Capítulo 7-F: Legado y Herencia

Es el amanecer de la Cuarta Edad. Y en la Tierra Media reina la paz... Pero aún quedan muchas cuentas pendientes. Incluyendo una de los Días Antiguos...
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Capítulo 7-F: Legado y Herencia

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Año 16 de la Cuarta Edad, mediados de verano

Camino de Kryndor


Jugador de esta trama: Barda (Findulas)


Terminó la fiesta, y pasaron unos días que se convirtieron en días de despedida. Al fin, todos partieron hacia los lugares a donde debían partir, y Findulas acompañó a la dama Aedhelene Doryalim hacia Kryndor. Su esposo, el gran señor Joruum'nah, se quedó en Malakor.

Aedhelene : Aunque sea un aficionado desmesurado al vino de raíz de Agrania, mi señor esposo es el consejero personal de su majestad el emperador Tiamat. Viene a verme a mi y a nuestros hijos tres meses al año, pero el resto del tiempo lo pasa en la capital - le explicó la dama a lomos de su lagarto-montura.

El séquito era escaso. Media docena de damas de compañía Doryalim montadas en sus monturas lagarto. El propio Findulas fue puesto sobre una de aquellas enormes bestias, sujeto con un arnés de seguridad que según le contaron era para aquellos que no estaban acostumbrados a montar aquellos animales.

Lisenda : No, no somos damas de compañía - sonrió una de las acompañantes de Aedhelene cuando Findulas le preguntó por sus funciones durante la segunda jornada de viaje -. En realidad, somos las consejeras y asistentas de su Gracia la dama Aedhelene. Ella es demasiado orgullosa como para solicitar damas de compañía, y de hecho sólo una o dos de las grandes casas recurre a ellas. Y tampoco soy una hija del dragón. Mis padres eran humanos.

La belleza de Lisenda había dejado confundido a Findulas. Tenía la misma melena cobriza y llena de rizos que la dama Aedhelene, y sus rasgos eran similares también.

Findulas : Pues pensé que erais pariente de la dama.

Lisenda : Oh, eso es cierto. Mi familia está fuertemente emparentada con los Doryalim. Sólo que en la rama humana de la familia.

Findulas : ¿La rama humana? - preguntó Findulas, sin acabar de comprender nada.

Lisenda : Así es.

Aedhelene : Los hijos del dragón no siempre nos casamos con hijos del dragón, Findulas - intervino la dama -. De hecho, nuestro ciclo vital es complejo, sospechamos que consecuencia de las extrañas hechicerías que dieron lugar a los nuestros.

Findulas : Soy todo oidos.

Findulas estaba ahí para aprender, al fin y al cabo.

Aedhelene : Los hijos tienen dos ciclos de maduración, como bien habreis visto en Fëahelka o en el tercer emperador. El shi'mual, y el dragón. El primero suele despertar al alcanzar la pubertad, y marca al hijo como un adolescente completo. Significa que la sangre de los hijos del dragón corre por sus venas, tanto como la Maldición en su alma. Un hijo que alcanza el shi'mual, pues, pasa a ser llamado hijo del dragón. Pero aunque puede tener hijos, aún su sangre no ha despertado por completo al dragón, y es demasiado débil para transmitir la Maldición.

Lisenda : Mis antepasados eran hijos que no habían despertado a su dragón, o hijas que se habían casado con humanos. Habiendo tantas hijas por cada hijo, no es nada infrecuente este tipo de matrimonios. De hecho, tampoco es raro que una hija contraiga matrimonio con algún dragón.

Findulas : ¿Con un dragón? - dijo Findulas, algo escandalizado.

Aquella idea iba muy en contra de todas sus ideas previas sobre los dragones.

Aedhelene : Sí, al alcanzar la edad adulta y despertar al dragón, los hijos del dragón pueden transmitir la sangre maldita del linaje de Ancalagon en toda su fuerza. Esta misma sangre nos da dominio sobre los dragones, y podemos unirnos a ellos en nuestra forma completa de dragón. Aunque poco habituales, los matrimonios entre hijas y dragones no son algo raro. Recuerdo sin más a una tía de su majestad Lazhon haber contraido matrimonio hace cuatro o cinco siglos con un dragón emparentado con mi familia. Ahora, ambos habitan en las Grutas de los Mil Susurros, aunque entraron en un ciclo de sueño profundo hace cosa de treinta o cuarenta años.

Findulas : ¿Cómo manteneis las poblaciones de dragones? - inquirió Findulas.

Aedhelene resopló.

Aedhelene : Ampliando las fronteras del imperio. El espacio es limitado, de modo que cuando nace un dragón, sus padres están obligados a crear nuevos agujeros en la tierra de un cierto tamaño donde su retoño pueda tener su cubil. Cuando el dragón alcanza cierta edad, pasa a ocupar estas nuevas galerías, y a ser el señor de las mismas. A cambio de un tributo en forma de alimento, en sus dominios pasa a existir sitio para albergar una comunidad de colonos que llegan de otras comunidades o ciudades en busca de un sitio donde vivir, y de grutas que cultivar. Es así como el Imperio ha crecido durante sus más de seis milenios.

Findulas intentó calcular el tamaño que debía ocupar el Imperio subterraneo de los hijos del dragón. La idea fue mareante.

Findulas : ¿Qué... Qué tamaño tiene el imperio?

Aedhelene : Pues bastará con deciros que Kryndor está a siete semanas de viaje en lagarto desde la capital, y los límites de su provincia están a tres meses más de viaje en la misma dirección. Es muy grande.

Imagen Este primer turno describe el viaje, de algunas semanas. Cualquier cosa que quieras ver, saber o descubrir de los hijos, del imperio o del modo de vida de sus gentes, es un buen momento para ello. Pasareis por todo tipo de comunidades, grandes y pequeñas, con y sin dragón guardián. Y la dama Aedhelene y sus acompañantes son un pozo de información. ¡Es hora de comprendera los hijos!
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Mensaje por Rittmann »

FINDULAS



Una vez iniciada la marcha Findulas dejó a un lado las preocupaciones y disfrutó de la conversación con la dama Aedhelene. Findulas la admiraba desde que la vió por primera vez y contempló la sabiduría en sus ojos, pero aún le procesaba más respeto desde la conversación que mantuvieron acabada la cena de bienvenida. La estimaba por haberle dado tan sabio consejo y además le había aportado confianza y seguridad en sí mismo. Ahora estaba convencido de que había llegado el momento de hacer algo, o quizá aún no, pero debía prepararse para cuando llegase ese momento.

En seguida acabó Findulas de compreder las relaciones entre los hijos. No fue tan fácil asimilar la vasta extensión de aquel imperio. La idea de que aquellos túneles y cavernas eran interminables le mareaba.

Anhelaba el momento de divisar Krindor o cualquier otra ciudad que vieran por el camino. Se preguntaba como de diferentes serían unas de otras pues albergaba la idea de que dentro de lo que permitía el terreno no se parecerían mucho.

- Hay muchas cosas que deseo que me enseñeis, dama Aedhelene. Quiero aprender acerca de los planes que nos teneis preparados, de la tarea que hemos de desempeñar para asi preparme para ella todo lo que sea posible, y no solo prepararme para mí, si no en todo aquello en lo que pueda ayudar a mis compañeros o a los hijos. Pero he entendido que antes quiero conoceros más a vosotros. Aprender como sois, cuales son vuestras costumbres y la historia de vuestro pueblo. Vivir a vuestro lado y disfrutar de vuestra compañía. Hasta donde tengo entendido mi misión, creo que tendré más éxito si consigo conoceros de verdad, además de suponerme un honor. Por supuesto, si conozco la respuesta revelaré cualquier duda que tengáis sobre el mundo de la superficie, además de poneros al día sobre los últimos acontecimientos

Otra duda asaltó la cabeza de Findulas.

-Mmm, ¿teneís información del exterior? vuestros primos o...

Findulas no tenía muy claro este punto, y esperó a que la dama Doryalim se la aclarara. Le encantaba hablar con aquella mujer que le inspiraba tanta sensatez, y se preguntaba, si en verdad eran las mujeres las que parecían tener el papel más importante cómo era su marido el consejero del emperador Tiamat, y no ella. Disfrutaba de la conversación y olvidó por completo su incómoda montura.

Divagó un rato pensando en lo que haría durante su estancia en Krindor.
Esperaba escuchar largas historias de todo aquel que estuviera dispuesto a contárselas y aprender así los acontecimientos importantes y las costumbres de los hijos. Estudiaría la historia de aquel pueblo y buscaría en la biblioteca, le parecía interesante poder leer algún escrito importante en referencia a la guerra y a la barrera. Entonces se dió cuenta...

-¡Oh! Vuestra lengua -la tristeza convirtió el corazón de Findulas en plomo al comprender que no podría leer un libro que estuviese escrito en una lengua desconocida-.¿Cuántos idiomas tenéis?
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Rittmann el Martes, 16 de Enero del 2006 a las 21:26

Mensaje por Rittmann »

Aedhelene resopló complacida ante la enorme curiosidad y ganas que Findulas demostraba por la tarea ante él.

Aedhelene : Ese es el espíritu adecuado para lo que os aguarda, Findulas de la Logia.

Su sonrisa era agradable, y su rostro risueño era como una brisa fresca.

Aedhelene : Podéis estar tranquilo, pues todas vuestras dudas se irán disipando poco a poco. Mi idea inicial era mostraros el palacio de la casa Doryalim, y también la Biblioteca de Kryndor. Y a partir de ahí, una vez visto lo esencial de nuestra ciudad, ir decidiendo sobre la marcha aquello que nos pareciese más adecuado. En cuanto a nuestra lengua... Bueno, el hechizo que reina en el Imperio permite que nos entendamos los unos a los otros, pero la lengua escrita está fuera del poder de la magia. Os enseñaremos, por supuesto, aunque llevará tiempo. Afortunadamente, tiempo es algo que tenemos.

Lisenda : Del exterior, poco sabemos ? continuó la consejera -. Pocos son los dragones del exterior que están bajo nuestra influencia, pues la Barrera debilita mucho la capacidad de nuestros videntes para ver más allá de ella. Del exterior, sabemos que alrededor de la salida de Malakor no hay más que un vasto yermo helado apenas habitado. Hay tres entradas más que nos son conocidas, pero apenas hay dragones en sus aledaños. Sabemos que los elfos ya no son la raza predominante, y también que hace unos años Sauron desapareció de la Tierra Media tras una gran guerra con los hombres, pero nuestros parientes no se involucran en tales asuntos de las razas mortales. Lo que nos llega, siempre es de muy tercera mano. El mundo bajo el sol es un misterio para nosotros, como nuestro mundo lo debe ser para vosotros.

El viaje siguió con muchas más preguntas, y las siete semanas sobre los lagartos fueron más amenas de lo inicialmente esperado. Findulas vio en ese tiempo muchos lugares extraños, como los cultivos subterráneos de extrañas plantas alimentadas con el calor de la tierra y la luz creada por extrañas formaciones fosforescentes, o de hongos que vivían en lugares oscuros y húmedos, o pastos de animales que vivían de aquellas plantas.

Aedhelene : Lograr construir un lugar que produjese comida para todos fue lo más difícil en los primeros días. Ya conocisteis a las ent mujeres, ¿verdad? Goldraeth llegó a un pacto con ellas para que ayudaran a los hijos a cultivar bajo tierra. Es la magia y la sabiduría de las pastoras de árboles lo que nos permitió sobrevivir a un infierno sin comida.

