefería desconocer el contenido, apartando a manotazos las prendas mojadas que pendían de cuerdas en algunas ventanas, que la asfixiaban al golpearle el rostro. Se sentía como si estuviera en una selva, húmeda y agobiante, cuando de repente tropezó con algo blando y flexible y cayó estrepitosamente al suelo.
El golpe le quitó el aire de los pulmones tan repentinamente que pensó que iba a morir asfixiada. Rodó en el suelo tratando de recuperar la respiración y quedó así, tendida en los adoquines, con los brazos abiertos en cruz y mirando a las estrellas. Poco a poco, el aire volvió a los pulmones y respiró hondo, y se preguntó con qué había tropezado. Y qué era sobre lo que había caído.
Se incorporó torpemente, sintiéndo que fuera lo que fuera, cedía bajo sus pies y sus manos y entonces, con la claridad de la luna lo distinguió.

Un brazo primero.
Luego, un rostro.
Cadáveres. Un montón de cadáveres apilados en un callejón.

Como si el suelo ardiera y reprimiendo las nauseas, Freda se puso en pie y retrocedió hasta que la pared la detuvo, y allí se quedó, mirando fijamente los rostros inmóviles, los ojos abiertos y en blanco reflejando la palidez de la luna. La mayoría eran hombres, y por sus ropas, supo que eran los marinos y estibadores que debía haber encontrado en el puerto, y algunas prostitutas... El vómito le ascendió por la garganta y se llevó las manos a la boca para contenerlo y los ojos inundados de lágrimas.

Muertos, todos muertos. Por eso el puerto estaba tan solitario y silencioso. Los han matado a todos, a todos, no querían a nadie que pudiera alertar a la ciudad, que nadie viera nada... Y los han ocultado aquí...


Se volvió sobresaltada, dandose cuenta de que todavía podían quedar algunos de ellos ocultos en las calles, y se alejó de allí tan rápido como pudo, refugiándose en la sombras, deteniéndose en cada esquina, avanzando con cautela. Poco a poco, oyó el rumor de las espadas, que se iba convirtiendo en un estruendo a media que avanzaba el combate por las calles, y para cuando vio el resplandor de las anotchas acercarse, ya corría todo lo deprisa que le permitían las piernas. Pero cada vez que atravesaba una de las calles principales, veía a los soldados, oía el estruendo de las espadas y los gritos de los hombres cada vez más cerca, y se dio cuenta de que la batalla se llevaría a cabo en las calles, donde era más fácil emboscar y defenderse, y que tarde o temprano la alcanzarían. Se ocultó en un granero un instante, tratando de pensar.

Despierta, Freda, por los Siete ¡Despierta!

No podía quedarse allí, puesto que tarde o temprano llegarían los soldados y le prenderían fuego, como tenía lugar en todas las invasiones. Sin embargo, seguía sin saber donde estaba, ni quienes eran los invasores, tan solo que todos parecían provenir de las ciudades libres...

Valar Morghulis.
Todos los hombres mueren


Freda: Pues yo no.

Si la batalla se iba a llevar a las calles, solo habría un lugar seguro en aquel infierno.
El agua.

Sin perder un instante, se deslizó por las calles, buscando siempre el camino que se alejara más del combate. No le importaba tomar el camino más largo si eso le permitía evitar a los soldados y llegar al puerto cuando ya todos lo hubieran abandonado. El camino que siguió, efectivamente, la alejaba en un primer momento de su destino, pero al menos estaba despejado y durante un rato no oyó el ruido de las espadas. Recorrió algunas calles tan oscuras que debía guiarse con las manos, y algunas otras en las que la luna proporcionaba algo de claridad por entre las aguas de los tejados y lo bañaba todo con su luz azul. Aquí y allá la gente se había echado a las calles o bien encerrado en sus casas, aterrorizados, pero afortunadamente no se encontró con nadie en su camino.
Se dio cuenta que pese a lo ocurrido, no se sentía atenazada por el miedo. Era como si hubiera recibido una corriente de energía que la mantenía despierta, en guardia, preparada para cualquier cosa, que la hacía pensar más deprisa y actuar sin demora. Era miedo, sí, pero era revitalizante.

