Seis balas y una tumba
Moderador: guli
Seis balas y una tumba
INTRO
Texas, 1874
Un viejo dicho dice que Dios creó el mundo y le dejó una parcela al diablo. A este le gustó el lugar y decidió quedarse allí. Esa porción de tierra se llamaba Texas.
?.
La bola de fuego anaranjado se alzaba en el este llenando la extensa llanura terrosa, de miríadas de reflejos dorados centelleantes. El grupo de comanches a caballo observaba con amargura contenida en sus ojos desde las lejanas colinas el paso de la monstruosidad aquella creada por los diablos rostros pálidos, aquel caballo de hierro que expulsaba aliento negro hacia el celeste cielo, manchando con negra bilis su mundo que se extinguía, lo mismo que las grandes manadas de bisontes aniquiladas lo hicieron años atrás.
La férrea locomotora tiraba, con la energía de los pulmones de un recién nacido, de cuatro vagones de pasajeros, otro ocupado por caballos, cajas embaladas y toneles, y un sexto y último con veinte soldados de polvorientos uniformes azules, miradas aburridas y gaznates secos. El tren se dirigía rugiente a Trustymount City, donde un poco más allá terminaba la línea de ferrocarril construida por la FC Texas & Pacific, gracias a un variopinto y nutrido grupo de trabajadores, capataces e ingenieros que continuaban afanándose colocando rail tras rail, martilleando sobre las cabezas de los enormes clavos y remaches, creando y añadiendo un nuevo camino de metal hacia el oeste, en dirección a El Paso, que todavía quedaba a muchas millas de distancia, trabajo y sudor.
En el segundo compartimiento algunos pasajeros dormitaban, otros charlaban, algunos admiraban el paisaje por el hueco que dejaban los visillos color burdeos. Alguien leía, unos niños jugaban, otros lloraban. Había hombres de negocios de gruesos bigotes y patillas, y acicalados trajes; vaqueros despistados que no sabían qué diantres hacían ahí; familias buscando un horizonte donde rehacer sus vidas. Comerciantes. Aventureros con barro en las botas y sombras en los ojos. Delicadas mujeres de amplios sombreros floreados y vestidos que cubrían hasta sus botines, novias y esposas; matronas de prietas carnes y lengua de látigo. Alguna dama cuya mirada reflejaba larga experiencia en el conocimiento de los hombres y sus costumbres.
Un oficial del ejército leía la carta arrugada entre sus manos por enésima vez, firmada por el canoso general Charles F. Boler, su destino, escrito con rapidez, Fort Liberty, en el culo del mundo, próximo a la frontera con México, en territorio indio, en ninguna parte, el lugar al que enviaban a los desterrados. Como él. Entre líneas quedaba claro que solo le dejaban dos opciones: el ostracismo o la renuncia, la dimisión. Malditos hijos de puta yanquis, se dijo para sí mismo Geoge J. Gordon. A su lado un tipo alto, rubio, miraba sin expresión alguna el paisaje que no cambiaba desde hacía una hora. Para Brad, el Zurdo, el destino siempre se encontraba tras un gelatinoso velo de miedo agazapado en las sombras, en el reflejo de una mirada angustiada. Solitario, desesperanzado, calmaba su angustia cuando sus dedos acariciaban la culata de su revólver. Más atrás, junto a la puerta del vagón, una joven pelirroja estaba sentada con el entrecejo fruncido formando una pequeña pero bien marcada ?v?, la misma inicial de la palabra que llevaba grabada a fuego en su afligido corazón y en su trasvasada alma: venganza. Se trataba de María, una hermosa joven, vestida como un hombre, ropas que no disimulaban su bello cuerpo, centro de atención de algunas damas estiradas de ojos malévolos, miradas de reproches, en contraste con las de curiosidad de los hombres. Lástima que la cartuchera donde reposaba su revólver les quitara a muchos las ganas de conversación.
A la derecha, dos asientos delante, el Sr. Cobbs dormitaba bajo su sombrero, sin importarle mucho si alguien lo reconocía, si alguien lo vendería. Desde tiempo atrás aguardaba la bala que le enviaría al otro mundo, para unirse a los fantasmas de todos los tipos a los que había hecho enmudecer su Colt ?seis tiros?. Mientras tanto, meditaba si suerte cambiaría de una vez por todas y le saldría algo al derecho. Un buen golpe, eso es lo que necesitaba. ¿ cuántas veces había creído que el siguiente lo sería? Se removió en su asiento, y su codo topó con el brazo del vecino a su izquierda, el hombre de aspecto duro, delgado, de melena canosa. Se le había presentado como Freddy Smithsonian, y no había vuelto a abrir la boca. El Wendigo permanecía callado, aislado en sus recuerdos, la vista al frente, sombrío. La pelota de tela de un niño le golpeó levemente en la bota, el crío tragó saliva al ver la fría mirada del viejo, pero este le revolvió los cabellos, le sonrió y le hizo un guiño. Y regresó luego a sus amargos recuerdos. El que no los tenía tan amargos era Vito Castanzo, un tipo grueso, maduro, de movimientos bruscos, que repasaba desde más atrás, con su mirada severa, autoritaria, a las mujeres que tenía cercanas a él. En particular a una voluptuosa rubia sentada algo más allá y que a todas luces era una mujer de mundo, posiblemente bailarina o similar. Sin duda era un avieso hombre de negocios, en busca de alguna oportunidad. Y así, era, Vito viajaba hasta Trustymount City para expandir sus negocios, para cerrar el trato y comprar un segundo saloon, que aumentaría las rentas que le ofrecía el Forastero italiano, en San Antonio.
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Texas, 1874
Un viejo dicho dice que Dios creó el mundo y le dejó una parcela al diablo. A este le gustó el lugar y decidió quedarse allí. Esa porción de tierra se llamaba Texas.
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La bola de fuego anaranjado se alzaba en el este llenando la extensa llanura terrosa, de miríadas de reflejos dorados centelleantes. El grupo de comanches a caballo observaba con amargura contenida en sus ojos desde las lejanas colinas el paso de la monstruosidad aquella creada por los diablos rostros pálidos, aquel caballo de hierro que expulsaba aliento negro hacia el celeste cielo, manchando con negra bilis su mundo que se extinguía, lo mismo que las grandes manadas de bisontes aniquiladas lo hicieron años atrás.
La férrea locomotora tiraba, con la energía de los pulmones de un recién nacido, de cuatro vagones de pasajeros, otro ocupado por caballos, cajas embaladas y toneles, y un sexto y último con veinte soldados de polvorientos uniformes azules, miradas aburridas y gaznates secos. El tren se dirigía rugiente a Trustymount City, donde un poco más allá terminaba la línea de ferrocarril construida por la FC Texas & Pacific, gracias a un variopinto y nutrido grupo de trabajadores, capataces e ingenieros que continuaban afanándose colocando rail tras rail, martilleando sobre las cabezas de los enormes clavos y remaches, creando y añadiendo un nuevo camino de metal hacia el oeste, en dirección a El Paso, que todavía quedaba a muchas millas de distancia, trabajo y sudor.
En el segundo compartimiento algunos pasajeros dormitaban, otros charlaban, algunos admiraban el paisaje por el hueco que dejaban los visillos color burdeos. Alguien leía, unos niños jugaban, otros lloraban. Había hombres de negocios de gruesos bigotes y patillas, y acicalados trajes; vaqueros despistados que no sabían qué diantres hacían ahí; familias buscando un horizonte donde rehacer sus vidas. Comerciantes. Aventureros con barro en las botas y sombras en los ojos. Delicadas mujeres de amplios sombreros floreados y vestidos que cubrían hasta sus botines, novias y esposas; matronas de prietas carnes y lengua de látigo. Alguna dama cuya mirada reflejaba larga experiencia en el conocimiento de los hombres y sus costumbres.
Un oficial del ejército leía la carta arrugada entre sus manos por enésima vez, firmada por el canoso general Charles F. Boler, su destino, escrito con rapidez, Fort Liberty, en el culo del mundo, próximo a la frontera con México, en territorio indio, en ninguna parte, el lugar al que enviaban a los desterrados. Como él. Entre líneas quedaba claro que solo le dejaban dos opciones: el ostracismo o la renuncia, la dimisión. Malditos hijos de puta yanquis, se dijo para sí mismo Geoge J. Gordon. A su lado un tipo alto, rubio, miraba sin expresión alguna el paisaje que no cambiaba desde hacía una hora. Para Brad, el Zurdo, el destino siempre se encontraba tras un gelatinoso velo de miedo agazapado en las sombras, en el reflejo de una mirada angustiada. Solitario, desesperanzado, calmaba su angustia cuando sus dedos acariciaban la culata de su revólver. Más atrás, junto a la puerta del vagón, una joven pelirroja estaba sentada con el entrecejo fruncido formando una pequeña pero bien marcada ?v?, la misma inicial de la palabra que llevaba grabada a fuego en su afligido corazón y en su trasvasada alma: venganza. Se trataba de María, una hermosa joven, vestida como un hombre, ropas que no disimulaban su bello cuerpo, centro de atención de algunas damas estiradas de ojos malévolos, miradas de reproches, en contraste con las de curiosidad de los hombres. Lástima que la cartuchera donde reposaba su revólver les quitara a muchos las ganas de conversación.
A la derecha, dos asientos delante, el Sr. Cobbs dormitaba bajo su sombrero, sin importarle mucho si alguien lo reconocía, si alguien lo vendería. Desde tiempo atrás aguardaba la bala que le enviaría al otro mundo, para unirse a los fantasmas de todos los tipos a los que había hecho enmudecer su Colt ?seis tiros?. Mientras tanto, meditaba si suerte cambiaría de una vez por todas y le saldría algo al derecho. Un buen golpe, eso es lo que necesitaba. ¿ cuántas veces había creído que el siguiente lo sería? Se removió en su asiento, y su codo topó con el brazo del vecino a su izquierda, el hombre de aspecto duro, delgado, de melena canosa. Se le había presentado como Freddy Smithsonian, y no había vuelto a abrir la boca. El Wendigo permanecía callado, aislado en sus recuerdos, la vista al frente, sombrío. La pelota de tela de un niño le golpeó levemente en la bota, el crío tragó saliva al ver la fría mirada del viejo, pero este le revolvió los cabellos, le sonrió y le hizo un guiño. Y regresó luego a sus amargos recuerdos. El que no los tenía tan amargos era Vito Castanzo, un tipo grueso, maduro, de movimientos bruscos, que repasaba desde más atrás, con su mirada severa, autoritaria, a las mujeres que tenía cercanas a él. En particular a una voluptuosa rubia sentada algo más allá y que a todas luces era una mujer de mundo, posiblemente bailarina o similar. Sin duda era un avieso hombre de negocios, en busca de alguna oportunidad. Y así, era, Vito viajaba hasta Trustymount City para expandir sus negocios, para cerrar el trato y comprar un segundo saloon, que aumentaría las rentas que le ofrecía el Forastero italiano, en San Antonio.
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Última edición por guli el 05 Nov 2007, 16:27, editado 1 vez en total.
No somos los jugadores. Somos el juego
Lo difícil de la idea es tener voluntad de llevarla a cabo http://nacionrolera.org/viewtopic.php?f=55&t=11241
Crónicas- http://www.nacionrolera.org/viewforum.php?f=316
http://mundosparalelos-1.blogspot.com/
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Re: Seis balas y una tumba
George J.Gordon
El traqueteo del tren se mezclaba con las risas de los niños. Absorto en el mundo de una hoja de papel, reflexionaba acerca de su suerte. Fort Liberty. México estaba en paz desde la llegada al poder de Lerdo de Tejada. Ningún ataque se esperaba por allí. Los indios comanches, empero, eran más belicosos y estaban dando problemas. Sin duda, tenía todas las papeletas para terminar ensartado a flechazos en las ruinas humeantes de un viejo fuerte de la frontera. Lejos, todo ello, de los verdes campos de Virginia, la belleza sin parangón del Valle del Shenandoah, para que decir de los bailes de gala con elegantes y bellas damas del sur con intrincados y alegres vestidos, el humo de un buen cigarro y el paladeo de un buen bourbon inglés. Los algodonales quedaban lejos de aquella tierra, y los ríos surcados por grandes y lujosos barcos de vapor con hélice lateral, enmarcados por casonas victorianas ocultas tras amplios sauces llorones.
