Páginas en Blanco (Prólogo Archivald Rosemond-Flauves IV)

Las vidas de cuatro personas normales y corrientes empiezan a cambiar de repente, cuando se ven inmersas en un extraño suceso que les llevará a conocer secretos que nunca deberían haber sido revelados.
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Isildur
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Páginas en Blanco (Prólogo Archivald Rosemond-Flauves IV)

Mensaje por Isildur »

Aeropuerto Internacional de Los Angeles
Viernes, 20 de Marzo del 2009

El vuelo había sido bastante tranquilo, y llegaba puntual, cosa que en los vuelos de distancias tan largas, solía ser difícil. Archivald había llegado procedente de Beijing, pero en realidad, sólo había pasado un par de horas en la capital china; lo que tardó en hacer el transfer de avión.
Su estancia en el reino budista de Bhutan, había sido, como él mismo solía decir ?una experiencia nueva?. Su espíritu aventurero se había saciado para una buena temporada. Algún tipo listo le había recomendado viajar en marzo, pues decía que la llegada de la primavera era la mejor época para visitar el país, pues allí, justo salían del verano y las temperaturas eran muy agradables.

Eso hubiera sido cierto de no ser por los repetitivos días de lluvias, que hacían los viajes por las carreteras sin asfaltar, una auténtica odisea. Además, salvo en la capital, Thimphu, era difícil encontrar alguna zona donde el rico aventurero pudiera disponer de un mínimo de ?facilidades?. Pero algo bueno se llevaba, el calor de aquellas gentes sonrientes, los sabores de especias nunca antes probadas, y un colgante hecho a mano con auténtico jade.
Luego, el avión desde Thimphu hasta China, y desde allí, casi doce horas de vuelo transoceánico, algo a lo que Archivald ya estaba acostumbrado. Además de que, viajar en un jet privado, facilitaba mucho las cosas.

El avión acababa de aterrizar en Los Angeles, siendo aparcado en el hangar particular de la familia Rosemond. Los operarios contratados por la familia, se apresuraron en poner la escalera para que el heredero Rosemond bajara. Por supuesto, Jack, su asistente, le estaba esperando, mientras daba órdenes a los operarios para que fueran colocando el equipaje en la limusina que esperaba fuera del hangar.
Archivald bajó, y notó que la temperatura había subido bastante desde que se había marchado casi un mes antes.
Archie, ¡ya era hora! Oh, ¡vienes hecho una gamba! ¿Te pusiste aquella crema solar que te di? Dijo el asistente, con su habitual tono amanerado.
Jack Dugarry era un afamado estilista de Beverly Hills, quien había dejado su tienda para ocuparse de la imagen de Archivald, así como los recados, llamadas y todo tipo de cosas que daban pereza al rico heredero.
Archivald se cansaba a veces del bueno de Jack, pero sabía que no encontraría a alguien mejor en toda la ciudad, y que al menos le dejaba en paz durante sus viajes, donde una cláusula en el contrato de Jack se lo impedía.

El asistente puso al tanto a Archivald de todo lo que había sucedido en las últimas semanas, nada de verdadera importancia. Al parecer, se había perdido una importante recepción en Malibú, y una de sus primas se había comprometido con un rico joyero alemán; se casarían en Septiembre.
Archivald le medio escuchaba, mientras Arthur, el chófer, le llevaba de vuelta a su domicilio en Beverly Hills.
El veterano conductor, que sabía lo pesado que a veces se hacía Jack, puso la radio sin que su patrón se lo pidiera, sonriéndole a través del retrovisor.

?? y siguiendo con las noticias de hoy, destacamos la subida del índice Dow Jones en 1,52 puntos. Por su parte, la bolsa de??

Hubo una repentina interferencia en la radio, coincidiendo con el momento en que la limusina abandonaba la zona considerada como aeropuerto.
La señal volvió tras cinco o seis segundos de interferencias.

?? hoy se ha confirmado la trágica noticia en el Hospital Saint Paul. Los sucesos siguen sin estar nada claros, y el jefe de policía de Los Angeles ha declarado como secreto de sumario las investigaciones que se están llevando a cabo. Recodemos que los trágicos sucesos en el Hospital, se llevaron la vida de al menos una treintena de personas...?

