Capítulo 7-M: El Ritual

Es el amanecer de la Cuarta Edad. Y en la Tierra Media reina la paz... Pero aún quedan muchas cuentas pendientes. Incluyendo una de los Días Antiguos...
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derkin el Sabado, 8 de Diciembre del 2006 a las 13:36

Mensaje por Rittmann »

Aglaroth--->El Fuego de la Ira

Apenas había acabado mi intervención y la princesa Erane tras dar un paso hacia mí me respondió:
-Ciertamente es probable que no conozcamos el alcance del poder de ese ser, Durlach, y seguramente sea cierto que no habría servido de nada que supiéramos de él. Pero has cometido un error, y éste te pertenece tan sólo a ti. No esperes que otros asumamos la carga de ese fracaso, ni que lo tildemos de otro modo; y sin duda harías bien en no insultar a otros por una ignorancia de la que no tienen culpa, y cargar con el error, tú, que eras el único que podías haberlo evitado.

Sus palabras lograron frustrarme pues hablaba de un error que no era tal y de responsabilidades sin entender todas las que ya pesaban sobre mí pero antes de que pudiera responderle se puso a hablar con el mediano.
Una vez termino de hablar di un paso adelante para replicarle pero sin darme tiempo a decir nada, el impetuoso Anetos se me encaro mientras me decía:
-¡Cobarde! ¿Quién eres tú para hablarme así? ¡Tendrías que pensar mejor tus palabras! Si has cometido este terrible error debes afrontarlo y no ser cobarde y arrogante. No pienses que tu raza o estudios te confieren más poder y capacidades que otros. ¿Así que no quieres entablar batalla? ¿No eres lo suficientemente valiente para enfrentar a Durlach? Yo por mi parte estoy dispuesto a luchar contra él y contra el Gris también si es necesario. No les temo como tú, aunque por la responsabilidad que tienes en esto deberías también enfrentarlos. Y por cierto creo que debemos decidir rápido, por mi parte ya saben lo que pienso.

Nada mas escucharlo el fuego de la ira que ya avivaba en mi interior se hizo más fuerte e incluso pude sentir como las fuerzas mágicas crepitaban a mi alrededor, poco me falto para atacar al engreído Anetos allí mismo pero una voz severa resonó en mi interior:
-¡Aglaroth, tu deber es guiarlos y no destruirlos!

Al instante reconocí la voz como la de mi maestro Lithander y sus sabias palabras tuvieron en mí un efecto balsámico hasta el punto de lograr aplacar mi ira.
Fríamente y con la voz llena de tranquilidad me gire hacia la princesa Erane ignorando por el momento a Anethor, dedicandole una fría sonrisa respondí a sus palabras:
-No os falta razón al decir que mis palabras han sido desproporcionadas pero los hechos han logrado superarme además del hecho de que no lográis entenderme pues lo que ha sucedido yo no lo considero un error pues a través de una visión enviada por Irmo pude saber que yo habría de liberar a Durlach y a Etherion.
El único problema es que sucedió antes de lo debido, antes de que estuviera preparado para enfrentarme con él.
Necesitábamos la ayuda de Durlach para romper el influjo de Ancalagon en la Barrera pero jamás pude imaginar que la Barrera se rompería en el choque entre ambos titanes.

Por otro lado no pienses que intento trasladar el supuesto error a vosotros sino que me parece inadecuado de que habléis con tanta alegría sobre responsabilidades sin saber cuales son las que ya llevo sobre mis espaldas.


Tras acabar de hablar con Erane me gire hacia Anetos de forma serena y tranquilamente le dije:
-Anethor la valentía no consiste en lanzarse a una muerte segura cuando de ello nadie sacaría ninguna ventaja, me llamaras arrogante pero pienso que soy de mayor utilidad vivo que muerto.
Dices que no temes ni a Ancalagon ni a Durlach, entonces eres más valiente o más insensato que cualquiera de los grandes héroes de la historia de la Tierra Media pues hasta el propio Gandalf temía a Sauron.
Pero si realmente crees que podrías vencerlos te animo a que te enfrentes a ellos y ojala te alzes con la victoria.


Una vez termine de hablar con el iracundo elfo di un paso atrás y mirando a todos dije:
-Ya conocéis mi disposición a perseguir a vigilar a Durlach, asi que si hemos de hacerlo deberíamos partir ya.

Una vez acabe de hablar me quede esperando las palabras de mis compañeros.
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Rittmann el Martes, 25 de Diciembre del 2006 a las 21:53

Mensaje por Rittmann »

Erane : ¿Qué opinas que debemos hacer? Nuestro padre debería saber de inmediato, si no lo sabe ya, lo que ha sucedido. Y tal vez, ahora que nuestro pueblo es libre, desee otorgarte nuevos deberes... Mi intención es regresar, y más tarde, acabar con aquello para lo que estoy siendo adiestrada. ¿Volverás conmigo al interior del imperio, o seguirás otro camino, hermano?

Fëahelka no era capaz de pensar con claridad. Envuelto en aquella confusión de voces y opiniones, con la barrera caída, con su destino sufriendo un severo cambio de rumbo, el príncipe de los hijos del dragón apenas oía la voz de su hermana. Absorto, se giró hacia Erane y se limitó a asentir. Erane lo miró de nuevo, con mirada interrogante. ¿Era aquello una afirmación para seguir hacia fuera del imperio, o era para ir con ella? Pero ni el mismo Fëahelka lo sabía en ese momento.

