Capítulo 8-E: Ocaso

Es el amanecer de la Cuarta Edad. Y en la Tierra Media reina la paz... Pero aún quedan muchas cuentas pendientes. Incluyendo una de los Días Antiguos...
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Rittmann
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Alier-mim el Lunes, 1 de Abril del 2007 a las 11:02

Mensaje por Rittmann »

Erane dio un paso al frente tras las palabras de la elfa. Había ambiente de duda en el grupo, y su hermano no parecía tener intención de tomar la iniciativa.

- Bienamado consejo, Dorna
- Erane inclinó ligeramente la cabeza -estimamos la ayuda que nos ofrecéis en estos momentos tan difíciles, y nos gustaría ser de la misma utilidad al Imperio que ahora se tambalea.

Erane se aclaró la voz. Durante los días anteriores lo había visto todo muy claro: había que armar un ejército, y acudir en busca de venganza más allá de las fronteras del mismo. Sin embargo, enfrentada al Consejo la idea comenzaba a perder fuerza. Dorna ya había dejado claro que no dejaría que el Imperio se sumiese en el caos, y que tampoco le daría al príncipe verdadero poder, al menos de momento. Por otro lado, el consejo parecía encontrar prioritario sostener en pie lo que quedaba del Imperio, lo cual parecía lógico, pero no satisfaría la necesidad de defenderse.

- Los tiempos que corren son difíciles. Tras explorar las inmediaciones de Andorath, como ya sabéis, no encontramos más que ruina y destrucción. Hay muertos y heridos por todas partes, y los gases emanados de la tierra amenazan con consumir muchas más vidas. Estos problemas y otros han sido causa del actual caos. Y supongo que os preguntaréis lo que ha causado estos problemas, pues nadie os ha hablado aún de lo acontecido en el ritual que se celebró junto a la barrera, en el que tratamos de impedir que Ancalagorn nos terminase de encerrar para siempre.


Erane recuperó el aliento. Sabía que el consejo la observaba, y temía lo que pudiera pasar. Pero el plan estaba dispuesto igualmente.

- Lo que sucedió allí no lo comprendo realmente. Aunque mi hermano, el príncipe; y yo, participamos en el ritual, fue el elfo Aglaroth quién lo dirigió. Él ahora no se haya junto a nosotros, pues partió con otros tras la pista de Ancalagorn, y de algo peor. Un ser oscuro y tenebroso, llamado Durlach. Un Balrog.


Se oyeron algunas exclamaciones de asombro ante la afirmacion, y por un instante un murmullo invadió la sala. Pero pronto la emperatriz madre puso calma, dejando a Erane hablar de nuevo. La jovencísima princesa continuó.

- El Balrog también había participado en el ritual, al parecer. El elfo nos confesó haber pactado con él, pues al parecer el ser se hallaba igualmente encerrado, y le había convencido de que necesitaríamos su ayuda para parar al Gris.


Nuevamente, en la sala comenzaron a oirse murmullos, e incluso algún quejido molesto. Pero Erane alzó la voz, evitando que el asunto se le fuera de las manos.

- Puede parecer una imprudencia lo que hizo el elfo. ¡A todos nos lo pareció cuando nos lo dijo! Pero no debemos olvidar que Aglaroth es amigo, y siempre ha buscado ayudarnos. Y tampoco debemos olvidar que los Balrog son criaturas legendarias, de los tiempos de Morgoth, y que sus poderes van más allá de lo que un mortal pueda comprender. Sin duda el elfo se vio cegado por las oscuras artimañas de tan vil ser, y por la desesperación de no poder luchar contra el Gris, el maldito, que pretendía mantenernos para siempre encerrados tras la ya desaparecida barrera. Pues ciertamente la barrera ha desaparecido ya, si es que alguien lo dudaba, y tenemos con nosotros a su creador, Etherion, quién sin duda podrá dar explicaciones mejores de las que yo he podido dar hasta ahora. Y sin embargo, antes de dejarle hablar, me gustaría concluir con dos peticiones.


Erane tomó aliento. Era el momento crítico, y sabía que los ojos de todo el consejo se posaban sobre ella. Le costaba encontrar las palabras adecuadas, pero a pesar de todo, sabía que no había marcha atras.

- Lo primero que deseo solicitar es que se me permita acudir en busca de mi destino. El mismo Etherion me dijo que si el alma de Sauron seguía atrapada, se encontraría en la caverna de los dragones, contenida en una gran joya negra. Mi deseo es acudir en busca de la joya, junto con la dama Lóthiniel, quien se comprometió en ayudarme, o en solitario, si la cámara considera que el ofrecimiento de la dama de servir de emisaria es prioritario, y debe ser llevado a cabo antes.
Ahora que nuestro pueblo está expuesto, deseo llevar a cabo cuanto antes su liberación, para evitar que más almas queden expuestas a la destrucción en el vacío.
En cuanto a mi segunda petición, os pido, nobles consejeros, que me dejéis exponerme antes de mandarme callar, pues supongo que os parecerá descabellada. Nuestro pueblo se halla sumido en el caos: una fuerza externa ha derribado las barreras que nos permitían vivir en paz, y ahora son dos los seres oscuros que a nuestras espaldas conspiran por nuestra destrucción. Durlach y Ancalagorn, balrog y dragón. Ambos han abogado por nuestra ruina, a pesar de la aparente oposición entre sus intereses. Y no me cabe duda de que seguirán haciéndolo. Ancalagorn dispone de ejércitos muy al norte, y no cabe duda de que los alzará sobre nosotros, sabiendo como sabe que la barrera ha caído ahora. Nos teme, y siempre ha querido destruirnos: ahora, más que nunca, somos una amenaza para él, y no querrá esperar a que crucemos la barrera para comprobarlo.
En cuanto a Durlach, ignoro sus intereses. Quizá necesitase absorver todo el poder que cubría las cavernas para librarse de las cadenas, y no tenga nada en nuestra contra. Sin embargo, es para todos claro que esa criatura es oscura, como todos los balrogs, y que su poder es grande. Y dudo que se haya liberado para quedar ahora de brazos cruzados.


