[u]Jerjes - Una tarde tranquila
Marrón se agitaba nervioso mientras Jerjes lo cepillaba. El corcel aún era joven y no estaba acostumbrado a ser montado, y el asirio se tomaba con paciencia aquel adiestramiento. Herarcas, su señor, había pagado una suma importante por el caballo a una familia de los muzamah, y por ello deseaba que Jerjes lo convirtiese en el mejor caballo de monta posible. El problema para Jerjes era que dado que el corcel era un magnífico semental, no podía ser castrado. Y de ahí, que Marrón fuese de difícil monta y de fuerte carácter. Le llevaría al menos otro medio año lograr que Marrón aceptara otros jinetes que no fueran él mismo, pero se sentía con ánimo para ello.
Poniéndose derecho, le dio una palmada a Marrón y miró una última vez que la cuerda que lo ataba estuviese bien anudada. No quería que Marrón se soltase como había hecho la semana anterior, cuando el relinchar de una de las yeguas del establo en mitad de la noche despertó a la mitad de la casa de Herarcas. Cuando Jerjes llegó al establo con Maneos, uno de los sirvientes de la casa, encontraron a Marrón junto a la yegua. Probablemente en unos meses verían si la había preñado.
Jerjes se acercó al ala de los sirvientes, y se detuvo en el abrevadero. Tenía las manos llenas de sudor de caballo, y aprovechó para lavárselas un poco y para lavarse la cara. También aprovechó para estirar la pierna. Habían pasado diecinueve años desde que una lanza le dejase la rodilla hecha añicos, pero la rodilla seguía igual de tocada. Hacer fuerza con ella para subyugar al caballo no era sencillo para Jerjes, y la tenía dolorida del esfuerzo. Tomando un poco de agua, se la mojó para sentir el fresco de ésta en ella y aliviar un poco el entumecimiento de los músculos.
La tarde estaba siendo de lo más tranquila, y eso era de agradecer. La ciudad de Sardes llevaba unas semanas tensa por los rumores que corrían por las calles, y Jerjes había aprendido mucho tiempo atrás que los rumores a menudo eran el primer síntoma del conflicto, como el volar bajo de las aves anunciaba la tempestad. Emisarios del rey habían estado moviéndose con fuertes escoltas hacia las tierras de los nómadas, y se decía que dos de los emisarios habían sido asesinados. El regreso de uno de ellos sano y salvo disipó los rumores, pero el otro seguía sin regresar a Sardes, y la gente de la calle no estaba tranquila. El miedo a una guerra civil era evidente.
Jerjes no acababa de entender, sin embargo, qué llevaba al reino de Lidia aquella tensión. El rey gobernaba bien, y su campaña militar de cinco años atrás había sido un éxito con el apoyo de las mismas tribus nómadas que ahora se decía amenazaban la integridad del reino. No le habría preocupado en exceso, de no ser porque él servía a uno de los señores fieles al discutido rey Alyattes. Impopular por estar casado con su hermana, el rey había logrado calmar las cosas con las casas nobles gracias a los apoyos sembrados por su padre y por su amistad con muchos de los hombres ricos de Lidia. Incluso su campaña con Esmirna cinco años atrás había sido un rotundo éxito, si bien Mileto se resistía a ser tomada. Jerjes esperaba que todo se calmara en breve. Ya lo había perdido todo en una guerra, y lo había pasado muy mal durante mucho tiempo. Que un importante comerciante de Sardes como era Herarcas se fijase en él para cuidar su caballeriza, había sido un golpe de suerte. Con el ejército asirio desbandado, los mercenarios no tullidos eran muy numerosos en los reinos vecinos, y para sobrevivir se vendían barato. Jerjes no podía siquiera venderse por un poco de pan. No por su rodilla. Así que cuando tres años atrás entró al servicio de Herarcas, sintió que su suerte al fin empezaba a cambiar.
El olor a pan recién hecho hizo reaccionar al asirio. Su estómago estaba bien vacío, y sin prisa pero sin pausa se acercó a las cocinas donde Aneth estaba sacando media docena de magníficas hogazas hechas con harina de trigo del horno de leña. La joven cilicia sonrió con timidez al ver entrar al asirio, que se sentó a la mesa y se acercó una jarra con vino para llenarse un vaso.