La radio volvió otra vez a tener interferencias. La limusina viajaba por la autopista en dirección al lujoso barrio. Jack mostraba un catálogo de moda de otoño-invierno de Armani a Archivald, pues ya tenían elegidas todas las prendas para los próximos meses. Las interferencias duraron, otra vez, cinco o seis segundos.
Lo extraño era que Arthur, siempre servicial, no se había inmutado en ninguna de las dos ocasiones.

?? y seguimos con los resultados de la jornada de ayer de la NBA. Nueva exhibición del dúo Bryant-Gasol para una nueva victoria de los Lakers??

La limusina seguía avanzando, todo aquello era muy extraño. Quizás, después de tanto tiempo, el jet lag estaba haciendo mella en Archivald.
Jack estuvo un buen rato callado, al percatarse del poco interés que el catálogo levantó en Archivald. Arthur puso el intermitente para salir de la autopista.
El tic tac del intermitente llegó claro y nítido a los oídos de Archivald. Incluso, el sonido, pese a la radio y a la evidente distancia, era hasta molesto. El tic tac se repetía en su cabeza una y otra vez.
Tic tac, tic tac?
La limusina salió al fin de la autopista, y el ruido cesó. Jack repasaba con devoción el catálogo, anotando cosas con su refinada letra.

Ya estaban en Beverly Hills. Las anchas calles brillaban en todo su esplendor. Era apenas mediodía, y el día era soleado. La limusina avanzó unos metros, hasta que tuvo que pararse en uno de los pocos semáforos que había en el barrio.
Había un tipo esperando al pie del semáforo, con aspecto oriental. Vestía con unos tejanos gastados, y una chaqueta negra ajustada. Se acercó hasta la ventanilla de Arthur, y el chófer le ignoró, hasta que el tipo llamó, picando al cristal.
Arthur bajó la ventana, claramente enojado.
¡¿Qué te pasa?! ¡¿Es que no te ha quedado claro que no voy a comprarte pañuelos?! ¡Lárgate! Dijo el chófer, malhumorado.

No, no vendo pañuelos señor. Sólo propaganda? y el tipo le extendió un folleto a Arthur, que lo tomó de mala gana y subió la ventanilla.
El semáforo se puso en verde, y Arthur arrancó, murmurando algo sobre la seguridad del barrio. El folleto fue a parar al lado del copiloto; probablemente sería propaganda de algún nuevo restaurante o salón de belleza.

La limusina encaró la recta que le llevaría a la mansión familiar de los Rosemond Flauves. El servicio, avisado de antemano, esperaba la llegada del heredero. Las verjas de la entrada estaban abiertas, y varios sirvientes esperaban a ambos lados.
Algunos paparazzi esperaban al otro lado de la acera, vigilados de cerca por la seguridad de la mansión.
La limusina cruzó la entrada, ante multitud de flashes de cámara. Archivald sonrió y saludó a través del oscuro cristal; siempre estaba bien dar alguna imagen a sus fans.
El vehículo cruzó el largo jardín, hasta llegar frente a la entrada principal de la mansión.
Arthur bajó el primero, y los sirvientes se pusieron manos a la obra para descargar el equipaje.
La madre de Archivald estaba esperando fuera, junto con un par de tipos trajeados, a los que el heredero no conocía.

Archivald, bienvenido de vuelta. Tenemos bastantes asuntos pendientes. Aquí los señores McMills y Dermott tienen algo que deberíamos hablar. Dijo Christine, con su habitual tono despreocupado.
Uno de los dos hombres, alto y bastante corpulento, se acercó a Archivald y le tendió la mano amistosamente. Su tez pálida y su rostro algo redondo, junto con su pelo negro peinado de lado, le hacían un tipo con aspecto de hombre de negocios.
Encantado de conocerle, Señor Rosemond. Mi nombre es Paul McMills, y soy abogado del bufete Dermott & McMills. Quisiera hablar con usted y con su madre sobre ciertos documentos que tienen que ver con su padre. Con el permiso de la Señora Rosemond, hemos decidido celebrar este encuentro de inmediato a su vuelta. Comentó el hombre con voz clara y de buen orador.