Por fin, al volver una esquina, volvió a ver el puerto. Estaba al final de una calle ancha y larga, pero ya se veía abandonado. Con cuidado, deslizándose contra la pared, avanzó por la calle tratando de no hacer un solo ruido. Llegó a una encrucijada. Desde allí podía oir las voces de unos soldados, no sabía si de los invasores o los defensores, hablando no muy lejos, tal vez en la calle paralela, de modo que la verían si trataba de cruzar al otro lado para alcanzar al puerto. Asomándose, vio que llevaban las mismas ropas que los que habian salido de las cajas y que estaban discutiendo entre ellos en una lengua extraña, dandole la espalda.

Esta es la mía

Agazapada en el suelo como un gato, atravesó la encrucijada, cuando de pronto oyó una exclamación en una lengua extraña y supo que la habían descubierto. Los soldados tardaron un instante en reaccionar y aquello fue decisivo, pues le permitió salir corriendo de nuevo, pero no hacia el puerto, donde sin duda sería más visible si la perseguían, sino de nuevo a las calles. Durante un momento, oyó a los guerreros mascullar al perseguirla y el rechinar de sus espadas contra la piedra, pero ella era ligera y flexible, y consiguió ocultarse en el que reconoció como el primer soportal en el que se había escondido cuando huyera del puerto. Desapareció en su oscuridad como una sombra, y conteniendo el aliento vio pasar corriendo a los guerreros, desconcertados, buscándola. Uno de ellos se detuvo justo junto al soportal y Freda pudo estudiarlo con atención. Tenía la piel cetrina y curtida por el sol y como había visto en el puerto, no llevaba insignia alguna. Luego el hombre gruñó algo en su lengua extraña y él y sus compañeros se perdieron de nuevo en las calles.

Aunque aliviada, Freda no se movió todavía y tardó aún un instante en respirar hondo de nuevo. No tenía prisa, al fin y al cabo, la batalla se había trasladado al interior de las calles, dejando la zona colindante al puerto más despejada. Decidió esperar a estar segura y enseguida se felicitó por haber tenido la idea de ser paciente, puesto que un grupo de guerreros pasó junto a ella, antorchas en mano y se detuvo a escasos metros, al encontrarse con los que la habían perseguido. Como no podía entender lo que decían, no sabía si hablaban de ella, y se sintió inquieta. Tarde o temprano se acercarían con las antorchas al soportal y ahuyentarían a las sombras que le servían de cobijo.

Ahora o nunca

Esta vez, con sumo cuidado, salió del soportal tan agazapada que no podían verla a no ser que miraran directamente hacia abajo, amparándose en las sombras que proyectaban sus propias antorchas. De esta manera, ella podía verlos con claridad y ellos, cegados por el resplandor del fuego, no podían verla a ella. Con el corazón en un puño y tensándose y doblandose como un arco o un gato, llegó al fin a la hilera de casas cuyas fachadas daban directamente al puerto. Contra lo que había pensado, aún quedaban allí algunos guerreros, de modo que siguió escondiéndose hasta que llegó a los almacenes, donde aprovechó las cajas para ocultarse, y por fin, al embarcadero.
Con un cuidado imposible, se deslizó poco a poco al interior del agua, junto a la quilla gimiente de uno de los barcos. Primero metió los pies, y fue impulsandose con los brazos hasta que le cubrió las rodillas, las caderas, el pecho, el cuello... Sumergió incluso la nariz, de modo que solo sus ojos y su frente quedaban sobre la superficie, y se aferró a uno de los pilotes que sostenían el embarcadero. Alli no podrían encontrarla, nadie miraría allí abajo. Cada cierto tiempo, sacaba la nariz del agua para tomar aire y volvía a sumergirla, con los ojos muy abiertos, pendiente de todo lo que la rodeaba, de todo lo que ocurría a su alrededor...
Sin embargo, al cabo de unos minutos sintió que la extraña camisa con la que se había despertado se le pegaba al cuerpo y a las piernas impidiéndole mantenerse a flote, agotandola, de modo que con un gesto rápido se la sacó por encima de la cabeza y quedó desnuda pero libre para nadar.