Findulas : ¿Así que las ent mujeres son las que cultivan los campos? ? preguntó intrigado.

No había vuelto a ver ent mujeres desde que dejara el bosque de setas en la entrada, aunque a ciencia cierta que encontró más de aquellos bosques en los túneles del imperio... Que tanto podían crecer en el suelo como las paredes o el techo. Era desconcertante.

Aedhelene : Eso sólo fue así en los primeros días de nuestra gente. Pasado un tiempo, aprendimos a cultivar la tierra por nosotros mismos. Las castas trabajadoras de hombres y enanos son ahora los que cultivan las grutas y pastorean los rebaños.

Findulas : ¿Castas?

Lisenda : Así es. Nuestra sociedad se divide en castas. Cada casta tiene una función en el Imperio, como la de los Arquitectos enanos que se encargan de planificar y crear nuevas galerías y lugares donde vivir.

Aedhelene : Nuestro mundo es grande y complejo. No quieras entenderlo el primer día. Prefiero a que lo vivas por ti mismo a explicártelo en un torrente de información.

No mucho después, los barrios más externos de Kryndor empezaron a aparecer en la via imperial a Malakor. Casas y viviendas excavadas en la roca, con túneles, cavernas y plazas. Las gentes, sobretodo hombres pero también enanos, miraban la comitiva desde sus tiendas, sus casas y las paradas del mercado que hallaron en una abertura que Lisenda llamó ?el mercado pequeño?. Viendo el tamaño que tenía, Findulas se preguntó cómo sería el grande.

Lisenda : Pues... El grande es el centro comercial más importante de la región. En el pequeño puede uno comprar los víveres y vituallas del día a día. En el gran mercado, en cambio, uno puede encontrar desde monturas lagarto de Kryndor hasta las mejores mercancías de todo el Imperio. Artículos de lujo, joyas, artesanos... De hecho, es la sede más importante de la Casta de los Artesanos de toda la región.

Findulas : ¿Casta de los Artesanos?

Lisenda : Sí. Son artesanos, pero también son bardos y artistas. Se dedican a hacer las vidas de las gentes del Imperio más agradables, ya sea creando una confortable silla o una pegadiza canción. Tienen en Kryndor una de sus sedes principales. ¿Te gustaría conocerlos?

La compañía continuó el camino, y de pronto ante Findulas apareció el final de la gruta-avenida por la que avanzaban... O eso le pareció, hasta que emergieron en un puente que atravesaba una enorme brecha. Una bóveda de cristal rodeaba y techaba un enorme puente tendido sobre aquella brecha, que parecía no tener fondo, y que partía literalmente la tierra en dos por una anchura de casi cien metros.

Aedhelene : La Gran Brecha de Kryndor ? dijo la dama -. Y también la razón de la prosperidad de esta ciudad. En lo más profundo de la brecha, hay un lago de lava que calienta el aire, y las corrientes que suben por la brecha tienen una gran fuerza que aprovechamos para nuestros molinos, para drenar agua, para las fraguas... Mira.

Y señaló alrededor de la brecha todo tipo de aspas y molinetes que giraban con la fuerza del viento. Por eso el techo estaba cubierto, para evitar que las corrientes de aire pudiesen arrastrar a los que cruzasen por el puente. Arriba, abajo... Hasta donde alcanzaba la vista pudo ver Findulas luces de ventanas. El lago de lava, si realmente estaba al fondo de la brecha, debía estar muy profundo. No se veía, ni siquiera se intuía su resplendor. Sólo al ver el tamaño de la brecha pudo Findulas darse cuenta del tamaño de la ciudad.

Findulas : ¿Qué población tiene Kryndor? ? preguntó el elfo.

Aedhelene : Un cuarto de millón de almas. La segunda ciudad más grande del Imperio.

?Un cuarto de millón...? ? pensó Findulas. Las dimensiones de aquello le sobrepasaban, y más a él que se había acostumbrado en sus varios siglos de vida a ver tan sólo a los pocos habitantes de Niebla Eterna.

Findulas : ¿Y la brecha... Es estable? ¿No tenéis problemas de terremotos?

Aedhelene : Por suerte, los Teryalim hallaron Kryndor primero. Y con su magia ayudaron a levantar la ciudad, y a quitar las fuerzas que hacían inestable esta tierra. La brecha es estable, y una vez al año los Teryalim revisan los sellos que mantienen el lugar libre de sustos. Hace más de trescientos años de la última vez que hubo un derrumbe en Kryndor, y mucho más del último derrumbe serio. La Brecha es nuestra fuente de riqueza y prosperidad, y aceptamos el hecho que vivir a su lado conlleva algo de riesgo, pero es un riesgo pequeño.

Una nueva plaza ricamente trabajada y decorada apareció en el camino. Y en el extremo opuesto de la misma, una impresionante y trabajada entrada con altas columnas de granito rosado iluminadas por braseros de enorme tamaño marcaban la entrada del palacio de los Doryalim.

Aedhelene : Bienvenido a mi hogar, Findulas de la Logia. Hemos llegado.

Imagen Bueno, turno que sigue mostrando un poco más de cómo viven en el Imperio y de cómo son las cosas. El próximo turno se centrará en el palacio y en la biblioteca, de modo que este es un poco para acabar de poner sobre la mesa preguntas a cosas que hayas ido viendo, ideas de cosas que te gustaría ver y aprender... Cosas que querrías consultar en la biblioteca... Siento la tardanza, pero es que he llevado una profunda falta de inspiración estos días.
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Barda el Lunes, 12 de Febrero del 2006 a las 00:56

Mensaje por Rittmann »

FINDULAS



Findulas se relajó ante la idea de aprender la lengua de los Hijos. Al fin y al cabo le encantaba aprender y nunca le había resultado díficil. Además le entusiasmaba visitar en primer lugar el palacio de la casa Doryalim y la biblioteca de Kryndor. Esperaba poder aprender allí lo suficiente como para poder hacerse una cronología de acontecimientos importantes del Imperio. Así sabría ubicar más fácilmente aquello que le contarán. Aguardaba ansioso el momento de poder relacionarse con los sabios habitantes de Kryndor.

Por supuesto, le entusiasmaba la idea de conocer al gremio de artesanos, y más aún el de bardos y artistas, por los que siempre había sentido empatía y admiración. Siempre le habían encantado las leyendas, las canciones y la música, y las pinturas y los juegos de malabares de los artistas, con los que se quedaba embelesado o boquiabierto.

A medida que transcurría el viaje, Findulas se sentía cada vez mejor junto a la Dama Aedhelene y su admiración hacia ella creció sin límites. En algunos ocasiones, la tranquilidad de espíritu que le proporcionaba la compañía de la Dama Aedhelene le hacía recordar con cariño a Gloranaël, cuya sola presencia siempre había reconfortado su corazón.

La visión del "pequeño mercado" maravilló a Findulas que perdió la vista entre las gentes que miraban a la comitiva. Hombres, multitud de hombres, y enanos... ¿y los elfos? Un repentino sentimiento de tristeza invadió a Findulas. Sin duda, no debía ser lo mismo bajar allí para aprender y pasar una temporada, como cuando se encerraba en la biblioteca de la Logia absorto en un nuevo tema, que vivir encerrado en las grutas para siempre, sin la promesa de volver a caminar entre los árboles bajo la luz del sol y las estrellas.

- ¿Y los elfos? -se atrevió a preguntar Findulas, esperanzado.



Al llegar a la Gran Brecha de Kryndor, Findulas se quedó estupefacto otra vez con las dimensiones de aquel lugar. No alcanzaba a ver el profundo lago de lava ni el más leve resplandor pero intuía el calor de la atmósfera al otro lado del cristal, con todos esos molinos y aspas girando con la fuerza del viento. Y la ciudad que le esperaba era enorme. Se sentía extraño en aquel lugar, no sólo por los túneles y las grutas en las profundidades sino por el mismo. Sabía que si se le hubieran hablado de la vastedad del Imperio antes de llegar allí con sus compañeros hubiera sentido un miedo irracional que no le habría permitido viajar jamás hasta allí.


- Bienvenido a mi hogar, Findulas de la Logia. Hemos llegado -anunció la dama Aedhelene.


El elfo no pronunció palabra, absorto como estaba ante la visión del palacio de los Doryalim
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Rittmann el Miercoles, 21 de Febrero del 2006 a las 01:15

Mensaje por Rittmann »

Findulas : ¿Y los elfos?

La dama Aedhelene miró a Findulas con un leve suspiro. Sus ojos le dijeron al noldo que ella sabía que llegaría esa pregunta, y que se había preparado para la respuesta. Y eso inquietó a Findulas.

Aedhelene : Los elfos... Si te has fijado, en el imperio hay pocos elfos. Los llaman a sí mismos los Exiliados, aunque nunca ha estado claro de qué se han exiliado. Al parecer, cuando los hijos del dragón renunciaron a Morgoth tras la revuelta de Goldraeth, los elfos no nos creyeron. Y cuando liberamos a nuestros esclavos como muestra de nuestra intención de cambio, ellos pidieron irse libremente. Se lo concedimos, y los elfos desaparecieron en las viejas grutas con rumbo desconocido.

>> No fue hasta mucho tiempo después que algunos elfos empezaron a aparecer en el Imperio. Nunca han dicho de dónde vienen, y cuando se les pregunta, aluden a un juramento de no revelarlo que parece ser que tuvieron que hacer para regresar al Imperio. Son pocos, pero son brillantes en las artes, la canción, la artesanía... En mi casa sirve Curufinbor, un elfo dedicado a las artes de la herrería y de la orfebrería. Te lo presentaré, y estoy segura que él podrá responderte mejor que yo a tus dudas.

Así llegaron al palacio de los Doryalim, y pronto descubrió Findulas que el granito rosado de la entrada se extendía al interior de los salones del mismo. Aún más, el mismo palacio estaba construido con maestría dentro de un enorme bloque de granito pulido, y las luces titilantes que iluminaban salones y pasillos desde braseros y antorchas le daban un aire solembre. Los gruesos tapices y alfombras, así como algunos cuadros que Findulas sobretodo vio colgados en un gran pasillo, hacían el sitio tremendamente acogedor. La dama Aedhelene señaló los cuadros, y fue recitando a Findulas los nombres de todos ellos. Al parecer, eran sus antepasados, los señores y las damas de la casa Doryalim durante las cuarenta generaciones que habían vivido en Kryndor.

Y al fin, llegaron a las puertas de la gran biblioteca, y al traspasarlas a Findulas le faltaron las palabras. Ya había visto a mucha gente en los salones principales de palacio - "pues el palacio no sólo es mi residencia, sino que también sirve para funcionarios de nuestra ciudad, y para muchos asuntos", comentó la dama -, y ahora en la biblioteca Findulas halló a una veintena de hombres y enanos trabajando en varios volúmenes. Las estanterías eran innumerables, y los rollos de pergamino y los manuscritos se repartían por una gigantesca estancia.

Aedhelene : Cada libro o pergamino escrito en el Imperio es copiado y traido a esta biblioteca. Es la ley del emperador Gerthion II, uno de los primeros señores dragón del imperio. Y como en origen su madre era Doryalim, pensó que su flamante nuevo palacio podría acoger el lugar donde guardar todo nuestro saber.

Findulas asintió en silencio, y se dio cuenta que diez años serían muy breves para siquiera arañar la superfície de lo que allí había. ¿Cuántos volúmenes habría? ¿Cien mil? ¿Un cuarto de millón? Era imposible de decir.

