Prólogo (Freda) - Irrechazable

Una vieja maldición acecha a un grupo de viajeros sin relación aparente entre sí. Y empieza una frenética búsqueda por Poniente de la verdad...
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Prólogo (Freda) - Irrechazable

Mensaje por Rittmann »

Querida Frideswide,

aunque probablemente no me conozcas, tu reputación ha llegado hasta mis oidos. Soy la dama Elia, de la casa Lannister, prima del reputado lord Tywin Lannister, y he sabido de ti a través de un amigo común: Arvyn Hewitt.

En efecto, tu amigo el mercader viaja mucho por las tierras de Poniente, y me ha acostumbrado a la exquisita calidad de sus pieles. Hace poco, decidí invitarle a cenar tras el éxito que tuvo uno de sus abrigos de piel de marta en una fiesta que celebramos en Roca Casterly.

Durante la cena, mencionó que sus excelentes mercancías salen casi íntegramente de un pequeño taller de Bastión de las Tormentas... Que precisamente he oido que regentas tú. He podido comprobar durante estos dos últimos años la destreza y la mejora con la que te manejas con los tejidos, y dado que tengo muchas conocidas entre la nobleza de los Siete Reinos, me agradaría mucho que trabajases para mi.

Por supuesto que eso supondría el tener que dejar tu taller de Bastión de las Tormentas, pero estoy seguro que el clima de Lannisport será de tu agrado comparado con la fuerza del viento de la costa este de Poniente. Si aceptas trabajar para la casa Lannister, estoy más que dispuesta a poner a tu disposición lo necesario para que puedas montar tu propio taller, y mover los hilos necesarios para que no falte quien compre tus excelentes vestidos. También puedo encargarme de buscarte un alojamiento adecuado a tu nuevo estátus de mi modista personal.

Junto a esta carta, el enviado que te la trae porta oro suficiente para que puedas comprar un carro con el que preparar tu traslado, y los gastos del viaje. Como ves, soy una persona generosa, y los Lannister sabemos apreciar el talento cuando lo tenemos delante.

Espero tu pronta llegada.

Elia Lannister
Oye mi rugido


Freda no acababa de creer las palabras de aquel hombre que acababa de llamar a su puerta. Su jubón de cuero con los colores escarlata de los Lannister no dejaba lugar a dudas de su procedencia, y cuando tras leer la carta en voz alta sacó una pequeña bolsa de cuero de la que salió el brillo inconfundible de tres monedas de oro, ya fue el acabose. El mensajero entregó la carta a una Freda que todavía estaba con los oidos perplejos por lo que acababa de oir, y cuando la bolsa le fue entregada en su mano temblorosa, fue como si estuviera en un sueño bizarro. Ni cuenta se dio cuando el mensajero se despidió de ella y volvió a montar el palafrén de color marrón parduzco con el que había llegado.

Cuando llegó a la cocina, Leon la miraba con cara confundida. ¿Tanto se notaba el pasmo en su rostro? Definitivamente, sí.

Leon : ¿Freda? ¿Qué sucede? ¿Qué es esa carta que llevas en la mano?

Pero Freda avanzó hacia la mesa, se sentó a ella, y sin dudarlo cogió la jarra de vino de la inminente cena y se llenó el vaso con ella, tragando de un trago el líquido rojo... no, carmesí. Carmesí Lannister.

Entonces Freda empezó a repasar mentalmente todo lo que su vida podía cambiar por aquello. Soñar no un poquito, sino soñar de veras. Era mareante, sólo la idea le causaba mareos. Pensó en Varyo, el marino mercante al que de vez en cuando vendía sus pieles y sus vestidos. Pensó en cómo se sentiría el pobre Joss si se iba de Bastión de las Tormentas. Al fin y al cabo, la mayoría de sus pieles le llegaban del huraño cazador del Bosque Real, y a la vez ella era su principal fuente de ingresos.

Y sobretodo pensó en Arvyn. El mercader viajaba por todo Poniente, y siempre era un consuelo verle llegar puntual cada seis meses a reabastecerse de pieles en su taller, de las pieles que Frida curtía con mimo y cosía con cariño y delicadeza.

