El Castillo de las Sombras
Moderador: M_C
- andyfaith73
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Re: El Castillo de las Sombras
Adriana
Después de ver como el Vampiro se deshacía en cenizas gracias al ajo de Juan y como Koo le hacía entrega de las joyas, me alegré que nos estuviéramos llevando mejor. Después de todo era necesario si queríamos salir con vida.
-Bien hecho Juan- le dije dándo una pequeña palmada en su hombro.
Luego seguí a Koo por el pasillo al que se dirigía. Estaba bastante mejor aunque todavía tenía algo de miedo. Pero me imagino que es simplemente natural.
Después de ver como el Vampiro se deshacía en cenizas gracias al ajo de Juan y como Koo le hacía entrega de las joyas, me alegré que nos estuviéramos llevando mejor. Después de todo era necesario si queríamos salir con vida.
-Bien hecho Juan- le dije dándo una pequeña palmada en su hombro.
Luego seguí a Koo por el pasillo al que se dirigía. Estaba bastante mejor aunque todavía tenía algo de miedo. Pero me imagino que es simplemente natural.
Re: El Castillo de las Sombras
Cuando os acercais a la puerta esta gira por sí sola.
Estáis contemplando un vasto salón del trono, enmarcado por columnas de granito negro y cuyos muros están asimismo revestidos de granito. Tras cada columna hay un grueso hachón encendido de color azabache y de dos metros de altura. Los hachones despiden un aroma pesado, dulzón y malsano a incienso. Tras las columnas cuelgan pesados paños de terciopelo castaño. Al final de las columnas se alza un estrado de granito hasta llegar a un enorme trono de granito groseramente desbastado. A los pies del trono están dos de los más fieros y negros sabuesos que hayais visto nunca. Sabuesos que os miran malévolamente con ojos salvajes. Y en el trono se sienta un hombre alto, de negros cabellos y negra barba que viste ropajes negros, sueltos y pesados.
La amenaza se cierne sobre él como una tormenta.
?Bienvenidas, personitas ?vocifera la figura que hay en el trono?. Creo que queríais verme.
¡¡Es él!! ¡¡¡Teneis frente a vosotros al propio hechicero Ansalom!!!
________________________
La pelea se dividira en dos partes, primero debeis matar a los sabuesos y cuando estos mueran entonces podreis luchar contra el hechicero Ansalom
Estáis contemplando un vasto salón del trono, enmarcado por columnas de granito negro y cuyos muros están asimismo revestidos de granito. Tras cada columna hay un grueso hachón encendido de color azabache y de dos metros de altura. Los hachones despiden un aroma pesado, dulzón y malsano a incienso. Tras las columnas cuelgan pesados paños de terciopelo castaño. Al final de las columnas se alza un estrado de granito hasta llegar a un enorme trono de granito groseramente desbastado. A los pies del trono están dos de los más fieros y negros sabuesos que hayais visto nunca. Sabuesos que os miran malévolamente con ojos salvajes. Y en el trono se sienta un hombre alto, de negros cabellos y negra barba que viste ropajes negros, sueltos y pesados.
La amenaza se cierne sobre él como una tormenta.
?Bienvenidas, personitas ?vocifera la figura que hay en el trono?. Creo que queríais verme.
¡¡Es él!! ¡¡¡Teneis frente a vosotros al propio hechicero Ansalom!!!
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- andyfaith73
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Re: El Castillo de las Sombras
Adriana
De pronto, cuando las puertas se abrieron, vimos al hechicero en persona. El causante de todos nuestros sufrimientos, junto a unos sabuesos negros, con ojos diabólicos que nos miraban con malicia.
-¡Juan, Koo, es él! ¡Cuidado con esos perros!- les dije a mis amigos.
Fijé mi atención en el perro más cercano que tuviera, iba a hechar la bola de fuego pero antes me acerqué lateralmente a mis amigos y dije, rápida y quedamente:
-Tenemos que hacer una táctica de ataque, ahora mismo...
De pronto, cuando las puertas se abrieron, vimos al hechicero en persona. El causante de todos nuestros sufrimientos, junto a unos sabuesos negros, con ojos diabólicos que nos miraban con malicia.
-¡Juan, Koo, es él! ¡Cuidado con esos perros!- les dije a mis amigos.
Fijé mi atención en el perro más cercano que tuviera, iba a hechar la bola de fuego pero antes me acerqué lateralmente a mis amigos y dije, rápida y quedamente:
-Tenemos que hacer una táctica de ataque, ahora mismo...