Tras un breve paseo por la biblioteca, Findulas fue conducido a sus nuevas habitaciones, y le dejaron solo para que pudiera bañarse para la cena, donde conocería al resto de la familia de la dama. Mientras los sirvientes le preparaban el baño y Findulas empezaba a desempaquetar sus cosas, llamaron a la puerta. Al abrir, un elfo de cabellos oscuros y de gran envergadura estaba al otro lado, más alto que Findulas y doblándole en ancho de espaldas.

Curufinbor : Soy Curufinbor. Me han dicho que había llegado un invitado que me querría conocer, y aquí estoy.

Su semblante era serio, altivo, y en aquel rostro Findulas rápidamente reconoció todos los rasgos clásicos de su linaje, el de los noldor. La mirada que Curufinbor le dio a Findulas fue de extrañeza.

Curufinbor : Nunca antes te había visto. ¿Quién eres?

Imagen Bueno, trataré de saltarme un poco los turnos para darte las réplicas a la conversación con Curufinbor, así que tratemos de hacer esto un poco ágil y que no se encalle, ¿de acuerdo? Por cierto, ¿qué tal vas de conocimiento del Silmarillion? ¿Lo has leido?
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Barda el Sabado, 24 de Febrero del 2006 a las 15:43

Mensaje por Rittmann »

FINDULAS



- Yo soy... soy... Findulas -consiguió pronunciar el elfo, cuya timidez había reaparecido tras la violenta entrada de Curufinbor - Soy Findulas, Bibliotecario de la Logia del Despertar, en Niebla Eterna.

Le pareció extraño que el elfo le preguntara de aquella forma quién era él. ¿Acaso no le habían dicho que había venido de la superficie? ¿Ni de la tarea que debía realizar junto a Fëahelka?

Curufinbor le desconcertaba sobremanera, y aún cuando muchas veces se había visto afligido por la verguenza de los elfos nunca se había sentido tan angustiado por lo que hicieron sus antepasados como ahora, frente aquel noldo que llevaba allí desde hacía demasiado tiempo, quizás desde siempre. Sin duda era horrible, y Findulas pensó que aquel elfo debía odiarle, a él y a todos los que estaban fuera mientras ellos vivían alli abajo, prisioneros para siempre. Pensó en lo díficil o lo imposible de perdonar a un hermano que te hubiera abandonado, pues aunque él no había participado en la Guerra de la Cólera, sentía suyo el error de sus antepasados, y también la pena de aquellos que quedaron atrapados por la barrera.

Tuvo miedo de que el elfo se impacientara y se fuera o se molestará con él y se apresuró a presentarse como era debido.

- Mi tarea en la Logia del Despertar era estudiar la historia de los noldor, intentar revivir las tierras de las Montañas de Hierro, desoladas durante la guerra, y proteger el secreto de nuestra verguenza -habló claramente, preguntándose que sabría Curufinbor acerca de la barrera y de la superficie.

Un montón de pensamientos se le agolpaban en la cabeza, y entre ellos, más fuerte que los otros, el recuerdo de su llegada y la reunión con Tiamat y Goldraeth. Entre los objetivos de los Hijos no se encontraba el de acabar con la barrera, y sin embargo, Findulas pensaba que los prisioneros si debían querer salir de aquel lugar. Sin duda, se lo preguntaría a Curunfinbor en cuanto tuviera algo más de confianza. Deseaba saber que pensaba él del aquellas cavernas y de los hijos. En seguida se acordó de aquel lugar de Exilio del que le había hablado Aedhelene antes de llegar a la biblioteca y sintió una enorme curiosidad, tanto por saber acerca del lugar como por conocerlo.

- ¿E... eras un prisionero o ... naciste aqui? -preguntó Findulas, con la voz entrecortada por su inmensa timidez y la verguenza que sentía ante el noldo.
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Rittmann el Viernes, 2 de Marzo del 2006 a las 13:41

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Curufinbor miró con ojos extrañados a Findulas, y el bibliotecario pudo ver cómo el noldo pasaba de la extrañeza a la sorpresa.

Curufinbor : Vuestra vergüenza... ¿Logia del Despertar? ¿A qué te refieres? No conozco ningún sitio llamado así... - y entonces, se le reveló la verdad sobre Findulas -. Vienes del exterior - dijo, con rostro impertérrito.

No era una pregunta, sino una afirmación, severa y profunda.

Curufinbor : Yo nací en Beleriand, en las tierras de la frontera de nuestro señor Maedhros. Cuando llegó la Quina Batalla, fui en su hueste a combatir las fuerzas de Angband, y allí caí prisionero del Enemigo. Cuando llegaron los Valar, estaba con muchos de mis parientes en las minas de Morgoth. La casa de Fëanor siempre se ha distinguido por su conocimiento de los metales y las joyas, de la magia y los poderes. Éramos prisioneros demasiado valiosos, y nos forzó a trabajar en sus minas y herrerías. Y cuando Angband cayó ante la ira de los Valar, aquí fuimos olvidados. Los sucesores de Morgoth, sus hijos del dragón, siguieron esclavizándonos... Hasta que lucharon entre ellos y nos liberaron. Y nosotros nos fuimos. Olvidados por nuestros parientes del exterior, algo sucedió que nos hizo marchar... Pero de lo que juré no hablar con nadie.

Curufinbor estudió los rasgos de Findulas con gesto severo.

Curufinbor : Tu aspecto... No eres de los Teleri, ni de los elfos de Ossiriand... Te pareces mucho a los noldor de la casa de Fingolfin. ¿Acaso eres un descendiente de nuestros parientes?

Findulas hacía mucho que no había pensado en su propio linaje. Y sí, como bien había visto Curufinbor, él pertenecía a la casa de Fingolfin, emparentado de lejos con la familia de Gil-galad, de modo que asintió a Curufinbor.

Curufinbor : Es sorprendente... Jamás pensé ver a ningún elfo que no hubiese quedado atrapado con nosotros... ¿Cómo llegaste hasta aquí? ¿Qué haces en este lugar, con la dama Aedhelene?

Findulas pudo ver en los ojos del noldo un anhelo, un brillo que reconoció como el brillo de la esperanza. ¿Acaso tenía en él esperanzas que el bibliotecario desconocía?
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Barda el Miercoles, 7 de Marzo del 2006 a las 22:42

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FINDULAS




Findulas se sorprendió al escuchar a Curufinbor hablar de su linaje y darse cuenta de la edad que debía tener aquel elfo. Después se apenó al escucharle. Repasó metalmente lo que había venido a hacer a este lugar y entristeció de nuevo cuando recordó que entre sus objetivos no se hallaba el de acabar con la barrera y liberar a los elfos. Se permitió esperanzarse un poco, al fin y al cabo, ¿quién podría cometer el despiadado error de dejar a aquella gente allí encerrada otra vez? Algo podría hacerse, y si iban a dar la cara ante los valar por los hijos sin duda debía hacerse lo propio con los prisioneros. Tendría que hablar de ello con la dama Aedhelene y conocer su punto de vista.

- ¿Conoces el terrible sufrimiento que padecen los hijos cuando mueren? -Findulas esperó a que Curufinbor asientiese, convencido de que debía conocer bien a los hijos y a la casa Doryalin-.He venido con más compañeros, y con dos de los hijos que nacieron fuera de la barrera, y estaremos aqui un tiempo, para conocer a esta extraña raza y ayudarles a hacer un trato con los Valar -Findulas suspira y menea la cabeza de un lado a otro, incrédulo aún de las magnitudes de su tarea-.Aún no sé muy bien cómo he llegado hasta aqui.

- ¿Dónde vives? ¿Y cuántos sois? -una tímida sonrisa infantil apareció en los labios de Findulas cuando pensó en conocer a elfos de tiempos tan lejanos, y aunque se conformó con la compañía de Curufinbor, se atrevió a preguntar-¿Podría conocer ese lugar donde vivís? ¿Cómo es?

Findulas estaba complacido por la compañía, deseaba oir hablar a Curufinbor y que le contará cómo estaban los elfos en aquellas profundidades, y también deseaba que le hablará de viejas historias y otros tiempos, y con un gesto invitó a Curunfinbor a sentarse con la intención de hacer la conversación lo más larga posible y a la vez agradar al elfo y contarle todo cuanto el deseara saber del exterior.
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Rittmann el Martes, 20 de Marzo del 2006 a las 12:37

Mensaje por Rittmann »

La mirada de Curufinbor se llenó de sorpresa y de algo más ante las palabras de Findulas. Con voz trémula, se dirigió a un sorprendido Findulas.

Curufinbor : A... A los... ¿Valar? ¿Vais a ir a Aman?

Findulas asintió, y vio los ojos del elfo humedecerse con lágrimas que no llegó a derramar.

Curufinbor : Juré... Juré no revelar nada a nadie de esto, Findulas de la Logia. Pero tantos juramos en el pasado... No puedo decirte de dónde vengo, ni cuántos somos. Pero... Si deseas conocer ese lugar, quizás halles pistas para ello. Es más, deseo que así sea. Nuestro señor debe conocerte, Findulas. Debe oir esto. Pero yo... Ni yo ni ninguno de los elfos que estamos en el Imperio puede regresar. Así lo juramos. No puedo llevarte allí, pero por favor, debes ir. Debes encontrarlo. Hazlo, te lo ruego...

Findulas : Pero...

Curufinbor : No hay peros. Es... Si quieres salvarnos, debes hallar la ciudad oculta. No me pidas más, o mi alma estará doblemente condenada. Sólo te lo pido, Findulas. Hazlo... Y no le digas a nadie nada de lo que te he dicho. Pues si alguien supiese de esto, todos los que aprecias serían malditos.

Ahora sí, las lágrimas corrían por las mejillas del elfo, y Findulas se quedó en silencio mientras Curufinbor salía de la habitación sin decir nada más.

Esa noche, mientras revisaba sus cosas, Findulas halló entre ellas algo que no había traido consigo. De algún modo, un pergamino se había mezclado con aquellos que portara. Lo desenrolló, y halló un extraño mapa. Un mapa en que, indicado en algún lugar lejano del imperio, había un nombre. Un solo nombre.

Maedhros.
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Barda el Lunes, 2 de Abril del 2006 a las 19:52

Mensaje por Rittmann »

FINDULAS


Maedhros. Había escuchado antes ese nombre. Sí, recordaba muy bien las hazañas de las que hablaban las canciones y los libros sobre el hijo mayor de Fëanor y se preguntaba que podría significar su nombre en aquel mapa.

Permaneció inmovil sosteniendo el mapa con manos temblorosas.

-Maedhros -susurró incoscientemente, y de repente reaccionó, enrolló el pergamino y se aseguró de guardarlo bien entre sus ropas.

Se sentó en la cama y guardó la cabeza entre las manos. No se sorprendió al descubrir que aún le temblaban las rodillas. Necesitaba pensar qué iba a hacer ahora. Deseaba encontrar ese lugar del que había hablado Curufinbor.

"Esta empresa es demasiado para mí" -pensó decepcionado. Se reprochaba no sentirse un héroe y salir corriendo siguiendo las marcas del mapa. Ojalá tuvieran el valor de Fingon o de otros tantos que se le venían a la cabeza. Findulas se sintió solo lejos de la Logia, pero evocar el recuerdo de sus viejos amigos de Niebla Eterna le ayudó a ahuyentar la soledad.