Jerjes: ¿Qué hay para cenar, Aneth?
Aneth: Merianna ha traido un par de calabazas del mercado, y las he estado desmenuzando esta tarde para hacer puré. También hay alubias con una picada que he hecho con ajo, cebollas y pimientos, y un poco de aceite griego.
Jerjes alzó una ceja, sorprendido.
Jerjes: ¿Has puesto en la comida de los sirvientes aceite del señor Herarcas? Aneth...
Pero Aneth rió despreocupada y se encogió de hombros.
Aneth: Él tiene mucho, y su hijo pronto traerá un cargamento entero. No le importará.
Jerjes no dijo más, y tras cenar el puré y las alubias, se levantó de la mesa para ir a dar una vuelta por la ciudad. Aneth le miró otra vez con esa sonrisa tan suya, y a Jerjes no le pasó desapercibida. Mientras salía de la casa, pensó que si él no fuera un tullido que le doblaba la edad a la niña, quizás Aneth sería un día una buena esposa.
Una esposa...
Echando mano de su bolsillo, sacó algunas monedas de cobre. No eran muchas, pero le servirían para saciar su sed esa noche y algunas más. Quizás si apostaba ganaría algo, pero no lo tenía claro. La última vez ya había perdido el doble de lo que se había dicho a sí mismo que apostaría, y no quería repetir aquella desagradable experiencia. Así que con paso tranquilo y apoyado en un pequeño bastón de madera, Jerjes se dispuso a pasar unas horas tranquilo.
Instrucciones para el turno: tienes libertad para crear el lugar en el que Jerjes pasará la noche, así como lo que hará con su noche. Dado que este es un turno de prólogo para ver cómo es Jerjes e irlo dibujando, te dejo entera libertad para decidir lo que le sucede: puede ganar una pequeña suma de dinero, puede decidir pasar la noche con una prostituta para aliviar su soledad, puede irse a beber con algunos amigos... Sea lo que sea lo que decidas que haga, lo dejo en tus manos. También eres libre de dar vida a los lugares por los que pase Jerjes, sea una taberna, mercado, plaza...
El próximo turno se centrará más en su vida "laboral" y su relación con su señor (no es un esclavo) y los demás siervos de la casa donde trabaja.
Reto (+30% de experiencia): Crea un par de amig@s - o más si lo deseas - de Jerjes, conocidos suyos ajenos al trabajo y a la familia a la que sirve. Interacciona con ellos, para que se vea vuestra relación, por ejemplo mediante alguna anécdota conjunta de algo que hiciesen en el pasado, mientras comparten vino por ejemplo.
Prólogo (Jerjes)
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Prólogo (Jerjes)
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Re: Miss Bennet (Jerjes)
Jerjes - Una tarde tranquila
Jerges con paso seguro, y tranquilo salio por el portón trasero de la casa de Herarcas, sin duda la cena le había sentado muy bien, después de un día duro,?todavía quedaban claros en el cielo y las lumbres de la calle empezaban a arder, olía a humo y leña seca? el viento levantaba el polvo de la calle, y por las albercas el agua corría hacia los jardines de la casa de Herarcas.
No había dejado el muro de la casa tras sus espaldas, cuando por detrás de acerca alguien a todo correr?
-Viejo cojo,? espera,?.
Jerges se para en seco,? no le hace falta girarse para imaginarse a Utba a todo correr calle arriba sujetándose las ropas como una mujerzuela barata,y rojo como una lombriz?.
-Acaso llegas tarde alguna parte Utba?... jejeje.. Contesto Jerges
- Si al mismo sitio que tu, apestas a caballo por cierto,
- Y tu apestas a ti,?. Utba?y eso no se quita con ninguna grasa conocida...
( Responde sarcástico y profundo el tullido)
Utba, era mozo de Boulus un ganadero de Sardes que se dedicaba a la cría y matanza de ovejas,.. Criaban ganado y lo vendían en el mercado. Utba era de la edad de Jerges,? eso si, mas orondo, mas rojo y mas calvo.
