Capítulo 8-D: Demonios y Dragones

Es el amanecer de la Cuarta Edad. Y en la Tierra Media reina la paz... Pero aún quedan muchas cuentas pendientes. Incluyendo una de los Días Antiguos...
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Capítulo 8-D: Demonios y Dragones

Mensaje por Rittmann »

Año 19 de la Cuarta Edad, mediados de primavera

Montañas al sur de Orod Certhas, la Montaña de las Runas


Jugadores de esta trama: Derkin (Aglaroth), Arty (Anethor), Bardino (Lothrandir)


Lothrandir revisó sus vendas una vez más. Las quemaduras eran severas, pero ya no le parecían tan terribles como le parecieran unas horas atrás. Las peores estaban concentradas en su brazo izquierdo, y agradeció el no tener a mano un espejo para ver su rostro. Y aún así, no podía sino decirse que había tenido suerte, mucha suerte. Mucha más que Adanost. A él, le había acertado de lleno una roca incandescente durante la primera explosión, matándolo en el acto. Nunca lo vieron venir.

Y desde entonces, desde que toda la magia acumulada en Orod Certhas se fuera al diablo y la montaña de las runas entrara en erupción, Lothrandir se había tenido que limitar a esperar. A esperar y a observar.

Llevaban meses vigilando los remotos territorios que rodeaban los antiguos pozos de Morgoth: la brecha de Morgoth, con su eterna columna de humo subiendo hacia el cielo; las eternas llanuras heladas del oeste; y las grandes elevaciones del oeste. Allí, en las montañas, fue donde le vieron. Un gran gusano, de proporciones gargantuescas como Lothrandir sólo había oido mencionar en las canciones de antaño. En los largos meses desde que Nestador de Tirion llegase a Helloth y pidiese a la reina Losp'indel vigilar la región, nada había turbado los movimientos de Adanost ni de Lothrandir. Hasta que se toparon con el dragón.

Por fortuna, tanto Adanost como él eran de paso ligero, y lograron pasar inadvertidos para el gusano que se había instalado, acurrucado y arremolinado, en las cumbres heladas de la Montaña de las Runas. Orod Certhas, el lugar sagrado donde periódicamente los eldar de Niebla Eterna o los lossidil de Helloth implantaban runas de mágicas cualidades para reforzar la gran barrera que sellaba las antiguas mazmorras de Angband. Para Nestador y los suyos, aquello era una Vergüenza: la Vergüenza de los Elfos. Para los lossidil, no era algo tan dramático. Si los vanyar habían decidido sellar el lugar, sin duda era por un buen motivo. A Lothrandir se le
habría ocurrido al menos uno muy bueno de haber sido preguntado: el balrog que moraba en el fondo de la brecha de Morgoth, alimentando el calor de la lava que provocaba la elevación de humo del lugar. Se decía que era un ser de extrema peligrosidad, sobretodo para los hechiceros, pues temeroso de los conjuradores, el balrog forzaba con su magia a los magos y hechiceros a utilizar la propia sin ton ni son sólo poner pie en la brecha. Era una locura llamada la "locura del mago", una prueba que todos los lossidil de la Guardia de los Hielos debían pasar en al menos una ocasión para entender que en Arda existen poderes contra los que uno no puede luchar. Lothrandir pocas veces se había sentido tan impotente en su larga existencia como aquel día que pisó las partes más exteriores de los Pozos.

Junto a Adanost, vigilaron al gusano. Podían sentir cómo empleaba las fuerzas contenidas en Orod Certhas para algún propósito, pues podían sentir cómo canalizaba su esencia maligna a las runas de la montaña. De vez en cuando, se alzaba y se acercaba a otra ladera, y allí se tumbaba de nuevo. Desde la distancia, era imposible saber qué hacía, y acercarse para comprobarlo de cerca no era una opción. Y de repente, aquella tensa calma vigilada de meses se fue al infierno. No hubo ningún aviso, sólo un retronar sordo de la tierra y un chasquido de glaciares rompiéndose. Y entonces, Orod Certhas estalló en un infierno de lava y cenizas, de humo y de rocas lanzadas por el aire con una fuerza infernal. Adanost no pudo evitar morir en aquel mismo momento, alcanzado por una pira ígnea de rocas que cayó sobre la ladera de la montaña cercana donde tanto él como Lothrandir estaban en ese momento. Lothrandir, por su parte, fue más afortunado. Seguía vivo, aunque había sido herido de gravedad y apenas pudo moverse durante los dos primeros días de la erupción. Allí, con medio costado calcinado por las rocas ígneas que acabaran con su viejo amigo, forzando a su magia a mantenerlo a salvo del frío extremo del lugar, Lothrandir tuvo un asiento privilegiado del oscuro espectáculo que durante dos días podía verse fugazmente de vez en cuando entre las columnas de humo negro del nuevo volcán. Dos sierpes, una de escamas y otra de fuego y sombra, combatiendo enzarzadas en un baile mortal del que era imposible prever el vencedor. La mera presencia de aquellos seres era letal para la magia, pues ambas criaturas no deberían haber existido en aquellos tiempos, sino en los albores de Arda. El propio Lothrandir sintió el empuje, la compulsión, a derrochar sus menguadas fuerzas mágicas en vano. El poder le quemaba en el cuerpo como un veneno, y dolía como sólo había dolido una vez: en la brecha de Morgoth. Aquella sierpe de fuego y sombra era el balrog liberado.