Pensó que debía hablar con Aedhelene. Por supuesto no iba a decirle nada de lo que Curufinbor le había dicho y menos aún del mapa, pero le preguntaría indirectamente a la Dama Doyarlim acerca del futuro de los elfos cuando todo haya acabado. Sabía que la dama Aedhelene era inteligente y tal vez comprendiera su preocupación por los elfos, pero aún asi no le diría nada. Pensó que lo más probable es que no tuvieran ningún plan para los elfos, pero esta vez no entristeció y asumió su nueva misión.

"Si quieres salvarnos, debes hallar la ciudad oculta" había dicho Curunfinbor.

Se levantó y se apresuró a salir de su habitación y encontrarse con alguien para evitar tener que preguntarse si se atrevería a seguir el camino del mapa el solo.



Off rol: Salud Ritt.
Deseo seguir el mapaaa. Si tiene alguna indicación que reconozca para saber cual es el punto de partida no me lo pensaré demasiado y lo seguiré. Si no se nada acerca de la zona y el mapa no me dice nada intentaré informarme a escondidas en la Biblioteca.
No quiero quedar mal con la casa Doyarlim asi que seguiré el mapa cuando pueda hacer creer que estoy en otro lugar (perdido en la inmensa biblioteca, un paseo por el mercado o meditando en mi habitación; según el tiempo que crea que necesito para llegar hasta allí) y claro, me aseguraré de que no me siga nadie.

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Rittmann el Viernes, 20 de Abril del 2006 a las 22:30

Mensaje por Rittmann »

Findulas empezó a buscar información en la biblioteca tras avisar a un sirviente de su intención de hablar con la dama. El sirviente no tardó en regresar y anunciar al elfo que la dama le recibiría durante la cena, pues en esos momentos aún estaba ocupada poniéndose al día de los asuntos de la ciudad. Eso dio tiempo al bibliotecario de la Logia del Despertar a asentarse un poco y estudiar las indicaciones del mapa.

En el mapa, aparte del nombre de Maedhros, aparecían algunas reseñas a antiguas minas. Findulas, rebuscando por las grandes estanterías de la gran biblioteca, no tardó en encontrar un tratado antiguo sobre minería. Mientras lo desempolvaba, pensó que aún tardaría tiempo en poder descifrar todas las claves que aparecían en el lienzo que le había sido dado, pero en cualquier caso se trataba de un buen punto de inicio. Aquella tarde estuvo leyendo la introducción del tratado.

Las minas del Imperio habían tenido una larga tradición, ya desde antes de los días de la Barrera de Etherion. En el tratado, se relataba que las profundidades de la tierra en que Morgoth se había asentado habían sido ricas en metal y joyas desde el principio de los tiempos, pues Aulë mismo había bendito el norte antes que el yugo oscuro del Enemigo lo mancillara con el frío mortal que aún en aquella edad reinaba en la superfície. Pero Morgoth carecía del saber de Aulë en asuntos de minería, y gran parte de sus esfuerzos fueron sin foco en sus primeros días. Los orcos se convirtieron, junto a los esclavos, en la fuerza principal de trabajo de las minas de hierro de Angband, y sus técnicas rudimentarias habían dado pobres resultados.

Mucho cambiaron las cosas tras las guerras con los elfos de Beleriand. Apresados en masa, los noldor de la casa de Fëanor mostraron gran habilidad en aquel terreno, y Morgoth pronto vio mejor el ponerlos a dirigir en las minas las tareas de extracción que no el torturarlos. Aquello les dio una cierta libertad, aunque vigilados constantemente por los orcos y los trolls, y sobretodo por el infame ser que el manuscrito llamaba Durlach el Guardián de los Pozos, pocos fueron los noldor que lograron huir.

Mientras leía aquello, Findulas se preguntó qué artimañas había empleado Morgoth para doblegar la voluntad de sus antepasados elfos para que accediesen a excavar en la roca en busca de metal y de joyas. Sin duda, los elfos que él había conocido jamás habrían servido libremente al Enemigo, por lo que aquel punto se le antojó oscuro. El tomo daba por supuesto que los elfos habían hecho el trabajo, y no se mencionaba en ninguna parte que se hubiesen resistido.

Así, el tomo llegaba a la Guerra de la Cólera y al Cataclismo que cambió la faz de Arda, así como al establecimiento de la Barrera de Etherion. Tras el Cataclismo, el Imperio naciente era un caos y muchos fueron los elfos que trataron de huir. Muchos de ellos desaparecieron en aquellos días, y nunca fueron encontrados, pues su conocimiento de las grutas y de las minas no tenía par entre las criaturas del naciente Imperio. Ellos habían sido al fin y al cabo los arquitectos de muchas de aquellas minas, y nadie salvo los noldor prisioneros conocían sus secretos.

A partir de ese punto, el tomo explicaba técnicas aprendidas por los trabajadores de las minas de los señores elfos llegados de Occidente. Pero cuando estaba a punto de cerrar el libro, encontró un viejo grabado de las minas antiguas de Angband. Muchas de ellas habían quedado destruidas durante el gran Cataclismo que finalizó la Primera Edad, y en el grabado pudo encontrar las zonas destruidas en color oscuro. Sin embargo, algunas de las galerías en oscuro figuraban en el mapa que le había sido dado, contiguas a galerías cerradas aún existentes, minas agotadas a algunas semanas de camino de Malakor. Un largo viaje.

Recién terminaba de hacer su comparativa cuando el sirviente al que avisara anteriormente llegó para avisar a Findulas que la hora de la cena había llegado. Abstraído en la lectura y la indagación, el elfo había descuidado por completo la hora. Cerrando el tomo y dejándolo en su lugar, y guardando el lienzo del mapa en uno de los bolsillos de su amplia túnica, Findulas se apresuró a no llegar tarde a su cena.

La dama Aedhelene recibió a solas a Findulas, y aquello sorprendió un poco al elfo.

Findulas : ¿Cenaremos solos?

Aedhelene : El resto han tenido que irse a una cena de gala que organiza el gremio de Artesanos. Como aún tengo cosas que hacer en palacio y la presencia de los enanos nunca ha sido de mi especial agrado, me he podido escapar de la cita. Vuestra petición de hablar conmigo ha ayudado, ciertamente - dijo finalmente con una sonrisa cansada.

Aedhelene había estado ocupada todo el día, y su aspecto en general era de cansancio. Findulas se preguntó hasta qué punto podía robarle un poco de tiempo a la dama, pero a medida que avanzó la cena y ella le puso al tanto de sus preocupaciones - una disputa entre el gremio de Artesanos y los nobles de la ciudad por la construcción de una estatua parecía ser el foco de todos sus problemas -, Findulas al fin se dispuso a indagar un poco sobre el asunto que le daba vueltas en la cabeza.

Findulas : Decidme, dama Aedhelene... Hay una cosa que hace un tiempo quiero preguntaros. Una vez todo este asunto de... La corona... - Findulas se dio cuenta que había estado a punto de mencionar el nombre de Sauron, pero lo reprimió al parecerle inapropiado mentar al Señor de los Anillos durante una cena -. ¿Qué sucederá con los elfos del Imperio?

Aedhelene : No lo sé. La verdad, los elfos siempre han tenido un deje misterioso, y siempre da la sensación que estén ocultando algo. Al menos los del Imperio. Vos sois muy distinto de ellos, pues aunque de espíritus nobles y bellas maneras, nunca... Nunca se han integrado por completo. No tienen hijos. No viajan, o viajan constantemente, sin término medio. No socializan apenas, salvo cuando sus obligaciones y oficios les llevan a ello. Su destino, la verdad, depende de ellos y no de nosotros.

Imagen Bien, turno puesto. Si hay más cosas que quieras preguntar a la Dama, adelante y sin miedo.

Imagen Para que el turno no quede demasiado corto, aprovecharemos para empezar ya lo que aprendes en tu estancia con los Doryalim. Puedes describir tu estancia en la biblioteca, y puedes inventar una excusa para viajar si deseas acudir a esas minas. Te dejo libertad para describir la excusa, e iniciar el viaje con el complemento que necesites - guías, escoltas, lagartos... Eso sí, Curufinbor no vendrá. Si durante el turno le pides venir, se negará.

Imagen El tiempo que estés aprendiendo hasta el viaje, si finalmente partes, te lo dejo a ti. Uno o dos años sería probablemente lo apropiado, pues no hay prisa para seguir el mapa sin levantar sospechas. Como el turno en principio será largo de redactar, una buena redacción reportará una buena dosis de experiencia extra. Es un buen momento también para recrearse en quién es Findulas, sus usos y costumbres, amistades que pueda hacer en la ciudad - te dejo libertad creativa en este tema -...

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Barda el Miercoles, 23 de Mayo del 2006 a las 18:23

Mensaje por Rittmann »

FINDULAS




La respuesta de la Dama no aclaró ninguna de las dudas de Findulas. El elfo se reprochó que quizá esto se debiese a que no le había hecho la pregunta correcta. Lo que el deseaba saber era si los Hijos del Dragón ayudarían a los elfos si querían salir de allí. Le aterraba pensar que quizá existiese algún problema que pudiera impedir que ambos pueblos consiguieran lo que deseaban, que los Hijos alcanzaran su fin y los elfos salieran de aquel lugar, pues daba por sentado que esto era lo que los elfos querrían.

Sin embargo, no se atrevió a preguntar nada más acerca del tema. Pensó que no era un buen momento y que tal vez sus preguntas inoportunas levantarían las sospechas de la Dama Doryalim. Le extrañó que Aedhelene no le hubiese preguntado nada acerca de su encuentro con Curufinbor, y entonces recordó que la Dama debía ser una de las personas más ocupadas del Imperio, lo que le ayudaría a mantener sus planes en secreto.

Resolvió que se ocuparía del asunto con calma más adelante. Al fin y al cabo tendría tiempo para todo. Disfrutó del resto de la cena y de la compañía de la Dama Aedhelene y después se retiró a su habitación para descansar. Estaba exhausto después de tan largo viaje y se tiró en la cama pensando en dormir todo lo posible antes del día siguiente.


Al principio los días pasaron muy rápido. No tenía muy claro en que emplear primero el tiempo y la vastedad de la casa Doryalim le obligaba a pasarse gran parte del día corriendo de un sitio para otro.

Pidió permiso para salir fuera en aquellos primeros días. Pensaba que hablar con los Hijos le ayudaría a orientar sus planes de estudio en la biblioteca. Se pasaba horas hablando con la gente del lugar. Al principio les hacía preguntas sobre su estado de madurez, pero pronto empezó a creer que jamás podría diferenciarlos con seguridad, y se dedicó a otras cosas.

Se encontraba a gusto en una plaza enorme que había cerca del palacio y pasaba allí mucho tiempo observando y hablando con los Hijos. Al principio le gustaba acercarse a los mayores, pues sabía que siempre eran pozos de sabiduría, pero pronto entendió que la sabiduría era la virtud de todos los Doryalim y buscaba la compañía de cualquiera que quisiera hablar con él. Ponía gran interés en aprender las costumbres del lugar e intentaba hacerse a ellas con un profundo respeto.

Esperó ansioso el momento de poder visitar el gran mercado y así poder conocer también algo de las otras casas, sobre todo de la de los músicos y bardos que tanto llamaban su atención.


Pasó el tiempo, y una mañana que Findulas estaba en la plaza se dio cuenta de que ya había aprendido mucho allí. Las historias que le contaban se repetían y el elfo manejaba las costumbres más conocidas a la perfección. Había intentado hacer algún amigo entre los Hijos del Dragón. Él se consideraba amigo de ellos, pero creía que ellos le miraban con el temor del que espera un gran favor. Así que intentó acercarse más a cada uno de ellos, interesándose por las virtudes de todos.