Jerges lo conoció cuando su señor lo mandaba a por las carnes para la cocina,?Aneth muchas veces el acompañaba en el carro y era ella quien elegía el cabrito. De eso hacia ya un año.
Los dos fueron en dirección a una de las tabernas de Sardes, la del viejo Nabil, estaba alejada del centro de la plaza del mercado, como escondida de las miradas capciosas... era lo suficientemente cochambrosa, los clientes lo suficientemente cotidianos y el vino lo suficientemente malo, como para pasar una buena noche, por pocas monedas.
Lindando con la taberna había un prostíbulo, sitio intimo, oscuro y poco sucio como para pasar un buen rato.
Jerges no gustaba que le vieran en demasía por el prostíbulo,? y eran escasas veces las que hacia uso de el. Cuando va,? siempre coge cita con una mujer asiría como él, que le resulta lo suficientemente agradecida, y placentera como para volver. Quizás esa prostituta fuera lo mas parecido a una esposa que podría tener nunca,..Aneth le saciaba el estomago, y Lieth, saciaba su soledad carnal,? en fin,? quizás era una ventaja sobre otros hombres,? quienes sus esposas son mas tozudas que una penca.
La taberna era la planta baja de una modesta choza de adobe naranja, con pilares de madera dentro y barriles apilados en la pared donde el viejo Nabil guardaba el vino que el mismo hacia en el sótano a la fresca.
Las mesas estaba casi ocupadas, y había mucha algarabía,?.Afortunadamente la mesa mas cercana a los barriles de vino estaba desierta,.. Utba se apresuro a sentarse,? mientras Jerges le hizo una señal al Viejo Nabil con el bastón,.. y al momento, el viejo salio al paso con una jarra y dos vasos.
El algunas mesas los mas viejos todavía jugaban al Semet, que venia de antaño y del extranjero?otros al Ur..y el resto apostaban a cualquier tontería.
Jerges jugaba al Ur,.. y no se le daba mal,..
Pero antes debía calentar el gaznate,.. y hacer callar a la pierna, que ha esas horas de la noche comenzaba a protestar como una vieja gruñona. Quizás después de jugar y apostar algo al Ur,? y si Utba no estaba lo suficientemente borracho para acompañarlo,.. Haría una visita a Lieth.
Todo dependeria de la noche.
..................................................................................................
( Espero no haberme liado mucho la manta,.. si es escaso dimelo,... ok?)
Jerges con paso seguro, y tranquilo salio por el portón trasero de la casa de Herarcas, sin duda la cena le había sentado muy bien, después de un día duro,?todavía quedaban claros en el cielo y las lumbres de la calle empezaban a arder, olía a humo y leña seca? el viento levantaba el polvo de la calle, y por las albercas el agua corría hacia los jardines de la casa de Herarcas.
No había dejado el muro de la casa tras sus espaldas, cuando por detrás de acerca alguien a todo correr?
-Viejo cojo,? espera,?.
Jerges se para en seco,? no le hace falta girarse para imaginarse a Utba a todo correr calle arriba sujetándose las ropas como una mujerzuela barata,y rojo como una lombriz?.
-Acaso llegas tarde alguna parte Utba?... jejeje.. Contesto Jerges
- Si al mismo sitio que tu, apestas a caballo por cierto,
- Y tu apestas a ti,?. Utba?y eso no se quita con ninguna grasa conocida...
( Responde sarcástico y profundo el tullido)
Utba, era mozo de Boulus un ganadero de Sardes que se dedicaba a la cría y matanza de ovejas,.. Criaban ganado y lo vendían en el mercado. Utba era de la edad de Jerges,? eso si, mas orondo, mas rojo y mas calvo.
Jerges lo conoció cuando su señor lo mandaba a por las carnes para la cocina,?Aneth muchas veces el acompañaba en el carro y era ella quien elegía el cabrito. De eso hacia ya un año.
Los dos fueron en dirección a una de las tabernas de Sardes, la del viejo Nabil, estaba alejada del centro de la plaza del mercado, como escondida de las miradas capciosas... era lo suficientemente cochambrosa, los clientes lo suficientemente cotidianos y el vino lo suficientemente malo, como para pasar una buena noche, por pocas monedas.
