Capítulo 7-F: Legado y Herencia

Es el amanecer de la Cuarta Edad. Y en la Tierra Media reina la paz... Pero aún quedan muchas cuentas pendientes. Incluyendo una de los Días Antiguos...
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Mandrigal el Martes, 18 de Diciembre del 2006 a las 13:12

Mensaje por Rittmann »

FINDULAS:


Estaba nerviosa, asustada por lo que le acababa de contar, pero, aún así, se sobrepuso al miedo y le dio un voto de confianza a Findulas. Mentalmente, el elfo se juró que jamás volvería a traicionar a aquella mujer, ya fuera por medio de la mentira o por el simple engaño. Después de confesarle que la había engañado ella le había perdonado. Perdón, que poco costaba darlo y, sin embargo que difícil era de conseguir. Desde luego los hombres, aún en sus defectos, y sin la mayoría de las bendiciones de las que disponían los elfos, eran seres extraordinarios. Su necesidad de vivir, de experimentar sensaciones, de exprimir el escaso tiempo de que disponían, les hacía brillar con una intensidad jamás igualada por los elfos. Además de todo aquello había una cosa que admiraba de ellos; ya lo había visto más de una vez en los libros de historia y, en ese instante, lo acababa de presenciar y de recibir: su capacidad para perdonar, para restar importancia a sucesos o acontecimientos. Tal vez era su escasa esperanza de vida lo que les hacía tan propensos a ello, tal vez entendían que la vida era demasiado corta como para vivirla en un continuo enfado. En cambio, para los elfos, perdonar era algo a lo que se resistían enconadamente. ¡¡Cuánto hubiese cambiado la historia de los elfos si su capacidad para perdonar hubiese sido más elevada!! La larga historia de los Primeros Nacidos estaba llena de rencores, de envidias y de orgullo; el perdón era algo que escaseaba y solo uno de ellos recibió aquel regalo, solo uno fue perdonado por sus semejantes: Maedhros, el Alto, que renunció a su derecho sobre los noldor en detrimento de su tío como muestra de gratitud por haber recibido la ayuda del hijo del mismo a pesar de la traición que había sufrido después de la Matanza de Alqualondë. Aquel acto significó el inicio de un largo periodo de supremacía elfa ante las adversidades provenientes de Angband, gracias a aquello los elfos se mantuvieron unidos y lograron encerrar a Morgoth en la Fortaleza Negra. Maedhros fue perdonado y aquello significó el renacer de la esperanza; ahora Findulas se preguntaba si los elfos encerrados tras la Barrera de Etherion también habían sido capaces de perdonar. Desde luego jamás lo sabría si no encontraba antes la Ciudad Perdida; había llegado el momento de usar todos sus recursos.

Nada lo había preparado para lo que sus sentidos detectaron y aquella descarga de poder lo abrumó de una forma sobrecogedora. Había tenido el privilegio de tener como mentor al gran Nestador pero incluso el parecía un simple aprendiz en comparación con aquello. Por suerte su mente, preparada y acostumbrada a sentir a Irmo, recuperó rápidamente la compostura. No había duda: allí delante había algo o, más concretamente, no había nada. Alguien había tejido un hechizo con una maestría fuera de lo común y por mucho que la disciplinada mente de Findulas intentase abrirse paso a través de ella tan extraordinaria magia le vedaba el paso. Sin embargo sus sentidos mágicos lo habían notado y, aunque los físicos negasen cualquier anormalidad, estaba claro que estaba delante de una ilusión. Decidido, como muy pocas veces lo había estado, dijo:

Findulas: -"Lisenda, ven."

Y le pasó el brazo por el hombro. Tenía que mostrarse firme, todo lo firme que era capaz. Al fin y al cabo había sido su elección meterla en aquello y ella, aún con miedo, había aceptado acompañarlo en aquella búsqueda incierta. Lo menos que podía hacer era parecer seguro y transmitir firmeza en sus actos. Esperaba que aquel contacto la reconfortara pero también que el mismo contacto le diese a él la disciplina mental suficiente como para vencer la ilusión.

Mientras le aconsejaba a su compañera que cerrará los ojos le embargó una extraña sensación. Instintivamente bajo la vista para mirar a Lisenda pero, en aquel momento, su hermoso rostro solo transmitía tensión. Desechando cualquier pensamiento sobre lo que había intuido sentir se centró en la supuesta ilusión. Un paso, otro, y otro más, intentando vencer lo que sus sentidos físicos le indicaban, recurriendo a toda su fuerza de voluntad para, al fin, encontrarse en un túnel despejado. La satisfacción lo embargo: lo había conseguido, había superado aquella primera prueba, apenas una piedrecilla en el camino para lo que, intuía, tenía que venir pero una gran victoria para su siempre escasa confianza.

Lo que aconteció después ya lo había imaginado con anterioridad. Cuando salieron del túnel la verdad se presentó ante sus ojos y Findulas pensó que sus más profundas esperanzas se estaban cumpliendo. Allí se levantaba una floreciente ciudad, blanca como las nieves que cubrían los alrededores de Niebla Eterna. Irradiaba un poder que el elfo jamás había sentido, una majestuosidad solo imaginable gracias a los libros de historia y aquello le hacía albergar grandes expectativas. Sin embargo nada de aquello se podía sobreponer a las simples palabras de una mortal:

Lisenda: -"Tengo miedo, Findulas."

También el lo había tenido pero se había prometido que no volvería a dejarse manejar por el: era imposible no sentir miedo; todos, excepto los locos, lo tenían. Lo importante era superarlo, y vencerlo. Por eso le había prometido que cuidaría de ella, que loa protegería. ¿Por qué lo había hecho? Tal vez para hacerla sentir mejor, para que se calmara. Sin embargo, y a medida que avanzaba por la Ciudad Perdida hacia el palacio se empezó a dar cuenta que aquellas palabras podían acarrear consecuencias que jamás había imaginado cuando las pronunció. Si, sus sentidos nunca le fallaban, su intuición estaba demasiado entrenada como para no darse cuenta que sentimientos despertaba Lisenda en los elfos que allí habitaban: sorpresa, preocupación y recelo. También su compañera debía de estar dándose cuenta de ello y para desviar la atención la atrajo más hacia si y dijo:

Findulas: -"Lisensa, ¿no te parece hermosa la ciudad? Ha valido la pena la búsqueda y hoy soy un elfo feliz: he dado con los descendientes de los elfos que se quedaron encerrados tras la Barrera de Etherion, hoy el destino me brinda la oportunidad que todos los componentes de la Logia del Despertar han estado esperando, hoy podré redimir a los míos y, ¿sabes qué? Me alegro de que tú estés presente y me acompañes en este día."

Notó como sus palabras calmaban a su compañera. Alegre por los resultados continuó:

Findulas: -"Yo, un simple bibliotecario, haciendo historia. El destino es caprichoso. Tal vez, cuando el tiempo pase, mi nombre aparezca en los libros que ahora estudio con pasión."

