Prólogo (Harald) - Tormenta

Una vieja maldición acecha a un grupo de viajeros sin relación aparente entre sí. Y empieza una frenética búsqueda por Poniente de la verdad...
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Prólogo (Harald) - Tormenta

Mensaje por Rittmann »

Enyo entró en la sala con aquel aire que tanta gracia le hacía a Harlad. Le recordaba al gallo del gallinero, con la cabeza siempre bien erguida y la barbilla espigada y alta. La capa de terciopelo escarlata que siempre que salía llevaba sobre los hombros le acababa de dar el aspecto de un pollo emplumado que pese a ir chorreando, seguía comportándose como un gallo de corral.

"Creo que pediré pollo cuando vuelva a ese antro de Bertha" - pensó con hambre Harlad mirando al noble mientras se sentaba al otro lado de la mesa.

Enyo : Cómo odio la lluvia. Lleva dos días así, y con esta humedad acabaré cogiendo una pulmonía.

Harald : La humedad es buena. Fortalece el carácter. Los hijos del hierro lo sabemos bien.

Los glaciales ojos azules de Harald miraban fijamente a los oscuros ojos del Lannister, y Enyo se sintió incómodo ante aquella mirada y apartó la vista. Estaba algo nervioso.

Enyo : Bien, acabemos con esto deprisa. Quiero que vayas a ver a Hagwood Mayster y le des un buen repaso.

Harald : ¿Cuánto quieres que lo repase? - preguntó con sarcasmo Harald.

Enyo : Lo suficiente como para que coja la indirecta. Los Lannister siempre pagamos nuestras deudas, pero eso no quiere decir que nuestros deudores hagan lo mismo. Recuérdaselo, y dile que si para dentro de una semana no me lo he cobrado, me encargaré que lo haga su hija metiéndola en el burdel de la calle de los desposeídos. Sus trencitas pelirrojas seguro que valen una fortuna en un lugar así.

Harald : Mmmm... Quizás no sea tan mala idea que no te pague... - dijo con sarcasmo, y rió entre dientes de tal manera que Enyo de nuevo tuvo que apartar la vista.

Enyo : Aquí tienes la mitad de tus honorarios - dijo, poniendo dos monedas de oro sobre la mesa -. El resto lo tendrás cuando hayas acabado, como siempre.

Harald se incorporó de su silla, y con la mano enjutada en un guante de cuero negro recogió las dos monedas de oro. Oro Lannister. Enyo entonces se levantó de la mesa, preparándose para irse.

Enyo : Hagwood Mayster es un herrero de los astilleros del puerto. Podrás encontrar su casa cerca de los almacenes de pescado, y la reconocerás porque es la única de la zona con un yunque colgando de una cadena en la puerta. El muy pirado decidió colgar su viejo yunque de una viga sobre la puerta, y eso que pesa mil infiernos.

Harald : Malgasta hierro. El hierro no es para decorar.

Enyo : Pues recuérdale eso también, si quieres.

Y Enyo se dio media vuelta, y salió por la puerta. Harald se quedó sentado un rato, esperando a que amainara la lluvia, pensando que para su edad, Enyo Lannister tenía ya muchos humos. Le sacaba unos diez años a ese noble engreído, pero su oro era tan bueno como el de cualquiera.

Cuando al fin vio que la lluvia no amainaba, ni tenía pretensión de hacerlo, Harald al fin se enfundó en su vieja capa de piel de cabra y salió a las calles de Lannisport. La tormenta hacía rato que ya no lanzaba rayos y truenos por doquier, pero el agua caía con generosidad espantando a todo el mundo de la calle.

Mientras caminaba por aquellas calles llenas de agua y lluvia, le pareció por unos momentos estar caminando de nuevo por las calles de Pyke en un día de tormenta. Pyke tampoco estaba tan lejos de allí, pero el clima de las Islas de Hierro ya era mucho más severo que el de aquella ciudad de gente blanda. Tenían dinero, sí, pero el dinero no les salvaría el día que sus parientes los hijos del hierro decidieran volver a sus costas para arrebatarles su oro Lannister. Por ahora, al menos, podía quedárselo haciendo pequeños trabajos sucios para ellos.

Y es que Harald sabía que Enyo estaba usando sus servicios más de lo recomendable. No es que tuviera él ninguna objeción a la estupidez del noble, por supuesto, pero a cada trabajo que Enyo encargaba a Harald, él lograba un poco más de mierda que vender a sus enemigos el día apropiado. Para Enyo, Harald ya había matado a dos putas a las que había dejado preñadas, intimidado a sus chulos... y recordó a ese idiota que decidió sacarle un cuchillo, y rió al recordar su ojo clavado en la punta del mismo mientras gimoteaba por su vida.