Se volvió entonces hacia los barcos.
Y no eran treinta.

Sin quererlo, sus labios entonaron su particular letanía mientras un terrible escalofrío le recorría el cuerpo entero.

Freda: Despierta. Despierta. Despierta. Despierta. Despierta. Despierta. Despierta. Despierta. Despierta.
_________________
Yo...
... he tenido tantos nombres...
Nombres viejos...
... que solo pueden pronunciar el viento y los árboles...
Yo...
... soy el monte, y el bosque, y la tierra...
Zu jeder Zeit, an jedem Ort,
ist das Tun der Menschen das gleiche...
Avatar de Usuario
Rittmann
Mensajes: 2427
Registrado: 15 Abr 2007, 17:40
Ubicación: Batallando por la galaxia
Contactar:

Arioch el Lunes, 5 de Marzo del 2006 a las 18:00

Mensaje por Rittmann »

Kyron

Karel. El oficial, sin duda, lo había confundido con uno de los guardias. No había tenido tiempo de fijarse si alguno de los que estaban roncando en la habitación se parecía físicamente a él; pero, parece que la suerte le sonreía y su aspecto y la situación habían deparado que no se dieran cuenta que no era realmente uno de los guardias. Mejor para él. ¿O no?

La verdad es que el panorama no era demasiado alentador. No sólo no tenía ni idea de dónde se encontraba ni cómo había llegado allí, sino que además las campanas y los gritos anunciaban una invasión. ¿Había tantas campanas en Lannisport? No recordaba que así fuera, pero sí que sabía dónde se encontraba el puesto de vigía en el puerto. Podía tomar aquel camino y desviarse en busca de Sir Olivar en cuanto notara que nadie lo observaba.

Pero, aquellas ropas. Aquellas ropas eran extrañas y el hecho de que no hubiera ni una sola espada era cuando menos bastante irregular. Un extraño sentimiento de desconcierto invadía cada vez más al escudero y aquello no le gustaba un pelo.

Logró salir, no sin cierta dificultad de aquel edificio. No lo reconocía y anduvo un par de veces por los mismos pasillos hasta dar con la salida. Debieron pensar que andaba seriamente adormilado o borracho.

Cuando salió al exterior sus temores se acrecentaron. ¿Qué ciudad era aquella? No reconocía ningún edificio o calle en las inmediaciones. Había vivido durante toda su infancia en Lannisport y aquello, desde luego, no era la ciudad que le había visto nacer.

Volvió a preguntarse por cuánto tiempo había estado durmiendo. Recordó que alguna vez le hablaron de unas hierbas o polvos que hacían dormir a los hombres por días, o incluso semanas. Y también recordó que en su sueño había mucha agua. ¿Lo habrían traído en barco hasta aquel lugar mientras dormía durante quién sabe cuánto tiempo? ¿Y qué había sido de Sir Olivar?

De repente se mostró realmente perdido, abrumado por la ignorancia de no saber qué le había ocurrido desde el momento en que se acostara hasta el momento presente. ¿Había sido todo real? ¿Era en verdad Kyron o era su verdadero nombre Karel tal y como lo había llamado el oficial? No recordaba su vida como Karel, por lo que desechó esos pensamientos y se concentró en qué hacer. Su primer paso era averiguar dónde se encontraba y eso es lo que iba a hacer.

Le pareció raro preguntar a alguno de los que pasaban por allí el nombre de la ciudad. Además la situación no era la más apropiada. Por lo que decidió tomar un pequeño rodeo, seguiría sus órdenes como Karel y buscaría el puesto de vigía. No tenía idea de dónde podía estar; pero, la lógica le decía que estaría allá donde se encontrara el mar. El puesto de vigía del puerto. Tan sólo tenía que encontrar el puerto y allí encontraría su primera respuesta.
Zu jeder Zeit, an jedem Ort,
ist das Tun der Menschen das gleiche...
Avatar de Usuario
Rittmann
Mensajes: 2427
Registrado: 15 Abr 2007, 17:40
Ubicación: Batallando por la galaxia
Contactar:

Maska el Martes, 6 de Marzo del 2006 a las 19:37

Mensaje por Rittmann »

Janusz:


Janusz observó cómo el histerismo se adueñaba de la situación, y los guardias se preparaban para el combate.