Intentaba parecer seguro de si mismo, decidido y, a la vez despreocupado y jovial; jamás había tenido afán de protagonismo: por mucho que desease ser de más ayuda a los suyos, tener las capacidades y habilidades de Gloranaël, no deseaba la gloria. En su fuero interno, y después de tanto anhelarlo, se daba cuenta de que daría lo que fuese para que Nestador estuviese con él: de ese modo no tendría la responsabilidad que ahora sentía. Miró de nuevo a Lisenda y se dio cuenta de que estaba flaqueando de nuevo.

>>>"Se percata cuando dudo, no he de dudar. No quiero que se preocupe, que tenga miedo. Se lo que es tener miedo y no se lo deseo; yo la he metido en esto y no le puedo pagar su ayuda de ese modo?"<<<

Findulas: -"Mira, ahí arriba, ¿no te parece lo más hermoso que has visto nunca? Jamás había contemplado una luz tan pura, tan limpia. Creo que la ilusión que hemos superado para llegar aquí no es más que una pequeña muestra del poder mágico que habita en este lugar: es maravilloso."

Realmente era hermoso y tenía algo que le atraía, que le obligaba a mirarlo casi constantemente. Estaba rodeado de un aura mágica de una pureza sin límite que, a la vez, hacía brotar en su interior un fuerte deseo de tenerlo, de atesorarlo para si mismo. Su intuición le decía que debajo de su inmaculado aspecto aquel sol artificial encerraba una historia oscura, llena de sufrimiento y desesperación. Instintivamente se arrebujó contra Lisenda y al mirarla se dio cuenta que su hermosura nada tenía que envidiar al portento mágico y que, a diferencia de aquel, su belleza no encerraba ningún secreto.

Y fue el gran secreto, el misterio que guardaba el nombre del hijo mayor de Fëanor en el mapa que le entregase Curufinbor, lo que se reveló cuando los llevaron ante el rey. En aquel trayecto las grandes expectativas que su mente había formado fueron desvaneciéndose: en la ciudad no había niños; por las calles no logró divisar ningún pequeño elfo y las mujeres también eran escasas. Todo aquello, junto con el tamaño del burgo, parecía indicar que, aunque avanzados en artes y habilidades, los elfos de la Ciudad Perdida no habían prosperado en número. Pero nada de aquello importó cuando vio aquella imponente figura recortada en el umbral de la puerta esperando pacientemente. Si no supiese con certeza que lo que pensaba era absurdo hubiese adivinado el nombre de aquel elfo al instante: alto, como el que más, pelo claro y aquellos ojos de color zafiro, tan característicos de la casa de Fëanor, con ambas manos, la derecha prácticamente inmóvil, enfundadas en negros guantes, como si tuviesen algo que esconder y aquella triste pero noble mirada tantas veces descritas en los libros de historia. Era su vivo retrato y, sin embargo, sabía que era imposible. ¿Tal vez era uno de sus descendientes como el mismo desconocido acababa de revelar?

Rey: -"Yo te saludo, visitante de tierras lejanas. Soy Maedhros, hijo de Fëanor, custodio del Silmaril que ilumina Silmarillion."

No había duda, tenía que ser él. Indiscutiblemente había vivido en Valinor, había sido bañado por la luz de los Dos Árboles, mucho más incluso que cualquiera de los elfos que conociese incluido Gloranaël: su alkar era demasiado poderoso y así lo atestiguaba. Lo que le había parecido más extraño era que el aura de la mayoría de elfos con los que se había cruzado también revelaba que habían sido bañados por la luz de los Dos Árboles e incluso parecía que hacía relativamente poco de ello. También aquel misterio se resolvió: uno de los tres silmarils, seguramente el que atesoraba Maedhros al final de su vida, iluminaba a aquellos elfos. Aquella joya atesoraba los últimos vestigios de la luz de los Dos Árboles y según la profecía de Mandos, al final de todas las cosas, se abriría, junto con sus dos hermanas gemelas, y sería capaz de revivirlos.

Todo aquello, todo lo que había aprendido en sus largos años de estudio, se agolpaba en su mente. Su conocimiento le decía que Maedhros había muerto: según la leyenda el mismo se arrojó, desesperado, a una profunda sima, junto con el silmaril, y allí encontró su muerte. Sin embargo allí estaba, la viva imagen de las descripciones que daban los libros, no había duda. Findulas dio las gracias mentalmente por haber tenido la oportunidad de estudiar tan profundamente la historia: tenía claro que el majestuoso elfo no le engañaba. Del mismo modo era capaz de saber, casi a la perfección, como era el hijo de Fëanor, como pensaba y actuaba. Sabía que aún siendo hijo de Fëanor, y habiendo hecho el maldito juramento que ligó a todos los de su casa al destino de los silmarils, Maedhros era el más sensato de ellos y, aunque se dejó arrastrar por el juramento siempre renegó de él y se opuso. Jamás apoyó los grandes actos de violencia cometidos por los de su casa en contra de los otros Hijos de Eru e intentó reconciliar a todas las casas élficas en una última alianza. No obstante, incluso así, el final de su vida quedó ligado a los silmarils: con el robo de los mismos a los Valar selló su destino, y al ver que las joyas lo rechazaban, perdió la cabeza y acabó con su vida. Por lo menos eso era lo que siempre había pensado Findulas. Ahora sabía que había estado equivocado toda su vida y, sobretodo, que era el momento de averiguar la verdad.

Findulas: -"Emm, si, yo, majestad, soy Findulas, elfo la casa de Fingolfin y Bibliotecario de la Logia del Despertar, y mi acompañante es Lisenda, de la rama humana de la casa Doryalim de los Hijos del Dragón. Juntos, y gracias a unos mapas encontrados en la Gran Biblioteca de Kryndor, emprendimos la búsqueda de los elfos que quedaron encerrados tras la barrera de Etherion en la Guerra de la Cólera, y doy gracias a los Valar por haberme concedido el privilegio de encontrarlos."

Después de la reticencia inicial las palabras le brotaban sin ningún impedimento, fluidas cual río que corre libre una vez superado el obstáculo que lo mantenía estancado. Siempre le había costado expresarse en público, sobretodo frente a personas que no conocía, pero últimamente aquella dificultad, aquella vergüenza, estaba disminuyendo. Una vez roto el silencio notaba como platicaba sin ningún impedimento. Si lo pensaba fríamente, aquello no era más que una minucia, no se podía sentir vergüenza por aquello, no debía sentirla si quería mostrarse firme: no valía la pena avergonzarse por esa tontería. En cambio, por otros motivos si debía de tener.

Findulas: -"Señor, jamás pensé que yo, simple bibliotecario, tuviese la oportunidad por la que la Logia del Despertar ha estado luchando desde su fundación. La Logia, como tal, es la encargada de invertir el mal que el Enemigo Oscuro inflingió a la tierra durante la Guerra de la Cólera y para ello sembramos en ese erial helado en que se ha convertido en norte las semillas que nos entregó Yavanna. De ese modo, poco a poco, intentamos cicatrizar las heridas abiertas en la tierra. No obstante, y si uno se fija en quienes la componen, puede comprenderse que también tiene otro cometido: tal vez no se vea a simple vista pero esté seguro de que cada uno de ellos lo lleva en su corazón. La Logia lucha denodadamente para que los elfos que quedaron atrapados dentro de la Barrera que Etherion cuando este la levantó en las mazmorras de Angband no caigan en el olvido y para ello intenta tener siempre presente el sacrificio al que tuvieron que someterse. Algunos de los elfos que ese día acompañaron a Etherion forman parte de la Logia: Nestador de la casa de Fingolfin y Gloranaël de la casa de Finarfin; tal vez los conozcáis pues, como vos, vivieron en Valinor.
Siempre marcados por la vergüenza de abandonar a sus semejantes a tan vil destino han luchado por mantener viva su memoria: lo que nunca pensaron fue que tendríamos la posibilidad de contactar con aquellos elfos, de ayudarles después de tanto tiempom y, sobretodo, de pedirles perdón. Señor, yo Findulas, de la casa de Fingolfin, en representación de todos y cada uno de los elfos que se vieron en el dilema de encerrar a sus semejantes tras la Barrera de Etherion, pido humildemente vuestro perdón y pongo mi vida y mis habilidades a vuestro servicio."