A Leon no le gustaba Arvyn. La última vez que había pasado por el taller, había propuesto a Freda que se casase con él, aún a sabiendas que Leon estaba con ella. El hombre pasaba de los cuarenta años, y había enviudado algunos años atrás. Siempre había tratado bien a Freda cuando pasaba por el taller, antes que ella se hiciese cargo del mismo, pero aquella propuesta fue toda una conmoción para ella, y en ese momento recordó el miedo que había sentido al rechazarlo que con ello él no le comprase las pieles prometidas, y de repente se quedase con mucha mercancía varada en el almacén y sin comprador. Por suerte, la noche que declinó su ofrecimiento, Arvyn se limitó a asentir con ojos tristes, y pasó a hablar de negocios.

Temió esa noche no volver a verlo. No porque le hubiese pedido en matrimonio, había dejado de considerarlo bien. Sólo que... Pensar en aquello la seguía violentando, y saber que Leon había digerido mal aquella idea la violentaba más. Por eso no quería pensar en aquello.

Y ahora... Ahora le llegaba una oportunidad como jamás había soñado. Y le había llegado a través de él...

Leon : ¿Freda? ¡Freda! - la cara de Leon era de preocupación. Entonces Freda se dio cuenta que estaba completamente absorta en sí misma, y regresó a la realidad -. Dime de una vez qué sucede, y por qué ese es el tercer vaso de vino que te bebes...
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Morag el Domingo, 10 de Septiembre del 2005 a las 17:42

Mensaje por Rittmann »

Parpadeó, tratando de desenganchar la vista del vacío. Aún sostenía el vaso en la mano derecha, y estaba tan nerviosa que el pulso le temblabla. Dejó la carta en la mesa, la miró, miró a León y volvió a mirar la carta. Su mente divagaba, trataba de formar una frase coherente pero enseguida un montón de imágenes acudían a ella, enredándosele en la lengua.
Parpadeó de nuevo y miró a León, que tenía la vista fija en ella, con los ojos abiertos como platos.

León: Fre..- iba a volver a insistir, pero Freda consiguió reunir la suficiente consciencia para hablar con coherencia.

Freda: Elia Lannister me ha ofrecido ser su modista personal.- Su voz le sonó distinta, ajena a ella. Parpadeó. León seguía mirándola como si no entendiera de que le estaba hablando- Dice que me conseguirá clientes entre los nobles de Lannisport, y que podré montar un nuevo taller.
Guardaron silencio, Freda sintiéndo que ni diciéndolo en voz alta acababa de creerselo, y León... bueno, León como si no hubiese entendido nada en absoluto, pero ella acababa de encontrar un vial en su mente para poder hablar. Respiró hondo y le contó lo que había dicho el mensajero, lentamente, tratando de acabar de creérselo ella también, y cuano León preguntó como podía estar segura de que no se trataba de un engaño, Freda dejó en la mesa las tres monedas de oro. León no volvió a preguntar nada y guardó silencio mientras ella le hablaba de la carta, del mensajero que la había traído, y poco a poco, de lo que significaba un cambio así. Gesticulaba con las manos, y los ojos le brillaban, tal vez por el vino, tal vez por la emoción. Freda habló de proyectos, de nuevas ideas, de negocios, del viaje... Él escuchó silencioso, hasta que ella hubo terminado de hablar, con las mejillas encendidas.

Freda había vuelto a quedarse absorta en quien sabe qué cavilaciones, y León tardo un instante en asimilar todo, de entender lo que significaba, y al fin, en volver a hablar.
León: Lannisport...-parecía que tampoco miraba a nada concreto, como si tuviera la vista clavada en un mapa imaginario, recorriendo los caminos de Poniente.- Eso.. eso está muy lejos...
Freda parpadeó y el mundo pareció venírsele encima. Le miró, allí sentado, con la mirada grave, los brazos grandes como toneles cruzados sobre el pecho, los rizos castaños cayéndole sobre la cara. Sintió como el peso del lazo que les unía tiraba de ella para volver a ponerle los pies en el suelo.

