6 de Noviembre del 2009 00:15 PM:
Aquello ciudad tenia algo, algo especial, algo tenebroso, algo terrorífico. Te sentías tensa a cada momento, incluso estabas comenzando a ver telarañas por todos lados por el rabillo del ojo que ya no estaban ahí cuando te girabas. Si la tensión que habías sentido en Londres parecía insoportable, la angustia que se sentía allí, tan lejos del hogar, tan lejos de la familia, resultaba desgarrador.
Esa noche no podías dormir, de nuevo, y habías decidido que al menos compensarías el cansancio del día siguiente con más ensayo, dado que habías elegido residir en el teatro junto con el resto de la compañía, en lugar de en un hotel como se había ofrecido la compañía. Te sentías bien allí, donde todo el mundo era danza.
Pero parecía que incluso en tu mundo las pesadillas surgían por la noche. Al principio, solo parecían dos abotargadas figuras, quizás llevando un extraño disfraz que no recordases del guión, acechando un bulto en el suelo. Pero cuando te acercaste más viste dos horrores informes, como enormes arañas explotando a un par de mujeres que les servían de bolsa, devorando a un hombre derribado en el suelo, un acomodador creías, aunque no solías fijarte en ese tipo de gente. Y ellas te vieron, te vieron y te miraron con una voracidad que iba más allá del hambre con que devoraban ese cuerpo. No sabias como lo sabias, pero era así y odiabas saberlo por que lo que sentías te aterraba.
Comenzaste a huir, y de algún modo sabias que te perseguían a pesar de que eran silenciosas como sombras. Y ese terror te hizo adentrarte en las oscuras entrañas del teatro en lugar de ir hacia la salida, o hacía las dependencias de los actores.
Y de repente, cuando creías que lo que restaba de tu mundo se iba a reducir a aquella oscuridad, al terror y las lagrimas. Un mar de luz inundo todo, y una vieja costurera en sus labores, sentada en un viejo taburete te miró curiosa.
- Vaya muchachita, parece que te hayan dado un susto de muerte ¿Huyes de algo? Ven a sentarte y siéntate aquí pequeña.- Te dijo con voz amable mientras se levantaba y se dirigía hacía ti sin el menor asomo de preocupación, seguramente creyendo que eras una de las actrices engreídas que se había perdido. Pero no lo sabias no sabias nada de esa mujer. Y confundida te pareció que decías algo, pero no estabas segura, todo ocurría como en un sueño.- ¿Mi nombre? Tía Mat, puedes llamarme así querida, después de todo es como me llama todo el mundo.
[Turno-I]Cae ya la perfida Babilonia. Llorad por ella...
Moderador: artemis2
Re: [Turno-I]Cae ya la perfida Babilonia. Llorad por ella...
Violeta B
Durante las aproximadamente las ocho horas que duró el viaje desde Londres hasta Filadelfia, Violeta solo podía pensar en querer bajar del avión, llegar a su destino y reencontrarse por fin con James. Era la primera vez que Violeta viajaba a América y estaba un poco nerviosa. Por primera vez viajaría sola, sin nadie de su familia y en parte se sentía angustiada, en un lugar desconocido dónde no sabía qué encontraría. Violeta no era una chica muy sociable, no es que no fuese simpática, el problema era precisamente que la gente de su círculo no le agradaba. Eran personaes muy cerradas, cortas de miras, extramadamente clasistas. El mejor ejemplo de su situacion era James, un chico americano. Para la madre de Violeta, todo lo que no hubiese nacido en territorio inglés era un hereje. La muchacha había convencido a su madre de que James era un simple admirador, Violeta tenía muchos. Pero todos tenían prohibido acercarse a la bailarina, y si por su madre fuese, los extranjeros tendrian prohibido incluso hasta mirarla directamente.
Se sintió un poco decepcionada cuando aterrizó, James no podría ir a recibirla al aeropuerto. Le había enviado un mensaje diciendo que estaría ocupado, pero que en cuanto pudiera deshacerse de sus obligaciones, iría a hacerle una visita para conocerla por fin en persona. James era un admirador que había visto a Violeta en una de sus actuaciones en Viena, tenía unos años más que ella. Se intercambiaron teléfonos y direcciones de e-mail y desde entonces habían mantenido el contacto, ella casi a escondidas de sus progenitores. Violeta había empezado a sentir algo más profundo por James, pero le daba vergüenza admitirlo y mucho más atreverse a decirlo, sobre todo por lo que su familia pudiera decir o hacer. El chico era camarero de un pub y practicaba boxeo en sus ratos libres y le gustaba el teatro. Quizás si hubiese sido hijo de algún multimillonario americano y le gustase el golf, tendría alguna posibilidad con Violeta, pero siendo de procedencia humilde no tenía ninguna oportunidad si alguna vez se lo presentaba a sus padres. Por eso este viaje resultada doblemente aterrador. Estaba sola, podría estar con James a solas, pero si algo ocurría no iba a saber solucionarlo. Ahora se arrepentía de no haber accedido a que Charles, el mayordomo y guardaespaldas de los Blakemore, la acompañase en el viaje. No quería ser la idiota de la compañía.