Y, dicho esto, se arrodilló ante el hijo de Fëanor. Sabía lo que estaba haciendo y se daba cuenta de la implicación de sus palabras: había entregado su destino a Maedhros y, aunque aquello le preocupaba sobremanera, intentó no exteriorizar sus sentimientos. Pasase lo que pasase, no podía fallar, no podía dar una mala primera impresión ni mostrar dudas o reticencias en cuando a sus objetivos: lo primordial era conseguir el perdón de los elfos que moraban tras la Barrera de Etherion. Si para conseguir que los espíritus de los implicados en aquello obtuvieran aquel perdón y, por fin, el descanso que tanto anhelaban tenía que poner su destino en juego, no dudaría en hacerlo. Al fin y al cabo estaba, según los libros, ante el más sensato y juicioso de los hijos de Fëanor: tal vez, si le contaba que su futuro inmediato le llevaba ante los Valar, Maedhros, por fin, y después de tantos milenios, desearía romper su juramento y presentarse ante los dioses para que lo juzgaran por los actos cometidos contra los suyos. No obstante algo le encogía el corazón: aquella pequeña joya que brillaba en lo alto de la caverna y alumbraba a los habitantes de la Ciudad Perdida: la perdición de los elfos. En ese instante, más que nunca, deseó que aquellos libros que tanto amaba estuviesen en lo cierto en lo referente al primogénito de Fëanor.

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Imagen Primeras impresiones descritas, e intenciones y "modus operandi" de Findulas expuesto: espero haber acertado.

Imagen Un par de cosas: no hay intención, de momento y por lo que Findulas sabe por los libros que puede esperar de Maedhros, de ocultar nada de su viaje. En principio, salvo la información dada por Curufinbor, está dispuesto a ser franco totalmente. Además Findulas no miente nunca.

Imagen Respecto al tostón histórico me toca pedir perdón pero, pensando que Findulas es un experto y que todo lo que sabe por los libros le ayudan a decidir la manera de actuar ante Maedhros me ha parecido interesante y lógico escribirlo. Así dota sus argumentaciones internas y sus intenciones de mucha más consistencia.

Imagen Finalmente, y como es lógico, si lo necesitas para avanzar trama tienes que pensar que Findulas está interesado en todo lo que les ha pasado a los elfos de la Ciudad Perdida hasta ese instante.

Imagen Nada más, suerte y hasta la próxima!!
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Rittmann el Domingo, 30 de Diciembre del 2006 a las 23:52

Mensaje por Rittmann »

El alto rey de los elfos de Silmarillion estaba perplejo. La confusión podía verse nublando su rostro, pero aquella confusión era fruto de una información completamente inesperada. Quizás había esperado al descendiente de alguno de los elfos de la ciudad regresando a conocer el lugar del que habían surgido sus progenitores. Pero en ningún momento había esperado ver a alguien llegado de más allá de la Barrera.

Maedhros : Findulas... - dijo al final, aún aturdida su mente -. Acompañadme. Creo que tenemos mucho de que hablar.

Lisenda miró interrogante a Findulas, y éste miró a los guardias de palacio, pero ellos estaban tan extrañados como el propio Findulas ante las palabras de su señor. Y nadie dijo nada a Lisenda cuando ésta siguió a Findulas al interior de palacio.

El palacio era pequeño, aunque para nada ostentoso. Findulas habría esperado un lugar luminoso, pero era más bien lúgubre, pese a la delicadeza de la artesanía y las estatuas que adornaban el lugar. Aquello llamó mucho la atención de Findulas. Jamás había visto, ni oido, de esculturas en un lugar élfico. Los elfos eran criaturas eternas que no necesitaban de estatuas para recordar el pasado, pero las lúgubres paredes y pasillos del palacio estaban decorados con mármoles blancos y grises, como un lúgubre mausoleo.

Y subieron unas escaleras de caracol, que Findulas identificó con las del interior de la torre central de palacio. Maedhros iba a la cabeza, sin decir nada, sin girarse ni un solo momento, sabedor que Findulas no abandonaría su estela. A su lado, Lisenda estaba nerviosa. Findulas, aún sin mirarla directamente, podía notarlo en la inquietud en sus pasos. Tras subir tres pisos por la escalinata, más empinada de lo que Findulas habría pensado en un inicio - hasta que se dio cuenta que, para gentes de la talla de Maedhros, una escalera más suave habría sido absurda -, llegaron al tercer piso, a una sala que rodeaba la escalera de caracol central.

La sala era algo más luminosa que el resto de palacio, y en ella también había estatuas. Hasta seis contó Findulas, situadas delante de cada uno de los seis pilares que soportaban la estructura de la torre. Una gran ventana con un balcón se abría en uno de los lados, y ante ella una silla de algo que le recordó a la madera estaba plantada, encarada a las vistas de la ciudad. El resto de la sala lo completaban algunas estanterías llenas de volúmenes viejos pero bien conservados, y una cama. Findulas estuvo convencido de estar en las estancias personales del rey Maedhros.

Maedhros : Así que nunca nos olvidásteis... - dijo Maedhros, acercándose a una de las estatuas.

Findulas : La Vergüenza de vuestro abandono y sellado ha sido una culpa que se ha transmitido a través de las edades entre los nuestros.

Maedhros : Ya veo.

El alto elfo buscó los ojos de piedra de la estatua, finamente pintada con rasgos tan vívidos que parecían casi vivos, aunque decididamente tristes.

Maedhros : ¿Qué ha sido del mundo, en todo este tiempo?

Findulas : Mucho ha sucedido, me temo, para contarlo en breves palabras. Pero el mundo ha cambiado mucho, y los hombres son ahora la raza predominante, aunque aún quedan algunos Primeros Nacidos. Pero muchos han regresado al Oeste. Incluso la dama Galadriel, de la casa de Finarfin, regresó a Valinor hace pocos años.

Maedhros había conocido a Galadriel, eso Findulas lo sabía bien, pues había sido su prima. Y como esperaba el bibliotecario de la Logia, aquello hizo que el rey reaccionara.

Maedhros : Galadriel... ¿Galadriel ha podido regresar?

Y Findulas asintió.

Y para su asombro, vio lágrimas brotar de los ojos del rey. El alto y orgulloso Maedhros estaba llorando, mirando la estatua ante él.

Maedhros : ¿Lo oyes, Maglor? Galadriel ha sido perdonada.