Malditos yanquis hijos de perra. Si, realmente lo eran. Quizá eran mejores tiempos cuando, surgiendo del bosque con el sable en una mano y el revólver en otra, miles de sudistas flanquearon al ejército del Potomac en aquella mañana cálida del 30 de abril, cerca del cruce de Chancellorsville. Los muchachos, fusil en mano y bayoneta calada, surgiendo del bosque entonando el rebel yell. Y, con Jackson al frente, cabalgaron en pos de aquella batalla perfecta, en la que el perro yanki fue vencido impecablemente, cogido por sorpresa y puesto en una vergonzosa fuga. Durante todo el día, les cazaron como a perros.
Fort Liberty... Él, que se había mantenido fiel a la Unión tras la caída de Lee y la Confederación, que había luchado contra los indios bajo el mando de oficiales del norte, y con soldados del norte. Ahora, tras su ascenso a teniente, le mandaban solo donde Cristo dio las tres voces. No sabía ni cuantos hombres iban a estar bajo su mando, ni como era aquel maldito fuerte, ni nada de nada. Solo, a juzgar por la maldita y reseca llanura enmarcada por altos roqueos de color terroso, podía preveer que escasearía hasta el agua. Miró un momento al tipo que estaba sentado a su lado, apartando un poco el sable para que no le estorbara. Parecía un pistolero, o un cowboy, alto rubio y silencioso, perdido en sus recuerdos y con la mano cerca del cinto, donde cargaba una pistola. No parecía un sujeto del que se pudiese sacar una amistosa conversación.
Lentamente, miró al resto de los parroquianos. Aparte de familias y obreros de viaje, meretrices entradas en años y alguna que otra señorita en edad de merecer (a la que no le hubiera importado galantear, de no ser por lo poco romántico del lugar), habían un par de pistoleros más, y una mujer pelirroja vestida como tal, con ropas de hombre, y gesto peligroso. "Estoy en el culo del mundo", pensó de pronto. En Virginia, tipos así eran los cuatreros que se habían dedicado a esquilmar a los campesinos durante la guerra, y que fueron colgados por el cuello por el gobierno de Richmond, primero, y por el de Washington después. Sin embargo, había oído que en la frontera con las naciones indias, abundaban esa clase de personajes cuyo oficio y beneficio se resumía en el manejo de un winchester, una colt o un cuchillo de monte, en las tareas que fueran menester. Gente peligrosa, sin duda.
Pidió, con mucha educación, un períodico doblado a una señora que tenía enfrente. Ella lo había terminado de leer, o eso parecía, y tal vez tuviera con que distraerse durante una hora, o quizá más, sin tener que pensar en saltar de ese tren y largarse, a uña de caballo, a vender sus servicios como instructor militar a los mexicanos, los indios o quien quiera que le pagase bien. Luego, pensó, en que el Destino Manifiesto de la raza anglosajona y el pueblo americano tenía, según aquel vibrante artículo llamado "la Anexión", y se complació pensando en que, aunque fuera en el culo del mundo, no tendría que rebajarse a servir por dinero a una raza inferior. "Join or die", había pintado otro virginiano, Thomas Jefferson, en aquella alegoría de los Estados Unidos: la gran serpiente siempre en expansión, que devoraba inmisericordemente a aquellos que no estaban dispuestos a recibir los dones de la democracia. Dios, en una mano, preparaba a los pueblos del mundo para recibir el sello, el carácter, que en la otra mano imprimía sobre los descendientes de los "pilgrim fathers". La Nueva Sión seguía expandiéndose, como hacía doscientos años, a golpe de fusil y acero.
Y él, al parecer, era el último eslabón de aquella cadena.
Tras esta reflexión patriótica, el ánimo volvió a subirle un poco. Guardó la carta, para evitar mirarla. Fort Liberty. Menudo papelón le habían colado encima, los carpetbaggers de mierda...
El traqueteo del tren se mezclaba con las risas de los niños. Absorto en el mundo de una hoja de papel, reflexionaba acerca de su suerte. Fort Liberty. México estaba en paz desde la llegada al poder de Lerdo de Tejada. Ningún ataque se esperaba por allí. Los indios comanches, empero, eran más belicosos y estaban dando problemas. Sin duda, tenía todas las papeletas para terminar ensartado a flechazos en las ruinas humeantes de un viejo fuerte de la frontera. Lejos, todo ello, de los verdes campos de Virginia, la belleza sin parangón del Valle del Shenandoah, para que decir de los bailes de gala con elegantes y bellas damas del sur con intrincados y alegres vestidos, el humo de un buen cigarro y el paladeo de un buen bourbon inglés. Los algodonales quedaban lejos de aquella tierra, y los ríos surcados por grandes y lujosos barcos de vapor con hélice lateral, enmarcados por casonas victorianas ocultas tras amplios sauces llorones.
Malditos yanquis hijos de perra. Si, realmente lo eran. Quizá eran mejores tiempos cuando, surgiendo del bosque con el sable en una mano y el revólver en otra, miles de sudistas flanquearon al ejército del Potomac en aquella mañana cálida del 30 de abril, cerca del cruce de Chancellorsville. Los muchachos, fusil en mano y bayoneta calada, surgiendo del bosque entonando el rebel yell. Y, con Jackson al frente, cabalgaron en pos de aquella batalla perfecta, en la que el perro yanki fue vencido impecablemente, cogido por sorpresa y puesto en una vergonzosa fuga. Durante todo el día, les cazaron como a perros.
Fort Liberty... Él, que se había mantenido fiel a la Unión tras la caída de Lee y la Confederación, que había luchado contra los indios bajo el mando de oficiales del norte, y con soldados del norte. Ahora, tras su ascenso a teniente, le mandaban solo donde Cristo dio las tres voces. No sabía ni cuantos hombres iban a estar bajo su mando, ni como era aquel maldito fuerte, ni nada de nada. Solo, a juzgar por la maldita y reseca llanura enmarcada por altos roqueos de color terroso, podía preveer que escasearía hasta el agua. Miró un momento al tipo que estaba sentado a su lado, apartando un poco el sable para que no le estorbara. Parecía un pistolero, o un cowboy, alto rubio y silencioso, perdido en sus recuerdos y con la mano cerca del cinto, donde cargaba una pistola. No parecía un sujeto del que se pudiese sacar una amistosa conversación.
Lentamente, miró al resto de los parroquianos. Aparte de familias y obreros de viaje, meretrices entradas en años y alguna que otra señorita en edad de merecer (a la que no le hubiera importado galantear, de no ser por lo poco romántico del lugar), habían un par de pistoleros más, y una mujer pelirroja vestida como tal, con ropas de hombre, y gesto peligroso. "Estoy en el culo del mundo", pensó de pronto. En Virginia, tipos así eran los cuatreros que se habían dedicado a esquilmar a los campesinos durante la guerra, y que fueron colgados por el cuello por el gobierno de Richmond, primero, y por el de Washington después. Sin embargo, había oído que en la frontera con las naciones indias, abundaban esa clase de personajes cuyo oficio y beneficio se resumía en el manejo de un winchester, una colt o un cuchillo de monte, en las tareas que fueran menester. Gente peligrosa, sin duda.
Pidió, con mucha educación, un períodico doblado a una señora que tenía enfrente. Ella lo había terminado de leer, o eso parecía, y tal vez tuviera con que distraerse durante una hora, o quizá más, sin tener que pensar en saltar de ese tren y largarse, a uña de caballo, a vender sus servicios como instructor militar a los mexicanos, los indios o quien quiera que le pagase bien. Luego, pensó, en que el Destino Manifiesto de la raza anglosajona y el pueblo americano tenía, según aquel vibrante artículo llamado "la Anexión", y se complació pensando en que, aunque fuera en el culo del mundo, no tendría que rebajarse a servir por dinero a una raza inferior. "Join or die", había pintado otro virginiano, Thomas Jefferson, en aquella alegoría de los Estados Unidos: la gran serpiente siempre en expansión, que devoraba inmisericordemente a aquellos que no estaban dispuestos a recibir los dones de la democracia. Dios, en una mano, preparaba a los pueblos del mundo para recibir el sello, el carácter, que en la otra mano imprimía sobre los descendientes de los "pilgrim fathers". La Nueva Sión seguía expandiéndose, como hacía doscientos años, a golpe de fusil y acero.
Y él, al parecer, era el último eslabón de aquella cadena.
Tras esta reflexión patriótica, el ánimo volvió a subirle un poco. Guardó la carta, para evitar mirarla. Fort Liberty. Menudo papelón le habían colado encima, los carpetbaggers de mierda...
Última edición por Targul el 03 Nov 2007, 02:45, editado 1 vez en total.
No tengas miedo en tu mente, mantén la guardia, puedes lograrlo Fiore dei Liberi
Re: Seis balas y una tumba
Adam Cobbs
Intenta dormir en el tren, cómo puede. Nunca ha conseguido hacerlo demasiado bien, así que se dormita, entrando y saliendo constantemente del mundo de los sueños. Viajar no le resulta divertido, es una pérdida de tiempo necesaria. Al principio trataba de entretenerse mirando por la ventana, viendo pasar el paisaje. El paisaje le interesa bien poco. En unos lugares son árboles, en otros matorrales. Fértiles llanuras o eriales, desiertos rocosos o ríos. Todo es igual al fin y al cabo, solo trozos de tierra.
Levanta el sombrero con la mano izquierda. Observa cómo otros pasajeros miran emocionados. El tren suele producir ese efecto en algunas personas. Se recuerda a si mismo que hay soldados en el tren, vuelve a bajar la visera del sombrero. Ahora se encuentra demasiado perezoso, mejor no tentar a la suerte aún.
Recuerda con cierta frustración los motivos para subir a este tren. Esta vez ya lo tenía, el gran golpe, la jugada perfecta. ¿Cómo pudo olvidar que un caballo normal no puede cargar con una caja fuerte?. Debía haber llevado explosivos, siempre vienen bien, pero pensó que eso entraña más peligro, especialmente para él que no sabe usarlos. Además, alguna vez le han dicho que si no se usan con cuidado también se destruye el dinero. Podía haber optado por llevar a algún ?experto? en la materia. No le gusta, cuantas más personas se involucran es más probable que a alguno le de por sacar el revolver de paseo. Golpes sencillos acaban arruinados por estupideces, o por estúpidos más bien. ? Se acabó, no más cajas fuertes ? piensa mientras intenta volver a acomodarse en su asiento ? Al menos hasta que tenga una interesante a tiro ? sonríe para si mismo. Se ha prometido miles de veces algo así, ?no más cajas fuertes?, ?no más ganado?, ?no más trenes?. Nunca lo mantiene.
Solo lamenta no haberse hecho con el botín, - ahora podría estar? - no tiene ni idea de donde podría estar. Quizás en este mismo tren. Después de todo tampoco hay una gran diferencia, al menos inmediata.
Escucha a los niños correteando cerca. La pelota de uno de ellos choca con el tipo que viaja a su lado. Por lo que ha visto, tiene la sensación de que el pobre chaval acaba de encontrar el fin de sus días. Ese hombre no parece el más simpático del mundo, no precisamente. Sin embargo le devuelve la pelota con un guiño. Debería haber aprendido a no fiarse de las apariencias, ya es mayorcito cómo para seguir cometiendo esos errores. ?Quien fuese niño aún, ¿verdad?. Se entretienen con tan poco?- Es de las pocas palabras que ha cruzado con el hombre. Tampoco hace falta más, solo han coincidido en asientos contiguos.
Tiene ganas de llegar ya a su destino. Los viajes en si mismos le aburren, mucho. Sin embargo nunca sabe lo que espera una vez llegue a donde quiera que vaya. Le hace sentir ansioso durante unos segundos. Necesita movimiento, ya. Por desgracia lo único que puede hacer para calmar esa necesidad es intentar seguir durmiendo. Hay otro motivo para que no le gusten los viajes en tren, ahora lo recuerda. La primera vez que subió en uno, despertó vestido de uniforme. Bien pensado, tal vez por eso le cueste volverse a dormir en uno.