Sin su magia para protegerse del frío, Lothrandir sólo podía utilizar su ingenio. Orod Certhas seguía escupiendo fuego abrasador por todas partes, y las brasas aún caían en la ladera de su cercana montaña. Arrimándose a ellas, vigilando no resbalar con el hielo fundido y la roca húmeda, el elfo de las nieves pudo mantener su calor. En su mente, un solo pensamiento: regresar a Helloth. Poner en guardia a la Reina del Norte. Pero su cuerpo marchito no le seguía. Quizás por eso no supo cuándo acabó la batalla entre aquellos dos seres nacidos de la más negra oscuridad, aunque sí notó sus efectos. Fue al despertarse de su inconsciencia, tras el segundo día de erupción, cuando sintió que el poder volvía a correr por sus venas y ya no le quemaba. Fue así como pudo empezar a relajar su cuerpo y mente, a utilizar los conocimientos de la magia de Illuin que sólo su gente dominaba. Y a tener esperanzas de poder regresar a casa. Ninguna de las dos presencias estaba ya en la montaña, y por mucho que buscó con la vista, entre la lava y el humo no vio atisbo alguno de cadáveres. Siendo dos seres de tamaños tan monstruosos, o la lava los había reducido a cenizas, o ninguno de ellos estaba ya presente. Sus sentidos mágicos tampoco le dijeron más de todo aquello.

Y fue dos días después, marchándose del lugar, cuando los vio. Tres elfos, tres Primeros Nacidos vestidos con extrañas vestimentas: uno manco, los otros dos con un aura de hechicerías extrañas. Y los tres se dirigían a Orod Certhas.

Lothrandir se aproximó a ellos, y se extrañó aún más al verlos de cerca. Por sus complexiones y aspectos, se trataba de un elfo gris del linaje de Thíngol, otro silvano probablemente descendiente de los elfos verdes de Ossiriand... Y uno alto y poderoso, pero cuyos rasgos no eran para nada los de un noldo. ¿Quiénes eran, y qué hacían en aquel lugar?

Lothrandir : ¡Salve, viajeros! - dijo en su sindarin con fuerte acento del norte -. ¡Estoy herido, y necesito algo de ayuda!

images/old/icon_arrow.gif Bueno, os presento al otro personaje de Bardino: Lothrandir, elfo de las nieves.

images/old/icon_arrow.gif Si he introducido el turno de este modo, es porque asumo que él os contará tras las presentaciones todo lo acontecido. Tened presente que él no sabe nada de la trama de los Pozos de Morgoth, pues no la ha leido, así que si os pregunta algo, tratad de explicarlo mínimamente.

images/old/icon_arrow.gif Turno, pues, de intercambio de información. Bardino, si hay cosas que creas que tu personaje deba saber y que tú aún no sepas de nuestra charla en el msn del otro día, no dudes en consultármelo.

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derkin el Sabado, 29 de Diciembre del 2006 a las 16:18

Mensaje por Rittmann »

Aglaroth--->Extraño Encuentro

Ya había pasado cerca de una semana desde el infausto día del ritual, muchas acusaciones y recriminaciones se habían hecho ese día.
Las palabras habían sido muy duras y llenas de incomprensión por todas las partes pero pese a todo al final se había tomado una importante decisión pues Anethor, Kalluin y yo partiríamos en persecución de Durlach.
Yo partí con la intención de vigilar al Mal que mi falta de previsión había desatado, Anethor dispuesto a destruirlo y Kalluin con sus propias intenciones que para mí eran un misterio.

Ya llevábamos cinco días de tensa marcha cuando alcanzamos las proximidades de Orod Certhas, pero antes de podernos acercar más a lo que quedaba de la montaña nos salió al paso un extraño elfo con los ropajes rotos y con restos de sangre seca que nos dijo:
-¡Salve, viajeros!
¡Estoy herido, y necesito algo de ayuda!


El elfo hablaba en sindarin con un fuerte acento pero eso no fue lo que mas me llamo la atención sino que al fijarme más en él mis habilidades innatas me permitieron ver que lo rodeaba un aura extraña aunque muy familiar.
Su aura se parecía mucho a la que rodeaba a mi maestro Lithander y la que me rodea a mi mismo.
¿Puede ser que todavía vivieran más conocedores de la magia arcana? ¿De donde había salido este elfo para conocer tan secreta arte que apenas ha resistido el paso de las Edades?

Con un gruñido de frustración y confusión aparte estos pensamientos de mi mente pues esas preguntas ya recibirían respuesta, antes habría que ocuparse de sus heridas.
Así que mientras me acercaba le dije:
-Mi nombre es Aglaroth del Bosque Verde, permíteme ver esas heridas.

Acto seguido me dedique a mirar sus heridas para intentar aquellas que pudiera con mis conocimientos de curación.
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Arty el Sabado, 5 de Enero del 2007 a las 04:19

Mensaje por Rittmann »

Anethor


Caminaba en silencio y lo único que evidenciaba su existencia era la oscura figura que contrastaba con el blanco paisaje y las huellas de sus pisadas. Anethor no pronunciaba palabra desde hacía varios días, casi desde que se fueran al fin del ritual que había liberado al monstruo que cazarían.