Otra vez, los abogados vendrían a marearle con temas de papeleo? Antes de que Archivald tuviera tiempo a decir nada, una de las sirvientas se llevaba el panfleto que aquel oriental le había dado a Arthur, probablemente para tirarlo a la basura.
Instintivamente, Archivald se fijó en el simple papel blanco, donde había algunas letras y una gran foto que le llamó la atención. Estaba hecha en blanco y negro, pero aún así le permitió reconocer una serie de objetos expuestos, visiblemente obras de arte o antiguallas.
Sus ojos se abrieron de par en par, cuando vio un libro cuya tapa tenía un dibujo que Archivald tenía muy visto. Eran dos águilas de espalda, entre las cuáles había un escudo nobiliario? Era el viejo escudo de la familia Flauves.

¿Se encuentra bien Señor Rosemond? Ya le comenté a su madre que quizás necesitaría descansar tras el largo viaje? comentó el abogado, mientras permanecía de pie observándolo.
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Guy Fawkes
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Re: Páginas en Blanco (Prólogo Archivald Rosemond-Flauves IV)

Mensaje por Guy Fawkes »

Aunque físicamente cansado, anímicamente el viaje le había hecho regresar con fuerzas renovadas. Sabía que Jack le estaría esperando, y sin embargo, no pudo evitar alegrarse cuando lo vio en el aeropuerto, aunque también, el hecho de encontrarse con él le devolvió la abrumadora sensación de que había regresado al insoportable mundo ?civilizado?:
Archie, ¡ya era hora! Oh, ¡vienes hecho una gamba! ¿Te pusiste aquella crema solar que te di? Dijo el asistente, con su habitual tono amanerado.


Conocí a alguna guía local dispuesta a untármela. El problema es que me distraje y después no lograba recordar donde había puesto el bote. Je, je, je... Me alegro de verte Jack... Como siempre.
Archie dio un fuerte apretón a Jack, el cuál siempre se mostraba azorado por la efusividad de su patrón
Ah, Jack ¿Qué haría yo sin ti?

Cuando vió a Arthur, Archivald sacó un pequeño paquete del bolsillo. Estaba envuelto en papel de regalo blanco escrito con hermosos símbolos orientales en rojo. Un llamativo lazo verde fosforescente había sido diseñado con forma de flor por algunas habilidosas manos. Un pequeño detalle para tu hija Arthur En cuanto lo vi pensé que sería perfecto ¿ha empezado ya a andar? Espero que la guste

El coche partió, pero A rchivald aún tenía la mente en Bhutan. Aquél lugar había sido lo mas alejado que podría haber escogido de su mundo. Volver a casa le resultaba estresante. No habían pasado 10 minutos de su bajada del avión y las palabras de Jack relativas a las ultimas noticias (aunque sabía que Jack lo hacía con la mejor intención) empezaban a frustrarle y hacerle sentir incómodo.
El bueno de Arthur le conocía bien, y enseguida conectó la radio. Archivald devolvió a Arthur la sonrisa de complicidad, intentando que Jack no les viera para no hacerle sentirse mal, aunque estaba tan concentrado en su labor informativa que no se dio cuenta. Arthur y él tenían una relación bastante personal. Al fin y al cabo, ¿cuantas veces Arthur habría llevado en el coche a Archivald junto a alguna de sus múltiples conquistas? Le consideraba un hombre leal y discreto. Antes que para Archivald había trabajado para su padre, y era de los pocos que conocía el oscuro secreto familiar. Para Archivald, Arthur era un miembro más de la familia.
A pesar de la radio, el calor de L.A. le hacía sudar y la situación empezaba a resultarle tediosa, cuando se produjo la interferencia en la radio, la terrible noticia, y otra nueva interferencia.
Aunque le resultó extraño, se lo achacó al cansancio del viaje, y no le dio importancia.
Sin embargo, Se sentía cada vez más agobiado. El golpeteo frustrante del intermitente. El calor, la voz de Jack, el sentimiento de claustrofobuia dentro del vehículo. Sacó un pañuelo y limpió el sudor de su frente. Sin embargo, la sensación pasó y de nuevo se sintió mejor, más relajado. La sensación de agobio había desaparecido. Deseo llegar pronto a casa para tumbarse en la cama y descansar un poco.