Findulas observó los rasgos de la estatua, y entonces comprendió al fin que aquellos rostros de cabellos oscuros y rasgos afilados no pertenecía a otros que no fuesen los hermanos de Maedhros, los otros seis hijos de Fëanor. Se decía que Maglor había sido, junto a Maedhros, el último superviviente de su estirpe, hasta suicidarse lanzándose al mar con un silmáril en la mano. ¿Estaría vivo también?

Entonces, el rey se giró hacia su silla, y se apoyó en su respaldo con la mano, como si fuese un gran anciano apoyándose sobre su cayado, y aquello alarmó a Findulas nuevamente.

Maedhros : Déjame que te cuente la historia de Silmarillion, Findulas de la Logia del Despertar...

>> Hace mucho, mucho tiempo, yo erraba consumido por mis pecados por los yermos baldíos del norte. Era el advenimiento de una nueva edad, pero para mi no había futuro. Había sido atado por un Juramento demasiado grave y demasiado poderoso, en un tiempo en que mi Orgullo fue más grande que cualquier sabiduría. Con la luz pura de los árboles observándome constantemente desde mi mano que se quemaba lentamente bajo su llama, la culpa me hizo desear la muerte.

>> Sí, la muerte... Aún cuando el Juramento promete para mis hermanos y para mi un destino peor que el peor de los infiernos. Pero era el destino que me había ganado, pues aún cuando me llamaron Sabio, mi Orgullo siguió siendo demasiado grande para hacer algo que ahora me dices que otros han hecho. Pedir perdón. Recibir el perdón.

>> Y regresé a las llanuras heladas donde mis amigos, mis vasallos, mis aliados, habían perdido la vida en la guerra contra el Enemigo. Pues nos habían seguido, sí, y como se profetizara sus hazañas fueron dignas de cantos aún cuando el precio pagado fue más alto que cualquier precio jamás imaginado. Allí erré, en la tierra quebrada por la destrucción de la Guerra de la Cólera, sólo seguido por un águila de Manwë que me observaba de lejos. Y el águila me siguió, siempre demasiado lejana, pero siempre observadora. Ella era mi culpa, mi conciencia, el ojo de Manwë siguiéndome hasta el final. Allí, en aquellos yermos, me enfrenté con mis fantasmas, con mis compañeros caídos por culpa del Silmáril. Y me maldije nuevamente, hasta que presa de la desesperación me lancé a los fuegos de una sima abierta en la tierra, buscando encontrar la muerte.

>> Pero el destino tejido por Mandos es cruel, o quizás no lo es tanto. Y encontré a los hijos de Morgoth apresados bajo la barrera de Etherion, luchando una intestina guerra civil. Y entre ellos, encontré a mi pueblo, esclavo. Esclavizado allí por el Juramento de mi padre. Por nuestro Juramento.

El príncipe noldo miró a las estatuas de sus hermanos. Más lágrimas caían de sus ojos. Era un elfo roto por la culpa.

Maedhros : No podía abandonarles. Me los llevé, a tantos como pude, a un lugar seguro. Y así construimos Silmarillion, con el poder del Silmáril, y cuando la guerra terminó y nuestros hermanos fueron liberados por los dragones, vinieron a este lugar atraidos por la llamada que el Silmáril lanzaba. No podían escapar de la Barrera, así que les di este hogar. Esta... Cárcel dorada.

>> Sí, Findulas. Silmarillion es un nombre elegido a conciencia. Este es el lugar peor que el infierno que hemos elegido para cumplir nuestro Juramento eterno. Porque en esta ciudad, nunca pasa nada. No hay niños, pues no queremos traer nuevas vidas condenadas a esta cárcel. No hay esperanza, pues nada nuevo o viejo puede hacerse en Silmáril. No crecemos, no tenemos esperanzas, sólo vivimos. Ni siquiera la pena puede llevársenos, pues la muerte misma nos ha sido negada por Mandos. Sólo unos pocos abandonan a veces la ciudad, cansados de este infierno de muerte en vida, de esta beatífica y envenenada paz inmortal. No somos diferentes de estas estatuas talladas en mármol. Tenemos todo el poder que soñamos antaño, sí, pero no podemos hacer nada con él, pues ya no tenemos vida alguna. ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Qué sentido tiene el saberlo?

Findulas, joven aún para los estándares élficos, no podía ni imaginar lo que sería una vida allí, sin objetivos, sin nada que hacer. ¿Cuánto tiempo había pasado? Seis o siete mil años, si las cuentas no le fallaban...

Maedhros : Por eso, cuando allí abajo me has dicho que aún nos recordáis, que aún nos honráis... Me he sentido más vivo que nunca, Findulas de la Logia del Despertar. Yo no estoy sujeto a la Barrera. Entré tras su creación. Estoy aquí porque no puedo abandonar a mi gente. Vosotros tampoco lo habéis hecho, y tu presencia aquí... Sí, tu presencia es la prueba.

Findulas : Llegamos en ayuda de los hijos del dragón del Imperio. Irmo nos pidió que les prestásemos ayuda, pues ellos también son víctimas de este encierro. Desean pedir clemencia a los Valar, y enviarán una delegación a Valinor para que sean reconocidos, como antaño lo fueron los enanos, y así sean liberados de la mancha oscura de su creador. Y yo, además, esperaba encontrar a mis parientes perdidos. Nunca imaginé hallar tanto pesar en Silmarillion. Ahora comprendo por qué los elfos que abandonan este lugar no pueden hablar de él. Porque han roto el Juramento, ¿no es así?

Maedhros se giró lentamente para mirar la ciudad.

Maedhros : No pueden romperlo, aunque quieran. Eligieron irse, y enfrentarse a la muerte a manos de orcos y dragones. Pero ahora me dices que hasta ellos, en esta prisión, han renunciado a su mal... ¿Tan ciegos hemos estado?

¿Estaba insinuando Maedhros que no sabía nada del Imperio? Pero mirándolo bien, él había visto una guerra civil. ¿La rebelión de Goldraeth? Si era el caso, ni él ni los demás elfos de Silmarillion conocían el Imperio. ¿Era posible aislarse tanto del mundo exterior durante tanto tiempo?

¿O era aquella una terrible faceta más del castigo impuesto por el Juramento de Fëanor?

Maedhros : ¿Tan ciegos hemos estado? - repitió en voz baja, mirando a su ciudad.

Findulas no dijo nada. No sabía qué decir.

Maedhros : Háblame de este Imperio que dices nos rodea, Findulas. Quiero saber más.

Findulas entonces le contó cuanto sabía del Imperio: sus casas, sus costumbres, sus ciudades... Y Maedhros escuchaba, su gesto serio, con alguna pregunta ocasional cuando alguna cosa no le quedaba clara. Durante la conversación, salió a tema los elfos que habían abandonado la ciudad.

Maedhros : Los que se van, son considerados los más grandes cobardes. Pues aquí sólo el Orgullo nos mantiene en pie, a la vez que nos condena. Sólo los que han perdido el orgullo abandonan este lugar para no regresar. El que se marcha, debe pedirlo, y jura solemnemente nunca regresar, nunca revelar nuestra existencia. Pues este infierno es también nuestro paraíso, y de saberse que el Silmarilion aún existe, su Maldición volvería a empezar. No deseo tal cosa. Nadie aquí lo desea. Sabemos demasiado bien su fuerza, y por ello entiendo que nadie haya dicho palabra de Silmarillion.