-Debería aprovechar para ir planificando lo que haré una vez llegue a? - Queda pensativo unos segundos. No sabe a donde va el tren. No lo preguntó antes de comprar el billete. Podría preguntarlo, no obstante sería algo raro. Tendrá que quedarse con la duda durante un rato. Al menos no puede decir que su vida no sea emocionante, incluso para cosas pequeñas cómo esta.
Baja aún más el sombrero. La espera hasta el fin del trayecto se le va a hacer muy larga. Lástima no tener los asientos de enfrente libres para poder apoyar las piernas.
Intenta dormir en el tren, cómo puede. Nunca ha conseguido hacerlo demasiado bien, así que se dormita, entrando y saliendo constantemente del mundo de los sueños. Viajar no le resulta divertido, es una pérdida de tiempo necesaria. Al principio trataba de entretenerse mirando por la ventana, viendo pasar el paisaje. El paisaje le interesa bien poco. En unos lugares son árboles, en otros matorrales. Fértiles llanuras o eriales, desiertos rocosos o ríos. Todo es igual al fin y al cabo, solo trozos de tierra.
Levanta el sombrero con la mano izquierda. Observa cómo otros pasajeros miran emocionados. El tren suele producir ese efecto en algunas personas. Se recuerda a si mismo que hay soldados en el tren, vuelve a bajar la visera del sombrero. Ahora se encuentra demasiado perezoso, mejor no tentar a la suerte aún.
Recuerda con cierta frustración los motivos para subir a este tren. Esta vez ya lo tenía, el gran golpe, la jugada perfecta. ¿Cómo pudo olvidar que un caballo normal no puede cargar con una caja fuerte?. Debía haber llevado explosivos, siempre vienen bien, pero pensó que eso entraña más peligro, especialmente para él que no sabe usarlos. Además, alguna vez le han dicho que si no se usan con cuidado también se destruye el dinero. Podía haber optado por llevar a algún ?experto? en la materia. No le gusta, cuantas más personas se involucran es más probable que a alguno le de por sacar el revolver de paseo. Golpes sencillos acaban arruinados por estupideces, o por estúpidos más bien. ? Se acabó, no más cajas fuertes ? piensa mientras intenta volver a acomodarse en su asiento ? Al menos hasta que tenga una interesante a tiro ? sonríe para si mismo. Se ha prometido miles de veces algo así, ?no más cajas fuertes?, ?no más ganado?, ?no más trenes?. Nunca lo mantiene.
Solo lamenta no haberse hecho con el botín, - ahora podría estar? - no tiene ni idea de donde podría estar. Quizás en este mismo tren. Después de todo tampoco hay una gran diferencia, al menos inmediata.
Escucha a los niños correteando cerca. La pelota de uno de ellos choca con el tipo que viaja a su lado. Por lo que ha visto, tiene la sensación de que el pobre chaval acaba de encontrar el fin de sus días. Ese hombre no parece el más simpático del mundo, no precisamente. Sin embargo le devuelve la pelota con un guiño. Debería haber aprendido a no fiarse de las apariencias, ya es mayorcito cómo para seguir cometiendo esos errores. ?Quien fuese niño aún, ¿verdad?. Se entretienen con tan poco?- Es de las pocas palabras que ha cruzado con el hombre. Tampoco hace falta más, solo han coincidido en asientos contiguos.
Tiene ganas de llegar ya a su destino. Los viajes en si mismos le aburren, mucho. Sin embargo nunca sabe lo que espera una vez llegue a donde quiera que vaya. Le hace sentir ansioso durante unos segundos. Necesita movimiento, ya. Por desgracia lo único que puede hacer para calmar esa necesidad es intentar seguir durmiendo. Hay otro motivo para que no le gusten los viajes en tren, ahora lo recuerda. La primera vez que subió en uno, despertó vestido de uniforme. Bien pensado, tal vez por eso le cueste volverse a dormir en uno.
-Debería aprovechar para ir planificando lo que haré una vez llegue a? - Queda pensativo unos segundos. No sabe a donde va el tren. No lo preguntó antes de comprar el billete. Podría preguntarlo, no obstante sería algo raro. Tendrá que quedarse con la duda durante un rato. Al menos no puede decir que su vida no sea emocionante, incluso para cosas pequeñas cómo esta.
Baja aún más el sombrero. La espera hasta el fin del trayecto se le va a hacer muy larga. Lástima no tener los asientos de enfrente libres para poder apoyar las piernas.
On the way to the glory i'll honor my sword
To serve right ideals, and justice for all
(Emerald Sword, Rhapsody of fire)
To serve right ideals, and justice for all
(Emerald Sword, Rhapsody of fire)
Re: Seis balas y una tumba
María
?¿No podrían callarse durante un ratito? ¿Por qué sus madres no están por ellos en vez de pasarse el viaje de cháchara hablando de pastelitos y ropas? ¿Qué clase de educación les espera? Ninguna, harán lo que deseen cuando deseen y como deseen. No tienen una mano dura que les ayude a distinguir lo que esta bien de lo que esta mal, lo que deben y no deben hacer, donde como y cuando. Pocos se preocupan por sus hijos, muy pocos. Tu fuiste uno de ellos padre... Me siento orgullosa de ser tu hija. Se que tu también te sentirás orgulloso de mi, bueno, realmente siempre lo estuviste... Lo veía en tus ojos cada vez que pronunciabas mi nombre, cada vez que tus amigos te hacían algún comentario sobre mi... Si, yo era tu orgullo y tu vida porque nos arrebataron la única que tuvimos tiempo atrás...
Ahora estoy sola padre, también me han arrebatado la tuya y al igual que tu vengaste su muerte yo vengaré la tuya. He crecido, ya no soy la niña que solías sentar sobre tus rodillas para explicarle como es vida mientras fumabas tu pipa, que a veces me ofrecías para hacerme toser, reírte y hacerme ver que aún no tenía edad para ello... Crecí, y ahora voy en busca del maldito engendro que te apartó de mi y nos privó de un futuro juntos... Yo le privaré del suyo...?
Solo esporádicamente los alegres gritos de aquellos chiquillos apartaban a la joven de sus pensamientos. Ni el paisaje, ni el ir y venir de los viajeros rompían aquella calma que precede a la tempestad que María portaba en su interior. La rabia, el odio y el dolor ocupaban todas y cada una de las partes que conformaban aquel cuerpo de mujer al que nadie en su sano juicio osaba a acercarse...
?¿No podrían callarse durante un ratito? ¿Por qué sus madres no están por ellos en vez de pasarse el viaje de cháchara hablando de pastelitos y ropas? ¿Qué clase de educación les espera? Ninguna, harán lo que deseen cuando deseen y como deseen. No tienen una mano dura que les ayude a distinguir lo que esta bien de lo que esta mal, lo que deben y no deben hacer, donde como y cuando. Pocos se preocupan por sus hijos, muy pocos. Tu fuiste uno de ellos padre... Me siento orgullosa de ser tu hija. Se que tu también te sentirás orgulloso de mi, bueno, realmente siempre lo estuviste... Lo veía en tus ojos cada vez que pronunciabas mi nombre, cada vez que tus amigos te hacían algún comentario sobre mi... Si, yo era tu orgullo y tu vida porque nos arrebataron la única que tuvimos tiempo atrás...
Ahora estoy sola padre, también me han arrebatado la tuya y al igual que tu vengaste su muerte yo vengaré la tuya. He crecido, ya no soy la niña que solías sentar sobre tus rodillas para explicarle como es vida mientras fumabas tu pipa, que a veces me ofrecías para hacerme toser, reírte y hacerme ver que aún no tenía edad para ello... Crecí, y ahora voy en busca del maldito engendro que te apartó de mi y nos privó de un futuro juntos... Yo le privaré del suyo...?
Solo esporádicamente los alegres gritos de aquellos chiquillos apartaban a la joven de sus pensamientos. Ni el paisaje, ni el ir y venir de los viajeros rompían aquella calma que precede a la tempestad que María portaba en su interior. La rabia, el odio y el dolor ocupaban todas y cada una de las partes que conformaban aquel cuerpo de mujer al que nadie en su sano juicio osaba a acercarse...
"El Mundo está en las manos de aquellos que tienen el coraje de soñar y correr el riesgo de vivir sus sueños."
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Re: Seis balas y una tumba
Brad Stinger, el Zurdo
"El tren. El movimiento incesante de la maquiniria gira y gira, chirría, se me clava en la cabeza. Quiero que pare. Me molesta. Puedo hacer que pare. Puedo detenerlo. Puedo acabar con esto también. Una y otra vez el sonido de esta máquina del diablo vuelve a mi. Como un cuchillo afilado me revienta la sesera una y otra vez. Puedo detenerlo. Puedo...cálmate. No hay peligro. Es solo una molestía. El viaje no durará siempre. Mucha gente usa esta máquina para viajar. Mucha gente. Y se matan unos a otros solo por eso. ¿No?...No, no, claro que no...Mira al horizonte, allí no hay nada ni nadie. Eso está bien. Allí nada me espera. Algún día cabalgaré hacia allí". En ese momento su compañero de asiento movió el su sable para que él pudiese estar más cómodo. Un gesto de caballero, un gesto amable. Pero la mente de Brad no creía en la bonda de la gente. "El arma, amigo. Ha movido el arma. No significa nada. Solo es un gesto. ¿Qué salvaje se pasea por ahí con un sable a la vista?Solo un indio, o un oficial del ejército. No hay ninguna diferencia. En cualquier caso es un demente, un demente armado, peligroso. Deja el sable quieto, ahí, muy bien. No vuelvas a tocarlo o tendré que matarte amigo. Porque no me gustan que zarandeen armas cerca de mi. Ni siquiera me gusta que estés cerca de mi. Quédate ahí, quieto. No seas una amenaza. Porque no quiero matarte. Pero si vuelves a tocar ese maldito sable serás comida para perros. Te lo aseguro. No quiero matarte. Me gustaría no tener que hacerlo. Mi arma está cargada, siempre lo está. Déjemoslo así.". Se llevó la mano al Colt, la zurda, lo acarició. Eso le relajó, le daba seguridad. Y si estaba seguro no pasaba nada. El hombre que estaba a su lado se puso a leer el periódico. Todo marchaba bien.
"Creo que me estoy volviendo loco. ¿Qué he estado a punto de hacer? Solo es un caballero que lee el periódico, nada más. He matado a gente por menos. ¿Si? ¿Por qué?¿Mereció la pena?Estoy aquí, vivo, camino hacia ninguna parte, sin rumbo ni objetivo. ¿Valían más sus vidas que la mía?¿Cuánta sangre he de lavar? Este tren podría descarrilar y no me importaría. Al menos me libraría de mi mismo. Si, si, una vez maté a un tipo por leer el periódico. Pero era diferente. Claro, siempre es diferente...ahora lo es.". Volvió a acariciar su Colt, estaba vez deteniéndose en el gatillo. "¿Encontraré aquí mi paz?". Respiró profundamente.
Bajó la cabeza, miró el suelo. El horizonte nunca le había parecido tan lejano. Intentaría dormir. A pesar del ruido del tren, de estar rodeado de gente. Porque cuando dormía no pensaba, y si no pensaba no tendría que matar a nadie.
"El tren. El movimiento incesante de la maquiniria gira y gira, chirría, se me clava en la cabeza. Quiero que pare. Me molesta. Puedo hacer que pare. Puedo detenerlo. Puedo acabar con esto también. Una y otra vez el sonido de esta máquina del diablo vuelve a mi. Como un cuchillo afilado me revienta la sesera una y otra vez. Puedo detenerlo. Puedo...cálmate. No hay peligro. Es solo una molestía. El viaje no durará siempre. Mucha gente usa esta máquina para viajar. Mucha gente. Y se matan unos a otros solo por eso. ¿No?...No, no, claro que no...Mira al horizonte, allí no hay nada ni nadie. Eso está bien. Allí nada me espera. Algún día cabalgaré hacia allí". En ese momento su compañero de asiento movió el su sable para que él pudiese estar más cómodo. Un gesto de caballero, un gesto amable. Pero la mente de Brad no creía en la bonda de la gente. "El arma, amigo. Ha movido el arma. No significa nada. Solo es un gesto. ¿Qué salvaje se pasea por ahí con un sable a la vista?Solo un indio, o un oficial del ejército. No hay ninguna diferencia. En cualquier caso es un demente, un demente armado, peligroso. Deja el sable quieto, ahí, muy bien. No vuelvas a tocarlo o tendré que matarte amigo. Porque no me gustan que zarandeen armas cerca de mi. Ni siquiera me gusta que estés cerca de mi. Quédate ahí, quieto. No seas una amenaza. Porque no quiero matarte. Pero si vuelves a tocar ese maldito sable serás comida para perros. Te lo aseguro. No quiero matarte. Me gustaría no tener que hacerlo. Mi arma está cargada, siempre lo está. Déjemoslo así.". Se llevó la mano al Colt, la zurda, lo acarició. Eso le relajó, le daba seguridad. Y si estaba seguro no pasaba nada. El hombre que estaba a su lado se puso a leer el periódico. Todo marchaba bien.