Instintivamente, se rascó el lugar en el que solía estar la cicatriz. Qué combate sería, quién atacaba, no lo sabía, mas ¿acaso importaba? Sin armas, sin armadura, sin siquiera unos muros y un techo tras los que cobijarse, sólo era carne en el camino del primero que pasara por allí blandiendo una espada.

Su primera intención fue acercarse a ellos y ofrecer su ayuda. Sabía manejar la espada con soltura cuando era necesario, y aunque siempre dudaba a la hora de hacer movimientos ofensivos, se defendía con pericia, lo cuál, arropado por un nutrido grupo de compañeros de armas, debería ser suficiente para permitirle sobrevivir a la batalla que, al parecer, estaba a punto de desarrollarse.

Sin embargo, estaba claro que los defensores habían sido tomados por sorpresa. El tañido de campanas que marcaba el ritmo de las preparaciones así lo atestiguaba. El enemigo estaba a las puertas, o quizá algunos de sus barcos (el olor a mar era demasiado profundo como para encontrarse tierra adentro) hubieran pasado desapercibidos en la noche y se hubieran colado en el puerto.

La prudencia sería una mejor estrategia.

Janusz se alejó sigilosamente del puesto de guardia y se encaramó de un ágil salto a la balconada de un edificio bajo. Siempre vigilando que nadie lo observara, se aupó hasta el tejado y se ocultó tras una protuberancia.

De todos modos, no había nada de lo que preocuparse. No se encontraba físicamente en aquél lugar. Su cuerpo descansaba en la cama de la posada, y allí ninguna invasión onírica o alucinógena podría hacerle daño alguno.

El joven trotamundos se acuclilló en su sombra, y continuó observando a los guardias, que ya comenzaban a marchar hacia dondequiera que se dirigiesen.


Imagen Janusz esperará por los tejados (si están cerca los unos de los otros, se desplazará por ese medio a ver hacia dónde se dirigen los guardias). El plan es esperar a ver qué ocurre y, si parece que la victoria está en manos de los supuestos atacantes, tratar de sorprender a uno de ellos en solitario y despojarle de atuendo y armamento.
_________________
"La única canción de amor que me emociona es la que los muelles de nuestra cama entonan."

Imagen
Zu jeder Zeit, an jedem Ort,
ist das Tun der Menschen das gleiche...
Avatar de Usuario
Rittmann
Mensajes: 2427
Registrado: 15 Abr 2007, 17:40
Ubicación: Batallando por la galaxia
Contactar:

Hati el Martes, 6 de Marzo del 2006 a las 21:23

Mensaje por Rittmann »

Harald Goodbrother

Todo sucedía muy deprisa para Harald. Sin tiempo apenas para recapacitar ante las situaciones que se agolpaban ante él. Estaba en otro lugar, Valyria. No sabía ni como había llegado allí, ni como es que conocía su lengua, y mucho menos como es que parecía ser otra persona.

Pero la siguiente situación le obligó a reaccionar de manera improvisada. Los dos hombres amenazaban tras haber descuartizado a la esclava que se había quedado con la mirada fija en él.

Estupendo , se mofó el hijo del hierro, al ver como las espadas estaban teñidas de sangre pero aun pedían la suya.No hay mejor tras un polvo que un buen combate

Antes de que los guardias hiciesen su siguiente movimiento, Harald rodó por el suelo hasta alcanzar la palangana de agua que antes había agarrado. Al menos le permitiría interponerlo como si de un improvisado escudo fuese. Estaba seguro que no soportaría muchos ataques pero era lo único que tenía a mano.

El hijo del hierro se movió arrastrando los pies por el suelo, al llegar a la ventana miró de soslayo por ella y pudo confirmar que la invasión se estaba produciendo. A través del reflejo de la luz de la luna se recortaba la silueta de los navíos que se acercabanDemasiado rápidos. No han podido llegar aquí en un suspiro , se dijo a sí mismo Harald al ver la imagen que daban sus atacantes.Parecen guardias de la misma ciudad. ¿Acaso es un golpe de estado? ¿O contaban con infiltrados?