"Harald : Eres un cabezahueca. ¿Cómo has dicho que te llamabas?

Burrent : Burrent... Por favor, no me mate... - gimió sollozando con su único ojo mientras con la mano se tapaba el ojo extirpado segundos atrás.

Harald : Sería muy idiota si matara a todos los que quiero que aprendan una lección - y entonces, Harald se había arrodillado junto a Burrent y mientras le susurraba al oido, le había puesto el cuchillo con el ojo clavado rozando su garganta -.. ¿Has aprendido la lección, cabezahueca?

Burrent : L... Lección... ¿Qué? - gimoteó, y Harald pudo notar el olor de meados que llegaba de los pantalones de Burrent. Temblaba -. ¿Lección? S... Sí... Us... Usted manda...

Harald : Bien... Recuerda bien esta lección, muchacho. Tu vida me pertenece. Puedo acabar contigo ahora, o cuando me apetezca. Si yo digo mea, tú meas. Si yo digo caga, tú cagas. Si yo digo escucha y dime, tú escuchas y me dices. ¿Está claro?

Burrent : Cl... Clarísimo...

Harald : Bien... Espero que me decepciones, muchacho. No sabes cómo me gustaría arrancarte ese otro precioso ojo verde con un cuchillo, y dejarte mendigando por las calles de Lannisport. ¿A ver cuánto durabas?

Harald hizo un silencio, y jugueteó con el cuchillo delante del ojo sano de Burrent. Con la otra mano, arrancó el ojo clavado y limpió el filo.

Harald : Esto es tuyo - dijo, tendiéndole el ojo -. Ahora, quiero que cada semana vengas aquí, solo, y me cuentes todo lo que veas en el burdel. Quién viene, quién se va, con quién está, qué chorradas suelta... Todo. Eres mi ojo, ¿entiendes?

Burrent asintió. Y desde entonces, un mes atrás, Burrent "cabezahueca" había sido su ojo."


Mientras Harald recordaba con gozo aquel encuentro tan divertido con aquel idiota, pensó que quizás no sería mala idea hacerle una visita y recordarle quién era ahora su amo. Porque él era un Goodbrother, y si estaba lejos de casa era para los suyos, no para otros. Para su hermano mayor, Ludwyck, Harald era alguien con quién contar cuando llegara el momento, y si los rumores que había oido en casa eran correctos, el momento podría llegar en pocos años. Y entonces, todo lo que supiera de aquellos señoritos de Poniente podrían usarlo en su contra.

El ruido de un relincho de caballo detuvo los pasos de Harald. Con la lluvia, la gente de la calle había desaparecido por completo, y eso hizo que aquel ruido inusual captase su atención. Estaba ya cerca de los almacenes del puerto, en una barriada bastante miserable, y aquel relincho dudaba que viniera de ningún establo, pues no sabía de establos entre aquellas casas. Y entonces, un fogonazo de luz cayó a una calle de donde estaba él.

El ruido ensordeció a Harald, y la luz lo dejó medio cegado. Pero un relámpago acababa de caer ahí, ahí mismo, a una calle. Aturdido, avanzó para ver los estragos del relámpago, y vio en medio de la calle un jinete sobre su caballo humeando. Sobre el agua, se acercó.

El jinete llevaba el brazo en alto, con la espada desenvainada, cuando murió. Con la fuerza del relámpago, su armadura de metal se había fundido e incrustado en la carne, y en la mano la espada había quedado igual por el pomo.

"Ha desenvainado... ¿Qué demonios hace un caballero desenvainando su espada en un sitio así con una tormenta de esta magnitud?"

Miró a su alrededor, pero no vio a nadie más.

Imagen Turno inicial. Puedes quedarte, decir si investigas (si lo haces, ya te digo que no encuentras nada raro, salvo lo que ya has visto, a menos que tengas alguna muy buena idea), o largarte para casa de tu "faena". Puedes describir tranquilamente la escena con tu "faena", pues no habrá sobresaltos ni nada que no pueda hacer contra tuyo. Este turno inicial es sobretodo para que muestres cómo es tu personaje, cómo piensa y cómo actúa ante diferentes situaciones.
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Hati el Sabado, 16 de Septiembre del 2005 a las 13:31

Mensaje por Rittmann »

Harald arrugó la nariz en cuanto le sobrevino el hedor de la carne abrasada al contacto con el acero galvanizado de la armadura. Aun olía peor en cuanto se acercó a observarlo más detenidamente. Se tapó la cara con la palma de la mano para reducir la cantidad de hediondez que emanaba del caballero. El salitre del mar y la lluvia comenzaba a llevarse la peste del ambiente.