Findulas : Ellos deseaban ayudar a la ciudad, pero temían a la maldición del Juramento... Ahora entiendo su reticencia a hablar de su origen o de este lugar. Si mi cabezonería no me hubiese empujado a encontrar este sitio, jamás habría sabido de él. ¿Significa esto que no podré abandonar Silmarillion? ¿O que podré, para nunca revelar su existencia a quienes aún os lloran?

Maedhros entonces se irguió, recuperando la compostura y dejando aquella pose de anciano que había tenido al principio de la conversación pero que lo había ido abandonando poco a poco.

Maedhros : No. Ven conmigo, Findulas.

Y Findulas, seguido por una Lisenda que no entendía ni la mitad de lo que sucedía pero que se mantenía en un discreto segundo plano, siguió a Maedhros escaleras arriba. El rey elfo era presa de un vigor inusitado, y Findulas apenas podía seguir su ritmo. Lisenda se quedó definitivamente atrás. Pero al fin, tras subir muchas escaleras, llegó el noldo a la cima de la torre, y Maedhros estaba erguido allí, mirando al silmáril suspendido sobre sus cabezas, a sólo unos pocos metros. Su luz era indescriptible, y Findulas la deseó como jamás había deseado nada en el mundo, pues en ella estaba encerrado el mismísimo poder de la Creación. Y se sorprendió deseando de aquel modo, pues él mismo nunca había deseado nada para sí, y aquel segundo pensamiento rompió el hechizo del silmáril.

Maedhros : Findulas - dijo Maedhros, y se arrodilló ante el bibliotecario de la Logia del Despertar -. Toma el Silmáril. Llévalo a Valinor en mi nombre, pues yo tengo prohibido el regreso. Te lo ruego, Findulas. Pide el perdón y la redención para mi pueblo.

Y el rey de Silmarillion lloraba, pues estaba tragándose su Orgullo, y renunciando tras tres Edades del Sol al terrible Juramento de Fëanor. Más de seis milenios en el infierno, y el dolor de su pueblo, estaban condensados en aquellas lágrimas.

Imagen Lisenda está agotada. La torre es muy alta, y tardará sus buenos cinco minutos en llegar arriba. Así que de momento estáis solos.
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Mensaje por Rittmann »

FINDULAS:

Fue allí, en aquella sala convertida en su celda particular dentro de la gran prisión que era Silmarillion, observado siempre por los ojos sin vida de las seis estatuas de sus difuntos hermanos, donde Maedhros el Alto empezó a llorar. Findulas jamás habría imaginado que ninguno de aquellos elfos de antaño, orgullosos y seguros de si mismos, pudiesen derramar lágrima alguna; sin embargo estaba siendo testigo de ello. Y justo después, como si aquellas escasas lágrimas le hubiesen quitado un peso de encima, Maedhros se desmoronó en su silla. Nada quedaba de su porte mayestático, nada de su augusto alkar, solo el rostro y la pose de un elfo destrozado, sin ninguna ilusión por vivir, que parecía ser engullido, poco a poco, por la silla en la que había decidido caer rendido.

Fue allí, sentado como un viejo sin esperanza, como un ser que solo espera ser atrapado por la benevolente muerte, donde por primera vez en más de seis mil años alguien escuchó la verdadera historia de Maedhros. Ese alguien no era otro que Findulas, el joven Bibliotecario de la Logia del Despertar, que a cada nueva palabra se daba cuenta del peso que aquel elfo llevaba sobre sus espaldas, de la tristeza y el arrepentimiento que estaba lastrando su existencia, de los remordimientos y la pena que consumían su alma inmortal. Cada sílaba rezumaba culpabilidad pero también contrición y un deseo oculto de haber obrado de otro modo, de haber sido lo que se esperaba de él, de haber tenido el valor suficiente como para hacer frente a la maldición y el juramento que pendían sobre su casa; porque allí, entre los suyos y atrapados detrás de aquella barrera durante más de sesenta siglos, por fin se había dado cuenta de que sus decisiones, de que su orgullo y su vanidad, eran algo que había arrastrado a todos y cada uno de los componentes de su pueblo al peor de los destinos. ¿A cambio de qué? Desde luego que tenía el Silmáril, una de las joyas por las que tanto había luchado, un objeto sin parangón, un poder que nadie más podía ostentar, pero aquello solo le había llevado a perder la esperanza, a condenar a los suyos a una búsqueda sin fin y a una huida que había tenido por meta aquella cárcel dorada que era Silmarillion.

Findulas lo entendía muy bien, más de lo que jamás pudiese imaginarse el propio Maedhros. Sabía lo que sentía un elfo cuando la culpa lo consumía, cuando la vergüenza de sus actos había arrastrado a quienes le rodeaban a un final incierto; no lo había sentido en carne propia pero aquel contacto continuado con Nestador, Gloranaël y los demás elfos de la Logia del Despertar que habían sido participes del sacrificio de Etherion, y por extensión de todos los elfos que se habían quedado encerrados tras su barrera, le había llevado a poseer una empatía extrema con ellos y a sentir aquella vergüenza y los remordimientos que esta creaba como si fuesen los suyos propios. No obstante, incluso aquello, incluso la vileza cometida al dejar a los suyos atrás, no se podía comparar con el peso de la vergüenza con la que cargaba Maedhros. Realmente aquel elfo debía de ser tan extraordinario, tan poderoso y tan firme como lo describían los libros ya que soportar todo aquel tiempo con tan soberbio lastre y no sucumbir a él no estaba al alcance de cualquiera, puede que solo estuviese a su alcance. Pero ahora, por fin, después de tanto tiempo, su resistencia había llegado a su fin, su orgullo había sido derrotado y los remordimientos habían vencido en una guerra que tenían ganada de antemano: aquel elfo solo deseaba una cosa y nada más importaba ya para él.

Y mientras escuchaba la verdadera historia de su vida Findulas volvió a sentir el poder de aquel objeto que pendía sobre su cabeza y el precio que se tenía que pagar para poseerla, porque allí, incluso en lo más profundo de la tierra, el Silmáril había aislado y borrado de la historia del Imperio a los elfos que se habían quedado atrapados tras la barrera. Era extraño pero el joven vidente intuía que parte la culpa de aquella situación la había tenido la joya: ¿por qué si no los elfos habían sido el único de los pueblos que no había prosperado? ¿Por qué se habían apartado del mundo? Tal vez, al principio, fuese por prudencia, por intentar huir de la esclavitud que los Hijos del Dragón les tenían reservada pero, después, cuando estos abolieron aquella práctica abominable muchos de los elfos que no habían podido huir con Maedhros habían llegado a Silmarillion; y con ellos las noticias sobre lo que pasaba fuera. ¿Por qué no se abrieron al mundo entonces? Podrían haber muchas contestaciones pero, en el fondo, solo una de ellas daba respuesta a todo: el Silmáril ¿Qué hubiese pasado si aquel extraordinario poder hubiera salido a la luz dentro del tablero de juego que era el Imperio Dragón? Posiblemente las cosas hubiesen tomado otro rumbo mucho más incierto.