Seguramente a sus compañeros les intrigara o incomodara su comportamiento, pero a él sencillamente no le importaba. Si no tenía nada vital que decir no lo haría; además no tenía nada que hablar con aquellos individuos. De todos modos, y para su satisfacción, poco se conversaba en esa compañia; tal vez por el frío y el cansancio.

El elfo silvano recordaba poco de su partida del Imperio de los Hijos del Dragón. Cuestión bastante rara, ya que había pasado decenas de meses en él, pero al salir al exterior sintió como si sólo hubiesen sido un par de días. En ningún momento había dudado de que pudiese salir de aquella cárcel; aquel gran calabozo que se interponía entre él y Ancalagon. Ni siquiera se molestó en despedir a su fiel compañero Glían, sólo se dio la media vuelta y se fue. Tal vez por un momento sintió la necesidad de hablar al pequeño hobbit y agradecerle por todo su apoyo incondicional, su compañía por tantos años; pero inmediatamente su mente volvió a enfriarse, y no miró hacia atrás.

Afortunadamente le habían permitido ir en busca de Ancalagon y Durlach en paz. Se había envuelto en una inútil discusión que no había llevado a ningún lado, hasta que el grupo se dividió y el problema fue solucionado. Lo único que le molestaba al respecto era viajar con el hechicero Aglaroth. Realmente sentía una particular antipatía hacia él, y en ningún momento habían estado de acuerdo en el pasado. El elfo era muy arrogante y cobarde, o por lo menos así lo consideraba Anethor. Hasta ahora no habían peleado, pero el silvano estaba seguro de que no faltaría mucho para ello.

Por el otro lado estaba Kalluin, que todavía no había tomado una posición definida. Anethor no olvidaba que él los había salvado a él y a los hobbits en la nefasta ocasión en la que se había enfrentado al Gris; el momento que luego cambiaría su vida. A pesar de eso toda la confianza que antes existía entre ellos ahora se había esfumado. La razón lógica eran los años que no se habían visto, pero también la Esencia Oscura había envenenado su mente y en él existían muy pocos sentimientos positivos. El silvano se preguntaba si alguna vez volvería a confiar en alguien.

Anethor viajaba con ansias en busca del dragón y el balrog. En realidad era imposible que los encontraran en el camino, pero no por eso el elfo se desalentaba. De todos modos el sabía que el poder de estos seres eran tan grande que los podrían sentir aunque estuvieran a cientos de metros de distancia. Los tres integrantes del grupo tenían habilidades mágicas, por lo que percibían el poder de los seres vivos, aunque de diferente manera y en distinta intensidad. Por sus habilidades de montaraz el silvano también intentaba en todo momento descubrir el camino más corto hacia Orod Certhas, pero le era difícil con la gruesa capa de nieve que cubría el suelo.

Iban caminando tranquilamente cuando un elfo herido les solicitó ayudaba. Anethor pudo notar por su acento y complexión que pertenecía a esa zona, pero ese dato no era el que le interesaba. Podía ver en los ojos del sindar un rastro de temor y horror que él conocía muy bien: el que provenía de la magia y los seres arcanos y antiguos. Probablemente les sería de ayuda en su búsqueda.

Rápidamente Aglaroth se ocupó de sus heridas, y el elfo silvano aprovechó este momento para realizar sus averiguaciones:



Mi nombre es Anethor, y soy un elfo de los bosques. ¿Qué os ha sucedido para terminar en tan mal estado? Por favor cuéntanos.



El hechicero pensó que tal vez el herido se negaría a revelar mucha información, pero sin que nadie insistiera contó toda su historia, ante la mirada atenta del grupo. Al terminar de hablar Lothrandir, como dijo llamarse, Anethor no podía aguantar más su ansiedad. Pudo deducir rápidamente que el elfo se refería a Ancalagon y Durlach; ellos habían peleado en la cima de la montaña. El silvano deseaba más que nada en el mundo conocer el resultado de aquella afrenta, y saber donde habían huido esos dos malvados seres. Su destino estaba sin duda atado al suyo. Mientras el hechicero Aglaroth aplicaba sus artes de curación Anethor se ensimismaba en sus pensamientos, y consideraba cual era el mejor plan para encontrar a sus enemigos.
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Invitado el Domingo, 3 de Febrero del 2007 a las 13:49

Mensaje por Rittmann »

LOTHRANDIR

Miedo. Por primera vez en mucho tiempo Lothrandir se vio paralizado por todo lo que estaba contemplando. Dos de los seres más poderosos de Arda estaban retándose a pocos metros de su posición. Aterrado e impotente no tuvo más remedio que permanecer quieto entre las rocas, herido, cansado y triste, demasiado triste. No podía evitar las miradas que lanzaba al cadáver de Adanost, medio enterrado entre las piedras y la lava seca, pero sí logró retener sus palabras de dolor, por la cuenta que le traía.
Tristeza. Otra sensación que casi tenía en el olvido. Servir lejos del hogar, soportando las inclemencias del tiempo, distanciado de su pueblo y carente de sentimientos para con los que se encontraba, lo había convertido en un elfo casi insensible. Casi.
Ser miembro de la Guardia de los Hielos era un privilegio de los que muy pocos podían presumir, aunque la mayoría de los elfos lo tomaban como una condena. Se trataba de una orden especial al servicio de la Reina cuyo cometido primordial era proteger las fronteras de Helloth y Orod Certhas. Sus integrantes eran pocos y pocos eran también los que sabían cuantos formaban la Guardia. Y es que su escasez la suplían con una preparación y experiencia digna de héroes: Los mejores elfos y elfas de Helloth eran entrenados por los miembros más veteranos de la Guardia para convertirlos en uno de los suyos. Tras una preparación ardua y exhaustiva, si el elfo de las nieves mostraba aptitudes y sobrevivía, entraría a formar parte de la Guardia de los Hielos. Luego tendría que acatar todas las decisiones de su reina y embarcarse en cualquier misión o cometido que le fuese encomendado, siempre para la protección del reino.
Con un número limitado de Guardianes, las partidas de vigilancia solían ser individuales y a veces con largos períodos de tiempo y lejos de Helloth. Mantener alejados o bajo observación a aquellos que atravesaban el Yermo del Norte era una tarea que precisaba dedicación diaria y supervivencia.