Re: El Castillo de las Sombras
Koo sonrió al ver al que se suponía debía ser Amsalom. Adriana sugirió hacer una táctica de ataque.
- Claro que si, veamos que tal mago es... Bola de fuego!.
- Claro que si, veamos que tal mago es... Bola de fuego!.
» "Nunca discutas con un estúpido. Te hará descender a su nivel, y ahí te ganará por experiencia." -- Mark Twain.
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Re: El Castillo de las Sombras
-Quizás sería el momento de intentar negoc...-comenzó Juan, pero le interrumpió el grito de Koo al lanzar el hechizo. Suspiró, dándose cuenta de que ya no podrían hablar, y gritó-¡Dedo de Fuego!-apuntando a uno de los perros.
Re: El Castillo de las Sombras
Koo corre hacia el hechicero Ansalom, pero los perros le cortan el camino, lanza una bola de fuego, que sale de su mano y se dirige al hechicero, pero termina fulminando a los dos perros.
?¡Mis sabuesos! ?chilla el hechicero Ansalom?. ¡Has matado a mis sabuesos!
Y se pone en pie de un salto, tendiendo las manos hacia adelante y mascullando un salvaje
sortilegio.
Juan lanza un rayo de fuego que va directo al hechicero Ansalom, pero este parece ni inmutarse
?¡Mis sabuesos! ?chilla el hechicero Ansalom?. ¡Has matado a mis sabuesos!
Y se pone en pie de un salto, tendiendo las manos hacia adelante y mascullando un salvaje
sortilegio.
Juan lanza un rayo de fuego que va directo al hechicero Ansalom, pero este parece ni inmutarse
- Cato.the.Elder
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Re: El Castillo de las Sombras
Ahora estaban frente a frente con el hechicero.En un instante instante, todo el camino recorrido para llegar allí pasó frente a sus ojos (Como si me estuviera muriendo, pensó): el otro hechicero secuestrándole, los días de soledad, escapando de jabalíes, guardias y monstruos, y cayendo en trampa tras trampa, su reunión con Adriana y los chicos, la Dama del Lago, la muerte de Eric, la llegada de Koo, la desaparición de Giourkas...
En fin...
-¡¡Bola de Fuego!!
En fin...
-¡¡Bola de Fuego!!
Re: El Castillo de las Sombras
Koo reia... ahora el archimago parecia enfadado y se preparaba para lanzar un conjuro terrible sobre la oriental.
- Bien, al menos eso servira de distraccion para mis amigos. - murmuro.
- No eres un hechicero Amsalom, eres un charlatan de verbo florido. A mi no me engañas. Bola de fuego!!!.
offtopic
PD´En caso de no disponer de bolas de fuego, lo que sale es un dedo de fuego.
- Bien, al menos eso servira de distraccion para mis amigos. - murmuro.
- No eres un hechicero Amsalom, eres un charlatan de verbo florido. A mi no me engañas. Bola de fuego!!!.
offtopic
PD´En caso de no disponer de bolas de fuego, lo que sale es un dedo de fuego.
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- andyfaith73
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Re: El Castillo de las Sombras
Adriana
Las cosas se precipitaron. Estaba hablando de una táctica de ataque cuando la oriental usó una bola de fuego contra el sabueso y Juan, a su vez, lanzó la propia. No sé cómo bien sucedió, pero la cuestión es que ambos perros estaban muertos y el hechicero nos declaró con rabia:
Mis sabuesos! ¡Has matado a mis sabuesos!
En ese momento un sortilegio sale de su boca. Tiemblo al pensar el poder que va a lanzarnos y busco algún lugar donde cubrirme.
-¡Chicos, cuidado!- grito y mientras todo se desata con rapidez, apunto al hechicero y digo con fuerza.
-Bola de Fuego...
Luego trato de ver si el frasco que me llevé del laboratorio puede servir para algo mirándolo mejor.
Las cosas se precipitaron. Estaba hablando de una táctica de ataque cuando la oriental usó una bola de fuego contra el sabueso y Juan, a su vez, lanzó la propia. No sé cómo bien sucedió, pero la cuestión es que ambos perros estaban muertos y el hechicero nos declaró con rabia:
Mis sabuesos! ¡Has matado a mis sabuesos!
En ese momento un sortilegio sale de su boca. Tiemblo al pensar el poder que va a lanzarnos y busco algún lugar donde cubrirme.