Sin embargo la joya no apareció, Maedhros la conservó para él, escondida y fuera del alcance de todos, y decidió vivir con el consuelo de poseerla para siempre. No obstante el Silmáril ya lo había rechazado y jamás logró encontrar el consuelo que esperaba de él; sino, más bien, al contrario: está lo esclavizó, a él y a los suyos mucho más que los Hijos del Dragón, y los cegó hasta tal punto que su rastro desapareció del mundo. Pero, como antes había notado Findulas, nada importaba ya: ni orgullo, ni maldición, ni Silmáril y solo una cosa anhelaba el roto corazón de aquel elfo, alto incluso entre los suyos: el perdón de su padre omnipotente y poder regresar a casa como un hijo arrepentido junto con su pueblo.

Cuando Maedhros oyó lo que Findulas tenía que contarle, aquella esperanza, perdida desde el día en que decidió arrojarse al abismo para acabar con su vida, renació en su marchito corazón, y junto a ella el vigor desaparecido hacía solo unos minutos. Y con aquella fuerza, con aquella determinación que se le suponía debía tener el primogénito de Fëanor, empezó la ascensión a lo más alto de la torre en que se encontraban. Findulas le seguía a duras penas pero Lisenda había claudicado en su esfuerzo: hacía demasiado que no descansaban, demasiado que no comían y aunque su constitución de elfo, aún siendo débil, junto su entusiasmo y emoción le permitían mantener las fuerzas, su compañera no ya no podía más. El joven vidente estaba preocupado por ella: la había involucrado en un asunto que no la concernía, la había forzado al máximo esperando que la siguiese incondicionalmente y, sobretodo, la había expuesto a un peligro que, afortunadamente, parecía haberse disipado. Cuando esto acabara estaría en deuda con ella, se lo debía.

En cuanto a él?.¡¡qué extraño era todo aquello!!¡¡Que diferente de lo que había imaginado!! Ya no por el hecho de haberse encontrado con un elfo que se pensaba había muerto hacía más de seis mil años, tampoco por tener sobre su cabeza uno de los tres míticos Silmarils que fabricase Fëanor, sino por la creciente certeza de que todo lo que había estado preocupando a la Logia durante tanto tiempo, aquella vergüenza con la que habían cargado y que tanto sufrimiento y remordimientos les había causado, no era más que agua de borrajas para los afectados por la decisión de Etherion. Si, la reacción de Maedhros así lo confirmaba: le había alegrado que no los hubiesen olvidado, aún cuando el primogénito de Fëanor no estaba ligado a la Barrera, y también le había sorprendido, sin embargo no había hecho de aquello una montaña, era como si jamás le hubiesen dado importancia, como si aquello no hubiese sido más que algo que tenía que pasar y ya no fuese otra cosa que unos párrafos más a escribir en los libros de historia. No había resentimiento, no había rencor, ni odios, o por lo menos Findulas no los detectaba en Maedhros. Pero claro, aquel elfo había tomado el mismo la decisión de quedarse allí, los otros no habían tenido esa oportunidad y aquello podía hacer cambiar su punto de vista. Aún así, Findulas intuía que la realidad poco difería de lo que el imaginaba: ¿Por qué?

De nuevo la respuesta parecía ser la joya que pendía, encima de su cabeza, ahora a escasos metros de él. Todo había sido supeditado a ella y en aquel lugar, en aquel exilio involuntario, aquellos elfos habían encontrado un sitio para vivir sin tener que estar constantemente obligados a actuar por el juramento de Fëanor. Tenían la joya, nadie más lo sabía, nadie se la quitaría y ellos podrían disfrutarla en paz. Pero, al final, después de tanto tiempo, ni aquello era suficiente: el orgullo que los mantenía erguidos se había agotado y aquel paraíso en las entrañas de la tierra se había convertido en un lugar sin esperanza, sin ilusión, en una cárcel dorada que los consumía lentamente pero les negaba hasta el más cruel de los alivios: la muerte.

No había otra respuesta, no había otra explicación: inimaginable ni en el más absurdo de los sueños, la posesión de aquella joya se había convertido en la más grande de las maldiciones y había secado totalmente la ambición y el orgullo de uno de los elfos más ilustres de la historia. Las barbaridades que se habían cometido en su nombre, los actos abominables que se habían llevado a cabo con la intención de poseerlas: guerras interminables, renegar de su propio padre, de sus dioses y, sobretodo, matanzas entre hermanos; todas aquellas atrocidades licitadas en nombre de aquel Silmáril se habían convertido ahora, una tras otra, en remordimientos y pesadillas insufribles haciendo que incluso el más sensato de los hijos de Fëanor, y el que más había abjurado de sus ideas por conseguir hacer cumplir un juramento maldito, había perdido hasta la última gota del orgullo que siempre tuvo.

¿Por qué sabía Findulas que sus conclusiones se acercaban a la verdad? Solo necesitaba mirar, a sus pies y con el Silmáril al alcance de su mano, a Maedhros el Alto, primogénito de Curufinwë el Espíritu de Fuego, arrodillado ante él, un simple bibliotecario elfo, renunciando a lo más preciado que había tenido, al objeto que había sellado su destino y le había arrastrado hasta aquel mismo instante:

Maedhros: -"Findulas, toma el Silmáril. Llévalo a Valinor en mi nombre, pues yo tengo prohibido el regreso. Te lo ruego, Findulas. Pide el perdón y la redención para mi pueblo."

Estuvo a punto de replicar, de preguntar de nuevo, de cerciorarse de que había escuchado bien, pero no hizo falta: las lágrimas que manaban de los ojos del rey de Silmarillion despejaban cualquier duda. Cedía la joya, el poder de la creación, aquel don que solo Eru Ilúvatar poseía, a cambio de una incierta esperanza: conseguir el perdón de los Valar para él y para su pueblo.

Findulas: -"Pero?., pero, no puede ser, yo no lo quiero, no estoy preparado para ello. Solo uno de los grandes debe tener ese poder en su mano, no un bibliotecario como yo."

La cabeza le empezó a doler, sus sienes palpitaban como si de sendos corazones se trataran. Su mirada, como adquiriendo vida propia, se desviaba constantemente y se posaba en la brillante joya que resplandecía encima de su cabeza. Solo su fuerza de voluntad y, sobretodo, el respeto que tenía a aquel objeto, fruto de su conocimiento de la historia que siempre lo había rodeado, le permitían apartar la vista de allí y centrarse en el rey arrodillado.

Maedhros: -"Lo estás, Findulas, más de lo que crees. Debes hacerlo, tienes que interceder por mi, y por mi pueblo, ante los Valar."

Findulas: -"No puede ser, ahora no, es demasiado peligroso. Hay muchas cosas en juego. El mal está tomando fuerza de nuevo en Endor de muchas formas diferentes. Lo vi en el berg de la bahía de Forochel; y no solo tiene una forma. Si el Silmáril aparece de nuevo atraerá la atención y la Maldición volverá a empezar. Vos mismo lo habéis dicho y yo se que no podré hacerle frente, ni vos mismo pudisteis. No lo quiero, por favor."

