.Deambula en un laberinto de rostros, ninguno amigo, ninguno amado. Para él solo son bruma. Sueña en su mezquindad que hace lo correcto? actitud hipócrita aún a sabiendas: mendacidad gritan todos sus poros. Poder no implica poseer la verdad.
Todos son enemigos y herramientas para su roto razonamiento. Piensa con simpleza que la vida es una partida de ajedrez y que su intelecto es propio de maestros. ¡Y aún se jacta de ello! Se cree rey o reina, cuando es peón de sus temores y pesadillas que él considera sueños. Hincado de rodillas, derrotado y seducido por la maldad de aquello llamado poder. En realidad, se deja sacudir por sus malcriadas pulsiones y cosas materiales que no son más que polvo. Madurez de la hiena que ríe, que no es más que lo que posee pues nada es: solo piel y una terrible mirada.
Pero llegará el día en que este monstruo gigante que tapa el sol se vea derrotado. Nada ha aprendido. Incluso Aquiles tenía su debilidad. Ególatra se cree invencible. Pero no cuenta con uno de los mayores poderes del que goza la verdadera humanidad: la constancia. Como reza un célebre dicho siciliano que ya susurraban los antiguos ante el déspota y el tirano, perennes males encarnados: ?Le dijo el gusano al nogal: dame tiempo, y te haré un agujero?.
Supervillano. Se le denomina de esta forma tan peyorativa no por poseer cualidades extraordinarias, sino por estar poseído por males portentosos. Curiosamente, la naturaleza en su inmensa sabiduría, más allá de nuestro entendimiento, provee al villano de un enemigo natural, al que debe temer, aunque a veces en su estupidez desee ignorar. Se trata de esa rara especie de ser que los antiguos griegos denominaban Euménide y los romanos Furia. El aspecto más terrible de la justicia, término de difícil comprensión y de casi imposible ejecución en la tierra de los hombres.
Euménide es invencible.
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