"Creo que me estoy volviendo loco. ¿Qué he estado a punto de hacer? Solo es un caballero que lee el periódico, nada más. He matado a gente por menos. ¿Si? ¿Por qué?¿Mereció la pena?Estoy aquí, vivo, camino hacia ninguna parte, sin rumbo ni objetivo. ¿Valían más sus vidas que la mía?¿Cuánta sangre he de lavar? Este tren podría descarrilar y no me importaría. Al menos me libraría de mi mismo. Si, si, una vez maté a un tipo por leer el periódico. Pero era diferente. Claro, siempre es diferente...ahora lo es.". Volvió a acariciar su Colt, estaba vez deteniéndose en el gatillo. "¿Encontraré aquí mi paz?". Respiró profundamente.
Bajó la cabeza, miró el suelo. El horizonte nunca le había parecido tan lejano. Intentaría dormir. A pesar del ruido del tren, de estar rodeado de gente. Porque cuando dormía no pensaba, y si no pensaba no tendría que matar a nadie.
- Derkin
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Re: Seis balas y una tumba
Freddy Smithsonian ? El Wendigo?--->Un Dia Mas Sin Sentido
La acumulación de personas en tan poco espacio y el radiante sol que asolaba el atestado vagón hacia que el calor se volviera insoportable,pero ni siquiera esa sensación resultaba capaz de sacarme de mi pozo de apatismo.
Los sentimientos y las sensaciones eran algo exclusivo de los vivos,pero yo hacia muchos años que no lo estaba.
Lo único que lograba arrancarme una chispa de vida eran dos situaciones opuestas como eran los gritos de rabia y frustración de un maldito bandolero al ser capturado por mis artes y la sonrisa de un infante.
Mientras miraba a mi alrededor no pude evitar pensar que muchos de esas personas a buen seguro serian desalmados capaces de cometer los mas atroces crímenes si es que no lo habian hecho ya.
La única luz de esperanza la aportaban los jóvenes infantes que tan despreocudamente jugaban con una pelota de tela disfrutando de la ignorancia de la inocencia y de que la vida aun no se habia cebado con ellos.
De repente la pelota se les escapo golpeandome en la bota,la cara del niño que vino a recogerla mostraba el ya conocido temor ante mi desastrado rostro pero en cuanto se acerco no pude evitar revolverle el cabello cariñosamente con una sonrisa y dedicandole un guiño.
El hombre que estaba a mi lado me dedico una frase cortes a la que respondi secamente:
-Cierto, ojala los niños nunca se convirtieran en hombres.
A continuación volvi a mi absurdo sino recordando una y otra vez la imagen de los cadáveres de mi familia.
Ignorando el resto del mundo que me rodeaba hasta que el tren llegara a El Paso.
La acumulación de personas en tan poco espacio y el radiante sol que asolaba el atestado vagón hacia que el calor se volviera insoportable,pero ni siquiera esa sensación resultaba capaz de sacarme de mi pozo de apatismo.
Los sentimientos y las sensaciones eran algo exclusivo de los vivos,pero yo hacia muchos años que no lo estaba.
Lo único que lograba arrancarme una chispa de vida eran dos situaciones opuestas como eran los gritos de rabia y frustración de un maldito bandolero al ser capturado por mis artes y la sonrisa de un infante.
Mientras miraba a mi alrededor no pude evitar pensar que muchos de esas personas a buen seguro serian desalmados capaces de cometer los mas atroces crímenes si es que no lo habian hecho ya.
La única luz de esperanza la aportaban los jóvenes infantes que tan despreocudamente jugaban con una pelota de tela disfrutando de la ignorancia de la inocencia y de que la vida aun no se habia cebado con ellos.
De repente la pelota se les escapo golpeandome en la bota,la cara del niño que vino a recogerla mostraba el ya conocido temor ante mi desastrado rostro pero en cuanto se acerco no pude evitar revolverle el cabello cariñosamente con una sonrisa y dedicandole un guiño.
El hombre que estaba a mi lado me dedico una frase cortes a la que respondi secamente:
-Cierto, ojala los niños nunca se convirtieran en hombres.
A continuación volvi a mi absurdo sino recordando una y otra vez la imagen de los cadáveres de mi familia.
Ignorando el resto del mundo que me rodeaba hasta que el tren llegara a El Paso.
Re: Seis balas y una tumba
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El calor del mediodía resbalaba entre el metal de los vagones, un sol de plomo dorado que hacía que las gotas de sudor se reflejasen en las caras y humedeciese la ropa. Brad casi consiguió dormirse, acosado por fantasmas del pasado, presente y futuro, la mano en el revólver, como si fuese un aprendiz de pistolero enfrentado a su primer golpe. María también veía espectros de su vida reciente, los espíritus de la venganza, la ira, la frustración. La violencia solo engendra violencia, y aquella mujer estaba dispuesta a parir muchos vástagos. Debajo del sombrero Adam navegaba a caballo entre la vigilia y el sueño, sin tener idea a dónde iba, ni para qué. Para el gran golpe. El tipo mayor de al lado le respondió, de forma cáustica, sumido el cazarecompensas en sus amargos pensamientos.
El periódico que le entregó con una sonrisa enguantada la dama frente a George, no hizo que a este se le olvidaran sus penas, sus rencores y sus maldiciones. Malditos yanquis. Por su parte, Vito no pensaba en esto, sino en el nuevo negocio, en el cálido color del oro, en?quien sabe, la política, tal vez.
?
El tren cruzó el río Pecos, y enfilaba los últimos tramos, las últimas horas hasta final de trayecto. La alta temperatura se combina con los olores de la transpiración, y la poca higiene de algunos de los viajeros; al menos el bochorno hizo que los críos acabaran derrotados y las conversaciones disminuyeran, medio dormida la gente. Algunos, demasiado preocupados por sus vidas, como María, o todo lo contrario, igual que Adam, se preguntaban qué hacía esa tropa en el último vagón; otros pensaban que era un grupito con destino a la guarnición cercana a Trustymount; algunos lo sabían. A Brad no se la había pasado por alto, ni a George. Incluso Vito se enteró justo antes de subir, lo mismo que Freddy. Aquel destacamento llevaba la paga, bien merecida, de los soldados del mencionado cuartel, una gran caja hasta arriba de nuevos billetes recién acuñados, con el perfume de la tinta de la fábrica de moneda llenando las fosas nasales imaginarias de los que pensaban en ella. Un buen bocado para las mentes más criminales.
Brad alzó la cabeza, miró por la ventanilla. El paisaje daba paso a las estribaciones de las Montañas Rocosas, cierto alivio fresco empezaba a notarse. Le pareció ver un reflejo arrancado por el sol, entre las rojas rocas y piedras, menos de un segundo. Tal vez su vista le engañó, quizás algún objeto perdido por un vagabundo viajero. El ex oficial sudista observó que se aproximaban a atravesar un puente sobre el lecho de otro río, seco en este caso, y pasó la última página del diario. Un hombre alto, delgado, mediana edad y cara risueña, con levita negra, se sentó frente a María, y se atrevió a saludarla con un movimiento de pura inercia en el sombrero y una sonrisa que quería alentar a la conversación. Freddy vio a los dos hombres que se acercaron, de rostros tan pétreos como el suyo propio. Miraban a su vecino de al lado, el Sr. Cobbs, que continuaba aburriéndose y sin poder pegar ojo definitivamente. De pronto, Adam escuchó su nombre, una voz masculina, seca, que le preguntaba: ? El Sr. Adam Cobbs??.
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El calor del mediodía resbalaba entre el metal de los vagones, un sol de plomo dorado que hacía que las gotas de sudor se reflejasen en las caras y humedeciese la ropa. Brad casi consiguió dormirse, acosado por fantasmas del pasado, presente y futuro, la mano en el revólver, como si fuese un aprendiz de pistolero enfrentado a su primer golpe. María también veía espectros de su vida reciente, los espíritus de la venganza, la ira, la frustración. La violencia solo engendra violencia, y aquella mujer estaba dispuesta a parir muchos vástagos. Debajo del sombrero Adam navegaba a caballo entre la vigilia y el sueño, sin tener idea a dónde iba, ni para qué. Para el gran golpe. El tipo mayor de al lado le respondió, de forma cáustica, sumido el cazarecompensas en sus amargos pensamientos.
El periódico que le entregó con una sonrisa enguantada la dama frente a George, no hizo que a este se le olvidaran sus penas, sus rencores y sus maldiciones. Malditos yanquis. Por su parte, Vito no pensaba en esto, sino en el nuevo negocio, en el cálido color del oro, en?quien sabe, la política, tal vez.
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El tren cruzó el río Pecos, y enfilaba los últimos tramos, las últimas horas hasta final de trayecto. La alta temperatura se combina con los olores de la transpiración, y la poca higiene de algunos de los viajeros; al menos el bochorno hizo que los críos acabaran derrotados y las conversaciones disminuyeran, medio dormida la gente. Algunos, demasiado preocupados por sus vidas, como María, o todo lo contrario, igual que Adam, se preguntaban qué hacía esa tropa en el último vagón; otros pensaban que era un grupito con destino a la guarnición cercana a Trustymount; algunos lo sabían. A Brad no se la había pasado por alto, ni a George. Incluso Vito se enteró justo antes de subir, lo mismo que Freddy. Aquel destacamento llevaba la paga, bien merecida, de los soldados del mencionado cuartel, una gran caja hasta arriba de nuevos billetes recién acuñados, con el perfume de la tinta de la fábrica de moneda llenando las fosas nasales imaginarias de los que pensaban en ella. Un buen bocado para las mentes más criminales.
Brad alzó la cabeza, miró por la ventanilla. El paisaje daba paso a las estribaciones de las Montañas Rocosas, cierto alivio fresco empezaba a notarse. Le pareció ver un reflejo arrancado por el sol, entre las rojas rocas y piedras, menos de un segundo. Tal vez su vista le engañó, quizás algún objeto perdido por un vagabundo viajero. El ex oficial sudista observó que se aproximaban a atravesar un puente sobre el lecho de otro río, seco en este caso, y pasó la última página del diario. Un hombre alto, delgado, mediana edad y cara risueña, con levita negra, se sentó frente a María, y se atrevió a saludarla con un movimiento de pura inercia en el sombrero y una sonrisa que quería alentar a la conversación. Freddy vio a los dos hombres que se acercaron, de rostros tan pétreos como el suyo propio. Miraban a su vecino de al lado, el Sr. Cobbs, que continuaba aburriéndose y sin poder pegar ojo definitivamente. De pronto, Adam escuchó su nombre, una voz masculina, seca, que le preguntaba: ? El Sr. Adam Cobbs??.
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No somos los jugadores. Somos el juego
Lo difícil de la idea es tener voluntad de llevarla a cabo http://nacionrolera.org/viewtopic.php?f=55&t=11241
Crónicas- http://www.nacionrolera.org/viewforum.php?f=316
http://mundosparalelos-1.blogspot.com/
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Re: Seis balas y una tumba
George J.Gordon
Las últimas horas.
Dobló el periódico, devolviéndoselo con amabilidad a la mujer. Estaban cruzando el Pecos, y faltaba poco para llegar. Sin embargo, las últimas horas eran las peores, y no tenía nada con qué entretenerse aparte de la cháchara con los allí presentes, algo para lo que no estaba muy de humor. De todos modos, resolvió al moverse un poco, tantas horas sentado habían hecho mella en él, y tenía ganas de orinar.
-Disculpen -dijo, levantándose despacio.