El caso de Lothrandir no fue distinto. La Guardia de los Hielos precisaba de alguien capaz de tratar (y neutralizar cuando fuera necesario) a los usuarios de la magia, muchos de ellos interesados en la maravilla que guardaba Helloth, el Illuin. Los Guardias de mayor rango siguieron con atención la progresión de Lothrandir, y cuando vieron que estaba listo para afrontar el entrenamiento de la Guardia lo convencieron de que sus servicios para con la Reina serían altamente considerados. Donde muchos veían una vida dedicada casi al destierro y en patéticas condiciones, Lothrandir vio la oportunidad de conseguir un puesto de prestigio y renombre, además del respeto y la aprobación de su pueblo.
Y durante años se apostó en los caminos que se dirigían a Helloth, vigilando y persiguiendo a aquellos usuarios de magia que levantaban cualquier tipo de sospecha o eran considerados ?elementos de riesgo?. Poco a poco se convirtió en un experto conocedor de los territorios que componían el Yermo del Norte, dejando sin oportunidades de pasar inadvertidos a aquellos que osaban viajar tan al norte y se acercaban al reino de los elfos de hielo o a Orod Certhas. Lothrandir se adaptó mejor de lo que esperaba a aquel estilo de vida, lejos del calor de una cama o en compañía de sus seres queridos. Pero también le afectó en su manera de ser. Se convirtió en un elfo de pocas palabras, de gesto serio y con una mirada que escrutaba a todo el que observaba. Sus dotes sociales habían mermado.
Sin embargo no siempre fue así. Veinte años después de haber entrado a formar parte de la Guardia de Hielo conoció a alguien que le afectó.
La primavera había llegado y se dejaba notar levemente, un deshielo lento y ocasionales nevadas que podían competir con el peor de los inviernos de las tierras más cálidas. Pero era una época que muchos tomaban para viajar hacia las tierras del norte, sobre todo a través de las llanuras de Lindalf desde los asentamientos de Vasaran Ahjo o Hyvät Kajat. Lothrandir conocía bien los movimientos de los viajantes, y se apostó durante esos meses en los caminos que llevaban a los dominios de los elfos de las nieves para observar a los visitantes.
Viajar por el norte ya de por sí es una odisea, y más si se desconoce el territorio, pero viajar solo era un suicidio. Y eso es lo que se le pasó por la cabeza a Lothrandir cuando descubrió un rastro que se salía de la ruta común que atravesaba toda llanura. Siguió las huellas durante medio día, y en su persecución razonó que su presa era alguien que conocía el entorno, aunque por algún motivo huía y se alejaba del camino. Desechó la idea de que se tratara de algún camarada de la Guardia de Hielo, sólo él caminaba aquellos parajes desde hacía meses. También desestimó que fuera un viajero extraviado, si hubiese sido así no entendía las prisas. Y lo único que se le ocurrió es que se tratara de algún proscrito que huyera de algún pueblo. De todas maneras, fuera quien fuera tenía que descubrir su paradero e intenciones.
A media tarde el elfo decidió tomar un respiro y descansar. Sentado en una piedra y oculto entre los árboles no tuvo la mínima oportunidad de ver como le ponían una hoja en la garganta y le susurraban

-No me gusta que me sigan. Eso lo hago yo.

En una situación similar Lothrandir se habría puesto nervioso y habría actuado letalmente, pero hubo un detalle que en cierta medida lo tranquilizó. Quien le hablaba lo hacía en su propia lengua.

Y mientras el elfo recordaba tiempos pasados, abandonaba el sepulcro de lava y hielo de su amigo Adanost. Consigo sólo se llevó la daga que años atrás le rozara el cuello. Estaba malherido, muerto de hambre y sed y temeroso de encontrarse aquellos dos monstruos cara a cara. No por enfrentarse a la muerte, si no por no dar la voz de alarma a sus iguales y cumplir con su cometido. Lothrandir anduvo el camino de vuelta durante dos días escondiéndose en cuevas y recovecos, y cuando vislumbró tres figuras de contorno familiar, no dudó en acercarse a ellas. En otro momento les habría cortado el paso en tono cortés y habría preguntado las intenciones de los extranjeros. Pero en vista de la situación, tres elfos en mitad de la nada eran tres antorchas en mitad de la noche.

Lothrandir: ¡Salve, viajeros! - dijo en su sindarin con fuerte acento del norte -. ¡Estoy herido, y necesito algo de ayuda!