Freda: Lannisport es grande, y seguro que hay herrerías allí, seguro. Piensa en todo lo que podremos hacer, juntos. Mira el oro, León, mira el sello de la carta: se acabaron nuestros problemas.-le dijo, pero él la miró como si no la hubiera oído. Freda se levantó del asiento, el brillo de los ojos reemplazado por un amago de tristeza, y se arrodilló frente a él y le tomó las manos, mirándole fanáticamente a los ojos.-Esa mujer me promete clientes, me promete dinero, y ya sabes lo que se dice de los Lannister...- León apartó la mirada- ¡León!¡Lannisport es lo que estábamos esperando! Podrás tener incluso tu propia herrería ¿No te das cuenta?- pero él no la miraba.

León: Ella solo habla de tí en esa carta, no sabe que yo existo.- dijo, y Freda sabía que era verdad, pero se puso en pie y se acercó a él tanto que sus labios casi se rozaban, le sujetó el rostro con ambas manos, suavemente, y le miró a los ojos.

Freda: No me voy a ir sin tí, León. Aunque los Lannister me ofrezcan todo el oro de los Siete Reinos, no me marcharé si no vienes conmigo.
León la miró.

León: No digas tonterías, Frideswide. -dijo- Necesitas ese dinero, te lo mereces. Es la oportunidad de tu vida...

Freda se puso en pie, indignada.
Freda: ¡Denuestra vida , León!- exclamó, gesticulando vehementemente con los brazos- ¡Hace nueve años que no nos separamos! La senda de mi vida discurre junto a la tuya ¿Lo has olvidado?¿No te das cuenta de que no quiero un futuro si no es contigo?- hablaba con sinceridad, pero realmente sabía que no podía rechazar aquella oferta, aunque él no quisiera acompañarla, aunque le rompiera el corazón. Y León lo sabía.

El hijo del herrero se puso en pie lentamente y Freda le miró con terror cuando se dirigió a la puerta ¿La estaba abandonando?

León: Creo que necesitas pensar esto fríamente, Freda.-dijo él, triste pero con resolución- Estás hablando de romper con todo, de marcharte muy lejos. Yo...- Freda le miraba, los ojos implorantes, llenos de ruegos- creo que dormiré en casa de mi padre esta noche, necesitas estar sola para pensar. Te veré mañana.- Freda corrió hacia él y le tomó la mano, suplicante. Él sonrió con tristeza y le besó la frente con suavidad.- Te quiero.
Y zafándose de su mano, se marchó.

En los días que siguieron, Freda continuó con su trabajo en el taller de redes y en la curtiduría, y León siguió repartiendo su tiempo entre la herrería de su padre y cuidar de Aignes Woton mientras Freda trabajaba. No mencionó el asunto de Lannisport en ningún momento, y Freda lo miraba con tristeza pero no insistió, sino que se dedicó a planificar su partida, tratando de no dejar ningún cabo suelto: consiguió para el viejo Niggle un muchacho de corta edad con dedos rápidos y ágiles que le ayudara a tejer las redes y que cuidara de él, pues era ya muy anciano.
El que más le preocupaba era, sin embargo, Joss, el cazador que la proveía de pieles de gran calidad para curtir y tintar.
Si se marchaba a Lannisport, perdería su mayor fuente de ingresos, y ella perdería un buen proveedor y un amigo al que apreciaba, de modo que planificó también la manera de poder seguir comprándole sus pieles incluso desde la lejana ciudad.
Entregaría el dinero a Arvyn para que comprara todas las pieles de Josh cada vez que pasara por Bastión de Tormentas, y que las llevara hasta Lannisport para ella, puesto que la ciudad de los Lannister estaba incluida en la ruta de sus caravanas. Por supuesto, aquello no sería como lo que habían tenido hasta entonces, pues ella debería esperar seis meses para obtener las pieles, y él otros seis para que se las compraran. Sin embargo, le parecía que era lo que tenía que hacer. Tal vez más adelante ambos se dieran cuenta de que era inviable, pero debía intentarlo al menos, no podía dejar a Joss en la estacada.
En cuanto a Varyo, podía jugarse la mano a que su barco hacía escala en Lannisport cada cierto tiempo, siendo un puerto mucho más rico que Bastión de Tormentas. Hablaría con él, trataría de mantener el trato, tan solo cambiando el lugar de recogida del material.
Y su madre... bueno, pensaba llevarla con ella, por supuesto. No podía dejarla en Bastión de Tormentas ni cargar a nadie con su cuidado. La llevaría a Lannisport y allí cuidaría de ella mucho mejor de lo que había podido hacerlo aquí.
Lo preparó todo, ató todos los cabos sueltos, pulió todos los detalles, compró un carro como había dicho Elia Lannister, con el oro que le había dado, y dejó algo de dinero sobrante para Joss y el viejo Niggle.
La mañana que se marchaba, con Aignes lista subida en el pescante del carro, llovía a cántaros. Freda, sin importarle la lluvia, comprobaba aquí y allá que todo estaba bien sujeto, que las ruedas estaban en buen estado y que los caballos de tiro tenían agua y comida en los morrales. Se habían reunido para verla partir algunos conocidos, entre ellos, por supuesto, el viejo Niggle, el antiguo dueño de la curtiduría y Joss el cazador, así como León Blacksmith padre, que llegó para decirle que su hijo no tardaría demasiado, pero que se había demorado con un encargo que no podía dejar a medias en la forja. Freda sintió que algo en su corazón se rompería para siempre si se separaba de él, de modo que, de pronto, si decir nada a nadie, dejó a los que habían ido a despedirla, y se lanzó corriendo a las callejas de Bastión de Tormentas.