Se caló el sombrero azul con pluma negra del 7º de caballería, y tras esquivar con mucho donaire a los allí presentes, salió al pasillo con naturalidad, procurando que el sable no chocara con nada ni con nadie. Luego, tras recorrer el pasillo, fue al compartimiento cercano para aliviarse en el estrecho urinario que apestaba tanto como todo el maldito tren. En esas, pensó, puedo entretenerme echándole un ojo a Lord Granjer (su purasangre) e intercambiar palique con los soldados. Se tocó un momento el bolsillo interior del chaleco, dentro de la guerrera, comprobando que aparte de sus habanos aún le quedaba tabaco de mascar, del que había comprado por unos centavos en la estación. El favorito de los soldados.
Tuvo que pasar por tres vagones de pasajeros más, donde las mismas escenas parecían repetirse. Al llegar al penúltimo, tuvo que pagar al revisor cincuenta centavos y elaborar una buena excusa para que le dejara ir a ver su caballo. Gracias a su labia, consiguió permiso, y esquivando cajas y embalajes, comprobó que su caballo estaba algo hambriento, y que había hecho sus necesidades sobre la tablazón, embadurnando el ambiente con el dulzón aroma de la mierda (no era el único, casi todos los caballos, asustados e inquietos por el traqueteo del tren, habían vaciado sus vientres). Asi pues, tomó un haz de alfalfa y lo ató al cuello de Lord Granjer, dejando que comiera un rato, para envidia del resto de corceles.
Pasada media hora, retiróle la comida, y miró con interés la puerta cerrada de enfrente. Quizá... quizá aquellos eran sus soldados. Quien sabía. De todos modos, él era un oficial y, demonios, no estaba de más intercambiar unas palabras con la soldadesca. Asi pues, abrió la puerta, y vió, sentado enfrente de la puerta del vagón contiguo, a un aburrido hombre barbudo de mediana edad con el springfield 1873 "trapdoor" apoyado junto a él. En la manga, tenía los tres cheurones de un sargento, y en el képis la corneta de la infantería. Intentó distinguir algún tipo de número o insignia regimental.
-No se levante, sargento -se apresuró a decir- Solo vengo a hablar con ustedes.
Sacó de su guerrera la bolsita de tabaco de mascar, ofreciéndole.
-Oiga, ¿No estarán por casualidad destinados a Fort Liberty? -preguntó, curioso, mientras sacaba uno de sus habanos.
P.D: No se si me extralimitado en mis suposiciones. Pégame el tijeretazo donde creas oportuno.
Las últimas horas.
Dobló el periódico, devolviéndoselo con amabilidad a la mujer. Estaban cruzando el Pecos, y faltaba poco para llegar. Sin embargo, las últimas horas eran las peores, y no tenía nada con qué entretenerse aparte de la cháchara con los allí presentes, algo para lo que no estaba muy de humor. De todos modos, resolvió al moverse un poco, tantas horas sentado habían hecho mella en él, y tenía ganas de orinar.
-Disculpen -dijo, levantándose despacio.
Se caló el sombrero azul con pluma negra del 7º de caballería, y tras esquivar con mucho donaire a los allí presentes, salió al pasillo con naturalidad, procurando que el sable no chocara con nada ni con nadie. Luego, tras recorrer el pasillo, fue al compartimiento cercano para aliviarse en el estrecho urinario que apestaba tanto como todo el maldito tren. En esas, pensó, puedo entretenerme echándole un ojo a Lord Granjer (su purasangre) e intercambiar palique con los soldados. Se tocó un momento el bolsillo interior del chaleco, dentro de la guerrera, comprobando que aparte de sus habanos aún le quedaba tabaco de mascar, del que había comprado por unos centavos en la estación. El favorito de los soldados.
Tuvo que pasar por tres vagones de pasajeros más, donde las mismas escenas parecían repetirse. Al llegar al penúltimo, tuvo que pagar al revisor cincuenta centavos y elaborar una buena excusa para que le dejara ir a ver su caballo. Gracias a su labia, consiguió permiso, y esquivando cajas y embalajes, comprobó que su caballo estaba algo hambriento, y que había hecho sus necesidades sobre la tablazón, embadurnando el ambiente con el dulzón aroma de la mierda (no era el único, casi todos los caballos, asustados e inquietos por el traqueteo del tren, habían vaciado sus vientres). Asi pues, tomó un haz de alfalfa y lo ató al cuello de Lord Granjer, dejando que comiera un rato, para envidia del resto de corceles.
Pasada media hora, retiróle la comida, y miró con interés la puerta cerrada de enfrente. Quizá... quizá aquellos eran sus soldados. Quien sabía. De todos modos, él era un oficial y, demonios, no estaba de más intercambiar unas palabras con la soldadesca. Asi pues, abrió la puerta, y vió, sentado enfrente de la puerta del vagón contiguo, a un aburrido hombre barbudo de mediana edad con el springfield 1873 "trapdoor" apoyado junto a él. En la manga, tenía los tres cheurones de un sargento, y en el képis la corneta de la infantería. Intentó distinguir algún tipo de número o insignia regimental.
-No se levante, sargento -se apresuró a decir- Solo vengo a hablar con ustedes.
Sacó de su guerrera la bolsita de tabaco de mascar, ofreciéndole.
-Oiga, ¿No estarán por casualidad destinados a Fort Liberty? -preguntó, curioso, mientras sacaba uno de sus habanos.
P.D: No se si me extralimitado en mis suposiciones. Pégame el tijeretazo donde creas oportuno.
No tengas miedo en tu mente, mantén la guardia, puedes lograrlo Fiore dei Liberi
- ragman711
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Re: Seis balas y una tumba
Brad Stinger, el Zurdo
El calor lo asfixiaba, le abotargaba la mente y la llenaba de fugaces pensamientos, ardientes, sedientos. Le palpitaban las sienes. Intentó dormirse pero falló una y otra vez. No podía dejar de pensar, de vigilar. Su mente iba de un lado a otro. El pasado le torturaba. Intentaba conciliar el sueño pero veía rostros torturados, oía gritos de miedo. Veía rostros que no estaban ahí, escuchaba cosas que solo él oía. No era agradable. Pensaba el el futuro, en sus planes. La verdad es que no tenía mucha idea de que iba a hacer. Había pensando en irse lejos, no que haría una vez llegase hasta allí. No quería tener que volver a desenfundar pero era lo único que sabía hacer. El demonio le tenía atrapado en aquel círculo vicioso. Siempre volvía, antes o después, a quemar pólvora. Aún tenía algo de dinero. Aguantaría hasta entonces...esperaba. El presente le torturaba de otra manera. Había demasiada gente allí. Los niños habían dejado de dar la lata y las voces se habían acallado. No, estaban allí, cuchicheando, tramando algo contra él. No las oía, esas no, estaba demasiado lejos, pero pensó que cualquiera de esos hombres podía estar tramando algo contra él. Un viaje sin incidentes era un viaje sospechoso. Una trampa, si, eso debía ser. Estaba tenso, alerta. No iba a poder dormir. Maldijo para sus adentros.
El hombre a su lado se levantó, hizo que su corazón se disparase. Solo se había levantado. ¿A dónde iba? Para Brad cualquier gesto inofensivo podía ser una amenaza.
-Queda disculpado, amigo.-Respondió. Si se iba, mejor. Tal vez pudiese conciliar el sueño. Solo le sería más fácil. Bueno, estaba la mujer de enfrente pero a ella no podía considerarla una amenaza. ¿O sí? Pensó en recoger el periódico. No sabía leer pero podía mitar los dibujos y las fotos. Una vez había intentando leer algo pero le había levantado dolor de cabeza. Un hombre que se precie puede sobrevivir sin saber leer. El hombre que se había ido era soldado. ¿De que le servía ese conocimiento? Era una tontería...pero si supiese leer al menos podría distrarse. Al menos no hubiera mirado por la ventana.
Lo vio, claro como el agua. Un destello. Podía ser cualquier cosa, por supuesto. Un trampero que hubiese salido a sembrar sus trampas, un rayo de sol rebelde inciendo sobre el revólver de un viajero que se había perdido, o de un hombre que buscaba o escondía algo. Podía ser cualquier cosas. Había mil y un razones para un destello en la lejanía. A él solo se le ocurrió una explicación plausible. No era un hombre miedoso, o al menos no se consideraba así, pero le gustaba considerar las posibilidades más pesimistas pera estar lo mejor preparado cuando llegasen los problemas. Pensó con rapidez, su mirada clavada en el suelo como un muñeco de madera.
Le buscaban a él. No, improbable. Había borrando bien su rastro. Además era un hombre inocente. De haberlo seguido no lo habrían hecho a esa distancia. Si tenía enemigos era en aquel mismo tren. Podían buscar a alguien de los otros pasajeros. En cuyo caso no era asunto suyo pero podía cverse involucrado en el fuego cruzado. Improbable también. Allí todos tenían pinta de forjidos, igual que todas las mujeres le parecían furcias. No era un motivo. Pero no iban solos. Habían una pequeña guarnición de soldados en el último vagón. Guardaban una caja repleta de dinero. Las pagas de unos cuantos soldados. Lo suficiente para pasar unas cuantas noches agradables en el saloon de la ciudad. Lo suficiente para jugarse el pescuezo. Había conocido a gente que no valía ni medio dólar. Seguramente habría una docena de hombre allá afuera. Iban a asaltar el tren.
"Solo es un destello. Ni siquiera sabes si has visto lo que crees haber visto". Miró a la mujer de enfrente. Alguien como ella debía pensar que el mundo era un lugar seguro. Ella no había visto nada y si lo había hecho, daría igual. No le prestaría importancia. Era la diferencia entre ser cauteloso, estar loco, y ser un temerario. Se puso en pie, nervioso. No era un caballero como el que se había marchado, no dijo nada. Esa ramera no le importaba nada. Empezó a caminar de un lado a otro del vagón, nervioso, los pulgares en el cinturón y los hombros enjutos.
Miraba por las ventanillas continuamente, de lado a lado, esperando ver otro destello. Lo hacia de forma inconsciente mientras las espuelas de sus botas se mezclaban con la melodía silbada que surgía de sus labios. Seguramente la aprendió en un antro de mala muerte. Escuchó como, detrás de él, alguien llamaba señor a otro alguien. "Oh, amigo, no me gustaría estar en tu pellejo. Cuando te tratan de señor es cuando más problemas van a darte". Solo se distrajo en ese momento. Por lo demás se mantuvo alerta. Todo él estaba tenso como el hierro que golpea un herrero...salvo su brazo izquierdo. Esa parte de él era un remanso de aire y su mano un torbellino. No necesitaba más.
El calor lo asfixiaba, le abotargaba la mente y la llenaba de fugaces pensamientos, ardientes, sedientos. Le palpitaban las sienes. Intentó dormirse pero falló una y otra vez. No podía dejar de pensar, de vigilar. Su mente iba de un lado a otro. El pasado le torturaba. Intentaba conciliar el sueño pero veía rostros torturados, oía gritos de miedo. Veía rostros que no estaban ahí, escuchaba cosas que solo él oía. No era agradable. Pensaba el el futuro, en sus planes. La verdad es que no tenía mucha idea de que iba a hacer. Había pensando en irse lejos, no que haría una vez llegase hasta allí. No quería tener que volver a desenfundar pero era lo único que sabía hacer. El demonio le tenía atrapado en aquel círculo vicioso. Siempre volvía, antes o después, a quemar pólvora. Aún tenía algo de dinero. Aguantaría hasta entonces...esperaba. El presente le torturaba de otra manera. Había demasiada gente allí. Los niños habían dejado de dar la lata y las voces se habían acallado. No, estaban allí, cuchicheando, tramando algo contra él. No las oía, esas no, estaba demasiado lejos, pero pensó que cualquiera de esos hombres podía estar tramando algo contra él. Un viaje sin incidentes era un viaje sospechoso. Una trampa, si, eso debía ser. Estaba tenso, alerta. No iba a poder dormir. Maldijo para sus adentros.
El hombre a su lado se levantó, hizo que su corazón se disparase. Solo se había levantado. ¿A dónde iba? Para Brad cualquier gesto inofensivo podía ser una amenaza.