Cuando vio a su madre se acercó a ella y le dio dos besos.
Cuando su padre dejó de ocuparse de los negocios, todo el mundo creyó que las empresas Flauves se irían al garete, dada la conocida fama de vividor del heredero, o que la familia haría que un grupo de asesores se encargara de todo. Sin embargo, para sorpresa de los inversores, su madre, la cuál siempre había tomado un discreto papel en segundo plano a la sombra de su padre, había empezado a demostrar un valor envidiable al empezar a tomar las riendas de la compañía y la incertidumbre inicial de los inversores ante una recién llegada al mundo de las altas finanzas estaba empezando a desaparecer con demostraciones a todo el mundo de que es una mujer trabajadora, decidida y dispuesta a encauzar la compañía.

Encantado de conocerle, Señor Rosemond. Mi nombre es Paul McMills, y soy abogado del bufete Dermott & McMills. Quisiera hablar con usted y con su madre sobre ciertos documentos que tienen que ver con su padre. Con el permiso de la Señora Rosemond, hemos decidido celebrar este encuentro de inmediato a su vuelta. Comentó el hombre con voz clara y de buen orador.


Archivald saludó al señor McMills. Intentó mostrar su mejor faceta interpretativa al procurar mostrar cara de agrado y asentir, aunque tuvo la sensación de que el abogado (y sobre todo su madre, que le conocía bien) se habían dado cuenta de que estaba fingiendo y que en realidad la situación le resultaba tediosa y agobiante.
Por supuesto, será un placer atenderles, aunque tendrán que explicarme esos tecnicismos legales. La verdad es que esas cosas no se me dan muy bien.

En realidad estaba deseando huir de aquella situación lo antes posible. Además, el tipo acababa de mencionar a su padre, y su recuerdo en su mente fue un brusco golpe emocional que le hizo despertar y regresar de nuevo a la cruda y cruel realidad. Sin embargo, deseaba acabar de una vez con la situación lo antes posible y marcharse, y no quería disgustar a su madre, la cual parecía haber planeado esto con bastante antelación y seguramente le echaría la monserga de siempre si no perdía una hora de su tiempo con aquél asunto.

Cuando vio el panfleto publicitario, y se quedó obnuvilado. Todo lo que había estado pensando quedó en un momento relegado en un rincón apartado de su mente ¿aquello era el escudo familiar?

¿Se encuentra bien Señor Rosemond? Ya le comenté a su madre que quizás necesitaría descansar tras el largo viaje? comentó el abogado, mientras permanecía de pie observándolo.

No... Estoy bien. Disculpa. Madre... Sr. Mc. Mills. Es sólo un segundo. Se dirigió a la asistenta ¿Qué es eso de ahí? ¿Puedo verlo un momento?

Intentó usar sus mejores dotes para conseguir quedarse el panfleto. Hoy estás guapísima Dolores. Este día soleado te sienta muy bien ¿te importa si me quedo con el panfleto? Parece interesante

Aunque lo consiguiera, ahora no podía leerlo, debía ir con los abogados y su madre para ver lo que le contaban, pero se guardaría el panfleto en el bolsillo e intentará desembarazarse del asunto legal lo antes posible.
Esperaba que los abogados no le dieran muchas explicaciones y la cosa acabase rápido. Asentiría a todo lo que dijesen y firmaría los papeles sin apenas mirar lo que pusiera en ellos. Confiaba ciegamente en su madre. Sabía que, gracias a sus estudios si prestase atención seguramente comprendería lo esencial del asunto y podría tomar una decisión al respecto, pero en aquél momento (y sinceramente, después tampoco) no le apetecía escuchar una retahíla de aburridos asuntos legales y económicos. Confiaba en la decisión que hubiera tomado su madre y, aunque ella deseaba que se implicara más en el negocio de su padre, quería alejarse de todo lo que tuviera que ver con su padre lo antes posible, y dedicarse a cualquier otra cosa que apartara de su mente el recuerdo del mismo...