-¡Chicos, cuidado!- grito y mientras todo se desata con rapidez, apunto al hechicero y digo con fuerza.
-Bola de Fuego...
Luego trato de ver si el frasco que me llevé del laboratorio puede servir para algo mirándolo mejor.
Re: El Castillo de las Sombras
Koo lanza la ultima bola de fuego que le queda causándole un gran daño al hechicero Ansalom.
Juan había lanzado también una bola de fuego, pero esta vez no había pillado a Ansalom desprevenido, y con un solo gesto de su mano, la bola desapareció.
Adriana escondiéndose donde puede lanza otra bola de fuego que junto con la de koo consigue matar al hechicero Ansalom.
Cuando os alzáis triunfantes en el centro del destrozado salón del trono, atrae vuestra atención un pequeño sonido que procede de detrás del propio trono. Investigáis. Allí no hay nada. Pero fue indudablemente un ruido. Examináis la pared.¡Habéis encontrado una puerta secreta! Cuando la losa de granito se desliza hacia atrás, sabeis con seguridad que los peldaños que descienden sólo pueden conducir a un lugar, la prisión en donde el malvado hechicero (ahora difunto) retenía a la valiente Reina Ginebra.
Un cuervo, que volaba a gran altura sobre los campos de cereales al sur de
GLASTONBURY TOR, se sobrecogió ante la súbita aparición de estandartes en las torres de Camelot. Allí estaba el pabellón del Rey y el pendón de combate de la Tabla Redonda y las oriflamas de cada conde, duque y caballero de importancia. Ondeaban también las banderas nacionales de Wessex, de Sussex y de Essex, e incluso había un estandarte romano (aunque despojado de su orgullo desde que Arturo expulsó a los romanos). Pero lo que importaba más, allí ondeaba a altura superior a la del propio pabellón del Rey, el dorado gallardete de la Reina. Esto hubiera sido muy extraño en cualquier otra circunstancia, pero hasta el más oscuro y rudo campesino sabía lo que significaba ahora... y se alegraba.
El cuervo, a la manera de los de su especie, había volado a la búsqueda de granos. Pero a la vista de aquel espectáculo describió un giro y voló hacia el norte para revolotear sobre el propio Camelot.
¡Qué visión la de allá abajo! Nunca se había conocido tal movimiento, tanta excitación. En el propio castillo había sido convocada toda la guardia, cuyas armaduras resplandecían a fuerza de pulirlas. Cada hombre formaba en su puesto como si fuera una estatua. En torno de ellos iban y venían los criados igual que hormigas, una corriente que entraba y otra que salía del enorme comedor en los evidentes preparativos de una fiesta. Y fiesta grande a juzgar por la abundancia de víveres y vinos que eran acarreados al comedor.
Había también considerable actividad en el palenque, como si estuvieran disponiendo el
campo para una justa o incluso para todo un torneo. Las tribunas eran adornadas con gallardetes y colgaduras; sacaban de las cuadras a los grandes caballos y los conducían para que hicieran un poco de ejercicio antes de poner sobre ellos sus paramentos almohadillados y sus arreos. Los escuderos se afanaban en abrillantar lanzas, mazas y espadas como si el mismo futuro del reino dependiera de su brillantez.
De algún lugar de las profundidades del castillo, ahogados y distorsionados por el grosor de los muros, surgían extraños sonidos como los gemidos de dolor de algunos animales, clara indicación de que los bardos afinaban sus instrumentos en preparación para alguna gran celebración musical. Laúdes, flautas, arpas y bandurrias competían con campanillas y tambores de la sección de percusión en una cacofonía que aparentemente jamás desaparecería para dar paso a notas armónicas.
Y mientras esto sucedía en el propio Camelot, aún era mayor la actividad en el camino que conducía al castillo. Una vasta multitud se alineaba a uno y otro lado a lo largo de más de medio kilómetro, contenida tan sólo gracias a la constante atención de fatigados senescales. Corrían éstos de acá para allá para empujar a un campesino que pugnaba por adelantarse, a una mujer curiosa o para ahuyentar bandadas de bribonzuelos que, colándose entre las piernas de sus mayores, irrumpían en el camino despejado.
En la puerta principal se había bajado el puente levadizo y alzado el rastrillo. Dos filas de trompeteros, ataviados con sus prendas más abigarradas, formaban firmes, medio alzados ya sus instrumentos que despedían al sol dorados reflejos.