-Queda disculpado, amigo.-Respondió. Si se iba, mejor. Tal vez pudiese conciliar el sueño. Solo le sería más fácil. Bueno, estaba la mujer de enfrente pero a ella no podía considerarla una amenaza. ¿O sí? Pensó en recoger el periódico. No sabía leer pero podía mitar los dibujos y las fotos. Una vez había intentando leer algo pero le había levantado dolor de cabeza. Un hombre que se precie puede sobrevivir sin saber leer. El hombre que se había ido era soldado. ¿De que le servía ese conocimiento? Era una tontería...pero si supiese leer al menos podría distrarse. Al menos no hubiera mirado por la ventana.
Lo vio, claro como el agua. Un destello. Podía ser cualquier cosa, por supuesto. Un trampero que hubiese salido a sembrar sus trampas, un rayo de sol rebelde inciendo sobre el revólver de un viajero que se había perdido, o de un hombre que buscaba o escondía algo. Podía ser cualquier cosas. Había mil y un razones para un destello en la lejanía. A él solo se le ocurrió una explicación plausible. No era un hombre miedoso, o al menos no se consideraba así, pero le gustaba considerar las posibilidades más pesimistas pera estar lo mejor preparado cuando llegasen los problemas. Pensó con rapidez, su mirada clavada en el suelo como un muñeco de madera.
Le buscaban a él. No, improbable. Había borrando bien su rastro. Además era un hombre inocente. De haberlo seguido no lo habrían hecho a esa distancia. Si tenía enemigos era en aquel mismo tren. Podían buscar a alguien de los otros pasajeros. En cuyo caso no era asunto suyo pero podía cverse involucrado en el fuego cruzado. Improbable también. Allí todos tenían pinta de forjidos, igual que todas las mujeres le parecían furcias. No era un motivo. Pero no iban solos. Habían una pequeña guarnición de soldados en el último vagón. Guardaban una caja repleta de dinero. Las pagas de unos cuantos soldados. Lo suficiente para pasar unas cuantas noches agradables en el saloon de la ciudad. Lo suficiente para jugarse el pescuezo. Había conocido a gente que no valía ni medio dólar. Seguramente habría una docena de hombre allá afuera. Iban a asaltar el tren.
"Solo es un destello. Ni siquiera sabes si has visto lo que crees haber visto". Miró a la mujer de enfrente. Alguien como ella debía pensar que el mundo era un lugar seguro. Ella no había visto nada y si lo había hecho, daría igual. No le prestaría importancia. Era la diferencia entre ser cauteloso, estar loco, y ser un temerario. Se puso en pie, nervioso. No era un caballero como el que se había marchado, no dijo nada. Esa ramera no le importaba nada. Empezó a caminar de un lado a otro del vagón, nervioso, los pulgares en el cinturón y los hombros enjutos.
Miraba por las ventanillas continuamente, de lado a lado, esperando ver otro destello. Lo hacia de forma inconsciente mientras las espuelas de sus botas se mezclaban con la melodía silbada que surgía de sus labios. Seguramente la aprendió en un antro de mala muerte. Escuchó como, detrás de él, alguien llamaba señor a otro alguien. "Oh, amigo, no me gustaría estar en tu pellejo. Cuando te tratan de señor es cuando más problemas van a darte". Solo se distrajo en ese momento. Por lo demás se mantuvo alerta. Todo él estaba tenso como el hierro que golpea un herrero...salvo su brazo izquierdo. Esa parte de él era un remanso de aire y su mano un torbellino. No necesitaba más.
Re: Seis balas y una tumba
Maria
Abrió los ojos de golpe. Se había dormido y de golpe había cesado el griterío infantil y aquel extraño silencio necesitado pero no obtenido desde que abandonara su casa, le hizo sentirse extraña. El calor era sofocante y las gotas de sudor resbalaban por la frente y el cuello de la joven. La visión del río no mejoró el humor ni el caótico estado mental de la muchacha quien al verlo, sintió tremendos deseos de poder estar bajo sus aguas, refrescando su cuerpo.
Suspiró cansinamente y ahora si prestó atención a lo que le rodeaba. Su padre siempre le decía que era tan importante observar como actuar, darse cuenta de los pequeños detalles para obtener una ventaja ínfima pero primordial en cada situación. Ella no solía hacerlo, pero desde que lo perdiera, se había auto impuesto recordar aquellas frases y acatarlas como si de la Biblia se tratara.
Abrió bien sus ojos y sintió aquella consabida ansiedad en su mente, en sus manos, en su boca. Quizás no era el mejor momento para hacerlo ya que debía fijarse en aquellos aburridos y sucios viajeros pero lo necesitaba. Fue a levantarse cuando vio como por el estrecho pasillo caminaba altivo y orgulloso lo que parecía un capitán engalanado del ejercito, sable incluido. Frunció ligeramente el entrecejo y esperó a que pasara.
Minutos después se levantó y se situó entre dos vagones para liarse un cigarrillo. Lo necesitaba como el agua misma o incluso más que ella. Aspiró profundamente el aroma que se desprendía de la hierba de tabaco y sonrió. Hacía semanas que no recordaba haber esbozado una sonrisa...
Abrió los ojos de golpe. Se había dormido y de golpe había cesado el griterío infantil y aquel extraño silencio necesitado pero no obtenido desde que abandonara su casa, le hizo sentirse extraña. El calor era sofocante y las gotas de sudor resbalaban por la frente y el cuello de la joven. La visión del río no mejoró el humor ni el caótico estado mental de la muchacha quien al verlo, sintió tremendos deseos de poder estar bajo sus aguas, refrescando su cuerpo.
Suspiró cansinamente y ahora si prestó atención a lo que le rodeaba. Su padre siempre le decía que era tan importante observar como actuar, darse cuenta de los pequeños detalles para obtener una ventaja ínfima pero primordial en cada situación. Ella no solía hacerlo, pero desde que lo perdiera, se había auto impuesto recordar aquellas frases y acatarlas como si de la Biblia se tratara.
Abrió bien sus ojos y sintió aquella consabida ansiedad en su mente, en sus manos, en su boca. Quizás no era el mejor momento para hacerlo ya que debía fijarse en aquellos aburridos y sucios viajeros pero lo necesitaba. Fue a levantarse cuando vio como por el estrecho pasillo caminaba altivo y orgulloso lo que parecía un capitán engalanado del ejercito, sable incluido. Frunció ligeramente el entrecejo y esperó a que pasara.
Minutos después se levantó y se situó entre dos vagones para liarse un cigarrillo. Lo necesitaba como el agua misma o incluso más que ella. Aspiró profundamente el aroma que se desprendía de la hierba de tabaco y sonrió. Hacía semanas que no recordaba haber esbozado una sonrisa...
"El Mundo está en las manos de aquellos que tienen el coraje de soñar y correr el riesgo de vivir sus sueños."
Re: Seis balas y una tumba
Anexo para Targul
El sargento se puso en pie de todas formas y saludó:
- Señor. Sargento Mc Flursy, regimiento tercero del décimo de caballería.
Vio tu habano y no pudo evitar que los ojos se le fueran tras él. Se contuvo, se rascó la barba, una sonrisa de veterano melancólico apareció en su arrugado rostro:
- No, señor. Fort Liberty queda lejos de aquí. Mal sitio, tengo un primo sirviendo allí, aparte de indios y pulgas, nada más. Vamos a la guarnición de Long Canyon. Ahí atrás se encuentra nuestro comandante, el capitán Svenson.
Seguía mirando el puro.
-Eh?Buen cigarro, señor. ¿me permite preguntarle a dónde se dirige?
<<<<<<<<
El sargento se puso en pie de todas formas y saludó:
- Señor. Sargento Mc Flursy, regimiento tercero del décimo de caballería.
Vio tu habano y no pudo evitar que los ojos se le fueran tras él. Se contuvo, se rascó la barba, una sonrisa de veterano melancólico apareció en su arrugado rostro:
- No, señor. Fort Liberty queda lejos de aquí. Mal sitio, tengo un primo sirviendo allí, aparte de indios y pulgas, nada más. Vamos a la guarnición de Long Canyon. Ahí atrás se encuentra nuestro comandante, el capitán Svenson.
Seguía mirando el puro.
-Eh?Buen cigarro, señor. ¿me permite preguntarle a dónde se dirige?
<<<<<<<<
No somos los jugadores. Somos el juego
Lo difícil de la idea es tener voluntad de llevarla a cabo http://nacionrolera.org/viewtopic.php?f=55&t=11241
Crónicas- http://www.nacionrolera.org/viewforum.php?f=316
http://mundosparalelos-1.blogspot.com/
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Re: Seis balas y una tumba
George J.Gordon
Observó atentamente la mirada distraída del sargento en su largo habano. Podía detectar sus ansias de fumador sobre tan preciado cilindro de tabaco prensado y secado en el sol caribeño. Aquello le hizo sonreir para sus adentros, aunque mantuviera un semblate más o menos serio. Respondió al saludo del hombre.
-Teniente Gordon, 1er batallón del 7º de Caballería, compañía C.
Sonrió luego, escuchando sus palabras acerca de su destino. Se fijó de nuevo en su képis, y se dió cuenta que el traqueteo del tren le confundió. Dos sables cruzados y un 10 encima. Más claro, el agua.
-Pues me han destinado a ese nido de indios y pulgas, sargento. Nuevo oficial en jefe de la guarnición, o así... Y lo peor es que no he podido traerme algo con que leer -comentó, cuasi cómico- Pues buena falta me va a hacer.
Miró el paisaje que corría a ambos lados, como lo hacía como cuando uno galopaba sobre su caballo.
-Pronto llegaremos, o eso parece. Aunque, no se fíe. Estos territorios, que hace poco han tenido la humorada de proclamarse estados, están llenos de indios locos y aún más locos y peligrosos pistoleros. Asi que, yo que ustedes, prepararía unos sencillos parapetos en el vagón, y tendría cuidado al salir, con mucho ojo y rapidez, quizá con un par de soldados de avanzada o flanqueo... No sería la primera vez que leo en el periódico que en estos lugares han robado a representantes del gobierno tras tenderles una emboscada...
Entonces, puso su habano en la mano del sargento.
-Tal vez me vuelva paranoico, pero no creo que sea el único que no se sienta agusto entrando en esta zona. Es como en la Guerra Civil, ya me entiende... esto es la frontera, territorio hostil, y el enemigo puede salir de hasta debajo de las piedras.
O del suelo, pensó. Y, en esas, recordó como se escapó de la destrucción de la explosión de la mina de Deep Botorn Six. Había ido a llevarle un parte al general Pickett, cuando los nordistas volaron el campamento de los confederados desde abajo, con una explosión como la que jamás el mundo había visto.
-Fúmeselo en nuestro honor, sargento. Ya sabe. De veterano a veterano -aunque, pensó, uno más veterano que el otro.
Observó atentamente la mirada distraída del sargento en su largo habano. Podía detectar sus ansias de fumador sobre tan preciado cilindro de tabaco prensado y secado en el sol caribeño. Aquello le hizo sonreir para sus adentros, aunque mantuviera un semblate más o menos serio. Respondió al saludo del hombre.
-Teniente Gordon, 1er batallón del 7º de Caballería, compañía C.
Sonrió luego, escuchando sus palabras acerca de su destino. Se fijó de nuevo en su képis, y se dió cuenta que el traqueteo del tren le confundió. Dos sables cruzados y un 10 encima. Más claro, el agua.
-Pues me han destinado a ese nido de indios y pulgas, sargento. Nuevo oficial en jefe de la guarnición, o así... Y lo peor es que no he podido traerme algo con que leer -comentó, cuasi cómico- Pues buena falta me va a hacer.
Miró el paisaje que corría a ambos lados, como lo hacía como cuando uno galopaba sobre su caballo.
-Pronto llegaremos, o eso parece. Aunque, no se fíe. Estos territorios, que hace poco han tenido la humorada de proclamarse estados, están llenos de indios locos y aún más locos y peligrosos pistoleros. Asi que, yo que ustedes, prepararía unos sencillos parapetos en el vagón, y tendría cuidado al salir, con mucho ojo y rapidez, quizá con un par de soldados de avanzada o flanqueo... No sería la primera vez que leo en el periódico que en estos lugares han robado a representantes del gobierno tras tenderles una emboscada...
Entonces, puso su habano en la mano del sargento.
-Tal vez me vuelva paranoico, pero no creo que sea el único que no se sienta agusto entrando en esta zona. Es como en la Guerra Civil, ya me entiende... esto es la frontera, territorio hostil, y el enemigo puede salir de hasta debajo de las piedras.