El elfo de las nieves se acercó a ellos y pronto se dieron cuenta de que estaba malherido. El gesto de auxilio de los tres viajeros relajó a Lothrandir, que en un principio tuvo sus reservas, como siempre había hecho. Los elfos rodearon al herido y le prestaron su ayuda, ya fuera con abrigo, comida o primeros auxilios.
Mientras Lothrandir se sentaba en el suelo para que le atendieran y comía algo de pan con nueces, unas uvas pasas y agua, escuchaba los nombres de sus salvadores.

Lothrandir: Mi nombre es Lothrandir, vigilante de Helloth. Os estoy agradecido?dijo mientras apuraba un trago de agua?Si extraño es ver dos monstruos de la antigüedad batirse, lo mismo es ver tres elfos de diferente linaje por estos parajes. Sin duda algo está aconteciendo?los viajeros se miraron entre sí.

Kalluin: ¿Monstruos de la antigüedad??preguntó el elfo lisiado?Eso tal vez nos pueda interesar.

El elfo de las nieves se estaba incorporando y dirigió una mirada escrutadora a cada uno de los extranjeros. Y mientras lo hacía fue pensando que tal vez ellos tenían algo que ver con lo que había presenciado dos días atrás. Observó a Aglaroth y vio en él algo genuinamente familiar, y Kalluin tenía el aspecto de ser un elfo curtido en cientos de batallas, con una presencia de alguien con espíritu ancestral. Sólo faltaba saber algo más de Anethor.

Lothrandir: Creo que vosotros vais a contarme más de lo que puedo contaros yo. Y estoy seguro de que es de vital importancia. Así que haremos una cosa; os llevaré a Helloth ante la reina Losp?indel pero antes me vais a contar todo lo que sepáis de ese balrog y el gusano?el elfo de las nieves se pertrechó con lo poco que tenía y se puso a caminar?Por cierto, iremos por aquí, llegaremos antes?indicó sin opción a réplica con su espada hacia un desfiladero que aparentaba ser intransitable. Y mientras andaban contó la historia de cómo perdió a su gran amigo Adanost.

Imagen Al fin mi post, lo siento chicos. Como no he seguido vuestras tramas pues no tengo ninguna descripción de vuestros personajes, y me gustaría saber con quien me voy a batir el cobre Imagen Sería un detalle tener algo en el post de comentarios o en este mismo post. Haré lo mismo en el siguiente.
Imagen Rittman ¿cuándo podré tener la ficha de Lothrandir? Quisiera saber qué habilidades domina el chaval
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Mensaje por Rittmann »

Anethor


El silvano observaba con cuidado al elfo de las nieves mientras este caminaba. Estaba herido y un poco maltrecho, aunque las habilidades de Aglaroth habían aliviado un poco su dolor. Anethor no hubiera podido ayudarlo en nada: su magia era destructora, no sanadora. El fin de sus poderes era oscuro y no existía cabida para la luz en ellos. A pesar de su aspecto sentía en Lothrandir una gran fuerza y determinación, probablemente fruto de los largos años de entrenamiento a los que había sido sometido.

Su nuevo compañero les propuso llevarlos ante su reina, Losp?indel, pero no sin antes escuchar un poco sobre su historia y sus intenciones. El silvano reflexionó sobre si esto era o no útil en su búsqueda. Luego de unos momentos decidió que sería bueno conversar un poco con esta Reina. Tal vez sabría algo sobre el Balrog que los pudiera ayudar, o incluso proveerles recursos para encontrarlo. Con respecto al Gris, Anethor sabía que se presentaría cuando el quisiese, y también sentía que antes de enfrentarlo a él debía pelear contra el Balrog.

El elfo de las nieves insistía con sus indagaciones, y un largo silencio rodeó al grupo. ¿Qué convenía contarle?¿Podían confiar en él? Por su parte Anethor no estaba dispuesto a contar todo; no a un extraño que conocían hacía sólo unos momentos. Además la historia era demasiado complicada e intrincada. Como nadie hablaba decidió contar lo suficiente como para satisfacer al elfo:


"Venimos desde las antiguas mazmorras de Angbad, en donde estábamos realizando un ritual mágico para contrarrestar el poder de una criatura maligna de los Primeros Días, que resulta ser el dragón que tu viste pelear en lo alto de la montaña. Logramos nuestro objetivo, pero por error liberamos al Balrog que hacía mucho tiempo se encontraba atrapado; aunque eso tú ya lo sabes. Por eso ahora partimos de aquel lugar para encontrar a este maldito demonio y destruirlo para que no cause ningún daño. Ahora, por favor, cuéntame un poco de tu hogar y tu reina. ¿Crees que podrá ayudarnos en nuestra misión?"



El elfo sólo había contado lo necesario. Mientras pronunciaba las palabras de su corto relato miraba hacia adelante, con esa mirada vacía y oscura que había adoptado hacía ya mucho tiempo. Cada día era más inexpresivo y reservado; tal vez el frío lugar con el que viajaba había colaborado con eso. Su enojo había sido aplacado en parte, pero sabía que bastaría un sólo vistazo de la figura de Ancalagon para que un infierno se desatara dentro suyo.