Echaba de menos a sus amigos de La Logia, y también los espacios abiertos y los árboles. Desde que llegó al Imperio no recordaba haber tenido ningún sueño pero al despertar por las mañanas le parecía tener en la nariz el olor de los sauces, como si hubiese despertado en Niebla Eterna. Añoraba la música del viento al tocar los árboles y el canto de los pájaros, los destellos de la luz al reflejarse en el agua del río y el olor de las flores y la hierba húmeda. Anhelaba ver las estrellas y sentir el calor del sol en la piel. Y entonces se aterraba al pensar que pudiera existir una barrera que no le permitiera volver a la superficie y le mantuviese encerrado allí para siempre. Y le entraba prisa por salir de Kryndor y seguir el rastro del mapa.

A menudo buscaba tropezar con Curufinbor para pasar el tiempo con él. Anhelaba estar con elfos aunque este era muy diferente a todos los que había conocido. Curufinbor no hablaba mucho y a Findulas le gustaba contarle cosas de la superficie, viejas historias y costumbres, aunque a veces no tenía muy claro si con esto alentaba las esperanzas del elfo o le atormentaba. Findulas no le habló más sobre lo que Curufinbor le había contado la noche que llego a Kryndor pero siempre le hablaba con afecto, a fin de hacerle saber que no había olvidado una palabra. Además, le buscaba para que le acompañase a visitar las partes de la ciudad que no conocía y el elfo accedía siempre que podía dejar sus tareas.


Había pasado un año y Findulas decidió que debía ponerse manos a la obra con sus estudios en la Biblioteca. Comenzó a aprender a leer en la lengua de los Hijos del Dragón y se pasaba horas sumido entre enormes pilas de libros. Cuando adquirió más destreza se pasaba horas enteras paseando entre las enormes estanterías de libros. Leyendo todos los títulos que podía y descifrando los que no descubría a primera vista, en busca de algún libro que atrajera especialmente su interés.

Estudió las fronteras de todo el Reino y cuando se sintió más habilidoso con el lenguaje se propuso leer todos los libros de historia que le pudieran aportar algo que no le hubieran contado en la calle. No se dejó amedrentar por el enorme volumen de libros que tenía pensado leer y se decidió disfrutar de su tiempo en la biblioteca. Primero empezaría con la historia general de los Hijos del Dragón y luego profundizaría en la historia de las Casas, sobre todo la de los Doryalim. Aún recordaba el tomo que leyó la noche que llegó a Kryndor y visitó la Biblioteca. Buscó aquel libro y estudió aquellas grutas que le conducirían al destino que marcaba el mapa hasta el punto de recordar de memoria sus características y dimensiones.

A veces se entusiasmaba con algún tema y pasaba encerrado con los libros días enteros, sin apenas comer ni dormir. Pero no olvidó que debía seguir compartiendo el tiempo con los Hijos del Dragón, al menos con los que ya conocía, así que intentaba salir fuera todo lo posible, y pasar el tiempo en la plaza y paseando por el reino de Kryndor. Además, estaba interesado en las grandes construcciones del Imperio y los lugares importantes y no quería dejar ninguno sin visitar. También acompañaba a la Dama Aedhelene siempre que ella quería, e intentó no pasar por alto ningún festejo o evento importante.

Creía conocer bastante bien a los Hijos del Dragón, hasta el punto que ya le parecía una raza como cualquier otra de la superficie. Tenían sus costumbres y leyes como cualquier pueblo, estaban bien organizados y por lo que Findulas pudo aprender llevaban ya muchos años viviendo sin guerras. Al principio le extrañaba que pudiera existir una cultura que no venerara a su creador por malvado que fuese, ya fuera por respeto o sólo por miedo, así que aprendió a admirar la valentía y la fuerza de voluntad de los Hijos.

Siempre tenía presente la misión que debía llevar a cabo por los Hijos del Dragón, pero pocas veces se acordaba el elfo del momento en que tendría que presentarse ante los valar, pues no le parecía posible aún que él pudiera poner sus pies en Valinor. Recordaba entonces lo que allí le esperaba y volvía a sus libros con más entusiasmo.

Casi habían pasado dos años desde que llegó a Kryndor y Findulas sabía que se acercaba el momento de seguir el mapa que le había entregado Curunfinbor.?Si quieres salvarnos, debes hallar la ciudad oculta.? Recordaba las palabras del elfo a menudo, y ya llevaba un tiempo queriendo partir, pues cada vez le angustiaba más no haber visto aún a los elfos y no saber que más le esperaba en aquel lugar. Así pues, decidió como debía irse, y que excusa podría decirle a la Dama para poder ausentarse y realizar el viaje. Por más vueltas que le había dado a la cabeza en estos dos años, no se le había ocurrido nada que pudiera alegar para poder salir solo. Investigó sobre los riesgos de los túneles, si podía haber enemigos o cualquier otro peligro. Creía que podría llegar fácilmente al destino con el mapa y no tenía miedo de perderse, pero nunca había sido valiente y la verdad es que temía salir solo. Sin embargo, y aunque había intentado por todos los medios hacer un amigo entre los Hijos no creía tener ninguno entre la población que le quisiera acompañar en este viaje. Los Hijos estaban muy ocupados en sus asuntos. Solo hablaban de los elfos cuando Findulas les preguntaba y la verdad es que no sabían mucho.

Tal vez se lo dijese a Lisenda. Había pasado largas tardes con ella, hablando de la vida cotidiana y riéndose de cosas curiosas. A la chica le divertían las costumbres de la superficie y él intentaba saciar su curiosidad contándole las que recordaba con más cariño. Quizá ella accedería a viajar con él. Podría proponerle el viaje como una simple excursión por las grutas, y si a ella no le agradaba el camino a seguir convencerla de continuar en busca de algún monumento o ruina élfica de la que había leído en los libros, y no podía irse sin ver. Estaba seguro de que ella accedería pero se sintió mal solo de pensar en engañarla. Podía decirle que esperaba encontrar elfos y que quería ayudarles a volver a la superficie, pero temía que ella le reprochara que él no estaba allí para eso si no para ocuparse del asunto de los Hijos del Dragón.

Estaba indeciso de compartir el secreto de Curufinbor con Lisenda pero después de pensarlo mucho se reconoció a si mismo que no tenía el valor suficiente para adentrarse en las grutas el sólo. Además, se excuso a sí mismo pensando que si encontraba a los elfos, los Hijos tendrían que saberlo tarde o temprano. Asi que decidió invitar a Lisenda a la excursión por las grutas la próxima vez que la viera. Le diría que quería explorarlas y ver si había restos de una civilización élfica sobre la que había leído en un libro. No le ocultaría la duración del viaje y en cuanto ella accediera le pediría permiso a la Dama Aedhelene para ausentarse y un par de monturas lagarto para emprender el viaje. Después prepararía las provisiones necesarias y partiría.

Ahora que ya estaba decidido, solo una duda asaltaba la cabeza de Findulas:?¿Querrá Lisenda venir conmigo??





Off rol:

Master, confío en que Lisenda no echará a correr escandalizada si ve un grupo de elfos furtivos, pero de todas formas me gustaría conocer los riesgos del camino. Si en los túneles no hay más riesgo que el de perderse, Findulas irá solo.

También me gustaría saber, si puedo hacer algo con mis dotes adivinatorias aquí dentro. ¿Podría ayunar y meditar hasta tener una visión como hacía en la isla?



(((Perdona que haya tardado tanto en actualizar. No quiero que pienses que estoy abandonando al personaje? es que me ha costado un montón volver a concentrarme después de tanta fiesta y tanto puente. Ya estoy a tope. xD)))

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Rittmann el Viernes, 8 de Junio del 2006 a las 23:38

Mensaje por Rittmann »

Lisenda : ¿Explorar las viejas minas? ¿Qué hay en ellas, Findulas?

Findulas miraba la sorpresa reflejada en la expresión de Lisenda con tanto disimulo como era capaz.

Findulas : Me gustaría ver el lugar. Dicen que fue un sitio donde trabajaron los noldor bajo el yugo de Morgoth hace eras, y me gustaría ver qué técnicas empleaban para obtener el metal y las joyas que duermen en el suelo.

Lisenda : Sí, he oido hablar de las antiguas minas, pero debieron quedar agotadas hace siglos. A saber en qué estado se encontrarán, o si quedará algo que ver.

Findulas sonrió.

Findulas : La mía es una raza inmortal, Lisenda. Hacemos las cosas para que duren, incluso las más banales en apariencia. En una tierra como la del Imperio, podría ser interesante recuperar las viejas técnicas de mis parientes para ayudar en la excavación de nuevas galerías o minas, pero antes de llevar a ningún enano a examinar el lugar, prefiero echarle un ojo yo. Y tú eres mucho mejor jinete que yo, y conoces los caminos del imperio...

Lisenda resopló, se encogió de hombros, y al fin accedió a la propuesta.

Lisenda : Bueno, visto de ese modo... Sí, supongo que salir un par de meses de la ciudad no nos puede hacer ningún mal. Son tierras seguras, interiores, poco recorridas porque no hay mucho que ver. Pero puede que encontremos algo que te sea útil.

Findulas : Sólo quiero ayudar - concluyó Findulas.

Lisenda : Está bien. Necesitaré unos días para prepararlo todo.

Y unos días más tarde, la pareja se puso en camino hacia las antiguas minas de hierro de Angband. Éstas quedaban en algún lugar a medio camino de Malakor, pero más profundo que la vez en que Findulas llegase al Imperio. Si los mapas eran correctos, las minas se adentraban en la tierra siguiendo una rica veta de hierro que antaño había llegado a la superfície de la tierra, y que se adentraba hacia las profundidades del mundo. El camino hasta las minas fue tranquilo y apacible, pasando por pueblos de vez en cuando dedicados al pastoreo y al cultivo de vegetales subterraneos. Hacía tiempo que Findulas había descubierto las delicias que aquellos musgos de las profundidades podían dar al paladar. Pocos de ellos eran comestibles, pero según lo que había leído en la biblioteca de Kryndor, fueron un regalo de las ent mujeres tras ser liberadas de la esclavitud al final de la revuelta de Goldraeth contra su padre. Tiempos bañados en la bruma de los mitos que par Findulas se habían tornado muy reales. Tiempos en que los hijos habían renunciado a su esencia maligna para poder vivir en aquellas profundidades inhóspitas.

Tras tres semanas de camino, llegaron al fin a un pueblo situado en la parte más alta de las antiguas minas. No era un pueblo muy diferente a los demás, y en él quizás vivirían doscientos o trescientos hombres y enanos, pero no había rastro alguno de presencia élfica. Una pequeña posada regentada por un robusto enano que hacía también las veces de herrero del pueblo les proveyeron alojamiento.

Posadero : ¿Las minas? - dijo con sorpresa el enano -. Apenas hay ya hierro en ellas. Yo mismo bajo un par de veces a la semana para excavar el hierro que necesito para mi fragua. Bajamos un grupo de compañeros, excavamos lo que necesitamos... Pero no hay mucho, no. Si hubo algo antaño, hace tiempo que quedó hecho pedazos. Los niveles inferiores, además, están llenos de escombros y son inestables. Nadie baja ya por ellos, es demasiado peligroso.