Y la mirada, de nuevo, se desvió hacía la fuente de aquella prístina luz. ¿Realmente no lo quería? Lo tenía al alcance de la mano, el único objeto que incluso el Enemigo Oscuro codició, el poder de la creación. Y allí, absorbido cada vez más por el influjo de aquella joya, algo humedeció levemente las manos que descansaban en los hombres de aquel rey de corazón roto: las lágrimas de Maedhros, el dolor de un pueblo, el sufrimiento de un elfo consumido por los remordimientos. En aquella pequeña concentración salina se resumía a que llevaba codiciar aquel objeto. No necesitó nada más:

Findulas: -"No lo quiero, me da miedo. Por favor, levántese. Es demasiado poderoso. Tal vez usted podría llevarlo. Si me acompañase yo le ayudaría?"

Maedhros: -"No puede ser, mi tiempo ha pasado. El Silmáril me rechazó hace demasiado. Además tengo prohibido regresar a Valinor, yo mismo renegué de él. Si os acompañase jamás llegaríais. Créeme, solo tu puedes hacerlo. He mirado en tu interior Findulas de la Logia y lo que he visto es hermoso y puro. Nunca has querido nada para ti y antepones los deseos y necesidades de los demás a los tuyos propios sin importante el precio. Lo has demostrado poniendo tu vida en mis manos aún sabiendo el riesgo que eso conllevaba. Además, en menos de un minuto, ya lo has rechazado tres veces. Por eso tienes que llevártelo de aquí y entregarlo a los únicos que pueden tenerlo: los valar. Tal vez eso me valga el perdón, es lo único que deseo. El Silmáril ha perdido el poder que tenía sobre mí; también tú puedes sobreponerte a él. Simplemente cuando te tiente piensa en tus libros y en las historias que versan sobre las consecuencias que tiene el desearlo por encima de todo: eso te ayudará."

Findulas: -"Pero?,"

Necesitaba encontrar una razón de peso, un argumento que le diese fuerzas para rechazar la oferta. No era invulnerable al dolor y el sufrimiento del pueblo de Fëanor y, realmente, deseaba socorrerles. Así, por lo menos, podría compensar los daños que la Barrera de Etherion había causado. Aunque ellos no le dieran importancia sabía de muchos que si se la daban; y eran sus amigos: Nestador, el difunto Gloranaël y la mayoría de los miembros de la Logia. Si los ayudaba al fin sus almas lograrían el descanso.

Findulas: -"?pero, ¿y qué hay de Silmarillion?¿Qué será de él sin la luz del Silmáril? Todo lo que él crea, y que es lo que permite una vida tan rica en este lugar, morirá, desaparecerá."

Maedhros asintió:

Maedhros: -"Tienes razón Findulas de la Logia, pero es algo que ya tengo asumido. Si te llevas el Silmáril no quedará otra alternativa que pedir asilo al Imperio. Pero eso es algo que no me preocupa, no después de lo que me has contado y que ha sido refrendado por esa mujer que es tu compañera. Estaremos bien, más de lo que lo hemos estado en mucho tiempo, pues la esperanza perdida ha renacido en mi corazón y también lo hará en el de mi pueblo."

Findulas miró a los ojos de aquel gran elfo. Había dolor y sufrimiento, pero también esperanza e ilusión; había vida, tanta como jamás la había habido. En su interior Findulas sabía que tenía que intentarlo, que debía ayudarle. Sin embargo algo preocupaba aún al joven elfo, algo que no podía pasar por alto.

Findulas: -"Señor, contésteme, ¿qué será de usted? Si me llevo el Silmáril tendrá que abandonar este lugar e ir al Imperio. Allí ha multitud de humanos, y también dragones. Tal vez pueda pasar desapercibido para ellos pero difícilmente conseguirá ocultarse de los elfos que me acompañan; y aunque lo consiguiera hay algo que no podrá ocultar y es el poder que desprende el Silmáril. Si me lo llevo cualquiera se dará cuenta de que escondo algo ya que ese objeto es demasiado poderoso. Si eso ocurre se podría desatar una catástrofe. No me preocupa tanto estando aquí abajo pero sí al salir a la superficie: usted mismo ha dicho que su poder llamó a todos los elfos que vivían aquí abajo e, indudablemente, eso también pasará cuando suba a la superficie. No quiero mentirle, tiempos convulsos se avecinan: el mismo Irmo me lo comunicó. Además los poderos de antaño han hecho acto de presencia: Ancalagon, el Gris, ha despertado. Destapar la existencia de un Silmáril podría agravar mucho la situación. ¿Está seguro de lo que desea?"

Maedhros: -"Lo estoy Findulas, lo estoy, más que nunca. Ningún tiempo es mejor ni peor si el poder de decidir está en las manos adecuadas. Y se que lo está. Pero si eso te preocupa puedo encargarme de investigar la manera de ocultar el aura que desprende el Silmáril. No obstante llevará tiempo."

Findulas: -"Si hay algo de lo que dispongo es tiempo: la partida hacia Valinor no está decidida y hasta que no sea el momento no creo que sea prudente sacar el Silmáril de aquí. Usted mismo decidió esconderse en este lugar por ese motivo. Además, he contraído un compromiso con los Hijos del Dragón y no quiero descuidarlo: tengo que aprender todo lo que pueda de su raza hasta que llegue el momento y así poder interceder por ellos ante los Valar; pero tenga presente que no será la única petición que haga porque hoy, aquí, en lo más profundo de la tierra, he leído en el alma de un elfo arrepentido, de un elfo que solo desea una cosa: el perdón. Me lo ha demostrado a mí y yo se lo demostraré a los dioses: Maedhros, el Alto, desea volver a su hogar con los suyos y como muestra de ello regala el objeto que le condujo por el camino erróneo, renuncia al poder de la creación, se lo devuelve a los dioses, rompe su juramento y pone su destino en manos de los Valar, y yo, Findulas de la Logia, en representación del hijo de Fëanor, devuelvo el Silmáril que el mismo entregó voluntariamente para que por fin, descanse en el lugar que le corresponde. ¿Qué así sea?"

Su voz sonaba firme y decidida, sin atisbo alguno de duda y aquello extrañó a Findulas. No parecía él: ¿Qué estaba pasando? Había decidido no tener jamás miedo, no recular ni ante las adversidades ni ante los retos, pero aquello era excesivo porque, al fin y al cabo, en su interior si estaba atemorizado. Tenía miedo del compromiso que conllevaba la responsabilidad que había adquirido, temía no estar a la altura, temía que el Silmáril fuese más fuerte que él y, sobretodo, tenía miedo de que alguien se diese cuenta que el guardaba la joya y intentara arrebatársela. No, no podía permitirlo, aquella joya era su responsabilidad, era suya, no dejaría que nadie se la arrebatase?..

Maedhros: -"Que así sea."