León estaba trabajando en la herrería, con el delantal de piel, maza en mano. El fuego en la fragua le arrancaba destellos de oro a los rizos castaños que le caían sobre el rostro, y la piel le resplandecía, cubierta de sudor. El calor en la herrería siempre era asfixiante, pero después de tantos años como aprendiz de su padre, había llegado a gustarle. Fuera, la tormenta había crecido y el agua que caía formaba una densa cortina delante de las puertas y ventanas. Aquí y allá la gente corría cubriéndose la cabeza con capelinas, o maderos, buscando el refugio de alguna casa. Podía oír el eco de los truenos y de las rocas rompiendo contra los muros del puerto por encima del violento chasquido de la maza contra el metal, y aquello le traía sosiego: le gustaban las tormentas. Las siluetas de la gente pasaban corriendo entre la densa lluvia, delante de su puerta, y León se apresuró en terminar la pieza: sabía que Freda no se iría sin despedirse de él, pero no quería demorarla. Resollando como un buey, golpeó el metal con la pesada maza, con tanta fuerza que las chispas lo llenaban todo.

Clank, clank clank, clank.

El golpe poderoso llenó sus oídos y los destellos del metal cegaron su vista, y tardó aún unos instantes en darse cuenta de que alguien se había detenido en la puerta de la herrería. Dejó la maza en el suelo y se volvió, secando el sudor de su frente con un brazo. La oscuridad del interior, en contraste con la claridad de fuera, hacía que le costara reconocer al recién llegado, pero no necesitaba mucho para reconocer las piernas delgadas y el cuerpo espigado, y la larga y pesada trenza que le colgaba sobre un hombro.
Frente a él, Freda tenía las mejillas encendidas y estaba empapada. Se apoyaba en el marco de la puerta, tratando de recuperar la respiración, y le flojeaban las rodillas. León se dió cuenta de que había llegado corriendo, a través de las calles abarrotadas de Bastión de Tormentas.

León: ¡Freda!- exclamó dando un paso hacia ella- ¡Pensaba ir enseguida! ¡No iba a dejar que te fueras sin decirte adiós!

Pero Freda parecía concentrada en recuperar la respiración, y se había llevado una mano al pecho, tratando de calmar los latidos de su corazón. Le brillaban los ojos y algunos mechones de cabello oscuro se habían desprendido de la trenza para caerle sobre el rostro.

Freda: Cásate conmigo.-resolló al fin, como si se hubiera dado por vencida en recuperar la respiración. León abrió mucho los ojos ¿Había oído mal?- Cásate conmigo, León. - No, no había oído mal, lo había dicho, y la segunda vez, su voz sonaba más firme.- No podrán separarnos si somos marido y mujer.

Un gesto de absoluto asombro se dibujó en el rostro del herrero, y su boca se abrió sin saber si era para hablar, quedar abierta o sonreir. Freda, al ver que no respondía, se acercó rápidamente a él y le cogió las manos.