Erane : El tiempo corre ya en contra de todos nosotros. Algunos ya hemos tomado una decisión, otros tal vez deseéis meditarlo... pero yo me pondré en marcha de inmediato. Dime, hermano, ¿vendrás conmigo?

No era miedo lo que paralizaba a Fëahelka. Tampoco era falta de resolución. Al contrario, era su corazón dividido lo que le retenía. El Oráculo le había anunciado algo para lo que no había estado preparado, y ahora su deber para con su gente - su verdadera gente, aquella a la cual trazaba su linaje - se postraba ante él con toda su fuerza y grandeza. Salir tras el Gris o el balrog no era para él una opción. Eran aquellos dos seres de un poder extremo, muy superior a sus propias fuerzas, y aunque la destrucción de la barrera abría muchas incógnitas acerca de su viaje a Valinor, el heredero del Imperio seguía siendo una figura demasiado importante como para arriesgarse perderla. No, no era temor lo que detenía a Fëahelka. Era rabia. La rabia de querer conocer a su hija y pedir perdón a Krista por el tiempo tan duro pasado sola en el berg sin el padre de aquel bebé prematuro e inesperado. La rabia de que el deber se interpusiese en aquel cruel momento.

Y mientras la rabia frenaba al príncipe, a su alrededor los señores de los elfos y su hermana discutían apresuradamente el destino de Etherion y la amenaza de Durlach. Mucho dijeron, palabras llenas de orgullo algunas, de sabiduría otras, y también de dolor y de ira, pero ninguna de ellas vana o sin sentido. Mucho estaba en juego, y para días como aquellos se habían preparado. Lóthiniel, abrazada a Etherion, se preguntaba dónde estaba Findulas. El sirviente de Irmo y su habilidad para juzgar el futuro habrían sido de tanta ayuda en aquel momento... Pero parecía que, a su alrededor, todos aquellos que la rodeaban poco a poco perdían su norte, su rumbo. ¿Se estaba volviendo loco, el mundo que la rodeaba?

Y en aquel choque de orgullos, de hubris, quedaron al fin sellados los rumbos de todos. Kalluin lideraría a Anethor y a Aglaroth al exterior. Los tres elfos, grandes en poder, serían los que observarían los pasos del balrog y del Gris. Ribon, Lóthiniel y Erane regresarían al interior, portando con ellos a Etherion ante el emperador Tiamat, y dejarían que el señor de los dragones juzgara la magnitud de la situación. Si todo iba bien, en una semana estarían en Andorath la Profunda, donde el emperador se había quedado junto a su esposa cerca del Oráculo de las profundidades.

Glían : Yo... - la voz del segundo hóbbit sonó apagada, y apenas Ribon le hizo caso -. Yo juré ir con el señor Anethor ante el señor Goldraeth. Y sin embargo, temo ser... Un estorbo.

Ribon miró a su compañero de tantas y tantas historias de juventud. Aquellas palabras estaban siendo para él muy duras de pronunciar. Glían había hecho un juramento, y aunque a la gente grande podía parecerle que el juramento de un hóbbit podía carecer de valor, el caso era que para Glían aquello era algo muy importante. Pero aquello se le escapaba. ¿Cómo podía convertirse en el pilar de Anethor, en la luz que evitara su caída irremisible en los amargos pozos de la Esencia Oscura, si el hechicero iba hacia un lugar tan cruel? Ni por un momento se había molestado en mirarle. Ni por un momento le tuvo en cuenta al tomar su decisión. Glían sentía el terrible sinsabor que aquella separación sólo traería la condena en el elfo, tal y como presagiara Goldraeth, pero no veía cómo seguir a alguien que ya ni siquiera lo veía de tan altos que estaban sus pensamientos. Lloró lágrimas, lágrimas de rabia y de impotencia, amargas y contenidas, y Ribon le pasó el brazo por encima del hombro como el hermano que le consideraba.

Ribon : Ven conmigo, Glían. Yo aún te necesito.

Glían : Vaya con cuidado, señor Anethor. Y regrese, se lo pido. Aún quiero cumplir mi juramento al señor Goldraeth.

Los ojos de Kalluin se posaron sobre el príncipe Fëahelka. Los ojos de éste ya no albergaban rabia, sólo impotencia. Los hechos habían determinado su destino. Miró a Sándal y a los demás perros, parados no muy lejos, expectantes a las palabras de su amo. Miró los trineos cargados sobre los lomos de lagartos gigantes. Él solo no podía ir al berg. No en ese momento. Tampoco podía ayudar a Kalluin.

Fëahelka : Regresemos a Andorath - dijo al fin a Erane -. Padre debe saber de esta amenaza, y nosotros debemos saber nuestras nuevas obligaciones.

Y los participantes del ritual se separaron, preguntándose si volverían a ver a los tres elfos que partían hacia el exterior.

Anethor y Aglaroth continúan en el Capítulo 8-D: Demonios y Dragones

Fëahelka, Erane, Lóthiniel, Ribon y Glían continúan en el Capítulo 8-E: Ocaso

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