Lisenda pareció desanimarse ante las palabras del posadero, pero Findulas se limitó a agradecer beatíficamente el comentario de éste y a tomar un poco del queso y embutido locales que el enano les había servido para cenar. Habría preferido algo menos fuerte, pero no le hizo ascos.

Lisenda : Siento mucho que no quede nada, Findulas...

Findulas : No pasa nada. De todos modos, ya que estamos aquí, mañana bajaremos a las minas a echarle un vistazo.

Lisenda asintió con poca convicción, y prosiguieron la cena charlando de leyendas locales, de monstruos míticos de las profundidades y de magias ignotas. A Lisenda le fascinaba todo lo relacionado con aquellos temas, y conocía muchas historias que se contaban de padres a hijos, de madres a hijas. Findulas había leido muchas de esas historias, pero se limitaba a sonreir y escuchar a Lisenda contarlas a su modo, mucho más vivas en sus labios que en las sentencias de los viejos manuscritos de la biblioteca de Kryndor.

Tras el descanso, empezaron a bajar a las minas. Una vieja vagoneta montada en railes bien mantenidos señalaba el medio empleado por el posadero herrero y su gente para transportar los frutos de sus búsquedas en la mina. Los primeros niveles estaban completamente desmontados por incontables generaciones de enanos que habían trabajado en ellos, y poco a poco bajando hacia las profundidades se alcanzaban lugares donde las vetas de mineral de hierro se volvían visibles. Aún agotada, la mina era aún rica en mineral, aunque éste se encontraba lejos de la salida al pueblo y era accesible sólo tras una larga caminata de casi tres horas. Haría falta mucha gente para explotarla de un modo adecuado, y según aseguraba el enano de la posada, de todos modos estaba casi agotada.

Siguieron bajando niveles y galerías, en busca de lugares aún no hollados por los enanos, pero cuando llegaron a los niveles intermedios que marcaba el mapa, encontraron los derrumbes mencionados por el posadero. Findulas buscó en todas y cada una de las galerías que el mapa tenía marcadas... Sin éxito. Nada. Todas ellas aparecían derrumbadas.

Lisenda miraba a Findulas. Estaba agotada, y ya empezaba a dudar probablemente de lo que fuera que les había llevado a aquel lugar. Llevaban caminando casi siete horas, y aún no habían logrado encontrar nada que pareciese ser noldor.

Imagen Respecto a lo de poder forzar una visión, sí, puedes intentarlo. Sin embargo, un lugar sagrado o consagrado, o un lugar con fuertes conexiones mágicas - la orilla de un lago subterraneo, una cascada subterranea, alguna formación natural espectacular... Que las hay en el Imperio - puede multiplicar las opciones de éxito.
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Mandrigal el Jueves, 6 de Diciembre del 2006 a las 15:26

Mensaje por Rittmann »

FINDULAS:

Nada, nada de nada. ¿Qué estaba sucediendo allí? ¿Le había engañado Curufinbor? No, estaba seguro de que no, y aquello significaba que algo se le pasaba por alto. Entonces, ¿qué? Tal vez se había precipitado, tal vez la impaciencia le había jugado una mala pasada y se había lanzado a la aventura sin disponer de suficientes datos. En su trabajo como Bibliotecario de la Logia, aunque le gustaba sobremanera y, realmente, era algo que le entusiasmaba, había sido asaltado muchas veces por las dudas, dudas sobre la validez y necesidad de lo que hacía. Siempre había conseguido aplacarlas y auto animarse convenciéndose de que el haber consagrado su vida al estudio de la historia antigua de los suyos no había sido cosa baladí. No era fácil teniendo de compañeros a ilustrísimos noldor como Nestador, azote de dragones, y, sobretodo, el malogrado Gloranaël. Grandes elfos, señores poderosos, y guerreros sin igual, capaces de enfrentarse en solitario al mismísimo Ancalagon sin dudar un instante. Y, sin embargo, a él aún le recorría un escalofrío cuando pensaba en aquella terrible bestia alada acercándose al berg. Él, poco más que un jovenzuelo al lado de tan insignes seres, escondiendo su débil capacidad física entre libros mucho más viejos que él, recipientes de una historia pasada de la que solo quedaban unas pocas trazas en Endor.

Casi todos se habían marchado. Desde la caída de Sauron y el retorno del Rey, los más importantes núcleos noldor habían desaparecido. Galadriel del anillo, la más noble de los elfos de Tierra Media, había abandonado Lothlórien y, junto con ella, también el señor Elrond. Aún quedaban noldor en Caras Galadon y también algunos, unos pocos, en la corte del rey Thranduil, pero nada más. A decir verdad, la Logia del Despertar, aún siendo secreta, era el mayor asentamiento noldor de Endor, y si existía era por dos razones: devolver la vida al norte de Tierra Media, convertido en un erial helado a consecuencia de la corrupción de Morgoth y, también, vigilar la Barrera de Etherion. ¡¡No se necesitaba un bibliotecario para eso!! ¿A quien quería engañar? Se necesitaban Gloranaëls y Nestadors pero no Findulas. Sin embargo aquella sombra que siempre lo había perseguido, aquella sensación de inferioridad, había ido remitiendo desde que cruzase la Barrera de Etherion. Ya no era un estudioso de la historia pasada, se había convertido en un observador de primera mano de la historia presente y, desde su encuentro con Curufinbor , el futuro parecía estar reservándole un papel mucho más relevante que el de mero espectador: dar con la Ciudad Perdida de los elfos en aquellas profundidades, saber de primera mano lo que les había sucedido tras el abandono y también enterarse de su situación.

Le había estado dando vueltas a aquello y no paraba de preguntarse que encontraría allí. No sabía cuantos elfos habían quedado atrapados dentro de la Barrera pero de las palabras e historias que le contaba Nestador y, sobretodo, de la información extraída de los libros de historia noldor de la Biblioteca de la Logia podían ser cientos, incluso, varios miles, ya que no solo los elfos que se enfrentaron a Morgoth en la Guerra de la Cólera y quedaron atrapados por la Barrera de Etherion podían estar viviendo allí sino también los incontables esclavos que el Vala Caído había hecho en las cinco grandes guerras que la precedieron. Si al igual que los Hijos del Dragón habían logrado prosperar y reproducirse entre ellos, los incontables años que habían pasado desde entonces habrían podido dar lugar a miles de nacimientos elfos. Desde luego Findulas no era ingenuo, sabía que las mujeres elfas rara vez iban a la guerra pero, a pocas que Morgoth hubiese capturado en la Dagor Bragollach, cuando conquistó Tol Sirion y, sobretodo, en la Nirnaeth Arnoediad, la procreación hubiese sido posible, y esta hubiera aumentado exponencialmente en el devenir de los años. Si, era una hermosa visión, un gran reino élfico en las profundidades, un asentamiento que habría estado apartado de todas las grandes catástrofes que su pueblo sufriese durante toda su historia, un reino que podría haber mantenido intacta la esencia, habilidad y poder de los primeros elfos. Si aquel bello pensamiento, realmente, había acontecido así, y él era capaz de encontrarlos y liberarlos, podría significar el resurgir de du pueblo en Endor, podría dar lugar a una segunda Era de los Elfos.

Y mientras su activa mente divagaba sobre aquellas esperanzadoras hipótesis se dio cuenta de su papel en aquel momento. Nadie sabía nada de aquel supuesto mundo élfico, a nadie le importaba, y solo el tenía la información y la posibilidad de dar con él; no para intentar avivar la casi extinguida gloria élfica en Tierra Media ni tampoco para conseguir meter el nombre de Findulas en aquellos libros de historia que tanto le gustaban. Fuera lo que fuera lo que le esperaba allí carecía de importancia real. Lo único y significativo, lo realmente trascendente, era el hecho de que tenía la oportunidad de liberarles de aquel encierro y convertir aquello en un acto de redención para los suyos. Si, la vergüenza a la que los elfos de Niebla Eterna se enfrentaban todos y cada uno de los días de su inmortal vida podía, por fin, mitigarse. Ese era el verdadero objetivo, esa era la meta.

Aquella remota esperanza hacía que Findulas sintiese un vértigo atroz. ¿Estaría capacitado un simple Bibliotecario, casi una rata de biblioteca, para la tarea? Notó como las piernas le fallaban y como perdía las fuerzas. Fuerzas, algo que jamás había tenido y que de nuevo necesitaba. Si quería llegar a la altura de sus compañeros tendría que encontrar el valor necesario, no dejarse amilanar solo con pensar en lo que le venía encima, sobreponerse y luchar hasta el final. Azuzado por aquel pensamiento no se dejó dominar: apretó los puños con fuerza y rememoró las grandes hazañas de los de su raza, aquellos a los que tanto admiraba. Y se vio a si mismo enfrentándose al Vala Caído delante de las puertas de Angband como antaño hiciese Fingolfin, su antepasado más remoto e importante, hiriendo una y otra vez a la abominación en la que se había convertido Morgoth, cercenándole el pie con la sagrada Ringil, resistiendo las acometidas del Terrible Martillo de los Mundos Subterráneos, hasta finalmente caer ante?.Una gota de frío sudor resbaló por su frente al rememorar el destino de Fingolfin, abatido y muerto, y la magia se quebró, la fuerza y resolución empezaron a desaparecer. Pero esta vez Findulas no se dejó dominar: lo sabía, sabía lo que significa Fingolfin, lo había leído demasiadas veces en los libros antiguos; no era la derrota, era la esperanza, no era perder, era resistir hasta el final, no era dejarse dominar por el desaliento y el miedo, era sobreponerse y luchar, y él lo haría, lo haría mientras quedase una mínima oportunidad de remendar aquel error, mientras existiese un modo de redimirse.

No obstante, aún embargado de aquella ilusión y cargado de determinación, no podía dejar de sentir como las dudas ensombrecían todo su ánimo. Desde luego, al joven elfo no se le había pasado ninguna de las crípticas respuestas que obtenía cada vez que había tratado con alguien el tema de los elfos, sobretodo con Curufinbor, y que daban pie a pensar que las cosas podían no haber ido tan bien como el imaginaba. ¿Por qué aquel juramento?¿Por qué aquel secretismo? Hacía mucho que los Hijos del Dragón habían abjurado de Morgoth, demasiado tiempo para continuar desconfiando, demasiado tiempo para esconderse de ellos. El enemigo negro ya no era su señor, luchaban por escapar de él, querían el perdón de los Valar, de sus mismos dioses?.De repente una idea cruzó por su cabeza. Solo fue un instante fugaz, apenas un destello, una descarga intuitiva, que le erizó hasta el último pelo de su lampiño cuerpo. Intentó desterrar las imperceptibles trazas que en su mente había dejado aquella horripilante idea pero retazos de la conversación con Curufinbor le impedían lograr su objetivo.

    Curufinbor: -"?nosotros nos fuimos. Olvidados por nuestros parientes de exterior?"


Que equivocado estaba. Aquello no era cierto, nunca se habían olvidado de ellos. Hubiesen podido hacerlo, como la mayoría de los que ya habían marchado a Aman, pero no habían querido. Al contrario, una de las funciones de la Logia del Despertar era mantener vivo el recuerdo de aquellos que habían quedado, irremisiblemente, atrapados por la necesaria Barrera de Etherion, aquellos que habían tenido que ser sacrificados para mantener viva la esperanza. Jamás les habían olvidado pero claro, eso es algo que los afectados no podían saber y aquello hacía dudar al joven elfo.

    Curufinbor: -"?si quieres salvarnos debes hallar la ciudad oculta. No me pidas más, o mi alma estará doblemente condenada?.si alguien supiese de esto, todos los que aprecias serían malditos."