O del suelo, pensó. Y, en esas, recordó como se escapó de la destrucción de la explosión de la mina de Deep Botorn Six. Había ido a llevarle un parte al general Pickett, cuando los nordistas volaron el campamento de los confederados desde abajo, con una explosión como la que jamás el mundo había visto.
-Fúmeselo en nuestro honor, sargento. Ya sabe. De veterano a veterano -aunque, pensó, uno más veterano que el otro.
Última edición por Targul el 11 Nov 2007, 18:46, editado 1 vez en total.
No tengas miedo en tu mente, mantén la guardia, puedes lograrlo Fiore dei Liberi
Re: Seis balas y una tumba
Adam Cobbs
-Qué calor de golpe- piensa mientras trata de acomodarse mejor en su asiento. Si antes le costaba dormir, ahora resultará prácticamente imposible. El olor no le molesta tanto, ha estado hacinado en espacios más pequeños con gente menos limpia que estos pasajeros. Agradece que los críos hayan comenzado a cansarse, harán menos ruido, así que estará todo más tranquilo. Por otro lado también será más aburrido, el constante ruido de la locomotora no es un cambio agradable. Bueno, este no es un viaje de placer, solo un cambio de aires.
Sigue preguntándose porque el pequeño destacamento de soldados en el tren. Es sin duda la clase de compañía que más quiere evitar, sin embargo le hace pensar, tal vez estén aquí por algún buen motivo. También pueden estar desplazándose hacia algún fuerte para relevar a otros, o para sumarse a la guarnición, o cualquier otra cosa. Prefiere no pensarlo mucho? para evitar caer en la tentación de intentar echar un vistazo, eso no sería demasiado sabio por su parte. Claro que él no es demasiado sabio.
Procura volver a acomodarse hasta que escucha un nombre familiar. - ¿Señor Cobbs? ? se despereza un poco a la vez que levanta ligeramente el sombrero, con la mano izquierda, para mirarles. La derecha se acerca un poco a la cadera, por lo que pueda ocurrir. ? No pueden estar persiguiéndome aquí tan rápido, ¿verdad? ? Cree que aún no han debido dar la orden de seguirle en este estado. Luego recuerda que el ejército no hace ese tipo de diferencias. Examina sus opciones unos instantes. Están preguntando por él, pero ya deben conocer la respuesta. Ahora podría decir que se equivocan, o no decir nada. Con tanta gente allí es improbable que intenten nada. Improbable, no imposible. Si responde afirmativamente se enterará de lo que está ocurriendo. El problema es el después. No le hace gracia saltar de un tren en marcha, sin embargo tampoco sería la primera vez ? la última dolió bastante ? de pronto le duele el hombro derecho, en aquella ocasión se lo desencajó. Cerrar los ojos y esconderse no va con él. ? Eso depende de quien pregunte ? se ajusta el sombrero para que ya no le moleste en absoluto al tiempo que les sonríe cómo quien no tiene nada que esconder, o más bien cómo quien les incita a buscar problemas para permitirles comprobar porque no es conveniente hacer enfadar a determinadas personas.
La mano derecha sigue en su sitio. En esta posición es difícil hacer cualquier cosa, de todos modos está preparado. ? Y también depende de lo que queráis hablar, claro -. Siente más curiosidad que otra cosa. Está casi seguro de algo, si buscasen problemas habrían encontrado otra forma de acercamiento. Sin embargo no cree saber juzgar bien a las personas, no tiene porque dar por hecho que estos tipos tienen dos dedos de frente. Quizás sean de esos pistoleros que se divierten montando un numerito para cualquier cosa que vayan a hacer, cómo lo es él mismo. O tal vez tengan algo interesante que contar. Espera a sus siguientes movimientos o palabras. Este viaje ya está comenzando a parecer interesante, no se equivocó de tren.
-Qué calor de golpe- piensa mientras trata de acomodarse mejor en su asiento. Si antes le costaba dormir, ahora resultará prácticamente imposible. El olor no le molesta tanto, ha estado hacinado en espacios más pequeños con gente menos limpia que estos pasajeros. Agradece que los críos hayan comenzado a cansarse, harán menos ruido, así que estará todo más tranquilo. Por otro lado también será más aburrido, el constante ruido de la locomotora no es un cambio agradable. Bueno, este no es un viaje de placer, solo un cambio de aires.
Sigue preguntándose porque el pequeño destacamento de soldados en el tren. Es sin duda la clase de compañía que más quiere evitar, sin embargo le hace pensar, tal vez estén aquí por algún buen motivo. También pueden estar desplazándose hacia algún fuerte para relevar a otros, o para sumarse a la guarnición, o cualquier otra cosa. Prefiere no pensarlo mucho? para evitar caer en la tentación de intentar echar un vistazo, eso no sería demasiado sabio por su parte. Claro que él no es demasiado sabio.
Procura volver a acomodarse hasta que escucha un nombre familiar. - ¿Señor Cobbs? ? se despereza un poco a la vez que levanta ligeramente el sombrero, con la mano izquierda, para mirarles. La derecha se acerca un poco a la cadera, por lo que pueda ocurrir. ? No pueden estar persiguiéndome aquí tan rápido, ¿verdad? ? Cree que aún no han debido dar la orden de seguirle en este estado. Luego recuerda que el ejército no hace ese tipo de diferencias. Examina sus opciones unos instantes. Están preguntando por él, pero ya deben conocer la respuesta. Ahora podría decir que se equivocan, o no decir nada. Con tanta gente allí es improbable que intenten nada. Improbable, no imposible. Si responde afirmativamente se enterará de lo que está ocurriendo. El problema es el después. No le hace gracia saltar de un tren en marcha, sin embargo tampoco sería la primera vez ? la última dolió bastante ? de pronto le duele el hombro derecho, en aquella ocasión se lo desencajó. Cerrar los ojos y esconderse no va con él. ? Eso depende de quien pregunte ? se ajusta el sombrero para que ya no le moleste en absoluto al tiempo que les sonríe cómo quien no tiene nada que esconder, o más bien cómo quien les incita a buscar problemas para permitirles comprobar porque no es conveniente hacer enfadar a determinadas personas.
La mano derecha sigue en su sitio. En esta posición es difícil hacer cualquier cosa, de todos modos está preparado. ? Y también depende de lo que queráis hablar, claro -. Siente más curiosidad que otra cosa. Está casi seguro de algo, si buscasen problemas habrían encontrado otra forma de acercamiento. Sin embargo no cree saber juzgar bien a las personas, no tiene porque dar por hecho que estos tipos tienen dos dedos de frente. Quizás sean de esos pistoleros que se divierten montando un numerito para cualquier cosa que vayan a hacer, cómo lo es él mismo. O tal vez tengan algo interesante que contar. Espera a sus siguientes movimientos o palabras. Este viaje ya está comenzando a parecer interesante, no se equivocó de tren.
On the way to the glory i'll honor my sword
To serve right ideals, and justice for all
(Emerald Sword, Rhapsody of fire)
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(Emerald Sword, Rhapsody of fire)
Re: Seis balas y una tumba
2
El Sr. Cobbs no tuvo oportunidad de escuchar la respuesta de sus interlocutores, llegó apenas a verlos, un par de tipos erguidos, enjutos, vestidos con chaquetas negras, uno llevaba barba corta. El otro la mano en la culata de su revólver enfundado. No tuvo ocasión de nada más, sucedió algo que el instinto de Brad el ?zurdo?, que se paseaba arriba y abajo impaciente, había olido; no le falló su percepción, le salió al paso lo que esperaba, de una forma salvaje y mortal.
El tren atravesaba veloz el puente sobre el lecho seco del río, la locomotora inspiraba carbón y expulsaba columnas de humo negro hacia el cielo azul celeste. Ausente a su destino. Tan ausente en ese momento como María, relajada por primera vez en el trayecto, observando con media sonrisa las volutas que dibuja el aliento de su cigarrillo en el aire.
Sobrevino la primera explosión a pocos metros delante de los pies de la máquina rugiente. Saltaron por los aires railes torcidos, metal doblado, madera astillada. La locomotora chirrió, volcó hacia el lado derecho y se precipitó al vacío, arrastrando con ella el vagón con la carga de troncos y carbón y el resto de compartimentos. Tres segundos después, una nueva detonación tuvo lugar en las vigas de hierro entre el furgón de los caballos y el de los soldados. George fue impulsado como un muñeco de trapo contra la pared del vagón, al sargento, que un momento antes se regocijaba con su suerte y con el puro habano que deslizó bajo su gordezuela nariz, le atravesó la cara un trozo de panel del revestimiento interior del vagón y sus sesos quedaron pegados en una decena de trozos por los asientos.
Se desplomó casi por completo el entramado del puente y todos los vagones cayeron algo más de diez metros hasta chocar de forma brutal contra la superficie dura, seca y árida de más abajo. Fue un instante detenido en el tiempo. El horror llegó cuando el tren detuvo su caida retorciendo metal de forma imposible, quebrando cuerpos, astillando huesos, masacrando vidas.
Se levantó una enorme polvareda de tierra y piedras, los vagones voltearon varias veces, algunos quedaron próximos, otros más alejados; volaron cuerpos mutilados que se diseminaron alrededor, inertes para la eternidad. El crujido de la enorme locomotora y de los pesados vagones cesó, dando paso al caos de chillidos, una cacofonía de gritos de angustia, gemidos, lamentos, maldiciones, docenas de gargantas que alzaban sus voces desesperadas, que clamaban a los cielos, al buen dios. Se entremezclaba el metal, la carne y la madera. Y la sangre, sangre que salpicaba por doquier. Expiraba el motor de la locomotora, una oscura fumarola se escapaba por su boca muerta y la caldera chocó contra los terrosos muros del talud.
A través del humo llegó entonces el cálido plomo y el olor a pólvora quemada, jinetes de rostros cubiertos y de largas gabardinas descendieron por la depresión como demonios para llevarse con ellos al infierno a los supervivientes. Se ensañaron en particular con los soldados, ilesos, moribundos o heridos. No les dieron oportunidad, atronaron los rifles y escupieron fuego los revólveres, a bocajarro las balas se abrían camino en el corazón o reventaban la cabeza. También los civiles se llevaban su parte, los proyectiles no distinguían entre mujeres, hombres, o niños, que eran abatidos con calculada frialdad y acierto. Un tiro en la espalda, en la frente o el vientre.
Era un caos, que aumentó cuando silbaron las balas procedentes de más arriba, tiradores escondidos que no daban cuartel ni perdonaban la vida a nadie. Los asaltantes encontraron el enorme arcón de metal forjado, su objetivo, un par de ellos lo sacaron entre los escombros. George no andaba lejos, bajo un montón de tablas de madera, aprisionadas sus piernas por el cadáver de un soldado con el pecho humeante cuyos ojos abiertos y muertos le miraban. Pensó que había retrocedido en el tiempo hasta los sucesos de la mina de Deep Botorn Six. Vio como otro soldado lograba desenfundar su arma reglamentaria y como el colt de uno de los ladrones habló rápido atravesándole el cuello su disparo. Más lejos, en otro extremo, María se encontró tumbada sobre el cadáver del hombre que la había saludado, fuera del vagón, una mujer llorosa se le cruzó delante tambaleándose para desplomarse al lado con un agujero entre los omoplatos.
Brad fue uno de los que saltó por los aires, estaba boca abajo, la cara y los labios cubiertos de polvo rojizo. Le dolía la espalda, la rodilla y el corte en la frente. Nada grave, se despejó y se dio la vuelta, justo a tiempo sin saberlo de evitar la bala que silbó a centímetros de su cuerpo. Por su lado, Adam seguía en el interior del compartimiento, tirado en medio de un charco de sangre que afortunadamente no era de él. Había muertos y heridos alrededor, y un niño de poco más de seis años lloraba desconsolado y aterrado junto al pistolero. No lejos, Freddy se recuperaba del golpe contra la puerta destrozada, un brecha en la cabeza casi le deja sin sentido.
Afuera, estaba resultando una carnicería. Alguien, pronto, sería destituido y procesado por no haber enviado un convoy únicamente militar. Pero eso no devolvería la vida a nadie.