Dejó a un lado sus cavilaciones para dar cuenta de la adversidad que tenía delante. Dos hombres armados contra él. Una situación difícil.

Harald : Venid valientes!!! ? vociferó alentándolos a acercarse.

Esperaba que su estratagema le saliese bien, intentaría esquivar a uno de ellos y con el impulso que llevaba lo empujaría a través de la ventana.
Eres un idiota, ¿Acaso crees que será tan fácil?
Zu jeder Zeit, an jedem Ort,
ist das Tun der Menschen das gleiche...
Avatar de Usuario
Rittmann
Mensajes: 2427
Registrado: 15 Abr 2007, 17:40
Ubicación: Batallando por la galaxia
Contactar:

Rittmann el Viernes, 16 de Marzo del 2006 a las 12:53

Mensaje por Rittmann »

Freda

Ante los ojos y alrededor de Freda, la flota invasora yacía en silencio mortal mientras de la ciudad llegaban gritos de batalla, acero y muerte. Cien, o quizás doscientos bajeles. Era imposible contarlos. Envueltos en aquella extraña bruma que ya se había disipado, los invasores se habían acercado con un sigilo completo hasta el mismo puerto de aquella ciudad, y ya nada impediría su caída.

El agua era cálida alrededor de Freda. No se parecía en nada a las aguas de Bastión de las Tormentas, siempre frías en invierno y frescas en verano, donde tantas y tantas tardes con Leon había pasado buscando moluscos entre las rocas. Freda notó el salado sabor de aquellas aguas en sus labios, pero su mente ignoró aquello por completo. Sólo pensaba en despertar de aquella pesadilla, aunque era demasiado vívida y real para ser una simple pesadilla. ¿Qué estaba sucediendo allí? Freda no lo sabía.

Con sumo cuidado, se quedó quieta en aquellas aguas cubiertas de oscuridad sólo empañada por las escasas luces que podía uno ver sobre las cubiertas de los barcos. No todos sus tripulantes se hallaban en la ciudad. Algunos aún custodiaban los barcos, pero ninguno miraba al agua. ¿Quién podía imaginar que la pequeña Freda Tormenta de Bastión de las Tormentas se pudiese esconder allí, al fin y al cabo?

Kyron

Cuando Kyron estaba a punto de cruzar la puerta del barracón, a su espalda el oficial le lanzó un grito. Kyron se giró para mirarlo, y se encontnó al oficial alargando el brazo para señalar una de las puertas del pasillo que Kyron acababa de atravesar.

Oficial : ¡Y haga el favor de coger una de las espadas de la armería antes de irse, soldado!

A lo que Kyron se limitó a hacerse el despistado y dormido, y asintió. Y menuda armería encontró Kyron tras la puerta. Espadas, escudos... Todo tipo de armas bien dispuestas en percheras. Se acercó a una que contenía escudos, y tomó uno. Buen roble. Lo colgó a su hombro, y se dispuso a coger una espada. El arma, al sacarla de su perchera, silbó cortando el aire.

Kyron se quedó un momento más que sorprendido por aquello. Ninguna espada normal habría hecho aquel sonido. Con delicadeza, rozó con la mano el filo de aquella espada, y la retiró al ver que estaba endemoniadamente afilada. Presa de la sorpresa, miró las demás armas del perchero, y vio que todas ellas eran de similar calidad. ¿Cómo era posible que una armería contase con aquellas espadas, sólo dignas de un rey? Porque Kyron sabía de sobras qué eran. Acero valyriano. Sólo el acero valyriano cortaba el aire de aquel modo, o conservaba un filo como aquel. ¿Dónde demonios estaba?

Con aquellas dudas repiqueteando su cabeza, Kyron salió de la armería y buscó por un momento al oficial con la mirada, pero éste se había metido en el barracón y ahora el alto hijo de la Roca sólo era capaz de escuchar sus gritos al resto de la tropa, haciéndolos espabilar para ponerse sus armaduras y salir a la calle.