¿Condenada? No, no condenada, doblemente condenada. Había algo en aquellas dos palabras que le inquietaban, Podía estar sacándolas de contexto para que se ajustasen al presentimiento que había tenido pero, en cualquier caso, solo les veía un significado: condenar a un condenado. ¿Había sido la manera que había tenido Curufinbor de decir que ya estaba condenado por algo? Si así era, ¿cuál sería el motivo? No lograba adivinarlo pero lo que intuía no le gustaría nada, y mucho menos el pensar en la magnitud que aquello podía tener si era capaz de alcanzar a todos los que él apreciaba. No, no podía ser, no quería ni siquiera aceptar la posibilidad. Los elfos eran los Primeros Nacidos, la obra cumbre de Ilúvatar, nacidos de su pensamiento y moldeados por él mismo, no podían abandonarse a la oscuridad, era imposible pero? ¿qué sabía él? Todo el conocimiento que tenía provenía de sus adorados libros, todo lo que había aprendido había sido a través de vivencias de otros, plasmadas en un trozo de papel para que se tuviera constancia y, por mucho interés que se pusiese en la narración, era imposible trasladar los sentimientos, buenos o malos, ya fueran alegrías o tristezas, sufrimiento o regocijo, desesperación o esperanza, a un papel. ¿Podía él llegar a imaginar lo que habían sufrido aquellos elfos cautivos? Encerrados con el enemigo por sus propios amigos, esclavizados por el mal al que querían combatir, sin ninguna noticia del exterior, sin ningún intento por parte de los de su propia raza de ayudarlos hasta que, al final, los mismos enemigos los liberaron. La ayuda no vino del exterior, no de los de su propia sangre, sino de sus antiguos adversarios. ¿Era todo aquel cúmulo de desgracias y penurias suficientes para quebrar la voluntad de un elfo? Difícil contestar. Era innegable que su sufrimiento tuvo que ser indescriptible, solo capaz de resistirse aferrándose a la esperanza, y si aquella esperanza se había desvanecido?.

Lisenda: -"Findulas, ¡Findulas!, ¿te encuentras bien?¿Qué te pasa?"

Findulas: -"¿Eh??¿Qué...?"

Aquella voz lo había conectado de nuevo a la realidad, lo había arrancado de la terrible pesadilla que se estaba fraguando en su cabeza.

Lisenda: -"Findulas, estás muy pálido, ¿te encuentras cansado? Tal vez deberíamos volver?"

Findulas: -"¿Volver? Humm, no, no, me encuentro bien. Es,? es este calor. No te deja respirar pero con un poco de agua seguro que se me pasará, tranquila."

Lisenda: -"Si, tal vez sea eso. La verdad es que aquí dentro el ambiente es claustrofóbico; sería mejor volver. No parece que haya nada de lo que buscas, solo túneles y más túneles, todos bloqueados por los desprendimientos?"

Findulas: -"No es posible, tiene que haber algo, algo que se me ha escapado. He de encontrarlo, no puedo dejarlo ahora, no voy ha dejarlo."

Lisenda: -"¿Tanto interés y molestia por unas viejas piedras? No logro entenderlo.¿Qué tienen de especial esas construcciones que buscas? Si es que realmente buscas eso..."

No podía culparla, la había arrastrado hasta allí, y además, engañada. Si, no era mentira lo que le había contado pero tampoco era la verdad: se había quedado a medias. Dos semanas de viaje para traerla a una vieja mina abandonada de la que solo quedaban unos túneles derruidos. Lisenda no era estúpida y él lo sabía: se olía que estaba ocultándole la verdadera razón de su viaje y aquello le hacía sentir aún más culpable. ¿Qué debía hacer? Tenía que actuar rápido y dar respuesta a las dudas que se estaban formando en la cabeza de su compañera antes de que fuera demasiado tarde. Sin embargo no podía mentir, no quería mentir más; una sola vez había sido suficiente para él. No se explicaba porque la había engañado: jamás había mentido hasta entonces y era una de las cosas que más aborrecía: la mentira era una de las armas más poderosas del Señor Oscuro y de ella se había servido muchas veces para derrotar a sus adversarios: la historia, aquella que tanto le gustaba estudiar, estaba llena de ejemplos. No, no iba a continuar con aquello, tenía que ser sincero, contar la verdad?

    Curufinbor: -"?no le digas a nadie lo que te he dicho. Pues si alguien supiese de esto, todos los que aprecias serían malditos."


?pero no podía. ¿Por qué había traído a Lisenda? ¿Por qué la había embarcado en aquello y la había puesto en peligro? En el fondo de su corazón lo sabía: no tenía el suficiente valor para afrontar solo la tarea y tenía miedo de fallar, de que le flaqueasen las fuerzas. Por eso se lo dijo, aún a sabiendas de que era una cosa que solo el podía hacer, y ahora, debido a su debilidad, estaba entre la espada y la pared.

Findulas: -"Lisenda ?yo,? lo siento?Es verdad lo que te dije, por lo menos en parte. Si que estoy buscando algo que me indique que alguna vez hubo elfos por aquí, runas élficas, alguna construcción u obra hecha por las Manos de los Primeros Nacidos? cualquier cosa. Lo hago porque, si, me gustaría ver cuales eran las tareas que desempeñaban los míos bajo el yugo de Vala Caído, ver como se las arreglaban... pero también por otra cosa. Necesito saber que les sucedió, preciso averiguar que fue de ellos, como se encuentran y, lo más importante, ver si está en mi mano ayudarles en alguna cosa. Para ello necesito encontrar algún elfo, pero no me vale ninguno de los que vive entre vosotros: como sabes están obligados por un juramento y me he dado cuenta de que ninguno de ellos lo romperá, por mucho que insista. Necesito encontrar a alguno de los Exiliados, algún núcleo donde vivan y se relacionen, y en algún lugar tienen que haber asentamientos elfos. Es lo más lógico. No me mires así Lisenda, por favor, no sabes lo importante que es para mí, no sabes lo que necesito dar con ellos."

Tenía que decírselo, seguro que lo comprendería. Había tratado con ella lo suficiente para saber que era, además de una hermosa, inteligente y, sobretodo, agradable y simpática, una mujer sensible y comprensiva.

Findulas: -"Sabes que soy el Bibliotecario de la Logia del Despertar y que no hay nada que me apasione más que la historia, sobretodo la de mi pueblo. Aquí abajo, ahora, se me presenta una oportunidad que jamás imaginé tener: la posibilidad de dar luz a un fragmento de historia elfa que quedó en la sombra cuando Etherion levantó la barrera mágica. Con ella consiguió retener el mal que amenazaba todo Endor, un mal que para mi sorpresa y alegría habéis logrado vencer, pero también condenó a muchos de los suyos a morir. Sacrificó a los de su propia raza en pos de un bien mayor y, aunque no tuvo otra opción, aquella acción derramó sobre nosotros un sentimiento de vergüenza que aún hoy no ha sido olvidado. Ahora vosotros, y solo vosotros, habéis brindado a nuestro pueblo la oportunidad de redimirse de aquel cruel acto, de mitigar el error, informándose de lo que les sucedió, explicándoles a los perjudicados en aquel acto los motivos por los que se tomó aquella decisión y, sobretodo, ofreciendoles, por fín, la ayuda que tantos milenios han estado esperando. Por eso estoy aquí. Se que eso puedes entenderlo, aunque no comprendas es que haces tú aquí. Es fácil de explicar: estás aquí debido a mi constante miedo, a mi continua falta de coraje y al temor que me asalta al pensar que tal vez no esté lo suficientemente preparado para llevar a término está importante tarea. No soy un guerrero Lisenda, ni siquiera un aventurero: no soy más que una rata de biblioteca y el mero hecho de pensar en afrontar solo esta labor me da pavor. Por eso pensé que podías acompañarme aunque, la verdad, maldigo el día en que se me ocurrió: no por ti, estoy encantado de tenerte a mi lado y eres la mejor de las compañías que pudiese desear, sino porque, realmente, nada de esto te incumbe y solo te estoy exponiendo sin ningún motivo."

Eso era lo que más le preocupaba. Las advertencias de Curufinbor resonaban en su cabeza y, de nuevo, se maldijo por su debilidad. No se perdonaría que a Lisenda le pasase algo solo porque a él le daba miedo estar solo. No, no podía permitirlo.

Findulas: -"Bien, ahora ya lo sabes; aunque no espero que compartas mis inquietudes y la necesidad que tengo de encontrar a los míos, deseo, por lo menos, que me comprendas. Entenderé que te marches inmediatamente y no quieras saber nada y, aunque no tengo ningún derecho ha pedírtelo, agradecería que no dijeras nada a nadie. Yo tengo intención de continuar buscando, por lo menos un poco más. Tal vez un par o tres de días: cuesta demasiado llegar aquí como para irse a las primeras de cambio y, además, puede que ya no encontrase el valor para regresar otra vez. He de encontrar algo, algún indicio?"

Lisenda: -"Pero Findulas, ¿por qué aquí? ¿Por qué en estas minas? Ya oíste al tabernero: no hay elfos en esta zona."

Lentamente Findulas extendió el viejo mapa de las minas y se lo enseñó. A continuación hizo lo propio con el pergamino. No mencionó a Curufinbor en ningún momento; sus advertencias pesaban demasiado. En aquel momento supo que lo mejor, y más sensato, sería enviar a Lisenda de vuelta o, incluso, acompañarla el mismo de nuevo a Kryndor. No sabía lo que se podía encontrar y las palabras de Curufinbor no le auguraban nada bueno.

Lisenda: -"Ma..., Maedh..."

Findulas: -"Maedhros. Era el nombre de uno de los hijos de Feänor, el más grande herrero y artesano elfo de todos los tiempos; y también el más maldito de entre los nuestros. En las guerras contra Morgoth, Maedhros construyó una línea defensiva, junto con sus hermanos, para mantener al Enemigo Oscuro retenido en Angband. Se llamaba la Frontera de Maedhros y se extendía al sudeste de la fortaleza oscura. Lo que no logro ver es que significado puede tener esto en la búsqueda. Como se v, alguno de los túneles parecen tener trozos en común en los dos mapas pero, de momento, no puedo encontrar la relación. Tal vez se me ha pasado algo por alto, o no he enfocado el estudio de los mapas desde el prisma adecuado, o puede que me falten datos, no lo se. Lo que tengo claro es que tiene que haber algo y lo encontraré, aunque tenga que pedir ayuda al mismísimo Irmo. Pero primero probaré algo más sencillo: a lo mejor es suficiente con fijarse en el entorno, o detectar en que lugar de aquí se ha usado la magia. Eso si está a mi alcance."


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Imagen Primero de todo, Lisenda. No se como reaccionará pero, por mucho que me pese, si quiere volver, la acompañaré de vuelta. No sería honorable dejarla marchar sola. Eso si, intentaría convencerla antes de que me diese un par de horas más para probar unas cuantas cosas.

Imagen La primera opción sería usar el hechizo de la lista de Maestría Mental:Correlación para ver si potenciando el razonamiento, con los datos que tengo, puedo extrapolar algo que me de alguna pista sobre donde buscar( o sobre lo que puede significar el nombre de Maedhros en el mapa).

Imagen Después, sea cual sea el resultado, y dependiendo de lo que me pueda guiar, empiezo a hacer un barrido por los túneles interesantes( los que están en los dos mapas, vamos) con el hechizo de la lista de Detecciones:Detectar hechizo. Si encuentro trazas de algún hechizo, intento saber para que sirvió conAnalizar hechizo de la misma lista.