>>>"La muerte de Finwë a manos de Morgoth al intentar defender los Silmarils, el Juramento maldito de Fëanor, renegar de sus propios dioses, la Matanza de Hermanos en Alqualondë, la traición a Fingolfín en Araman que supuso condenar a él y a su pueblo a enfrentarse a los hielos del Helcaraxe, el asalto al campamento del ejercito de los Valar,?"<<<


Y otra, y otra, y otra cosa más hasta rememorar todos y cada uno de los acontecimientos trágicos que habían desencadenado las ansias por poseer el Silmáril, de atesorarlo para uno mismo, de tenerlo por encima de todo y luchar por que nadie se lo arrebatase a su portador. Y entonces su voz ya no sonó tan segura, entonces su voz era la de Findulas, el Bibliotecario de la Logia del Despertar:

Findulas: -"No...., no se hablé más. Volveré cuan...., cuando sea el momento. Ahora es momento de atender a sus invitados y mostrar la hospitalidad de un gran rey y su pueblo. Mi compañera está extenuada y yo también. Una vez hayamos descansado partiremos y no nos ver?emos más hasta que llegue el día; será lo más seguro. Va?, vamos, salgamos de aquí, señor."

>>>"La muerte de Finwë a manos de Morgoth al intentar defender los Silmarils, el Juramento maldito de Fëanor, renegar de sus propios dioses, la Matanza de Hermanos en Alqualondë, la traición a Fingolfín en Araman que supuso condenar a él y a su pueblo a enfrentarse a los hielos del Helcaraxe, el asalto al campamento del ejercito de los Valar,?"<<<

En aquellos momentos Findulas se dio cuenta de que aquel listado de sucesos sería la oración que repetiría todos los días antes de cerrar sus ojos para entrar en meditación.

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Imagen Bueno, ya está el turno. De nuevo muy extenso, demasiado, pero es que no me salen más cortos, de momento: me parece que tengo muchas cosas que escribir. Será por el hecho de haber adoptado el personaje en mitad de la partida y mis ansias por recuperar el tiempo perdido. Lo siento.

Imagen Verás que he intentado usar toda la información que me diste por PM. Lo he hecho para que fuese más fácil avanzar ya que si no me quedaba cortado a la primera pregunta. La duda está en que si me he pasado roleando con Maedhros. He intentado ajustarme al máximo a tus directrices pero claro, igual me he emocionado y se me ha ido la mano. Si lo crees así no dudes en editar lo que te parezca excesivo y, por supuesto, comentarmelo con total confianza para ajustarme más a tus preferencias.

Imagen Nada más, ahora, a esperar tocan. Suerte y hasta pronto.
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Rittmann
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Re: Capítulo 7-F: Legado y Herencia

Mensaje por Rittmann »

Findulas pudo reunirse en su bajada de la Torre del Silmáril con Lisenda, y aunque la mujer habría querido saber qué se había dicho en la cima de las escaleras de caracol, cuando vio el severo rostro de un Findulas ahora marcado por el Destino, desistió. Pues grande era el peso que ahora llevaba sobre sus hombros, y grande era la carga que portaría en días por venir. En silencio, los dos compañeros bajaron hacia el gran salón de Maedhros, y el señor de la ciudad secreta los siguió sumido en el silencio de sus propios pensamientos.

No tardaron en alojarlos, y Lisenda apareció esa noche ataviada con blancas vestiduras dignas de una princesa de los Eldar. En verdad, salvo por su menor estatura, por un momento a Findulas le dio un brinco el corazón al traicionarle la vista y creer que su compañera se había vuelto una de los del Primer Pueblo, pues tal era el efecto que en ella causaba la madreperla, los diamantes y el hilo de plata que brillaban como centellas en su vestido. Agasajados, invitados a compartir mesa y pan con el propio Maedhros para asombro de sus vasallos, esa noche el señor de Silmarillion convocó a sus hombres de confianza. Antaño habían sido capitanes en la Nirnaeth Arnoediad, la Batalla de las Lágrimas Innumerables, antes de caer presas de la malicia de Morgoth. Años de esclavitud habían encorvado sus cuerpos, pero la luz del Silmáril y el largo reposo les habían devuelto buena parte del semblante de antaño. Sentados en derredor de la cena, escucharon sorprendidos las palabras de Maedhros el Alto.

Maedhros: Amigos, hermanos - empezó visiblemente emocionado -. Largo ha sido nuestro exilio y nuestro olvido. Largos los días de pesares y penurias en Silmarillion, la Jaula Dorada, la Iluminada por el Destino. Pues los males de Morgoth se han prolongado en este lugar aún cuando el Enemigo ya no se encuentra en los límites de Arda. Pero el Destino es piadoso, o quizás sea obra de Mandos aflojando sus severas palabras de despedida tras Aqualondë. Sea como sea, hoy en Silmarillion brilla una luz de esperanza más brillante que la de cualquier joya creada por mi padre. Pues con nosotros se encuentra un pariente que ha escapado a la maldición, y que ha llegado a nuestra ciudad con el poder de traer la Redención. Él es Findulas, de la casa de Finarfín, siervo de Yavanna pero sobretodo de un Irmo que se apiada de los atrapados bajo la Barrera de Etherion.

>> Sabed que he pedido a Findulas ayuda para pedir nuestro perdón, pues el Destino le encamina al lugar donde éste puede sernos concedido. Sabed que en pago a ese perdón, portará la Joya. Y sabed que con ello espero que al fin nuestras almas logren el reposo que tanto tiempo nos ha sido negado.

>> Sin embargo, sabed también que no podemos ya permanecer más en este reino escondido y oculto. Otros pueden necesitar de nuestra fuerza en estos días extraños que se avecinan, pues adivino un futuro oscuro que aún no he logrado desvelar. Alrededor nuestro, los chiquillos del Enemigo han renunciado a él, y con su valor han creado un Imperio en el que los Exiliados de Silmarillion ahora habitan en paz. Pronto llegará el Oscurecimiento de Silmarillion, y en ese día deberemos habitar con los que antaño fueron siervos de nuestro peor enemigo. Y ayudarles a superar su propia oscuridad, pues al igual que nosotros, ellos también están malditos por Morgoth, aún cuando no por elección propia.

>> Sabed que esa es mi voluntad, pero os considero mis amigos y mi familia antes que otra cosa. Por eso, si alguno de vosotros se opone a mis designios, este es el momento para hablar.

Tal fue la fuerza con la que habló Maedhros, tanto el vigor lárgamente extinto en su voluntad, que si alguien albergaba en su corazón una sombra de duda sobre aquel asunto, no la mostró. En silencio, uno por uno, todos asintieron aprobando aquel curso de acción, y Findulas adivinó en sus espaldas encorvadas un aligeramiento, como si la carga pesada del Destino se suavizase justo en ese instante y recuperasen algo de la fuerza de antaño.

Y Maedhros alzó su copa, hecha con el vino de las uvas criadas bajo la luz del Silmáril, y brindó.

Maedhros: Por los amigos ausentes.

Todos: ¡Por ellos! ¡Almarë!

Y brindaron, y a labios de Findulas aquel vino supo a la más deliacada de las ambrosías, fortaleciendo con la luz del Silmáril su espíritu y vaciándolo de toda duda. Y una lágrima cayó por su rostro al saber que rara vez podría volver a probar aquella bebida, pues tan pronto se oscureciese Silmarillion, las vides morirían, y la cosecha del Vino de Luz se predería para siempre.

Y entonces, la tierra tembló.

[u]Continua en el Capítulo 8-G: El Oscurecimiento
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