Si sus compañeros querían agregar algo más, que lo hicieran ellos mismos. Por su parte a Anethor sólo le importaba encontrar a aquella criatura; la ayuda que pedía no era para destruirlo sino sólo para conocer su paradero. Se encontraba ansioso por probar sus nuevos poderes y su oscura magia, y seguramente el Balrog sería el blanco perfecto para esto. Toda su furia sería finalmente liberada.



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Imagen Lothrandir: Anethor es un elfo reservado y no confía fácilmente en extraños. Tal vez cuando entre un poco en confianza pueda revelar más información, pero por lo pronto espero que esto sea suficiente. Cualquier cosa tu indaga y veremos como responde. Por cierto, me alegra mucho estar con dos nuevos compañeros de trama.¡Saludos a ustedes, Derkin y Bardino! Imagen
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Rittmann el Lunes, 4 de Marzo del 2007 a las 15:26

Mensaje por Rittmann »

Cuando Lothrandir indicó el norte con su espada, poco pensaban Anethor, Kalluin y Aglaroth que el camino sería tan largo ni tan... Extraño. Orod Certhas se hallaba en el extremo norte de la tierra conocida, pero eso no significaba que allí terminase Arda. Caminando por encima de la capa de hielo que aprisionaba el mar al norte del norte, los cuatro elfos se adentraban en un territorio de mitos y leyendas. Una tierra donde nada era capaz de sobrevivir.

¿A dónde los llevaba aquel elfo, Lothrandir? ¿De dónde había salido? En aquel erial de hielo sin fin, poco tardaron en perder de vista el volcán en que se había convertido Orod Certhas. Caminaban y caminaban por llanuras de hielo tan frías que ni la magia ni los hechizos de las ropas que llevasen consigo desde Niebla Eterna parecían ser suficientes para hacer que la sensación de frío desapareciese. Allí donde la vista alcanzaba, también alcanzaba la capa de hielo. Sin accidentes, sin mácula. Un mundo de locura.

Kalluin : ¿Estás seguro que sabes a dónde vamos? - preguntó a los cuatro días de marcha un Kalluin visiblemente preocupado.

Los demás elfos aún lo estaban más. Aquel era un elfo al que no conocían. ¿Acaso les estaba llevando a una muerte cierta algún tipo de demonio?

Lothrandir : Helloth se halla en el extremo de Arda, en la cúspide del mundo. Aún tardaremos una semana en alcanzar sus pétalos de hielo.

Aglaroth : ¿Una semana? ¡Esto es una locura! ¿Quién podría vivir en un sitio así?

Lothrandir : Nosotros, los elfos de las nieves. La reina Losp'indel domina el trono de hielo, y desde este lugar vigila el poder latente del mal en el norte. Confiad en mi, no hemos aguantado en este lugar tanto tiempo sin un buen motivo.

La locura y el frío eran las dos mayores amenazas de aquella travesía. Sólo el temple de un inmortal sería capaz de soportar aquel lugar sin volverse completamente loco. Las mentes humanas eran demasiado rápidas, demasiado veloces, como para soportar durante los más de diez días de travesía aquel dantesco lugar, donde nada era igual, pero mirase uno donde mirase todo lo era. Hielo, viento, cielo.

Lothrandir : Y ahora es primavera y hay días y noches. Pero pronto llegará el verano y sólo habrá día. Y hasta hace poco fue invierno y sólo hubo noche.

Lothrandir les enseñó las técnicas básicas para mantenerse vivos en aquel lugar. Estaban completamente a su merced. Si hubiesen querido huir, tanto habían avanzado que sin un guía podrían perderse para siempre en aquel desierto helado. O muerto de frío, daba igual. Sin duda aquel lugar del que hablaba Lothrandir, Helloth, sería una fortaleza formidable ante cualquier ejército. ¿Cómo llegar hasta ella? Poco a poco, la estrella polar se iba acercando en las noches al cénit del cielo, y cuando al fin lo alcanzó también la compañía llegó a su destino.

Ante sus ojos apareció como un destello de luz en medio de la noche. Su claridad era tal que parecía que un sol surgía del mismo hielo, pero a medida que se acercaban vieron que surgía de una enorme columna rota, de casi doscientos metros de alto. Alrededor de aquel extraño tallo surgían pétalos de hielo, y entre los pétalos se podían distinguir las casas de los elfos, heladas y conservadas desde edades inmemoriales. Una muralla de hielo rodeaba el lugar, dando a entender que aún había más viviendas entre la flot de hielo - helloth significaba precisamente eso - y las casas.

Kalluin : Eso es...

Lothrandir : Un fragmento de Illuin, la lámpara del norte que alumbró el mundo en el alba de los tiempos. Sí, de ella extraemos la magia que nos permite vivir en este lugar, y la reina Losp'indel vigila que su poder no sea usurpado.

Aglaroth y Anethor no podían sino contemplar maravillados aquel sitio. Era bello incluso para los estándares élficos, y la luz ultraterrena que emanaba de Illuin era de una calidez extraña que hacía que todo frío que hubiesen sentido hasta entonces, desapareciese. Los guardianes de la puerta de la muralla de hielo abrieron las puertas de mithril ante los visitantes y saludaron a Lothrandir.

Guardia : ¡Lothrandir! ¡Estás herido! ¿Y dónde está...?

Lothrandir : Ha muerto - cortó en seco el elfo de las nieves.

Los rostros de los dos guardias se quedaron perplejos, sin saber qué decir ni hacer. Sólo agacharon la cabeza un momento antes de preguntar por los recién llegados.