Harald : Esto si que esta chamuscado y no los pollos de Bertha. ? Se mofó ante la perspectiva que se había forjado en su mente.

Pasó al lado del caballero e intentó descifrar alguna insignia o heráldica entre el amasijo que había dejado el rayo en él.

Harald : Espero que ese cabezahueca se entere de algo. ? Dijo Harald dejando atrás al caballero. El burdel donde asistía Burrent era una fuente inagotable de rumores y más de verdades. El suceso de esta noche no pasaría desapercibido y seria centro de tertulias entre puta y puta.

Tenía una cita particular con Hagwood Mayster y no quería llegar tarde. La noche no había hecho más que comenzar y tenía ganas de visitar las entrepiernas de Sabine y Liane. Sabine era de Dorne, piel olivácea y suave, pelo negro como el carbón que caía en tirabuzones sobre su rostro. Las caricias que ofrecía eran tan sensuales como su movimiento, zigzagueante como el de una serpiente, se contorsionaba y retorcía en múltiples orgasmos cuando la penetraba con rudeza. Liane, era rubia, y siempre jugaba a ser una leona, una leona Lannister. Se atusaba el pelo para que simulara la crin del felino, se creía de la nobleza y realeza de Lannisport. Ardiente y salvaje, arañaba la espalda de Harald y le mordía los pezones cual animal. Jugaba a ser una leona y no era más que una puta. A Harald le hacía gracia la caracterización de Liane, pero ardía en deseos de poseer a una Lannister y arrancarle su rugido de placer.

No tardó demasiado en localizar el yunque colgado sobre la puerta, que pendía inerte sin moverse. Pesaba demasiado para que el viento lo meciera y Harald lo observó largamente. Era una cantidad de hierro desaprovechada, pensó en las armas que se podría fabricar con ese yunque, tanto trabajándolo como fundiéndolo.

Al aproximarse a la puerta sintió voces en el interior, provenían de un tono aflautelado, de mujer. La pecosa y pelirroja hija, supuso el hijo del hierro.

Hija : Buenas noches, padre.

Hagwood : Buenas noches.

Harald dejo escapar una sonrisa y esperó pacientemente en cuclillas a la intemperie, a que la hija quedase profundamente dormida y el sonido que estaba produciendo Hagwood en el interior mitigase, síntoma de que ya estaba dispuesto a cesar su actividad por hoy.

Harald se enderezó, se aproximó a la puerta y llamó golpeándola con los nudillos.

Hagwood : Quien será a estas horas? Un momento. - La puerta se entreabrió hacia dentro y un haz de luz apareció por el resquicio abierto, tras él apareció el herrero. ? Quien es? Que quieres?

Harald : Hagwood Mayster? ? El herrero afirmó con su silencio. ? Tenemos un asunto que tratar.

Hagwood : Pásate mañana a la salida del sol. Ahora no atiendo a clientes.

Hagwood cerró la puerta y se detuvo a medio camino. Harald tenía puesta la mano en el marco de la puerta impidiendo que se acabase de cerrar a riesgo de macharse los dedos. Sabía que el herrero no daría un portazo.

Harald : No soy un cliente. ? Pronunció con seriedad.

Hagwood escuchó el tono de voz y un miedo se apoderó de él. Harald agarró el linde de la puerta y ejerció presión hacia el interior. El herrero no soportó mucho la fuerza con la que Harald irrumpió. Salió precipitado hacia atrás y tropezó con una silla, cayendo al suelo, un hilillo de sangre comenzó a brotar por la sien.
Harald volvió la vista al techo, hacia donde se encontraban los dormitorios y agudizó el oído para determinar si la hija había despertado. La quietud le confirmó que a pesar del ruido no tendría ningún problema. Hagwood se estaba poniendo en pie, Harald lo asió por la mano y le obligó a sentarse en la silla, al lado de la mesa.

Harald apretaba con fuerza la mano diestra del herrero, sabía que las manos para uno de la profesión de Hagwood significaba una gran diferencia. Lesionársela podría provocar la ruina de Hagwood. La falta de riego comenzó a hacer efecto y la mano se tornaba blanquecina. Hagwood se retorcía de dolor y abría la poca para proferir la angustia que sentía.

Harald : Si gritas te cortare la lengua. Entiendes? ? Amenazó. Hagwood asintió y la tenaza del agarre mitigó.

Hagwood se masajeó la mano, posteriormente se tocó la frente y sintió el tacto de la sangre. Se pasó un trapo húmedo por la herida para detener la hemorragia. Harald se hecho hacia delante en su asiento y clavó sus fríos ojos en Hagwood.