Bueno ¿podemos ir dentro de la casa y acabarcon este asunto de una vez? La verdad es que....
Su madre le lanzó una mirada asesina. Mc Mills puso cara de estupefacción. La verdad es que Archivald se estaba pasando un poco de la ralla.

Luego iría a su habitación y descansaría unas horas. Después de descansar, si había conseguido el panfleto, le echaría un vistazo mientras tomaba algo de comer. Buscaría en el periódico donde sería la subasta, y si no le pediria a Jack que se informara sobre la misma y sobre el objeto familiar en subasta.
Y por último, también deseaba ver a alguna de sus amigas en L.A.
Llamaría a alguna ex por teléfono para quedar para ir a cenar juntos esa noche en algún restaurante junto a la playa. Estaría bastante tiempo hablando con ella por teléfono antes de entrar al asunto. Primero le preguntaría que tal estaba, como le iba el trabajo, si estaba saliendo con alguien ultimamente, etc... Con un poco de suerte, tendría una cita esa misma noche, aunque no deseaba llevársela a la cama, sólo charlar y pasar un rato agradable con una antigua amiga. Aunque claro, tratándose de mujeres, nunca se sabe...
En el tiempo por la tarde desde que la llamara por teléfono hasta la hora de la cita por la noche (si es que lograba convencerla) iría al gimnasio a hacer algo de ejercicio y unos largos en la piscina.
Aunque aquellos que te mueven sean hombres con poder, tú eres el único responsable de tu alma. Cuando comparezcas ante Dios, no puedes decir que otros fueran responsables de tus actos.

Edward Norton , El Reino de los cielos
Isildur
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Re: Páginas en Blanco (Prólogo Archivald Rosemond-Flauves IV)

Mensaje por Isildur »

Los Angeles
Viernes, 20 de Marzo del 2009


Sin mucho esfuerzo, Archivald consiguió que Dolores le entregara la nota que tanto le había llamado la atención, no sin dejarla con un rostro algo sorprendido, que fue rápidamente sustituido por el calor de los piropos del heredero.
Bueno ¿podemos ir dentro de la casa y acabar con este asunto de una vez? La verdad es que.... iba diciendo Archivald, cuando su madre le dejó claro que no siguiera por ahí.

Si había querido irse de vacaciones a un recóndito país en el cuál estar incomunicado, ese era su problema. Lo que no podía pretender era olvidarse de sus deberes como heredero Rosemond-Flauves.
Algo así, era lo que decía su madre a menudo cuando volvía de sus viajes.
Christine, los dos abogados, y Archivald, entraron al inmenso despacho de su padre, donde cómodas butacas de piel servían como asiento.

Los abogados, especialmente McMills, empezaron a desplegar documentos sobre la mesa cuando Christine les dio permiso.
Papeles y más papeles; burocracia.
Bien, Señor Rosemond, como le he informado a su madre, estos documentos son la revisión de los contratos de la empresa Rosemond Investment con sus clientes del grupo Longroad Insurance. Debido a la revisión de los intereses hemos pensado que sería adecuado? iba diciendo McMills, mientras Dermott permanecía en silencio, y asentía con frialdad cuando Archivald le miraba.

?con todo esto, es la mejor opción para que las acciones del grupo Rosemond sigan en su actual valor de beneficios. Terminó por decir el abogado, tras su larga explicación.

Christine se encargó de plasmar su firma en los documentos, hasta que el papeleo llegó a su fin, tras casi una hora.
Pues eso sería todo, Señora Rosemond. Le agradezco su tiempo, y le aseguro que esta era la mejor opción, dadas las circunstancias. Zanjó McMills, que estrechó la mano del heredero, así como la de su madre.
Hizo lo propio su colega, llegados al punto de recoger y marcharse.
Una vez los abogados estuvieron fuera, Christine cerró las puertas del despacho, y miró a su hijo con frialdad.
Han llamado del centro. Dijo, y cuando decía ?centro?, Archivald sabía que se refería al Centro de Salud Mental West California. Parece ser que tu padre sigue igual? dicen que sigue con las pesadillas, pero está estable? Me han comentado que le han escuchado gritar algo en sueños, una palabra que se repite estos últimos días? Rothwell? ¿tienes idea de qué puede ser? Dijo la mujer, que ante la negativa de su hijo, se marchó para seguir con sus numerosos quehaceres.