Imagen Si encuentro indicios de magia, me centro en esas zonas y con el hechizo de la lista de Maestría Mental:Observación del nivel más alto que tenga( si puede ser Observación Verdadera N20, mejor que mejor) peino hasta la última piedra de los túneles.

Imagen Si nada de eso ha dado resultado, dejaría de buscar por el momento y, si Lisenda no decide irse, la convencería para quedarnos una noche, por lo menos, en la posada e intentaría forzar un sueño con el hechizoSoñar de la lista abierta de Presentimientos esperando que Irmo se apiade de mi.

Imagen Finalmente, si no saco nada en claro, lo último que me queda es intentar forzar una visión. Intentaría que Lisenda me enseñase, si sabe, algún lugar apropiado. Incluso, mejor, preguntaría al enano posadero si en las minas hay algo fuera de lo común. Lo que busco es un lugar dentro de las minas que sea bueno para potenciar visiones. De todas maneras cualquier información que me pueda dar el enano sobre cosas atípicas en la mina me puede venir bien para centrarme en ello cuando busque. Pero la visión ya, sería la última opción. Tal vez incluso sería mejor volver a Kryndor, si no encuentro nada, y buscar más información aunque, la verdad, espero que no sea necesario.
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Rittmann
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Rittmann el Martes, 11 de Diciembre del 2006 a las 21:47

Mensaje por Rittmann »

Lisenda se quedó quieta durante un largo instante, meditando lo que allí acontecía. Se dio cuenta que el elfo la había engañado, pero no por ello parecía especialmente molesta. Entendía los motivos del engaño, pero los nervios afloraron en ella al darse cuenta que aquello tras lo cual andaba Findulas era algo realmente poco común y quizás muy importante.

Lisenda : Pero... Pero... ¿Maedhros? ¿Qué hace un nombre de un hijo de Fëanor inscrito en ese mapa? ¿Y qué haces con este otro mapa? No entiendo lo que sucede, Findulas...

Findulas se sentó sobre una roca y apoyó la linterna de aceite sobre ella, retomando los dos pergaminos y mirándolos en la iluminación del lugar.

Findulas : Yo tampoco estoy seguro, Lisenda. Pero como seguidor de Irmo, creo que la intuición a menudo es tan importante como la razón a la hora de descubrir cosas importantes para uno. Rara vez me he equivocado con la mía, y creo que ahora mi intuición me dice que debo estar aquí. Déjame probar algunas cosas, Lisenda, y si no salen, regresaremos en una o dos horas.

Lisenda asintió, tratando de tranquilizarse.

Lisenda : A fin de cuentas, ya estamos aquí. Adelante. Haz lo que creas mejor - dijo ella, y se sentó cerca del elfo -. Buena suerte.

Tiradas:

Findulas (Correlación): 112 (Éxito, +50 tirada Razón)
Tirada de razonamiento (Rzx3+50): 145 (Éxito)


Findulas despejó su mente y empezó a modular sus pensamientos en busca del estado de consciencia alterado necesario para realizar sus indagaciones mágicas. Y entonces, entendió que si los dos mapas se superponían, indicaban un complejo más grande que el que sus ojos veían. Sólo había pues dos opciones: que los derrumbes de la zona hubiesen taponado el complejo original... O que alguien hubiese escondido aquellos túneles.

Miró el mapa, y se sintió lo bastante seguro de su razonamiento como para pensar que se hallaba en un lugar donde antaño había habido una prolongación de uno de los túneles. Si alguien lo había escondido usando magia, sus sentidos mágicos quizás podrían detectarlo.

Tirada:

Findulas (Detectar hechizo): 119 (Éxito)
TR ??? (dif. -35): -60 (Fallo espantoso)
(Nota del master: Acabas de detectar un Quitar Presencia de nivel 120) (!!!!!!!!)


Y entonces, ante él, la ilusión se hizo pedazos. Podía sentir una ilusión de un poder tan abrumador que la magia de Nestador parecía un juego de niños a su lado. Se sentía como un insecto ante un poder que era absolutamente superior a nada que jamás hubiese notado, salvo la presencia de Irmo en Tol Ely. Entrecerró los ojos, buscando qué era aquello, y se dio cuenta que no era tanto sorpresa por el poder ahí concentrado, sino por la sutileza con que había sido tejido.

Findulas : Lisenda, ven.

La mujer se acercó a Findulas, y este la tomó rodeando sus hombros con un brazo.

Findulas : Cierra los ojos, Lisenda.

Ella miró a Findulas con cara de sorpresa, y el rubor cubrió sus mejillas por un momento. Pero Findulas ni se dio cuenta de aquello, su mirada concentrada en las rocas caídas ante él, y al darse cuenta de que Findulas estaba más serio que nunca, Lisenda cerró los ojos. Y confió en el elfo.

Y Findulas dio un paso, y luego otro, y luego otro, y sintió su cuerpo tocar la roca... Y forzó a su mente a desechar el engaño, forzándose a pasar a través de la roca. Roca ilusoria, pero con un tacto que la hacía real.

Y así, tras la ilusión y su aura de poder que evitaba que nadie se acercase a ella de manera deliberada, Findulas venció sus instintos que le alertaban que aquello no podía ser sino lo que sus ojos veían, y se encontró en una galería en perfecto estado de conservación que proseguía roca adentro. Miró hacia atrás, y desde aquel lado la ilusión quedaba desvanecida. No había ni una sola roca caída, y el túnel no era para nada frágil. Arcos reforzados mostraban un laborioso trabajo de conservación, y sin duda reciente en su mantenimiento.

Findulas : Ya puedes abrir los ojos - dijo a Lisenda con suavidad -. Sea lo que sea, lo hemos encontrado.

Lisenda abrió sus ojos y no pudo reprimir la sorpresa de hallarse en un lugar tan diferente al que momentos atrás había visto.

Lisenda : Pero... ¿Qué?

Findulas : Una ilusión ejecutada con maestría. Aún estoy asombrado que haya sido capaz de sentirla, pues quien la hizo era el mayor maestro en este tipo de magia que haya visto jamás.

Lisenda se quedó muy quieta entonces.

Lisenda : Tengo miedo, Findulas.

Tiempo atrás, Findulas habría tenido ese miedo. Pero Gloranaël le había mostrado el camino del valor, y a su muerte se había jurado a sí mismo no volver a temer a nada ni a nadie.

Findulas : Tranquila, yo te protegeré -dijo con suavidad y con una sonrisa tan pura que calmó de inmediato a Lisenda.

Y avanzaron por la galería, y pronto un extraño brillo parecía llegar desde su extremo. El brillo era tal que la galería quedaba bien iluminada, y la linterna de aceite perdió su utilidad. Y al salir por el extremo de la galería a una zona más amplia, Findulas contuvo la respiración.

El sol brillaba con fuerza suspendido en un cielo extraño de roca, y la hierba fresca cubría una pradera alrededor de la boca de la galería de la que salían. Una gigantesca cascada de agua caía desde algún lugar no muy lejano, perfectamente visible en aquella inmensa gruta. Y una ciudad blanca e inmaculada se alzaba sobre la isla que se alzaba sobre las aguas que traía la cascada, rodeada de campos y árboles dorados, rebaños de animales y una inmensa sensación de paz. En aquella caverna de tamño gargantuesco, cual Gondolin oculta entre altas montañas, bajo un sol imposible suspendido en el techo de la gruta, Findulas y Lisenda habían hallado la ciudad oculta de los elfos.

Un par de elfos que vigilaban un rebaño de cabras cercanas se acercaron rápidamente hasta ellos. Eran altos, de rasgos hermosos y de oscuros cabellos.

Elfo : Saludos - saludó uno de ellos en la Alta Lengua de los Primeros Nacidos, el Quenya, con un extraño acento que sólo había oido Findulas en gente como Nestador o Gloranaël.

Findulas : Bien hallados, amigos - dijo él con alegría.

Pero no hubo alegría en sus rostros, y los dos elfos se miraron con caras de sorpresa y preocupación.

Elfo : No eres de aquí, y esta es una mujer humana, ¿no es así?

Findulas : En efecto - dijo Findulas.

Elfo : Imagino que debes haber nacido fuera de Silmarillion. ¿Acaso no te dijeron tus padres que jamás vinieras a este sitio?

"¿Silmarillion? ¿La ciudad se llama como las legendarias joyas?"

Findulas : Eh... Disculpadme. Soy Findulas, de la casa de Fingolfin, bibliotecario de la Logia del Despertar... En el exterior del Imperio.

Los dos elfos miraron indrédulos al noldo.

Elfo : ¿Del exterior? ¿No estás atrapado por la barrera de Etherion?

Findulas negó con la cabeza.

Findulas : Ella es Lisenda, y me ha ayudado en la búsqueda de este lugar... ¿Qué es este lugar?

Los dos elfos se miraron, y miraron la ciudad de reojo.

Elfo#2 : Será mejor que te llevemos a palacio. Creo que nuestro rey querrá conocerte... Si es que no te espera ya.

No tardaron mucho en cruzar la pradera y acercarse al linde del lago alimentado por la cascada, donde unas barcas amarradas sirvieron a los elfos para cruzar el linde del agua hasta las murallas blancas de la ciudad. Los guardianes de las puertas miraron a Findulas, pero sobretodo a Lisenda, con gesto de sorpresa y preocupación, y se repitió una escena similar a la del encuentro con los dos pastores.

Guardia : Habéis hecho bien - dijo uno de los guardias -. Nosotros nos encargaremos de llevarlos ante el rey.

La ciudad no era muy grande, quizás lo bastante grande para acoger a un millar de almas, pero se veía muy trabajada y en perfecto estado. Sólo había elfos entre sus muros, que miraban en silencio y con rostros consternados a Findulas a su paso."Si han vivido aquí juntos durante milenios, un rostro nuevo será muy fácil de reconocer. Si son tan pocos, es que niños no han tenido..." Había muy pocas mujeres elfas entre los rostros que vio Findulas.

El palacio se encontraba en la parte más alta de la ciudad blanca, sus torres altas y espigadas, cinco en total rodeando un gran torreón central del que pendía una pequeña barra que se alzaba hacia el techo de la gruta, justo en dirección al extraño sol que había en el techo. Que estaba sobre el palacio.

En la puerta, una figura imponente vestida con una túnica blanca esperaba. Portaba en la frente una diadema de mithril con engarces de esmeralda, y parecía estar esperándoles. Su porte era sin duda el de un rey, y su mano derecha permanecía muy quieta bajo un guante negro. Sólo la izquierda parecía tener vida bajo otro guante negro.

Guardia : Majestad... - dijo uno de los guardias arrodillándose ante el rey -. Hemos encontrado a estos dos extranjeros cerca de las grutas de salida de Silmarillion. Él dice provenir del exterior de la barrera de Etherion.

El rey asintió con suavidad.

Rey : Veo preocupación en vuestros rostros - dijo el rey a su hombre -. No temáis, porque este es un día que trae esperanza a los hijos de Fëanor.

Y mirando a Findulas, le saludó con un gesto condescendiente de la cabeza.

Rey : Yo te saludo, visitante de tierras lejanas. Soy Maedhros, hijo de Fëanor, custodio del Silmaril que ilumina Silmarillion.

Imagen Corto aquí porque este turno será más de ver la reacción de Findulas que otra cosa.
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