Erane hizo una última pausa. La sala estaba en tensión, y muchos debían de considerarla ya una insensata. Su juventud jugaba en su contra, y por momentos se preguntaba si no estaría realmente proponiendo una insensatez. Pero algo en su interior le decía que hacía lo correcto, aunque sonase drástico.

- Mi propuesta es a estas alturas evidente, supongo, para toda la cámara. Quiero pedir que se acuda a las armas, sí, incluso en estos momentos de caos. Y no sólo que no se descuide la defensa de nuestras fronteras, ahora tan vulnerables, sino que se emprendan verdaderas maniobras. Que se vigile al balrog, pues nos son desconocidas sus intenciones, y que se haga lo posible por mantenerle alejado de nuestras fronteras, para evitar que su sombra tiente a los nuestros.
Y que se prepare la guerra contra el Gris, quien sin duda pronto alzará sus armas. Y de ser necesario, que se abandonen nuestras fronteras con un ejército en su busca, y se le enfrente a la luz del día, a la vista de todos. Ahora que nuestro imperio se derrumba, muchos nos temerán, y muchos querrán destruirnos. Tal vez las mismas cavernas nos caigan encima, y tengamos que abandonarlas. Y si esto ha de suceder, sería bueno que hubiéramos destruido a nuestro actual enemigo, y hubiesemos infundido temor en quienes en un futuro pudiesen desear plantarnos cara, repudiarnos, o destruirnos. Eso es todo.


Y por un momento, la cámara quedó en silencio.
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Firu el Jueves, 4 de Abril del 2007 a las 20:34

Mensaje por Rittmann »

Ribon esperó pacientemente los minutos de silencio con los que se abrió la Cámara del Consejo. Dorna había tomado el control de la situación para beneficio de los príncipes que se hayaban sumidos en sus oscuros pensamientos. Ahora era cuando el Príncipe debía reafirmarse y presentarse como un futuro líder, pero su alegato no llegaba, ni había reacción alguna en su cara.

Conforme los minutos pasaban se hacían más asfixiantes, las miradas de la Cámara mas penetrantes e inquisitivas; y ahora ya no sólo se fijaban en los príncipes si no en todos nosotros, la variada y extraña corte con la que se había presentado el Heredero. La situación ya era bastante tensa cuando la curandera elfa se levantó para ofrecer su ayuda tal y como la dispusiese la Cámara. A sus primeras palabras todos los ojos se fijaron en ella, aunque cuando terminaron de nuevo se posaron en los príncipes esperando su respuesta.

Erane miró a su hermano que todavía no daba muestras de ir a hablar todavía, y armándose de valor se puso en pie para hablar. Su discurso fue enérgico, intentando motivar a la Cámara, pero a ojos de Ribon su estrategia era demasiado precipitada.

Ribon sopesó las palabras que se habían dicho y aguardó un instante, para ver si alguien iba a responder a las palabras de Erane. En esa sala era, en ese momento el único superviviente de Andorath, y por lo tanto el único que conservaba un destello del resplandor de su biblioteca y su sabiduría. Se veía en la obligación de hacer honor a ese resplandor y al nombre de la ciudad que le había adoptado.

-Respetables miembros de la Cámara y su Majestad Feäelka, mi nombre es Ribon y como bien sabrán fui hace años asignado a la casa de la Dama Enya en Andorath. Soy así de los pocos supervivientes de la ciudad y, ahora mismo el único aquí presente que pueda representarl a tan noble ciudad como su hijo adoptivo. Así quiero poner los conocimientos que adquirí y que se han perdido, junto con mi consejo a servicio del nuevo Emperador y su Regente.

Desde luego, aquello era necesario, Dorna podría tener mucho poder pero si Feäelka no movía rápido sus fichas ni si quiera su abuela. Pero no era aquello lo que debía ser dicho ahora, las palabras de Erane podían llevar a una situación muy arriesgada.

-Así querría dar mi consejo, y aunque difiere de lo dicho por la princesa Erane creo que se debe tener en cuenta. Los hijos hasta ahora se han servido de su magia y poder para gobernar sus ciudades, y bien es sabido que son respetados por ello. Pero también es bien sabido que en las grutas existen grupos de elfos contrarios a la hegemonía de los Hijos y no hay que irse muy lejos pues en todas las ciudades existen algunas facciones de otras razas que están sometidas pero se revuelven .

Ribon espero dos segundos para tomar aire y ver el efecto que tenían sus palabras. Todos los presentes le miraban y esperaban para ver que conclusión sacaba de todo ese discurso al parecer sin relación con la situación actual.

-Es por ello, que en este tiempo oscuro y tan aciago, no se debería descuidar la protección de las ciudades y volcarse en volver rápidamente a la normalidad. Las semillas de esos disidentes raciales podrían arraigar bien en estos tiempos de necesidad si los gobernantes eligen dedicar sus esfuerzos a guerrear en el exterior mientras sus casas caen. Es clara la necesidad de organizar una defensa efectiva, pues el peligro es real. Pero más peligroso y fatal sería plantarse con una guerra civil en las ciudades, pues ese sería el fin.

Ribon se sentó de nuevo, procurando mirar a la sala pero sin cruzar su mirada sin nadie. No sabía si su consejo era oportuno, pero no debían olvidar que incluso en sus fronteras tenían enemigos que ahora podrían ser muy peligrosos.
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