Por la noche no pudo dormir, estaba inquieta, dándo vueltas en la cama, pensando en James y en lo sola que se encontraba. Apenas llevaba un mes en la compañía, estaba en un país extranjero... ¿Y si sus pesadillas y terrores nocturnos volvían a asaltarla? ¿Y si el día del estreno se desmayaba en el escenario y no entre bastidores, como la última vez? ¿Y si la cagaba irremediablmente y la expulsaban? Todas aquellas dudas la asaltaron tan de golpe aquella noche que empezó a sentirse invadida por el pánico. Nadie sabía de sus pesadillas, de la extrañas visiones que la asaltaban cuando menos lo esperaba, de los recuerdos que tenia, pero que sabía que no eran suyos, recuerdos de cosas que no había vivido. Pensó en James, ¿qué pensaría él si ella le decía que a veces le daban ataques? Ahora, lejos de casa, ¿qué podría pasar? Le hubiera gustado que al menos su hermano Steve viajara con ella, con él estaba bien, le tranquilizaba su presencia.
El teatro era un lugar oscuro y grande, Violeta no recordaba si en algún momento se había levantado de la cama para ensayar un rato, aprovechar el tiempo en vez de dar vueltas en la cama. Como no lo recordaba, tampoco sabía si estaba durmiendo y era una de sus repetitivas pesadillas, o aquel temor que le producía escalofríos era real. Le había dado demasiadas vueltas a la cabeza, se sentía mareada, supuso que se debía al estres del viaje, a la falta de sueño, a la presión... estaba alucinando en colores y no en blanco y negro, así que aquello tenía que ser real por narices. Lo veía, lo estaba viendo, dos cosas asquerosas haciendo cosas horribles, el teatro grande, enorme y oscuro, la decoración le pareció tenebrosa, no pudo asimilar lo que veía, solo sabía que las rodillas se le doblaban, que la ropa holgada se le pegaba al cuerpo por el sudor frío que la invadía y que tenía ganas de gritar, pero que no podía, que las palabras morían en la boca. Estaba sola en el escenario, todos los demás estaban durmiendo, aquel lugar oscuro, frío, demasiado grande y ella demasiado pequeña.
Se alejó a la parte de atrás, detrás de las cortinas, se hizo un lío con los decorados y las cuerdas y cuando el terror se apoderó de ella empezó a correr hacia el laberinto que eran los bastidores. Lloraba de miedo, otra vez la angustiosa sensación de no saber si lo que veía era real o solo un sueño, pero como no lo sabía, el corazón se aceleraba y le costaba respirar, sentía una presión en el pecho que le cortaba el aire y las piernas no daban de sí.
Frenó en seco al encontrarse con una anciana terminando de coser un vestido, Violeta sintió que se le revolvian las tripas y tuvo que sostenerse contra uno de los muebles que guardaban telas.
- Vaya muchachita, parece que te hayan dado un susto de muerte. ¿Huyes de algo? Ven a sentarte y siéntate aquí pequeña - dijo la anciana acercándose a ella. Violeta retrocedió asustada, las palabras volvieron a morir en su garganta cuando quiso hacer una pregunta. - ¿Mi nombre? Tía Mat, puedes llamarme así querida, después de todo es como me llama todo el mundo...
- ¿Dónde estoy? - preguntó sollozando. Se dejó caer al suelo temblando como una hoja. - ¿Qué está pasando aquí? Quiero volver a casa... - murmuró con lágrimas en los ojos.
Durante las aproximadamente las ocho horas que duró el viaje desde Londres hasta Filadelfia, Violeta solo podía pensar en querer bajar del avión, llegar a su destino y reencontrarse por fin con James. Era la primera vez que Violeta viajaba a América y estaba un poco nerviosa. Por primera vez viajaría sola, sin nadie de su familia y en parte se sentía angustiada, en un lugar desconocido dónde no sabía qué encontraría. Violeta no era una chica muy sociable, no es que no fuese simpática, el problema era precisamente que la gente de su círculo no le agradaba. Eran personaes muy cerradas, cortas de miras, extramadamente clasistas. El mejor ejemplo de su situacion era James, un chico americano. Para la madre de Violeta, todo lo que no hubiese nacido en territorio inglés era un hereje. La muchacha había convencido a su madre de que James era un simple admirador, Violeta tenía muchos. Pero todos tenían prohibido acercarse a la bailarina, y si por su madre fuese, los extranjeros tendrian prohibido incluso hasta mirarla directamente.