Freda: Tu senda y la mía discurren juntas ¿Recuerdas?-dijo, la voz cargada de ansiedad y los ojos llenos de ruegos- Yo... hace dos años que tuve mi primera sangre, y puedo darte hijos, hijos fuertes y sanos.- León apartó la mirada de sus ojos fanáticos, incapaz de creer lo que estaba oyendo, pero Freda tomó sus manos y las llevó a sus caderas en un gesto frenético. León trató de apartarlas, no quería tocarla, estaba sintiendo el deseo crecer en él y no quería ceder si ella tenía que marcharse, pero Freda no le dejó apartarlas, y obligó a las manos tan grandes como su cabeza a rodear las caderas.- Ya sé que no son muy anchas, y que parezco enclenque y débil, pero te juro que te daré hijos, León. Cásate conmigo... por favor...

Tan pronto como ella soltó sus manos, León las apartó de sus caderas y tan pronto como lo hizo se arrepintió, al ver el gesto descompuesto que se dibujaba en el rostro de Freda, un gesto que no quería volver a ver en su vida: en sus ojos había sorpresa, sorpresa y miedo, y toda ella había empezado a temblar. Cuando habló, su voz ya no era firme, sino que se había convertido en un gimoteo.

Freda: ¿Ya no me quieres tocar?- gimió, temiendo la respuesta. Y él apartó la vista, como había temido.- Ya no me amas...- sollozó- Yo... lo he hecho todo mal...

No pudo seguir hablando, puesto que un sollozo le había ahogado la voz. Nunca había llorado antes. Nunca, desde que era una niña pequeña. Y como cuando era pequeña y tenía frío, se encogió en sí misma, hundiendo la cabeza entre los hombros, apretando una mano dentro de la otra, y temblando, y caminó los pasos que la separaban de León para refugiarse en el amplio pecho, como había hecho tantas veces. León trató de aguantar, trató de no consolarla, de no tocarla, pero cuando sintió contra él los violentos temblores que le sobrevenían, y la humedad de su cabello y sus ropas, decidió que ya no quería aguantar. Dejó que sus brazos la rodearan con firmeza y la estrecharan contra sí, y en cuanto lo hizo, sintió que aquel era el camino, y sintió las lágrimas cálidas de Freda en su pecho: seguía temblando y sollozaba, pero también ella había extendido los brazos para rodearle.

Lo que ambos sentían en aquel momento era demasiado intenso para permitirles hablar, y quedaron así, abrazados cerca del fuego, en el refugio de la herrería, mientras los truenos y las olas retumbaban en el exterior. Cuanto tiempo pasaron así, nadie lo sabe, pero al fin él se permitió acariciarle el cabello empapado y ella alzó la vista para mirarle.

León: Todavía no me creo que te me hayas intentado vender como una mula.- trató de bromear León, y Freda sonrió, pero aún había una pregunta en su mirada- Iré contigo, Frideswide Tormenta. No puedo dejar que una muchacha enclenque se lance a los caminos de los Siete Reinos sin una escolta.- ella alzó una ceja, como reprendiéndole de acusarla de no saber defenderse por sí misma, pero no dijo nada y él rompió a reir y ella apoyó de nuevo la cabeza contra él, para sentir como cada carcajada sacudía el poderoso pecho.
León: Eres tan, tan cabezota...- dijo él con cariño, para luego sujetarla por los hombros, como solía hacer, y separarla de sí mismo para verla mejor. El habitual gesto de preocupación se reflejó en sus ojos- Estás empapada, Freda, deberías quitarte esas ropas y secarte junto al fuego mientras yo voy a avisar a todos. No podemos marcharnos con esta lluvia.
Ella le miró y asintió.

León: Esperaremos a que aclare, un día o dos.- continuó él, soltándola para ir a buscar una manta con la que envolverla. Cuando la tuvo, la tomó de la mano y la llevó hasta el fuego y le tendió la manta.- Quitate esa ropa y tapate con la manta mientras se seca, tienes que entrar en calor. Yo no tardaré mucho.- depositó un beso en su frente y se dirigió a la puerta.

Cuando ya había salido, se volvió y vio que Freda había comenzado a desvestirse. Sintió una punzada en el pecho y sonrió.