Lindando con la taberna había un prostíbulo, sitio intimo, oscuro y poco sucio como para pasar un buen rato.
Jerges no gustaba que le vieran en demasía por el prostíbulo,? y eran escasas veces las que hacia uso de el. Cuando va,? siempre coge cita con una mujer asiría como él, que le resulta lo suficientemente agradecida, y placentera como para volver. Quizás esa prostituta fuera lo mas parecido a una esposa que podría tener nunca,..Aneth le saciaba el estomago, y Lieth, saciaba su soledad carnal,? en fin,? quizás era una ventaja sobre otros hombres,? quienes sus esposas son mas tozudas que una penca.
La taberna era la planta baja de una modesta choza de adobe naranja, con pilares de madera dentro y barriles apilados en la pared donde el viejo Nabil guardaba el vino que el mismo hacia en el sótano a la fresca.
Las mesas estaba casi ocupadas, y había mucha algarabía,?.Afortunadamente la mesa mas cercana a los barriles de vino estaba desierta,.. Utba se apresuro a sentarse,? mientras Jerges le hizo una señal al Viejo Nabil con el bastón,.. y al momento, el viejo salio al paso con una jarra y dos vasos.
El algunas mesas los mas viejos todavía jugaban al Semet, que venia de antaño y del extranjero?otros al Ur..y el resto apostaban a cualquier tontería.
Jerges jugaba al Ur,.. y no se le daba mal,..
Pero antes debía calentar el gaznate,.. y hacer callar a la pierna, que ha esas horas de la noche comenzaba a protestar como una vieja gruñona. Quizás después de jugar y apostar algo al Ur,? y si Utba no estaba lo suficientemente borracho para acompañarlo,.. Haría una visita a Lieth.
Todo dependeria de la noche.
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Jerjes - Ur, vino y rosas
[u]Jerjes (1'5 px) - Ur, vino y rosas
Annio el fenicio miraba con cautela el movimiento de Jerjes. El asirio se sabía con una ligera ventaja, pero no podía descuidarse. Había visto una abertura en el juego de Annio, y creía poder explotarla bien para llevarse la ronda, la última de la noche.
Las dos primeras se las había llevado Jerjes, pero el amor propio del fenicio había quedado herido y se había pedido una segunda revancha que había culminado con dos victorias de éste, quizás porque Jerjes se había relajado, quizás porque el vino le había enturbiado los sentidos. Pero después de su primera derrota Jerjes no había probado ni gota, y al fin su mente empezaba a sentirse despejada de nuevo. Si se fijaba bien en los movimientos de Annio, si controlaba sus fichas negras, podría lanzar las suyas hacia el otro lado del tablero y llevarse el juego.
Hizo su jugada bajo la atenta mirada de un Utba algo cocido que no hacía sino asentir. Siempre asentía. Utba no era un hombre muy listo, y Jerjes sabía bien que siempre asentía ante los movimientos de otros en el ur para hacer creer a los demás que era un poco más lúcido de lo que realmente era. Con delicadeza, pues, Jerjes deslizó la ficha y llegó hasta el fondo del tablero comprometiendo las posiciones de Annio, y el fenicio dejó escapar un pequeño lamento que denotaba que no había visto aquella jugada. Jerjes se sonrió. Ya lo tenía.
Cuatro movimientos más tarde, una procesión de fichas blancas ocupaba el lado de Annio, y Jerjes se llevaba la victoria y las monedas de cobre que había sobre la mesa.
Jerjes: Bien jugado - mintió el asirio -. Bueno, creo que es ya hora de irme.
Annio: Tres a dos. Justa victoria tuya, asirio. Me quedé sin dinero, así que también me iré a descansar.
Annio se levantó pesadamente, y se fue hacia donde estaba Nabil para pagarle con sus últimas monedas la jarra de vino de la noche. Jerjes por su parte tomó las monedas ganadas, y las contó. Once cobres y una de bronce. Le sobrarían cinco o seis cobres si iba a ver a Lieth, y su entrepierna se tensó expectante de una noche que llevaba bastantes días esperando.