Kyron dejó atrás el barracón y se deslizó por las calles de aquella ciudad extraña. Avanzaba sin problemas por las desiertas avenidas y callejones, pese a que en ellas pudo encontrar algunos de los habitantes de la ciudad corriendo a toda prisa presas del pánico. Parecían correr en cualquier dirección, y de manera demasiado asustada como para detenerse a hablar con él cuando trató de parar a alguno para saber qué sucedía.

Y entonces, cuando al fin se acercaba al puerto, pudo ver en la penumbra de la luz de la luna las luces de cientos de antorchas más allá de las últimas casas de la calle por la que avanzaba. Ni uno, ni diez, ni cien. Incontables soldados con antorchas y espadas, lanzas y hachas, avanzaban por la calle en que Kyron estaba, entrando en las casas una por una, saqueando y quemando y matando. Y él sería el siguiente en morir si no hacía algo para remediarlo. Aquello era una invasión en toda regla.

Imagen Estás a unos cien metros de la turba. A ver qué haces... Porque de momento, parece que avanzan en tu dirección... Tras los soldados, puedes ver los barcos invasores - al menos, lo que puedes ver por la rendija de la calle. Tú mismo.

Janusz

Nadie se preocupó por Janusz cuando subió a aquel balcón. Nadie, porque todos estaban pendientes de la marabunta que se estaba adueñando de las calles, y pronto pudo Janusz escuchar el terrible ruido de la batalla. Primero, lejano. Pero implacablemente, se acercaba y se acercaba. En la calle a sus pies pudo ver a muchos soldados yendo desesperadamente a frenar el avance enemigo, pero su organización dejaba mucho que desear. La ciudad caería, y lo haría rápido.

Pero eso ya no era para nada lo que preocupaba a Janusz. Subiendo por una calle, pudo ver a un grupo de soldados de la ciudad retirándose. Abandonaban el distrito para replegarse a otras zonas más internas de la ciudad, y aquello significaba que la casa en la que Janusz se encontraba ya estaba libre de protección alguna.

Con cuidado, se asomó a la calle para ver lo que estaba sucediendo mientras las tropas de la ciudad se retiraban, y vio que no muy lejos los invasores estaban entrando en grupos numerosos en cada portal, yendo casa por casa, probablemente acabando vida por vida. La retirada quizás hiciese que no entrasen en la casa en que se escondía, o quizás las prisas... Pero Janusz no las tenía todas viendo el percal. Si quería retirarse con las fuerzas de la ciudad, sólo tendría esa oportunidad. Pero si los invasores entraban en su casa... No lo haría un hombre solo, ni dos, y el vagabundo no sabía si sería capaz de manejar a varios saqueadores del modo que había pensado inicialmente.

Harald

El hijo del hierro se preparó para vender cara su vida, y los dos atacantes se acercaron poco a poco sabiéndose en ventaja. Harald maldijo su suerte. No eran novatos. No se lanzaban al ataque con precipitación, y sus fríos ojos de asesinos miraron al hijo de la tormenta buscando debilidades en su guardia. Si Harald quería pasar a través de ellos, sólo lo podría hacer acabando con al menos uno, pues entre los dos le lograron acorralar contra la ventana. Sin escapatoria.

Y en cuanto el hijo del hierro se abalanzó sobre uno de los asesinos para tratar de lanzarle hacia la ventana, éste se escurrió con facilidad y hundió una estocada en el costado de aquel al que habían llamado Allisair Estrella de la Noche. Y Harald soltó un grito, mientras el otro asesino se aprovechaba de aquel momento para asestarle una segunda puñalada.

Harald tambaleó, y notó el sabor del cobre de su propia sangre salir por su garganta en un espasmo de dolor. O se movía rápido, o estaba acabado, y cualquier indicio de haber estado dormido se acababa de desvanecer. El dolor era real. Muy real.

Aguantando el dolor como pudo, Harald se agarró al asesino que había hundido su arma en su torso, pero no logró más que trabarlo sin ser capaz de levantarlo del suelo para lanzarlo contra la ventana. El frío acero de su otro enemigo se deslizó entre sus costillas, y Harald notó su vista nublarse...

