El Violín Rojo

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Magegg
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El Violín Rojo

Mensaje por Magegg »

Esto lo escribió mi hermano hace mucho tiempo, y siempre me encantó:


EL VIOLÍN ROJO


Un día, mucho tiempo hace, fue fabricado un violín. No era un violín cualquiera, pues estaba hecho de madera de sauce llorón, cortada de los pantanos lúgubres de la Tierra de los Muertos, en una noche de luna nueva. Lo talló un hechicero resentido, practicante de la nigromancia y poseedor de los secretos de las almas torturadas. Para hacer el cuello del instrumento usó madera de ataúd, fue de hueso el arco, y cabellos arrancados de vírgenes degolladas eran sus cuerdas, dorada una como la luz del día, roja otra como el fuego del infierno, castaña la tercera como la tierra mojada, y negra la última, del color del vacío donde las almas vagan sin poder regresar a este mundo y poder llegar al otro. Durante días trabajó este hechicero, y las noches se sucedían, cómplices mudas del trabajo de aquel hombre que igual capturaba la belleza de las lágrimas de amor, que los lamentos de las almas que no encontrarán la paz hasta el Día del Juicio. Dentro de él las ánimas entraban, depositando sus recuerdos, quedando atrapadas bajo la piel del mago, forzadas a transmitirle el amor, la soledad y la ira que aún contenían. Y fue una noche de luna llena que terminó el trabajo exterior y continuó con la última parte. Grabó ilegibles runas y pronunció palabras oscuras, llamando a los demonios, juntando a todas las almas de la Tierra de los Muertos, a aquellas que vagan aún sin encontrar descanso, y las encerró en ese violín. Tomó entonces una negra daga, forrada de piel de serpiente, y parándose frente al fuego eterno la enterró en su pecho, cayendo la sangre sobre el violín. De esta manera transfirió su negra alma al instrumento, y con ella los recuerdos y esencias de aquellas que bajo su piel había enterrado. Con sus últimas fuerzas tomó una brocha mojada en sangre y cubrió con ella enteramente el violín a modo de barniz, de contenedor de las emociones, y su último aliento se encargó de secarlo.


Entonces quiso la desgracia que, después de mucho tiempo, pasase por allí un bardo o juglar, perdido. Había ido a parar a aquél lugar siguiendo una liebre que habría de ser su cena, pero el animal se había refugiado dentro de un casa cuya podrida puerta habíale servido de entrada. Vio el hombre humo en la chimenea y, pensando que dentro podría pedir comida o donde pasar la noche, traspasó el umbral y hallóse con el cadáver seco y sin pudrir del brujo negro. Años hacía que las llamas ardían y no parecían bajar su intensidad. El polvo y las telarañas cubrían piso y paredes. Queriendo escapar de aquél lugar iba el desdichado a aproximarse a la puerta, cuando su mirada se topó con el violín. Rojo, brillante y de buena madera, resultaba cautivador. ?Este pobre hombre ya no lo necesitará, y tal vez pueda con él procurarme unas monedas? pensó ?el lugar está abandonado, y no creo que nadie lo eche en falta?. Así que lo guardó cuidadosamente en su morral de cuero y salió de aquél pantanal.


Al día siguiente, caminando por la campiña, divisó a lo lejos un pueblito, y pensando que podría allí ganarse unas monedas, dirigió sus pasos hacia él. Al llegar a la plaza sacó su flauta, tocando la alegre tonada que un pastor de cabras le enseñara, luego su arpa, comprada en un lejano puerto que en su juventud había visitado, y haciéndose acompañar por sus cuerdas entonó un cántico de alabanza a los dioses. Fue inútil, pues el territorio de ese pueblo pertenecía a un tirano ante el cual todo aquél que de sus tierras y pobladores recibiera beneficio debía pagar impuesto. Así pues, los dioses sólo pudieron oír la mitad de su melodía, siendo esta cortada por el sonido de la guardia del señor. Inútil fue su intención de cobrar algún dinero al bardo, pues el pobre nada poseía sino lo que encima llevaba, y así fue como el bardo fue a parar al sótano de la abadía mas próxima.