Utma: Sí, creo que yo... - Utma se tambaleó un momento al levantarse, pero enseguida recuperó el equilibrio -. Yo me iré a dormir. El amo me quiere trabajando a canto de gallo por la mañana. Todo este jaleo del ataque a Mileto es una pesadez.
Jerjes: ¿No quieres venir a la casa roja? - le replicó desanimado Jerjes.
Sin Utma a su lado, ir solo al prostíbulo le pesaba.
Utma: Otra noche será, amigo. El ejército necesita comer, y el envío de ganado al campamento de Mileto o sale mañana, o el rey tendrá a sus propios hombres rebelándose en su contra por tener el estómago vacío...
Utma rió amargamente, luego regurjitó y tosió un par de veces. Sus pulmones no sonaban bien desde hacía ya algunas semanas, pensó Jerjes, pero no dijo nada. Inclinó la cabeza asintiendo, y dejó que Utma se marchase. Luego, se levantó dejando una moneda de cobre por su jarra de vino y se despidió de la parroquia.
Sus pasos lentos le llevaron delante de la casa roja, aunque el color rojo de la puerta pasaba casi desapercibido en la cerrada oscuridad de las calles de Sardes. Tiró de la aldaba y le abrió Magga, que en silencio le hizo pasar.
Magga: Hacía unas cuantas noches que no te veíamos el pelo, Jerjes - musitó cerrando la puerta la prostituta, no sin cierto deje risueño -. Creí que habrías encontrado una esposa.
Jerjes: ¿Está Lieth? - fue la seca respuesta del asirio.
Magga: La noche estaba tranquila, así que subió a echarse un rato. Ahora la llamo.
Bien, como supongo que debes tener las opos a la vuelta de la esquina, turno sencillito para seguir conociendo a Jerjes y su carácter. El turno esencialmente es para conocerle, de modo que debería cubrir lo que queda de noche y su regreso a casa para poder trabajar por la mañana.
Como comentas que tiene un cierto vínculo con Lieth, una conversación con ella tendría bastante interés para saber cosas de Jerjes.
Reto (+20% de experiencia): En la conversación con Lieth, introducir tanto una sensación de familiaridad con Lieth, como alguna preocupación tanto de ella como de Jerjes. Algo en línea con los pensamientos para el futuro de éste estaría bien.
Información adicional: en estos momentos, hace una semana que la expedición de este año para tomar Mileto ha salido hacia esa ciudad griega. Para más información al respecto, consulta el trasfondo de la partida que escribí (era de los últimos trasfondos, creo).
Annio el fenicio miraba con cautela el movimiento de Jerjes. El asirio se sabía con una ligera ventaja, pero no podía descuidarse. Había visto una abertura en el juego de Annio, y creía poder explotarla bien para llevarse la ronda, la última de la noche.
Las dos primeras se las había llevado Jerjes, pero el amor propio del fenicio había quedado herido y se había pedido una segunda revancha que había culminado con dos victorias de éste, quizás porque Jerjes se había relajado, quizás porque el vino le había enturbiado los sentidos. Pero después de su primera derrota Jerjes no había probado ni gota, y al fin su mente empezaba a sentirse despejada de nuevo. Si se fijaba bien en los movimientos de Annio, si controlaba sus fichas negras, podría lanzar las suyas hacia el otro lado del tablero y llevarse el juego.
Hizo su jugada bajo la atenta mirada de un Utba algo cocido que no hacía sino asentir. Siempre asentía. Utba no era un hombre muy listo, y Jerjes sabía bien que siempre asentía ante los movimientos de otros en el ur para hacer creer a los demás que era un poco más lúcido de lo que realmente era. Con delicadeza, pues, Jerjes deslizó la ficha y llegó hasta el fondo del tablero comprometiendo las posiciones de Annio, y el fenicio dejó escapar un pequeño lamento que denotaba que no había visto aquella jugada. Jerjes se sonrió. Ya lo tenía.
Cuatro movimientos más tarde, una procesión de fichas blancas ocupaba el lado de Annio, y Jerjes se llevaba la victoria y las monedas de cobre que había sobre la mesa.