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El Sr. Cobbs no tuvo oportunidad de escuchar la respuesta de sus interlocutores, llegó apenas a verlos, un par de tipos erguidos, enjutos, vestidos con chaquetas negras, uno llevaba barba corta. El otro la mano en la culata de su revólver enfundado. No tuvo ocasión de nada más, sucedió algo que el instinto de Brad el ?zurdo?, que se paseaba arriba y abajo impaciente, había olido; no le falló su percepción, le salió al paso lo que esperaba, de una forma salvaje y mortal.
El tren atravesaba veloz el puente sobre el lecho seco del río, la locomotora inspiraba carbón y expulsaba columnas de humo negro hacia el cielo azul celeste. Ausente a su destino. Tan ausente en ese momento como María, relajada por primera vez en el trayecto, observando con media sonrisa las volutas que dibuja el aliento de su cigarrillo en el aire.
Sobrevino la primera explosión a pocos metros delante de los pies de la máquina rugiente. Saltaron por los aires railes torcidos, metal doblado, madera astillada. La locomotora chirrió, volcó hacia el lado derecho y se precipitó al vacío, arrastrando con ella el vagón con la carga de troncos y carbón y el resto de compartimentos. Tres segundos después, una nueva detonación tuvo lugar en las vigas de hierro entre el furgón de los caballos y el de los soldados. George fue impulsado como un muñeco de trapo contra la pared del vagón, al sargento, que un momento antes se regocijaba con su suerte y con el puro habano que deslizó bajo su gordezuela nariz, le atravesó la cara un trozo de panel del revestimiento interior del vagón y sus sesos quedaron pegados en una decena de trozos por los asientos.
Se desplomó casi por completo el entramado del puente y todos los vagones cayeron algo más de diez metros hasta chocar de forma brutal contra la superficie dura, seca y árida de más abajo. Fue un instante detenido en el tiempo. El horror llegó cuando el tren detuvo su caida retorciendo metal de forma imposible, quebrando cuerpos, astillando huesos, masacrando vidas.
Se levantó una enorme polvareda de tierra y piedras, los vagones voltearon varias veces, algunos quedaron próximos, otros más alejados; volaron cuerpos mutilados que se diseminaron alrededor, inertes para la eternidad. El crujido de la enorme locomotora y de los pesados vagones cesó, dando paso al caos de chillidos, una cacofonía de gritos de angustia, gemidos, lamentos, maldiciones, docenas de gargantas que alzaban sus voces desesperadas, que clamaban a los cielos, al buen dios. Se entremezclaba el metal, la carne y la madera. Y la sangre, sangre que salpicaba por doquier. Expiraba el motor de la locomotora, una oscura fumarola se escapaba por su boca muerta y la caldera chocó contra los terrosos muros del talud.
A través del humo llegó entonces el cálido plomo y el olor a pólvora quemada, jinetes de rostros cubiertos y de largas gabardinas descendieron por la depresión como demonios para llevarse con ellos al infierno a los supervivientes. Se ensañaron en particular con los soldados, ilesos, moribundos o heridos. No les dieron oportunidad, atronaron los rifles y escupieron fuego los revólveres, a bocajarro las balas se abrían camino en el corazón o reventaban la cabeza. También los civiles se llevaban su parte, los proyectiles no distinguían entre mujeres, hombres, o niños, que eran abatidos con calculada frialdad y acierto. Un tiro en la espalda, en la frente o el vientre.
Era un caos, que aumentó cuando silbaron las balas procedentes de más arriba, tiradores escondidos que no daban cuartel ni perdonaban la vida a nadie. Los asaltantes encontraron el enorme arcón de metal forjado, su objetivo, un par de ellos lo sacaron entre los escombros. George no andaba lejos, bajo un montón de tablas de madera, aprisionadas sus piernas por el cadáver de un soldado con el pecho humeante cuyos ojos abiertos y muertos le miraban. Pensó que había retrocedido en el tiempo hasta los sucesos de la mina de Deep Botorn Six. Vio como otro soldado lograba desenfundar su arma reglamentaria y como el colt de uno de los ladrones habló rápido atravesándole el cuello su disparo. Más lejos, en otro extremo, María se encontró tumbada sobre el cadáver del hombre que la había saludado, fuera del vagón, una mujer llorosa se le cruzó delante tambaleándose para desplomarse al lado con un agujero entre los omoplatos.
Brad fue uno de los que saltó por los aires, estaba boca abajo, la cara y los labios cubiertos de polvo rojizo. Le dolía la espalda, la rodilla y el corte en la frente. Nada grave, se despejó y se dio la vuelta, justo a tiempo sin saberlo de evitar la bala que silbó a centímetros de su cuerpo. Por su lado, Adam seguía en el interior del compartimiento, tirado en medio de un charco de sangre que afortunadamente no era de él. Había muertos y heridos alrededor, y un niño de poco más de seis años lloraba desconsolado y aterrado junto al pistolero. No lejos, Freddy se recuperaba del golpe contra la puerta destrozada, un brecha en la cabeza casi le deja sin sentido.
Afuera, estaba resultando una carnicería. Alguien, pronto, sería destituido y procesado por no haber enviado un convoy únicamente militar. Pero eso no devolvería la vida a nadie.
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Última edición por guli el 17 Nov 2007, 08:33, editado 1 vez en total.
No somos los jugadores. Somos el juego
Lo difícil de la idea es tener voluntad de llevarla a cabo http://nacionrolera.org/viewtopic.php?f=55&t=11241
Crónicas- http://www.nacionrolera.org/viewforum.php?f=316
http://mundosparalelos-1.blogspot.com/
Lo difícil de la idea es tener voluntad de llevarla a cabo http://nacionrolera.org/viewtopic.php?f=55&t=11241
Crónicas- http://www.nacionrolera.org/viewforum.php?f=316
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Re: Seis balas y una tumba
George J.Gordon
Explosiones.
Sus grandes amigas del alma. No hay nada más cobarde, más rastrero, vil y abyecto a la hora de matar, que prender una mecha y sentarse a observar. Que vinieran hasta él, luchando sana y deportivamente a mano limpia, con el sable en la mano y intercambiando plomos con pistolas y fusiles. Odiaba aquella mierda. Cañones, dinamita, ametralladoras... Todo aquello se estaba cargando la buena y sana guerra. Ahora, solo venía la era de la matanza y de las armas democráticas: cualquiera podía usarlas, y cualquiera podía matar con ellas. Menos mal, pensó, que aunque fuera para manejar aquella mierda había que saber algo, si no querías que te reventara la dinamita en las manos, o se te obturara la pistola por no limpiarla regularmente.
Pero, la verdad, apenas tuvo tiempo de pensar en ello, pues la explosión le metió de lleno en el vagón, haciéndole golpear contra la pared. Luego, la sensación curiosa de ingravidez o caída al vacío, que precedió a un enorme golpe y tres o cuatro vueltas del vagón sobre si mismo, que terminaron convirtiendo al lugar en un amasijo de tablas y astillas bajo el que quedó violentamente enterrado. Le dolía la espalda, un poco, creía que por el golpe, y vió la mirada de aquel soldado muerto de pecho humeante, mientras los asaltantes remataban al soldado que, fiel a su deber, iba a defender el arcón. Arcón que, por otra parte, se estaban llevando aquellos hijos de puta.
"Estate quieto", se dijo, "que aún te puede salpicar la mierda". No estaba precisamente en la tesitura de poder devolver tiro por tiro, allí tirado, confuso y contusionado, extrañamente relajado, como abotargado como respuesta a tantos golpes. No le hubiera dado tiempo a sacar la pistola de la cartuchera antes de reunirse con San Pedro. Asi que, haciéndose el muerto, miró hacia donde lo estaba haciendo hasta entonces, para que no se notara que estaba vivo, y relajó como pudo la respiración para que no le oscilara el pecho. No obstante, su mirada estaba fija y presuntamente vacía hacia la luz, por donde se suponía habían entrado aquellos hijos de la gran puta. Asi que, sin que se notara, iba a ver sus caras al salir (si alguno la tenía destapada), y despues de quedarse solo, ya intentaría quitarse de encima todos aquellos tablones y al soldado muerto, asomarse en dirección a donde estos cabrones se fueron, con el revólver en la mano, y dejar tieso a algún rezagado... aunque eso lo decidiría la coyuntura. Que si les daba por volver, no podía enfrentarse solo a todos aquellos cabrones aficionados al TNT.
Vive hoy y lucha mañana. Una frase que había leído en alguno de aquellos manuales de estrategia en Lexington, hacía ya bastantes años. Habría que seguir esa máxima, porque despues de ver a tantos fiambres, y especialmente al que tenía a sus pies, la duda acerca de si existía el Cielo del que los pastores se complacen en hablar, era más que razonable.
Estaba jodido, pero no muerto. Y tarde o temprano haría pagar a aquellos malnacidos la vida de los soldados del tercer regimiento del décimo de caballería. Federales o no, habían dado su vida cumpliendo con su deber, y aquello merecía ser recordado... y vengado.
Explosiones.
Sus grandes amigas del alma. No hay nada más cobarde, más rastrero, vil y abyecto a la hora de matar, que prender una mecha y sentarse a observar. Que vinieran hasta él, luchando sana y deportivamente a mano limpia, con el sable en la mano y intercambiando plomos con pistolas y fusiles. Odiaba aquella mierda. Cañones, dinamita, ametralladoras... Todo aquello se estaba cargando la buena y sana guerra. Ahora, solo venía la era de la matanza y de las armas democráticas: cualquiera podía usarlas, y cualquiera podía matar con ellas. Menos mal, pensó, que aunque fuera para manejar aquella mierda había que saber algo, si no querías que te reventara la dinamita en las manos, o se te obturara la pistola por no limpiarla regularmente.
Pero, la verdad, apenas tuvo tiempo de pensar en ello, pues la explosión le metió de lleno en el vagón, haciéndole golpear contra la pared. Luego, la sensación curiosa de ingravidez o caída al vacío, que precedió a un enorme golpe y tres o cuatro vueltas del vagón sobre si mismo, que terminaron convirtiendo al lugar en un amasijo de tablas y astillas bajo el que quedó violentamente enterrado. Le dolía la espalda, un poco, creía que por el golpe, y vió la mirada de aquel soldado muerto de pecho humeante, mientras los asaltantes remataban al soldado que, fiel a su deber, iba a defender el arcón. Arcón que, por otra parte, se estaban llevando aquellos hijos de puta.
"Estate quieto", se dijo, "que aún te puede salpicar la mierda". No estaba precisamente en la tesitura de poder devolver tiro por tiro, allí tirado, confuso y contusionado, extrañamente relajado, como abotargado como respuesta a tantos golpes. No le hubiera dado tiempo a sacar la pistola de la cartuchera antes de reunirse con San Pedro. Asi que, haciéndose el muerto, miró hacia donde lo estaba haciendo hasta entonces, para que no se notara que estaba vivo, y relajó como pudo la respiración para que no le oscilara el pecho. No obstante, su mirada estaba fija y presuntamente vacía hacia la luz, por donde se suponía habían entrado aquellos hijos de la gran puta. Asi que, sin que se notara, iba a ver sus caras al salir (si alguno la tenía destapada), y despues de quedarse solo, ya intentaría quitarse de encima todos aquellos tablones y al soldado muerto, asomarse en dirección a donde estos cabrones se fueron, con el revólver en la mano, y dejar tieso a algún rezagado... aunque eso lo decidiría la coyuntura. Que si les daba por volver, no podía enfrentarse solo a todos aquellos cabrones aficionados al TNT.
Vive hoy y lucha mañana. Una frase que había leído en alguno de aquellos manuales de estrategia en Lexington, hacía ya bastantes años. Habría que seguir esa máxima, porque despues de ver a tantos fiambres, y especialmente al que tenía a sus pies, la duda acerca de si existía el Cielo del que los pastores se complacen en hablar, era más que razonable.
Estaba jodido, pero no muerto. Y tarde o temprano haría pagar a aquellos malnacidos la vida de los soldados del tercer regimiento del décimo de caballería. Federales o no, habían dado su vida cumpliendo con su deber, y aquello merecía ser recordado... y vengado.
Última edición por Targul el 17 Nov 2007, 17:34, editado 1 vez en total.
No tengas miedo en tu mente, mantén la guardia, puedes lograrlo Fiore dei Liberi