Harald : Presta atención Mayster. Tienes una semana para pagar las deudas que tienes pendientes. Si no, volverás a verme y te aseguro que no te gustará. Cogeré ese yunque que tienes expuesto y lo cambiaré por tu cuerpo descuartizado. Será un letrero mucho más lustroso. Y a tu hija, esa maldita pecosa, le engendraré un bastardo y la venderé a un prostíbulo donde sea el juguete de todos los que quieran un rato de diversión.

Hagwood no dijo nada, bajó los ojos para evitar mirar la frialdad que transmitía el Hijo del Hierro.

Hagwood : No hagas daño a mi hija, haré lo que sea necesario. ? suplicó el Herrero.

Una puerta se abrió y el ruido de pisadas llegaba desde el piso de arriba.

Hija : Padre. Como es que aun esta aquí abajo?

Hagwood dio un respingo cuando vio como Harald deslizaba su mano hacia la empuñadura de un arma. El Hijo de Hierro arqueó una ceja en dirección a Hagwood, dándole a entender que si hablaba más de la cuenta, adelantaría a ese mismo momento la amenaza.

Harald : Tú debes ser la hija de Hagwood, verdad? ? Comentó Harald ? Eres muy guapa, te lo tenías callado, eh? ? golpeó el hombro con el puño en un tono desenfadado. - Perdona chiquilla, pero tenía una oferta que hacerle a tu padre. Espero que no te sepa mal. Puede significarle un cambio ?sustancial? en su vida ? Dirigió una sonrisa burlona al herrero.

Hija : Eso es magnifico, Padre. ? La niña se abalanzó sobre el cuello de su progenitor, llena de felicidad ante la noticia.

Hagwood : Sí, lo es. ? Susurró y vio como Harald se ponía en pie dispuesto a marcharse.

Hija : No se queda, señor? Está lloviendo a mares allí afuera. Los truenos me han despertado.

Harald : No creo que sea buena idea, chiquilla. ? Se volvió hacia Hagwood ? Espero tener noticias tuyas en esta semana, Hagwood. Que paséis una buena noche.

Hija : Buenas noches.

Harald abrió la puerta y un relámpago lleno el cielo de luz durante un instante. La tormenta no había amainado, aunque tampoco le importó lo más mínimo.

Hija : Y esa sangre? Como se la ha hecho?

Hagwood : Me he tropezado con el gato.
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Rittmann el Viernes, 29 de Septiembre del 2005 a las 22:47

Mensaje por Rittmann »

Harald dio el último empujón en el vientre de Sabine, y la dhorniense se revolvió como una gata en celo jadeante ante los embistes del hijo del hierro. Harald salió de ella y se ladeó para dejarse caer sobre la cama mientras ella se quedaba a su lado unos segundos, inmóvil y con la respiración entrecortada por el esfuerzo. Luego, se sentó en la cama y cogió su batín para marcharse.

Sabine : Me has dejado hecha polvo, cariño... Creo que ya es tarde por esta noche.

Pero Harald se incorporó, y con la mano hizo una señal a la prostituta de piel broncínea para que regresase a la cama. Ella negó con la cabeza, y Harald sacó entonces una de las dos monedas que Enyo le había dado. El brillo del oro Lannister hizo que el cansancio de Sabine desapareciese deprisa, y con gesto insinuante regresó a la cama.

Una hora más tarde, Sabine dormía profundamente a causa del cansancio. Harald no estaba muy fresco, pero era el merecido premio que para un hijo del hierro que sabía hacer su trabajo. Salió del dormitorio, recogió sus cosas en la entrada y pagó por los servicios de Sabine. Aún le habían sobrado algunas monedas de plata.

Pasaba de la medianoche, y la luna empezaba a asomar entre los restos de la tempestad. Tras dar cuatro pasos, el estómago de Harald rugió pidiendo la cena, y el hijo del hierro se dio cuenta que en su calentón se había olvidado de cenar. Miró la plata que le había sobrado del burdel, y pensó que Bertha aceptaría asarle un pollo a esas horas por una de esas moneditas tan brillantes.

Mientras paseaba por las calles de la zona portuaria de Lannisport, Harald recordó al extraño caballero muerto que había hallado antes. Recordó el blasón, una calavera amarilla sobre negro con los labios pintados de carmesí, una extravagancia que ya vio años atrás al conocer a un caballero de nombre Edric Lonmouth. Vasallos de los Baratheon de Bastión de Tormentas, alguien de muy lejos sin duda. Recordó los ojos del muerto, fríos y muertos, mirándole con la desesperación del cadáver mientras lo examinaba. Cuando vio al tuerto de Burrent en el burdel, le dijo que se enterase de cualquier cosa que pudiese de un Lonmouth en Lannisport. Como siempre, Cabezahueca no sabía nada, pero aseguró que indagaría.

Continúa en el Capítulo 1 - Extraños
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