En el mismo puente levadizo, resplandeciente con toda su armadura, la gran espada
Excalibur al costado, estaba el Rey de barba castaña y anchos hombros, subido sobre un corcel magníficamente engualdrapado. Tras él, fila tras fila, revestidos de sus armaduras, alzadas las viseras, tremolando a la brisa las plumas permanecían todos los caballeros de la Orden de la Tabla Redonda, tensos y alegres, con la expectación pintada en cada rostro.
De repente, a lo lejos, la multitud comenzó a vitorear. Era un sonido que crecía y se hinchaba, sin detenerse nunca pero cada vez más próximo, como una enorme ola marina. El Rey se adelantó y olvidando la dignidad real, medio se alzó sobre sus estribos para ver mejor.
Un convoy de cardenales, revestidos de la púrpura romana, emergió del castillo para ocupar su puesto al lado del rey, y tras ellos se situaron los monjes descalzos y de hábitos pardos de la abadía.
Los vítores eran más fuertes, más próximos. Como en respuesta a una oculta señal, los trompeteros se llevaron sus instrumentos a los labios. Y aguardaron. Los vítores se trocaron en un rugido, un grito salvaje de alegría que se alzaba hacia el profundo azul del cielo. Se inició la trompetería y su volumen fue tal que incluso conmovió a los grandes caballos de guerra. El Rey Arturo perdió la paciencia y apremió a su montura para que se adelantara.
En aquel instante asomó por la última curva del camino la propia Reina Ginebra, orgullosa y erguida sobre un nervioso y caracoleante corcel. De sus bridas tiraba una figura diminuta y delgada que vestía un justillo de piel de dragón y portaba una ancha espada, la cual, a juzgar por su apariencia, podría haber sido imagen de la propia espada del Rey.
?¡Ginebra! ?rugió la multitud?. ¡Ginebra!
Lo veis todo desde el cielo como si ustedes fueran el cuervo, de pronto todo da vueltas y aparecéis en vuestras casas, justo como antes de desaparecer. Al mirar os dais cuenta que la mochila que os dio Merlín seguís llevándola, con el dinero y las gemas encontradas.(si alguien lo intenta no tiene magia)
Juan había lanzado también una bola de fuego, pero esta vez no había pillado a Ansalom desprevenido, y con un solo gesto de su mano, la bola desapareció.
Adriana escondiéndose donde puede lanza otra bola de fuego que junto con la de koo consigue matar al hechicero Ansalom.
Cuando os alzáis triunfantes en el centro del destrozado salón del trono, atrae vuestra atención un pequeño sonido que procede de detrás del propio trono. Investigáis. Allí no hay nada. Pero fue indudablemente un ruido. Examináis la pared.¡Habéis encontrado una puerta secreta! Cuando la losa de granito se desliza hacia atrás, sabeis con seguridad que los peldaños que descienden sólo pueden conducir a un lugar, la prisión en donde el malvado hechicero (ahora difunto) retenía a la valiente Reina Ginebra.
Un cuervo, que volaba a gran altura sobre los campos de cereales al sur de
GLASTONBURY TOR, se sobrecogió ante la súbita aparición de estandartes en las torres de Camelot. Allí estaba el pabellón del Rey y el pendón de combate de la Tabla Redonda y las oriflamas de cada conde, duque y caballero de importancia. Ondeaban también las banderas nacionales de Wessex, de Sussex y de Essex, e incluso había un estandarte romano (aunque despojado de su orgullo desde que Arturo expulsó a los romanos). Pero lo que importaba más, allí ondeaba a altura superior a la del propio pabellón del Rey, el dorado gallardete de la Reina. Esto hubiera sido muy extraño en cualquier otra circunstancia, pero hasta el más oscuro y rudo campesino sabía lo que significaba ahora... y se alegraba.
El cuervo, a la manera de los de su especie, había volado a la búsqueda de granos. Pero a la vista de aquel espectáculo describió un giro y voló hacia el norte para revolotear sobre el propio Camelot.
¡Qué visión la de allá abajo! Nunca se había conocido tal movimiento, tanta excitación. En el propio castillo había sido convocada toda la guardia, cuyas armaduras resplandecían a fuerza de pulirlas. Cada hombre formaba en su puesto como si fuera una estatua. En torno de ellos iban y venían los criados igual que hormigas, una corriente que entraba y otra que salía del enorme comedor en los evidentes preparativos de una fiesta. Y fiesta grande a juzgar por la abundancia de víveres y vinos que eran acarreados al comedor.