Triste por su suerte el bardo estaba, a más de hambriento, y al oír los cánticos de los monjes y las profundas notas del órgano lo invadió la tristeza, la soledad y el recuerdo de su pueblo, del cual había salido mucho tiempo atrás. Movido por el sentimiento, sacó de nuevo la flauta y volcó sus penas en ella. Las notas flotaban, tristes y cansadas, y con estas penas a cuestas llegaron a los oídos del abad, que encerrado en su celda meditaba sobre la pobreza del mundo mientras bebía de su Cáliz de oro. Las piedras de su anillo brillaban con la mortecina luz de la tarde, derramando luces sobre sus brocados y su capa de armiño púrpura. Y fue entonces que el abad, movido por la curiosidad, caminó por la abadía entera, pasando por las cocinas donde se horneaba el faisán para la cena, luego por la capilla, donde los marcos de oro de las pinturas multiplicaban la luz de los candelabros de plata y oro que, adornados con diamantes, iluminaban la imagen donde Jesucristo el humilde, cubierto solo con una manta, moría en la agonía de los pobres. Gente pobre que en la villa residía estaba también allí, cubiertos de sucios harapos, piojosos algunos, malolientes otros, y al oír el dulce sonido de la flauta creyeron que eran las trompetas de los ángeles que venían por fin, anunciando el fin de los azotes, el fin del hambre, la enfermedad y el sufrimiento. Y desta guisa quedaron algunos postrados frente al Cristo, y los otros de rodillas, y los que así no hicieron cayeron muertos en medio de la sala, con una sonrisa en sus labios.


Detúvose el abad a contemplarlos unos segundos, y continuó caminando por los sótanos, siguiendo el sonido de la flauta, hasta llegar al calabozo del bardo. Asomóse por la reja de la puerta, haciendo un sonido que alertó al bardo. ?No os preocupéis, hijo, y seguid tocando? dijo con voz plácida y dulce. ?No puedo, padre? se quejó aquél ?no puedo porque vacío está mi estómago, seca mi garganta y húmedos mis ojos de tanto llorar. Igual de húmeda es esta celda, y triste mi alma. No es modo ese de seguir tocando, porque ¿cómo cantar la belleza del Sol, cuando no se ven sino las penumbras??


Entonces el abad se puso serio, y enojado dijo ?Tocarás, por que este mundo del que disfrutas fue creado por el Altísimo, y el don del que gozas te fue dado por Él para agradar a los que tus penas comparten. Si lo que quieres es salir de aquí, tendrás que tocar. Y no solo para mí, sino para el gobernante de estas tierras, y para el de las tierras vecinas, que está de visita.? Y habiendo dicho así salió de la celda, no sin antes prometer que le sería dada una audiencia con el gobernante. Una miserable cena le fue servida al anochecer, mientras olía en el aire el faisán de la cena del carcelero, y el dulce aroma del vino fue reemplazado por un agua amarga que le fue dada en un sucio vaso de madera. Solo el frío le sirvió de abrigo esa noche, y las ratas compartieron su cama.


A la mañana siguiente se le ofreció un baño caliente, un poco de pan con queso y una túnica de algodón, con la cual debía presentarse ante la corte. Luego fue conducido ante los señores, y frente a trono cantó, tocó la flauta y bailó. El tirano no quedó conforme, y entonces le pidió que compusiera una canción sobre su tierra. Y entonces el bardo dijo ?Señor, su reino no es digno siquiera de tres notas de mi flauta, pues está lleno de armados perros que, a la menor orden de esos buitres de negras plumas y blancos cuellos caen sobre el inocente y lo destrozan para hartarse de su sangre, mientras los buitres comen del fruto del trabajo de otros y guardan las partes menos buenas para sus perros y las mejores para halagar a la rata que los gobierna?.


El tirano monta en cólera, roja tornase su cara y blancos sus puños, y por esa osadía y esa humillación manda dar cien azotes al bardo. Temerosa está la gente en la plaza, y al tiempo orgullosa de aquél que ha dicho lo que todos piensan pero nadie dice. Viene el verdugo (otro admirador, pero obligado por su deber al fin y al cabo), y tomando el látigo lo levanta en el aire. Al quinto golpe brota la sangre, y para el décimo hallábase ya el potro cubierto de ella. Apenas puede el pobre soportar los cien sin desmayarse, y entonces es liberado por el verdugo. Su viejo y ajado morral de cuero es depositado frente al él, pero no lo nota.


Abandonan todos la plaza entonces, a excepción de una mujer y su hija. Con cuidado lo levantan, lo llevan a su casa y curan sus heridas. Dos días permanece inconsciente. El tercer día despierta. El sol está en su cenit. Una pobre sopa hierve en una olla puesta al fuego. La niña juega afuera, mientras la mujer barre y tararea. Rubia es ella, y su cara está marcada por el tiempo, la tristeza y las desgracias. Aún así, sus ojos son distintos. En sus ojos está la esperanza y la alegría por la vida. Todo esto ve el bardo de un solo vistazo, pues para el alma de un artista un vistazo es suficiente. Cuando se recupera, emprende el viaje de nuevo. La mujer le da un poco de comida. No es mucha, pero es todo lo que pueden darle. La niña le ha dado una guirnalda de flores, un beso y una mirada de admiración.