Harald Goodbrother continúa en el Capítulo 3: Malditos

Freda

La batalla llevaba ya algunas horas, y los incendios en la ciudad eran múltiples. La piel de Freda estaba cada vez más y más arrugada por el agua, y el cansancio de mantenerse a flote estaba haciendo mella de su menudo cuerpo. Freda no lo entendía. Su cuerpo siempre había sido menudo, pero desnuda como estaba sintió que sus pechos eran más pequeños, y sus caderas más anchas. Pero aquello tampoco era nada que la sorprendiese en aquellas circunstancias.

Hacía ya largo rato que la letanía que rezaba había muerto en sus labios. Y el cansancio era ahora todo lo que la embriagaba. Por eso, le costó unos momentos reaccionar al terrible sonido de un cuerno que bramó la ciudad, como si una bestia nacida de pesadilla gritara llena de furia. Era un sonido espantoso, que llegaba claro y cristalino desde la ciudad, y que helaba el alma. Freda quiso llevarse las manos a los oidos, y al hacerlo se hundió por unos momentos en las aguas del puerto.

Cuando salió del agua, el sonido había cesado, pero en los barcos había agitación. Lo podía notar por el ruido que hacían los tripulantes. Uno de ellos gritó, y desde la borda señaló al cielo.

Y allí, en el cielo, en la lejanía, recortándose contra las primeras luces del alba, tres siluetas voladoras avanzaban hacia los barcos...
_________________
Zu jeder Zeit, an jedem Ort,
ist das Tun der Menschen das gleiche...

Visita www.rolhistorico.org - La web para jugar la Historia
Zu jeder Zeit, an jedem Ort,
ist das Tun der Menschen das gleiche...
Avatar de Usuario
Rittmann
Mensajes: 2427
Registrado: 15 Abr 2007, 17:40
Ubicación: Batallando por la galaxia
Contactar:

Morag el Martes, 20 de Marzo del 2006 a las 01:37

Mensaje por Rittmann »

Freda Tormenta:

Si le hubieran dicho en ese preciso instante que un terrible gigante le había arrancado el corazón y lo sostenía palpitante en su puño enorme, la sorpresa no hubiera sido mayor, puesto que, por un momento, dejó de latirle en el pecho.
Contempló las oscuras siluetas recortarse contra el débil resplandor del horizonte y el asombro fue tanto que sus piernas dejaron de nadar un instante y, cansada como estaba, se sumergió como una piedra, tragando agua, para bracear desesperada de nuevo hasta la superficie.
Pero seguían allí. Eran tres, eran enormes, y volaban. Pese al gigantesco tamaño, parecían ligeros como plumas, y se deslizaban por el aire a una velocidad espantosa para algo tan grande. Según se acercaban fue intuyendo los colores, vivos y cambiantes como el aceite en el agua, los ojos briillantes, y de cuando en cuando, el abrasador aliento que brotaba de sus fauces.
Dragones... Jamás había soñado con ellos y jamás, cuando había oido las historias que contaban las viejas en Bastión de Tormentas, había imaginado que serían tan hermosos y terribles.
Estaban ya tan cerca que podía distinguir algunas diferencias entre los tres cuando al fin se dio cuenta de que se dirigían hacia la flota invasora escupiendo aquel aliento de fuego y que las llamas acabarían alcanzándola a ella, si no hacían hervir primero el agua en que nadaba.

Estaba tan cansada que no pudo gritar, sino que exhaló un profundo suspiro que terminó en gemido, y como si sintiera una poderosa fuerza que tiraba de ella hacia el fondo limoso del puerto, braceó agotada en pos del embarcadero. Cuando se sumergió le había parecido que no se alejaba apenas de la orilla firme, sin embargo la corriente debía haberla arrastrado mar adentro, o tal vez ella misma había ido retrocediendo refugiándose de las miradas furtivas que los invasores pudieran dirigir al agua, pero ahora el embarcadero se le antojaba desmesuradamente lejos, con los terribles dragones acercándose por los cielos tan deprisa que daba miedo.
Braceaba deprisa y agotada, salpicando más que avanzando, y la respiración agitada le hacía tragar agua salada y gemir, lanzando miradas desesperadas hacia atrás y hacia arriba, para ver si los monstruos del pasado la alncanzaban... Pensó que se moría, que no llegaría, que brazos y piernas, que ya temblaban acalambrados, acabarían por rendirse, sumergiéndola para siempre.