Se sintió un poco decepcionada cuando aterrizó, James no podría ir a recibirla al aeropuerto. Le había enviado un mensaje diciendo que estaría ocupado, pero que en cuanto pudiera deshacerse de sus obligaciones, iría a hacerle una visita para conocerla por fin en persona. James era un admirador que había visto a Violeta en una de sus actuaciones en Viena, tenía unos años más que ella. Se intercambiaron teléfonos y direcciones de e-mail y desde entonces habían mantenido el contacto, ella casi a escondidas de sus progenitores. Violeta había empezado a sentir algo más profundo por James, pero le daba vergüenza admitirlo y mucho más atreverse a decirlo, sobre todo por lo que su familia pudiera decir o hacer. El chico era camarero de un pub y practicaba boxeo en sus ratos libres y le gustaba el teatro. Quizás si hubiese sido hijo de algún multimillonario americano y le gustase el golf, tendría alguna posibilidad con Violeta, pero siendo de procedencia humilde no tenía ninguna oportunidad si alguna vez se lo presentaba a sus padres. Por eso este viaje resultada doblemente aterrador. Estaba sola, podría estar con James a solas, pero si algo ocurría no iba a saber solucionarlo. Ahora se arrepentía de no haber accedido a que Charles, el mayordomo y guardaespaldas de los Blakemore, la acompañase en el viaje. No quería ser la idiota de la compañía.
Por la noche no pudo dormir, estaba inquieta, dándo vueltas en la cama, pensando en James y en lo sola que se encontraba. Apenas llevaba un mes en la compañía, estaba en un país extranjero... ¿Y si sus pesadillas y terrores nocturnos volvían a asaltarla? ¿Y si el día del estreno se desmayaba en el escenario y no entre bastidores, como la última vez? ¿Y si la cagaba irremediablmente y la expulsaban? Todas aquellas dudas la asaltaron tan de golpe aquella noche que empezó a sentirse invadida por el pánico. Nadie sabía de sus pesadillas, de la extrañas visiones que la asaltaban cuando menos lo esperaba, de los recuerdos que tenia, pero que sabía que no eran suyos, recuerdos de cosas que no había vivido. Pensó en James, ¿qué pensaría él si ella le decía que a veces le daban ataques? Ahora, lejos de casa, ¿qué podría pasar? Le hubiera gustado que al menos su hermano Steve viajara con ella, con él estaba bien, le tranquilizaba su presencia.
El teatro era un lugar oscuro y grande, Violeta no recordaba si en algún momento se había levantado de la cama para ensayar un rato, aprovechar el tiempo en vez de dar vueltas en la cama. Como no lo recordaba, tampoco sabía si estaba durmiendo y era una de sus repetitivas pesadillas, o aquel temor que le producía escalofríos era real. Le había dado demasiadas vueltas a la cabeza, se sentía mareada, supuso que se debía al estres del viaje, a la falta de sueño, a la presión... estaba alucinando en colores y no en blanco y negro, así que aquello tenía que ser real por narices. Lo veía, lo estaba viendo, dos cosas asquerosas haciendo cosas horribles, el teatro grande, enorme y oscuro, la decoración le pareció tenebrosa, no pudo asimilar lo que veía, solo sabía que las rodillas se le doblaban, que la ropa holgada se le pegaba al cuerpo por el sudor frío que la invadía y que tenía ganas de gritar, pero que no podía, que las palabras morían en la boca. Estaba sola en el escenario, todos los demás estaban durmiendo, aquel lugar oscuro, frío, demasiado grande y ella demasiado pequeña.
Se alejó a la parte de atrás, detrás de las cortinas, se hizo un lío con los decorados y las cuerdas y cuando el terror se apoderó de ella empezó a correr hacia el laberinto que eran los bastidores. Lloraba de miedo, otra vez la angustiosa sensación de no saber si lo que veía era real o solo un sueño, pero como no lo sabía, el corazón se aceleraba y le costaba respirar, sentía una presión en el pecho que le cortaba el aire y las piernas no daban de sí.
Frenó en seco al encontrarse con una anciana terminando de coser un vestido, Violeta sintió que se le revolvian las tripas y tuvo que sostenerse contra uno de los muebles que guardaban telas.
- Vaya muchachita, parece que te hayan dado un susto de muerte. ¿Huyes de algo? Ven a sentarte y siéntate aquí pequeña - dijo la anciana acercándose a ella. Violeta retrocedió asustada, las palabras volvieron a morir en su garganta cuando quiso hacer una pregunta. - ¿Mi nombre? Tía Mat, puedes llamarme así querida, después de todo es como me llama todo el mundo...
- ¿Dónde estoy? - preguntó sollozando. Se dejó caer al suelo temblando como una hoja. - ¿Qué está pasando aquí? Quiero volver a casa... - murmuró con lágrimas en los ojos.