Lothrandir : Ellos pueden ayudarnos. Voy a llevarlos ante la reina.

Media docena de elfos de las nieves los escoltaron hacia el gran tallo. Allí, envuelto entre los pétalos de la flor de hielo, preservada desde quién sabía cuándo, una ciudad de hielo florecía literalmente. Las casas tenían formas extrañas, encantadas, con sus techos formando extraños pétalos de luz. Escaleras talladas en el hielo permitían subir niveles por aquellos pétalos prístinos de hielo azulado, y poco a poco fueron ascendiendo alrededor del tronco de luz de Illuin. El suelo estaba surcado de algún tipo de gravilla que impedía resbalar, aunque las botas de Lothrandir parecían ser de algún tipo de material - o contener algún tipo de magia - que lo hacían inmune a ese peligro incluso fuera de los caminos marcados.

El palacio se abrió como el corazón de una flor ante ellos, con su puerta decorada con motivos élficos en plata y hielo, preservado por el poder mágico de aquel lugar. Cualquier sensación de frío había desaparecido nada más atravesar las murallas, aunque el hielo permanecía inmaculado y no había rastro de que fuese a fundirse. Una dama de cabellos de plata y ataviada con un vestido blanco lleno de luz los salió a recibir.

Lothrandir : Mi reina...

Losp'indel : Salve, Lothrandir de la Guardia de los Hielos. Veo que regresas acompañado a este lugar, aunque no de aquel que te acompañó. Y siento que el poder de Orod Certhas y la barrera de Etherion ya no existe. ¿Qué sucede? ¿Debe Helloth prepararse para afrontar una amenaza?
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Arty el Lunes, 25 de Marzo del 2007 a las 20:11

Mensaje por Rittmann »

Anethor


Días enteros pasaron los aventureros en aquel terrible país de hielo. Nunca antes Anethor había probado su resistencia física hasta tal límite. El poderoso frío se metía en cada uno de sus huesos y se mezclaba con su sangre, haciéndolo sentir un bloque helado en movimiento. El viaje fue más largo de lo que cualquiera pudiera haber imaginado, y parecía no terminar nunca.

- De todos modos la situación podría ser peor - pensaba el silvano. Afortunadamente Lothrandir no había pedido más explicaciones que las dadas, y había accedido sin problemas a llevarlos ante su reina. El elfo oscuro sospechaba un poco de esta dócil actitud, pensando que tal vez podría llevarlos a laguna trampa, pero tampoco tenían otra posibilidad. Tratar de escapar de aquel lugar significaría una muerte segura.

Nada más aconteció hasta que finalmente llegaron a la soberbia fortaleza de hielo. Anethor se quedó sin aliento al observar aquel increíble lugar. Parecía como si el mismo Eru hubiera levantado aquella ciudad, inexpugnable y hermosa. Él provenía de Lorien, su belleza era indiscutible, pero se sentía más identificado con aquel lugar, que emanaba poder y dominación. Se sentía como en casa; como si realmente perteneciera allí.

Al llegar al trono real el secreto de Helloth les fue revelado. Un fragmento de Illuin mantenía vivo a aquel lugar. Una sensación de bienestar inundó el corazón de los viajeros. Antes de que se dieran cuenta se encontraban frente a la reina Losp'indel. Anethor percibió un halo de misterio a su alrededor y se preguntó cual sería su origen y su historia, pero eso debería ser dejado para otra ocasión.

Luego de tanta distracción el silvano se concentró nuevamente en su objetivo principal. Su intención era pedirle ayuda a la reina en la búsqueda del infame Balrog. No se sentía cómodo con la idea de que se involucraran otros en aquella cuestión, pero no tenían otra opción, ya que debían encontrarlo de alguna manera.

Se sobresaltó Anethor al escuchar de la boca de Losp'indel el nombre de Etherion. Claro, era imposible que no supiera nada de aquello luego de tantos años habitando ese sitio. ¿Cuánto más sabría del tema? El elfo deseaba evitarlo a toda costa. No quería dar explicaciones. Odiaba dar explicaciones. Sólo requería un poco de ayuda, nada más. Como parecía que sus compañeros no iban a hablar el primero en hacerlo fue él:




Reina de la Fortaleza de Hielo, nos presentamos ante usted. Venimos de tierras lejanas en busca de un Mal terrible que ha escapado y ya ha causado desastres. Es el Balrog que se encontraba encerrado en Orod Certhas desde hace mucho tiempo. Es estrictamente necesario capturarlo antes de que cause más daño. No puedo asegurar a donde se dirigirá, o si incluso vendrá aquí en busca de venganza, pero estoy seguro de que usted podrá ayudarnos en nuestra búsqueda, que también es la suya.





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Imagen Disculpa la tardanza Ritt; fue mucha para un turno tan corto. Intentaré ser más constante. Por cierto, ¿sabes algo de mis compañeros de trama? Saludos.
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derkin el Martes, 26 de Marzo del 2007 a las 21:09

Mensaje por Rittmann »

Aglaroth--->En el más remoto Confín

El viento de los extraños parajes que recorríamos azotaba mi figura y resultaba tan gélido que ni siquiera los hechizos tejidos por los elfos de Niebla Eterna en mis ropajes lograban protegerme del frío?
La última vez que había sentido un frío que se pudiera asemejar remotamente al de estas tierras había sido hacia ya muchos meses en mi hogar al sumergirme en las aguas del Río del Bosque cuando bajaba furioso por las primeras aguas del deshielo, al recordarlo deje escapar un leve suspiro pues me di cuenta de lo lejos de mi hogar que me había llevado este viaje?