Camina el hombre por la campiña, cazando lo que puede y vendiendo su arte a cambio de techo y comida. Bebe en los arroyos y duerme bajo las estrellas. La tierra se va volviendo más dura y áspera a medida que se aproxima a las montañas, y al cruzar una de ellas cae enfermo. La garganta le quema. Las piernas apenas le obedecen. Encuentra una cueva, prepara un fuego y se sienta sobre una roca. No quiere morir sin ver de nuevo su patria, pero habrá que resignarse. Hay luna llena.


En los cielos se ve una nube, y en esta nube está posado un ángel. Él sabe el origen del violín. Este violín no ha sido nunca tocado, sus cuerdas no han emitido sonido alguno (todavía), pero sabe que el bardo lo tocará esta noche. Hay regocijo también en los infiernos. El alma de este artista es apreciada en todos lados, y todos quieren hacerse con ella.


En efecto, el bardo saca cuidadosamente el violín de un estuche de cuero, y acomodándolo entre hombro y mentón se dispone a estrenarlo, cuando ve una sombra. Esta sombra se desvanece luego, pero él siente su aliento fétido junto al oído izquierdo. La voz le murmura al oído una sola palabra: ?DOLOR?


Entonces surgen imágenes en su mente, y el aire se llena de una violenta y rápida melodía, cargada de odio, tristeza, añoranza y dolor. Y la música se oye a muchas leguas de distancia, y hace temblar la tierra y soplar el viento, y las almas atrapadas en el violín cantan con voces oscuras, y gritan y lloran y gruñen. Y la música hace llorar a la gente, y provoca la inquietud de los animales y hace que las piedras suelten lágrimas de las que se forman manantiales enteros.


Y el corazón de la tierra se ablandó, y los castillos cayeron. La luna se puso del color de la sangre. Lobos invisibles aullaban a la distancia. Y las lágrimas caían de los ojos del artista, se acumulaban en sus mejillas y caían a sus pies. Entonces abrió la boca, y cantó. Cantó las desgracias y las penas, cantó el encierro y los azotes, cantó el odio a aquellos que se llenan de riquezas sin importarles el sino de los pobres. Y el cielo se llenó de negras nubes, y los rayos cayeron, y las piedras se rajaron y se abrió la tierra. El fuego comienza a salir de aquél abismo.


A punto está el hombre de terminar con sus males y arrojarse al infierno, cundo ve por el rabillo del ojo una brillante luz. La luz desapareció, pero sentía su aliento fresco junto al oído derecho. La voz murmura entonces una sola palabra: ?Alegría?.


Y el hombre detiene el arco a la mitad de un compás, y espera. Su mente le muestra imágenes de la niña, su casa, la guirnalda de flores, la tierra del artista, y entonces cambia el ritmo. Ahora es un canto alegre, y las voces del violín se apaciguan, y ahora cantan la alegría de la vida y la calidez del sol, y la voz del bardo se les une, y canta la frescura del agua y la tranquilidad del campo. Y su canción habla de las noches de luna en las que los amantes se reúnen bajo los árboles. Y las nubes se parten para dejar pasar a la luna llena, luminosa y bella, y los árboles florecen y los animales se acuestan a escucharlo en la fina hierba cubierta de rocío. Y flota la paz y la alegría en la montaña, y la voz del hombre y las voces del violín son lo único que se escucha. La fresca brisa arrastra las suaves y dulces notas hasta ciudades de los reinos vecinos, haciendo a los niños dormir tranquilos, a los hombres soñar con su hogar y a las jóvenes con sus enamorados.

Entonces de entre las nubes sale un rayo de luz que baña al bardo. Sus dolores se calman, la fiebre desaparece. Se siente rodeado de una calidez extraña. El violín empieza a brillar. Luces salen de su cubierta. Brilla como el oro, como los diamantes, como los espejos. La cubierta roja se vuelve azul. Las cuerdas hechas de cabello se parten en dos. El arco se siente pesado. El bardo no puede más y lo deja caer, junto con el violín. El violín entonces brilla con luz cegadora, se pone blanco. Sus contornos desaparecen. Las voces de las almas atrapadas empiezan a sonar, quedo primero, fuerte después y las almas brillan y vuelan hacia la luz en el cielo unidas en un bello cántico.


Al amanecer, un guardabosques encuentra al bardo, aún con vida. Sus piernas están heladas, sus manos rígidas y su piel azul. En sus labios amoratados solo se ve una sonrisa, y una lágrima congelada hay en sus ojos. Solo puede decir ?Mi obra maestra?. Y expira.
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