Había también considerable actividad en el palenque, como si estuvieran disponiendo el
campo para una justa o incluso para todo un torneo. Las tribunas eran adornadas con gallardetes y colgaduras; sacaban de las cuadras a los grandes caballos y los conducían para que hicieran un poco de ejercicio antes de poner sobre ellos sus paramentos almohadillados y sus arreos. Los escuderos se afanaban en abrillantar lanzas, mazas y espadas como si el mismo futuro del reino dependiera de su brillantez.
De algún lugar de las profundidades del castillo, ahogados y distorsionados por el grosor de los muros, surgían extraños sonidos como los gemidos de dolor de algunos animales, clara indicación de que los bardos afinaban sus instrumentos en preparación para alguna gran celebración musical. Laúdes, flautas, arpas y bandurrias competían con campanillas y tambores de la sección de percusión en una cacofonía que aparentemente jamás desaparecería para dar paso a notas armónicas.
Y mientras esto sucedía en el propio Camelot, aún era mayor la actividad en el camino que conducía al castillo. Una vasta multitud se alineaba a uno y otro lado a lo largo de más de medio kilómetro, contenida tan sólo gracias a la constante atención de fatigados senescales. Corrían éstos de acá para allá para empujar a un campesino que pugnaba por adelantarse, a una mujer curiosa o para ahuyentar bandadas de bribonzuelos que, colándose entre las piernas de sus mayores, irrumpían en el camino despejado.
En la puerta principal se había bajado el puente levadizo y alzado el rastrillo. Dos filas de trompeteros, ataviados con sus prendas más abigarradas, formaban firmes, medio alzados ya sus instrumentos que despedían al sol dorados reflejos.
En el mismo puente levadizo, resplandeciente con toda su armadura, la gran espada
Excalibur al costado, estaba el Rey de barba castaña y anchos hombros, subido sobre un corcel magníficamente engualdrapado. Tras él, fila tras fila, revestidos de sus armaduras, alzadas las viseras, tremolando a la brisa las plumas permanecían todos los caballeros de la Orden de la Tabla Redonda, tensos y alegres, con la expectación pintada en cada rostro.
De repente, a lo lejos, la multitud comenzó a vitorear. Era un sonido que crecía y se hinchaba, sin detenerse nunca pero cada vez más próximo, como una enorme ola marina. El Rey se adelantó y olvidando la dignidad real, medio se alzó sobre sus estribos para ver mejor.
Un convoy de cardenales, revestidos de la púrpura romana, emergió del castillo para ocupar su puesto al lado del rey, y tras ellos se situaron los monjes descalzos y de hábitos pardos de la abadía.
Los vítores eran más fuertes, más próximos. Como en respuesta a una oculta señal, los trompeteros se llevaron sus instrumentos a los labios. Y aguardaron. Los vítores se trocaron en un rugido, un grito salvaje de alegría que se alzaba hacia el profundo azul del cielo. Se inició la trompetería y su volumen fue tal que incluso conmovió a los grandes caballos de guerra. El Rey Arturo perdió la paciencia y apremió a su montura para que se adelantara.
En aquel instante asomó por la última curva del camino la propia Reina Ginebra, orgullosa y erguida sobre un nervioso y caracoleante corcel. De sus bridas tiraba una figura diminuta y delgada que vestía un justillo de piel de dragón y portaba una ancha espada, la cual, a juzgar por su apariencia, podría haber sido imagen de la propia espada del Rey.
?¡Ginebra! ?rugió la multitud?. ¡Ginebra!
Lo veis todo desde el cielo como si ustedes fueran el cuervo, de pronto todo da vueltas y aparecéis en vuestras casas, justo como antes de desaparecer. Al mirar os dais cuenta que la mochila que os dio Merlín seguís llevándola, con el dinero y las gemas encontradas.(si alguien lo intenta no tiene magia)
- Cato.the.Elder
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Re: El Castillo de las Sombras
Con el paso del tiempo, muchas veces Juan tenía la tentación de pensar que todo había sido un sueño, pero en su armario guardaba la mochila con la monedas de oro, las gemas, y el resto del equipo. Hasta que se echó a perder del todo, guardó con mucho cariño esa media cabeza de ajo que les había salvado la vida.
Se preguntaba por las chicas, si serían reales, y dónde estarían. Se preguntaba también por Giourkas, si seguiría allí, perdido en el laberinto, o habría podido regresar sano y salvo; y si Eric había muerto de verdad, o, del alguna manera, había podido escapar y regresar a casa.