León: Eh, Freda...- la llamó, y ella se volvió, cubriendose con la manta.- No me he olvidado, ya hablaremos más adelante de esa oferta tuya.- le guiñó un ojo y Freda sonrió ampliamente. Sin decir nada más, León se lanzó a las calles.

Dos días después, había aclarado y todo estaba listo para marcharse. León había conseguido un nuevo aprendiz para su padre y partía con el beneplácito familiar y la bendición paterna, y para cuando fueron a marcharse, acudió a despedirles mucha mas gente que el día de tormenta. León decidió llevar con él su maza, por si hiciera falta, y trás despedirse de todos, se hicieron a los caminos en pos de Lannisport.

El viaje había comenzado.
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Rittmann el Viernes, 29 de Septiembre del 2005 a las 21:43

Mensaje por Rittmann »

Freda miró nerviosa a León, que estaba junto a ella ayudando a la madre de Freda a tenerse en pie. Elia Lannister estaba de pie hablando con la sirvienta, y por su aspecto parecía molesta con lo que fuese que le estaba diciendo. Al final, Elia Lannister sacudió de lado a lado la cabeza y despidió a la sirvienta, que regresó hacia las cocinas.

Elia : Disculpadme, por favor - les dijo Elia atendiéndoles -. Hoy está siendo un día bastante extraño. Vayamos al salón, allí podreis calentaros con el hogar. Esta lluvia debe haberos dejado completamente calados, y más a ella - dijo, señalando a la madre de Freda.

Elia Lannister era sólo Lannister por apellido. Realmente, la delataba su rizada melena oscura. Había adoptado su apellido de su marido cuando se desposó, y al contrario que en muchas damas nobles el apellido de su propia familia ya no se asociaba a su nombre. Freda había oido por el camino rumores que Elia provenía de una casa menor vasalla de los Lannister, y que había seducido a lord Belger Lannister, primo de lord Tywin, quedándose encinta de éste y montando suficiente escándalo para que la boda quedase sellada. Aquello la convertía en prima de lord Tywin, por supuesto, pero no de la manera que daba a entender la carta.

Elia estaba ya entrada en años. Su cuerpo ya no era el de una jovencita, y sus caderas se habían ensanchado dando a su marido sus tres hijos. En el salón conocieron a la pequeña Arianne, aunque de pequeña ya tenía poco. Fruncía el ceño con una mirada gélida, y sus ojitos verdes de niña de diez o doce años escrutaron a Freda y a Leon de una manera que a Freda se le antojó inquietante. Vestía un sencillo pero elegante vestido verde esmeralda, a juego con sus ojos, y el cabello castaño de la niña estaba tan rizado como el de su madre. Un día sería hermosa.

Su hermana mayor estaba sentada cerca de la chimenea. Elia la presentó como Joanna, y a pesar que los rizos castaños y el vestido verde la hacían tan similar en aspecto a su hermana pequeña, su mirada era mucho más alegre y jovial. Tímida les dio la bienvenida, sin levantarse.

Elia : Os habría presentado a mi hijo, pero ha salido con esta lluvia y nadie sabe dónde está. Pero por favor, sentaos en una de las sillas.

Freda y León aceptaron la cortesía, y se pusieron junto al hogar encendido para recuperarse un poco del frío pasado en el carro con la lluvia. Leon ayudó a Aignes a sentarse, y la tapó con una mantelina seca. La jornada de ese día había sido agotadora, y se habían pasado una buena parte del camino dentro de la propia Lannisport apretados los unos contra los otros.

Pero ya sentados y entrando en calor, Freda empezó a darse cuenta de la diferencia entre los Lannister y ellos. El salón era una sala donde podrían estar cenando tranquilamente una treintena de personas, y estaba en la primera planta del pequeño alcázar de lord Belger que dominaba la zona del puerto. Aparte de la mesa, donde las criadas empezaban a poner platos para la cena, había dos mesas más pequeñas donde sentarse alrededor del fuego y conversar. A Freda y a León, mojados como estaban, no les dejaron sentarse en las butacas de terciopleo escarlata, sino en pequeñas sillas de madera, pero así podían sentarse más cerca del calor del hogar.

Aignes se acercó a su hija, y le susurró al oido. Freda se dirigió a una de las sirvientas.