Tal y como había planeado, Archivald fue a su habitación, y se tumbó en su gran cama, tratando de conciliar el sueño. Pero no podía, la mención a su padre le hacía pensar.
Y lo que pensaba no era otra cosa que estar siguiendo su mismo camino.
Los últimos días, había tenido alguna de aquellas desagradables pesadillas, escenas inconexas que siempre acababan con una escena gris, con gente que gritaba suplicando ayuda.
Por suerte, los continuos viajes, le ayudaban a relajarse y hacer que sus pesadillas menguaran.
Recordó el panfleto que le había dado Dolores, y lo extrajo de su bolsillo para examinarlo.

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Eso era todo lo que contenía el panfleto, además de la foto y un número de teléfono.
Dudando sobre sus siguientes pasos, Archivald se quedó mirando el panfleto.
Cuando había pasado un par de minutos abstraído, la foto parecía cambiar.
Ahora, ya no se veían los objetos expuestos, sino imágenes en movimiento.
Archivald parpadeó, incrédulo.
Eran imágenes de gente, personas que corrían horrorizadas. Una imagen confusa, la silueta de ?algo? parecía ser su verdugo. Era algo abstracto? un cuerpo deformado del que salían? ¿tentáculos?
Archivald se frotó los ojos, pero la imagen seguía allí. Y esa cosa, parecía que le miraba. Le observaba a través de unos ojillos rojos, que parecían amenazarle.
Sintió un escalofrío y soltó el papel.

Cuando lo miró de nuevo, al pie de la cama, volvía a tener la foto habitual, con los objetos expuestos.
La increíble escena, le dio la certeza de que debía relejarse. Así que, tomó su móvil y llamó a Norah, en busca de una cita.
Hey, ¡Archie! ¡Cuánto tiempo! ¿En qué estabas metido? Otra noche sin planes, eh! Tienes suerte, si me llegas a llamar mañana, te hubiera dicho que no. ¿No te acuerdas? Te dije que tenía desfile en París? ¡Pasado mañana me marcho! Okie, quedamos en el Sunset Malibu a las siete y media. Fue la charla que necesitó para convencer a su amiga para cenar juntos en el exclusivo restaurante.

Pasó a hacer algunos ejercicios en el gimnasio de la mansión, se aseó, y se preparó para la cita. Llegada la hora, Arthur estaba listo con el coche.
¿Te llevo o prefieres ir sólo? Preguntó el chófer, que por el aspecto impoluto de Archivald, sospechaba a lo que iba.
Llegó al restaurante donde, como siempre, Norah le hizo esperar unos minutos. La chica, modelo de profesión, era varios años más joven que Archivald, y gozaba de un envidiable físico, con una piel bronceada y un largo cabello castaño, junto con unos rasgos algo exóticos por su ascendencia hawaiana.
La cita se movió por los habituales fueros. Charlas que no importaban mucho a Archivald, fanfarroneadas de su último viaje, y promesas de pasar más ratos como ese.
Ya rondaba la media noche, cuando Norah se levantó, tomando cuidado con su falda.
Creo que es hora de irme? tengo que preparar el equipaje? decía, dejando largos espacios de tiempo para que Archivald la pudiera interrumpir.

Pero Arhivald, empezaba a sentirse extraño. Los camareros que pasaban a su alrededor, los clientes conversando? todos daban vueltas en su cabeza. Sus risas retumbaban en su mente, y pronto se convirtieron en gritos.
Los mismos gritos de sus pesadillas. Los mismos gritos que la imagen del panfleto.
¿Archie? Volvió en sí el heredero, cuando Norah tenía su mano en su hombro.
Algo extraño le estaba sucediendo, y algo le decía que ese panfleto que ahora guardaba doblado en su cartera, podía serle de utilidad.

OR: Una tiradita de Cordura por el "show" del panfleto. Saludos!
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