La travesía fue realmente dura por aquellas inhóspitas tierras, pero todavía la hacia más dura la incertidumbre de si Lothrandir era de fiar o acaso nos conducía hacia algún tipo de trampa o a lo mejor simplemente quería hacer que nos internáramos en aquellos parajes para abandonarnos luego a nuestra suerte para que muriéramos hambrientos y congelados.
Pese a que cabía esa posibilidad algo en mi corazón me decía que no era el caso y que nos estaba conduciendo hacia la capital de los elfos de las nieves, lo cierto era que no había razones para desconfiar púes nos había contado sin reparos lo que sabía sobre Durlach y Ancalagon pero con las experiencias vividas en los últimos tiempos no se podía descartar ninguna opción.

A medida que seguíamos avanzando hacia el norte la estrella polar se acercaba al cenit del cielo de la misma manera que nosotros nos acercábamos inexorablemente a nuestro destino.
Y cuando la estrella brillaba en lo alto del firmamento pudimos divisar nuestro destino y nada más ver Helloth supe que era una imagen que colmaría mis más bellos sueños.

En mitad de la noche la bella ciudad apareció ante nosotros con un brillo únicamente equiparable al del sol, al principio únicamente podía ver la luz pero a medida que nos acercábamos pude contemplar los detalles de la ciudad.
La luz surgía de una inmensa columna rota y a su alrededor surgían lo que únicamente se podían describir como pétalos de hielo, junto a ellos se alzaban las casas y toda la ciudad se encontraba guardada por una muralla de hielo.
Al contemplar mejor la columna una idea surgió de mis más recónditos conocimientos pero mi cerebro racional la descarto hasta que hoy las palabras de Lothrandir:
-Un fragmento de Illuin, la lámpara del norte que alumbró el mundo en el alba de los tiempos.
Sí, de ella extraemos la magia que nos permite vivir en este lugar, y la reina Losp'indel vigila que su poder no sea usurpado.


Apenas podía dar crédito a sus palabras, pero lo cierto es que no debería sorprenderme tanto pues desde que había llegado al Norte no había hecho otra cosa que mezclarme entre las más olvidadas leyendas.

En cuanto la luz de Illuin baño nuestros cuerpos la sensación de frío que me azotaba cesó y pude sentir como las fuerzas de la magia nos rodeaban por completo en absoluta calma pero más poderosas que ninguna que jamás hubiera sentido.

Al alcanzar la muralla de hielo Lothrandir cruzo unas palabras con los guardias y las puertas de mithril se abrieron para nosotros.
Avanzamos a través de la maravillosa ciudad de hielo y mi mirada intentaba captar todo lo que me rodeaba, desde los dibujos grabados en una de las casas de hielo hasta la extraña gravilla que cubría los caminos pasando por la belleza de los ojos azules de una joven elfa?

Y de ese modo casi ni me di cuenta de cómo habíamos llegado hasta al palacio cuyas ornamentadas puertas se abrieron dando paso a una bella elfa de argenteo cabello y de níveo vestido repleto de luz.
Lothrandir al verla agacho la cabeza en signo de respeto y la saludó, la mujer le dedico un leve gesto y comenzó a hablar:
-Salve, Lothrandir de la Guardia de los Hielos. Veo que regresas acompañado a este lugar, aunque no de aquel que te acompañó. Y siento que el poder de Orod Certhas y la barrera de Etherion ya no existen. ¿Qué sucede? ¿Debe Helloth prepararse para afrontar una amenaza?

A las palabras de la mujer le siguió un tenso silencio pues no nos decidíamos a responder hasta que Anethor se adelanto para presentarse:
-Reina de la Fortaleza de Hielo, nos presentamos ante usted.
Venimos de tierras lejanas en busca de un Mal terrible que ha escapado y ya ha causado desastres.
Es el Balrog que se encontraba encerrado en Orod Certhas desde hace mucho tiempo. Es estrictamente necesario capturarlo antes de que cause más daño.
No puedo asegurar a donde se dirigirá, o si incluso vendrá aquí en busca de venganza, pero estoy seguro de que usted podrá ayudarnos en nuestra búsqueda, que también es la suya.


En cuanto Anethor termino de hablar me adelante, una vez roto el hielo no me importaba hablar a mí así que me presente:
-Reina Losp'indel, encantado de conoceros aunque sea en tan desgraciadas circunstancias.
Mi nombre es Aglaroth del Bosque Verde y para mi eterna vergüenza he de reconocer que el ritual por el que el balrog Durlach se libero, pero eso fue un accidente ya que el objetivo es otro que no viene demasiado al caso.

Sin duda mientras Durlach continúe respirando todos los pueblos están en peligro, incluso Helloth pero por lo que he visto esa no es la única amenaza que recae sobre vosotros porque sino no comprendo como una ciudad tan alejada de todo se encuentra rodeada por una muralla.
Por el bien de Helloth y de todos los pueblos de la Tierra Media debemos cooperar para destruir o como mínimo capturar al Balrog.
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Cerrado

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