Freda : Dice mi madre que a ella no le pongais plato en la mesa. Prefiere comer aquí, al lado del fuego. Si nos haceis el favor...

Elia Lannister asintió, y la sirvienta quitó uno de los platos y lo acercó a Aignes Wotton. Ella lo aferró entre sus nudosos dedos.

Elia : Bien... Si no os importa, me gustaría explicaros la idea que tengo en mente para vosotros. No sabía que vendrías acompañada, Freda, de modo que tendré que improvisar alojamiento para los tres en las habitaciones del alcázar. Había pensado para ti una pequeña casa cerca de donde quiero montar el taller de curtido y confección, pero se me antoja demasiado pequeña para una pareja como vosotros, y además con tu madre...

Elia arrugó la nariz del mismo modo en que la había arrugado cuando ella se lo había presentado."Y este es Leon, mi prometido" - le había dicho, y Elia se había sorprendido verdaderamente, y en apariencia no para bien. En cambio, aquello no se había repetido con la madre de Freda.

La puerta del salón se abrió, y un joven poco más mayor que Leon con la capa completamente chorreante entró con paso decidido en el salón. Elia lo miró, y nuevamente arrugó la nariz.

Elia : Enyo, ¿cuántas veces te he dicho que no quiero que entres con la capa mojada en el salón? ¡Mira cómo lo estás dejando todo! ¡Perdido de agua y barro!

Enyo : Pero madre...

Elia : Ni peros ni nada. Ahora mismo vas a subir a cambiarte, a secarte, y a llamar a una criada para que limpie todo esto.

Y es que realmente el primogénito de Elia Lannister acababa de poner perdidas las baldosas del suelo. Freda se dio cuenta entonces que nunca había visto baldosas de márbol fuera de un sept, y el pensar en ello sólo la hizo ver más y más diferencias entre su vida y la que vivían aquellos Lannister.

A regañadientes Enyo subió a cambiarse, y Elia invitó a Freda y a Leon a seguir la conversación con la cena caliente. El calor del fuego estaba acabando de secarles las ropas, y la idea de una comida caliente les pareció particularmente buena. Para cuando Enyo bajó, en la mesa ya servían varias aves: había pollo, había perdiz a la vinagreta - que cogió Enzo sólo verla -, y varios picantones y codornices. A la cena no acudió lord Berger, aunque sí la niñera de Arianne. Elia la presentó como Shana, y tras un saludo discreto se puso a un margen y cogió las alas del pollo. Arianne se sirvió los muslos, y Leon cogió las pechugas. El resto de mujeres comieron aves pequeñas.

Freda : Disculpe mi atrevimiento, lady Elia... ¿Su marido no cenará con nosotros esta noche? - preguntó Freda al ver que la cena estaba servida y los comensales empezaban sin el señor del alcázar.

Elia : Me temo que no. Mi marido está en sus habitaciones. Un ataque de gota. Caminar le cuesta horrores, y desde hace dos semanas que no sale de la cama.

Freda asintió, y probó su codorniz. La pequeña ave estaba hecha a la brasa con ajillo y perejil, y sabía deliciosa, y pensó que debería hacer migas con la cocinera de lady Elia.

Enyo comía de manera descuidada y ruidosa, chupándose los dedos con fruición. Con pan, remojaba la vinagreta.

Enyo : ¿Has oido lo de Harmond, madre? - mencionó jocoso mientras acababa de apurar la carne de uno de los muslos.

Elia asintió mirando a su hijo con desdén.

Arianne : ¿Qué le pasa a ese cabeza hueca de Harmond?

Enyo : Pues que le ha retado un pueblerino a un duelo, y piensa destrozarlo. Resulta que anoche volvió a Lannisport tras muchos meses fuera y se encontró a su "amada" abierta de piernas con Harmond encima. Y como Harmond es un Swyft de noble cuna, al pueblerino no le da por más que retarle a un duelo por el "honor" de su amada. Esta tarde cuando le vi, era el hazmerreir de todos los capitanes de la guardia.

Arianne sonrió de manera cínica, pero Elia no rio las palabras de su hijo. Ignorándolo, se dirigió a Freda.