A veces buscaba por internet, intentando encontrar a alguno de sus compañeros de viaje. Incluso creó una página web sobre su aventura, pensando que así llamaría su atención. Pero el tiempo pasaba, ellas no aparecían, y sólo esa mochila mugrienta le aseguraba que aquello sucedió.
Se preguntaba por las chicas, si serían reales, y dónde estarían. Se preguntaba también por Giourkas, si seguiría allí, perdido en el laberinto, o habría podido regresar sano y salvo; y si Eric había muerto de verdad, o, del alguna manera, había podido escapar y regresar a casa.
A veces buscaba por internet, intentando encontrar a alguno de sus compañeros de viaje. Incluso creó una página web sobre su aventura, pensando que así llamaría su atención. Pero el tiempo pasaba, ellas no aparecían, y sólo esa mochila mugrienta le aseguraba que aquello sucedió.
- andyfaith73
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Re: El Castillo de las Sombras
Adriana
El malvado hechicero fue destruído gracias a la conjunción de nuestros ataques, abracé a Koo y luego a Juan con un gritito de júbilo cuando, sentimos un ruido. De pronto, en la pared, aparece la puerta secreta. Bajamos los peldaños de la escalera, sé que abajo debe haber algo importante pero mi alegría se desborda cuando compruebo que se trata de la Reina Ginebra. Hemos logrado salvarla, no podría haber tenido mejor final.
La gente festejó el regreso de su reina y yo lo ví todo como si estuviera volando en el cielo. Las personas vitoreaban, había bardos preparando sus instrumentos, guardias conteniendo a la inmensurable cantidad de gente, sacerdotes que se juntaban con el Rey. Todos estaban felices. Ví más, mucho más, cosas que quedarían grabadas en mi memoria para siempre y entonces... todo se desdibujó... se hizo borroso... sentí como un tirón y aparecí delante de mi mesa de rol, junto con los amigos de toda la vida, Daniel y Sabrina que estaban esperando que continuara mi historia.
- Darla, estás delante de un enorme castillo, el viento frío de la tarde te hace volar el cabello, sólo se escuchan el volar de algunas aves en el espeso bosque del cual has salido-había terminado de decir pero esta vez seguía en la habitación, con ambos mirándome con cara rara.
Tuve que contenerme mucho ya que eran demasiadas emociones, por un lado quería abrazarlos pero ellos no entenderían por qué, por otro pensé en Juan, Koo y Eric... el pobre de Eric, también pensé en Giourkas. En todos ellos, ¿serían reales como yo? ¿Dónde vivirían?
-¿Qué pasa, Adri?- me preguntó Sabrina.
-Nada... nada, simplemente es que me metí en la partida- dije tapando la mentira con media verdad y seguí roleando.
El malvado hechicero fue destruído gracias a la conjunción de nuestros ataques, abracé a Koo y luego a Juan con un gritito de júbilo cuando, sentimos un ruido. De pronto, en la pared, aparece la puerta secreta. Bajamos los peldaños de la escalera, sé que abajo debe haber algo importante pero mi alegría se desborda cuando compruebo que se trata de la Reina Ginebra. Hemos logrado salvarla, no podría haber tenido mejor final.
La gente festejó el regreso de su reina y yo lo ví todo como si estuviera volando en el cielo. Las personas vitoreaban, había bardos preparando sus instrumentos, guardias conteniendo a la inmensurable cantidad de gente, sacerdotes que se juntaban con el Rey. Todos estaban felices. Ví más, mucho más, cosas que quedarían grabadas en mi memoria para siempre y entonces... todo se desdibujó... se hizo borroso... sentí como un tirón y aparecí delante de mi mesa de rol, junto con los amigos de toda la vida, Daniel y Sabrina que estaban esperando que continuara mi historia.
- Darla, estás delante de un enorme castillo, el viento frío de la tarde te hace volar el cabello, sólo se escuchan el volar de algunas aves en el espeso bosque del cual has salido-había terminado de decir pero esta vez seguía en la habitación, con ambos mirándome con cara rara.
Tuve que contenerme mucho ya que eran demasiadas emociones, por un lado quería abrazarlos pero ellos no entenderían por qué, por otro pensé en Juan, Koo y Eric... el pobre de Eric, también pensé en Giourkas. En todos ellos, ¿serían reales como yo? ¿Dónde vivirían?
-¿Qué pasa, Adri?- me preguntó Sabrina.
-Nada... nada, simplemente es que me metí en la partida- dije tapando la mentira con media verdad y seguí roleando.