Sin embargo llegó, y aunque estaba tan débil que apenas pudo impulsarse fuera del agua, tuvo que tumbarse en el suelo y respirar profundamente, creyendo que se ahogaba de agotamiento, y no lo entendía, pues aunque delgada siempre había tenido una energía casi inagotable, y normalmente hubiera aguantado perfectamente el tiempo que había pasado en el agua. Debía ser culpa del sueño: en ocasiones había soñado que no podía correr o hablar...

La primera llamarada llegó con un rugido y cuando alzó el rostro sobresaltada para contemplar a los dragones, vio como las llamas lamían las velas de los barcos y las prendían, coronándolas de fuego. Oyó los gritos de los hombres: los que estaban en el puerto, corrían hacia las calles, y los que estaban en los barcos se arrojaban por la borda tratando de alcanzar el agua antes de que las llamas les alcanzaron a ellos. Los dragones, tan cerca ahora que podía distinguir las vetas oscuras que les surcaban el vientre, volaban sobre los barcos, desgarrando velas con las zarpas, regando de llamas allí por donde pasaban. Y ella estaba tan cansada que casi no podía sentir miedo. Sentia más bien algo que debía ser su instinto de supervivencia, el recuerdo de siglos de leyenda, que le gritaban que se pusiera a salvo, que se ocultara.

Una bocanada de aire abrasador que casi secó todo el agua de su piel y su cabello la hizo reaccionar. Se puso en pie tan deprisa como pudo, sintiendo su propio cuerpo como si fuera una túnica nueva a la que no terminaba de acostumbrarse, y con piernas temblorosas debido al cansancio, corrió entre las cajas ahora vacías, ocultandose en los tinglados, mirando hacia atrás para ver como los dragones estiraban el potente cuello y abrian las fauces terribles para desatar el fuego de su ira en todos los navios.

Corrió, corrió tan rápido como le permitían aquellas piernas temblorosas, y de pronto se encontró en las calles que había recorrido antes de sumergirse, aunque ahora estaban llenas de ruinas y de fuego, allí por donde había pasado el saqueo. Caminó dando tumbos, tratando de cubrirse los ojos con la mano para protegerlos del fuego que lamía las casas y los templos, buscando algun lugar donde refugiarse hasta que pasara todo, pero allá donde miraba las llamas le amenazaban con su abrazo implacable, o escuchaba las voces de los soldados, invasores o invadidos, que gritaban en el combate o aterrados por la visión de los dragones, dejándole constancia de que cual sería su destino si la encontraban así, desnuda e indefensa, en las calles arrasadas.

"Más vale que pienses rápido o despiertes, Frideswide" se dijo, desfalleciendo a causa del calor, el miedo y el agotamiento. Y en aquel desmayo que la amenazaba, descubrió el único lugar en aquella extraña ciudad donde podría ocultarse: en el suelo, a sus pies, una trampilla de piedra en el pavimento, daba paso a lo que supuso que serían las cloacas.

Sus rodillas protestaron cuando se acuclilló en el suelo para tratar de levantar la trampilla, y un jadeo escapó de sus labios cuando con todas sus fuerzas trató de desplazarla. Oyó las voces guturales que se acercaban y en su ansiedad, comenzó a llorar. Las lágrimas le nublaron la vista, pero en aquella ansiedad y aquella desesperación encontró la fuerza que le faltaba para alzar la trampilla. La piedra se deslizó hacia un lado y un nauseabundo olor flotó hasta su rostro haciéndola vomitar. No había mucho en su estómago, de modo que se puso en pie temblorosa, con los ojos llorosos y el rostro empapado, y se descolgó por la abertura en el suelo, cerrando la trampilla trás de sí.
_________________
Yo...
... he tenido tantos nombres...
Nombres viejos...
... que solo pueden pronunciar el viento y los árboles...
Yo...
... soy el monte, y el bosque, y la tierra...
Zu jeder Zeit, an jedem Ort,
ist das Tun der Menschen das gleiche...
Responder

Volver a “Valar Morghulis - Todos los hombres mueren [Juego de Tronos d20]”