Elia : Bien, como te iba diciendo, mi idea es que te establezcas aquí, en Lannisport. No entiendo de curtidorías, de modo que he preferido buscar un buen lugar donde puedas establecer la tuya, y a partir de aquí y mediante tus consejos la prepararíamos bien. Hecho esto, espero que en unos pocos meses puedas dedicarte a curtir tus primeras pieles en esta zona.

Freda : Os agradezco el esfuerzo hecho - asintió Freda -. Ciertamente, es lo mejor que...

Entonces, Freda se giró hacia Shana. La mujer parecía tener problemas para respirar. Cogió un vaso de agua, y trató de deglutir, pero lo que fuese se le resistía a entrar. Se estaba atragantando, y empezó a toser y a aspirar fuerte en busca de aire.

Freda : ¿Se encuentra mal? - le preguntó Freda preocupada.

León se levantó y le dio unas palmadas en la espalda, pero era en vano. Elia y sus hijas miraban cómo Shana se quedaba sin aliento, y Enyo parecía estar más preocupado por la perdiz a la vinagreta que por una niñera que se atragantaba.

La mujer, sin embargo, no lograba recuperar el aliento. Su mano se aferró con fuerza a la muñeca de Freda. Elia Lannister se levantó, su temple frío.

Elia : Enyo, ve a llamar al maestre. ¡Rápido!

Enyo miró a su madre con aire descontento.

Enyo : Pero madre, Shana sólo se ha atragantado. Déjala, ya se le pasará.

Pero la mano de Shana se cerró con más fuerza alrededor de la muñeca de Freda, y la mujer se tambaleó cayendo al suelo. Luchaba desesperadamente en busca de aire, y todos los esfuerzos primero de León y Freda, y enseguida de Elia y de Joanna fueron vanos. Los ojos grises de Shana buscaban desesperadamente los de Freda, como si le implorasen un poco de aire con el que aliviar aquella horrorosa asfixia.

Y en apenas unos segundos, Freda notó cómo la mano de Shana se aflojaba, y la niñera dejó de luchar por respirar. Un trueno de la tormenta resonó cercano, estremeciéndolos.

Una hora más tarde, se llevaban el cadáver de Shana. La mujer rondaba los sesenta años, y su grueso cuerpo arrugado tuvieron que llevarlo entre dos de los hombres de lord Belger. El maestre Admond, un hombre estilizado rondando la treintena, dijo que la pobre Shana se había atragantado con uno de los huesos del ala.

Arianne : Eso le pasa por comer siempre alas de pollo. Que se pudra.

Elia : ¡Arianne! - la recriminó su madre escandalizada -. ¿Cómo se te ocurre decir eso en un momento como este? ¡A tu cuarto, y ya hablaremos de esto, jovencita!

Arianne subió con aquella mirada glacial marcada en sus ojos escaleras arriba, hacia las habitaciones.

Elia : Perdonadla. Es pequeña, y no se llevaba muy bien con la niñera. Sin duda este horrible accidente la ha afectado, y lo expresa de este modo.

Freda pensó al oir aquellas palabras en la mirada desesperada que Shana le había dirigido en sus últimos instantes de vida. Sí, a ella también le había afectado. Y esa noche tendría pesadillas.

Admond : Iré a hablar con el septon. Creo que podremos enterrarla mañana mismo, por la tarde.

Elia Lannister asintió, y el maestre Admond se fue tras los pasos de los dos hombres que se habían llevado el cadáver.

Elia : Esta noche... Esta noche preferiría que nadie de la familia se quedase en el alcázar. Podemos guardar vuestro carro, si quereis. Hay una posada cerca de aquí, donde paran marinos del puerto, y que tiene camas limpias - Elia se sacó unas monedas de bronce -. Tomad, con esto pasareis bien la noche.

Leon cogió el dinero, y Freda se acercó a su madre. Nadie le había quitado aún el plato con los huesos de picantón que había sido su cena. De hecho, nadie se había fijado en ella en toda esa hora. Y ella, en su mundo, no se había enterado siquiera de lo sucedido, o al menos actuaba como si nada hubiese pasado. Freda se entristeció profundamente, y los tres se fueron hacia la posada.

Continúa en el Capítulo 1 - Extraños
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ist das Tun der Menschen das gleiche...

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