Jerjes: Bien jugado - mintió el asirio -. Bueno, creo que es ya hora de irme.
Annio: Tres a dos. Justa victoria tuya, asirio. Me quedé sin dinero, así que también me iré a descansar.
Annio se levantó pesadamente, y se fue hacia donde estaba Nabil para pagarle con sus últimas monedas la jarra de vino de la noche. Jerjes por su parte tomó las monedas ganadas, y las contó. Once cobres y una de bronce. Le sobrarían cinco o seis cobres si iba a ver a Lieth, y su entrepierna se tensó expectante de una noche que llevaba bastantes días esperando.
Utma: Sí, creo que yo... - Utma se tambaleó un momento al levantarse, pero enseguida recuperó el equilibrio -. Yo me iré a dormir. El amo me quiere trabajando a canto de gallo por la mañana. Todo este jaleo del ataque a Mileto es una pesadez.
Jerjes: ¿No quieres venir a la casa roja? - le replicó desanimado Jerjes.
Sin Utma a su lado, ir solo al prostíbulo le pesaba.
Utma: Otra noche será, amigo. El ejército necesita comer, y el envío de ganado al campamento de Mileto o sale mañana, o el rey tendrá a sus propios hombres rebelándose en su contra por tener el estómago vacío...
Utma rió amargamente, luego regurjitó y tosió un par de veces. Sus pulmones no sonaban bien desde hacía ya algunas semanas, pensó Jerjes, pero no dijo nada. Inclinó la cabeza asintiendo, y dejó que Utma se marchase. Luego, se levantó dejando una moneda de cobre por su jarra de vino y se despidió de la parroquia.
Sus pasos lentos le llevaron delante de la casa roja, aunque el color rojo de la puerta pasaba casi desapercibido en la cerrada oscuridad de las calles de Sardes. Tiró de la aldaba y le abrió Magga, que en silencio le hizo pasar.
Magga: Hacía unas cuantas noches que no te veíamos el pelo, Jerjes - musitó cerrando la puerta la prostituta, no sin cierto deje risueño -. Creí que habrías encontrado una esposa.
Jerjes: ¿Está Lieth? - fue la seca respuesta del asirio.
Magga: La noche estaba tranquila, así que subió a echarse un rato. Ahora la llamo.
Bien, como supongo que debes tener las opos a la vuelta de la esquina, turno sencillito para seguir conociendo a Jerjes y su carácter. El turno esencialmente es para conocerle, de modo que debería cubrir lo que queda de noche y su regreso a casa para poder trabajar por la mañana.
Como comentas que tiene un cierto vínculo con Lieth, una conversación con ella tendría bastante interés para saber cosas de Jerjes.
Reto (+20% de experiencia): En la conversación con Lieth, introducir tanto una sensación de familiaridad con Lieth, como alguna preocupación tanto de ella como de Jerjes. Algo en línea con los pensamientos para el futuro de éste estaría bien.
Información adicional: en estos momentos, hace una semana que la expedición de este año para tomar Mileto ha salido hacia esa ciudad griega. Para más información al respecto, consulta el trasfondo de la partida que escribí (era de los últimos trasfondos, creo).
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Re: Miss Bennet (Jerjes)
La casa roja, era una casa que muy a pesar de lo que debiera parecer, esa noche estaba tranquila,?unas escaleras de maderas ancladas en la pared de adobe, subían sinuosas hacia un segundo piso con pasillo ancho. Antes de subir Jerges dejó en la mesa de la entrada tres monedas de cobre, que Magga no desdeño en cuanto Jerges hubo dado la vuelta.
Jerges se situó ante la puerta del fondo, y llamó con tres leves golpes en la madera, que traslucía algo de su interior por las vetas vacías.
La habitación era bastante oscura y Lieth yacía tumbada, aun así podía percibirse su escaso tamaño, y su diminuta cintura. Pelo negro enmarañado en los plieges del camastro, y aquellas telas transparentes no por caras, sino por usadas y sobadas por los clientes.
Jerges: Buenas noches.
Jerges cerro la puerta con cuidado y se sentó en una silla cercana al camastro?
Lieth se dio la vuelta revirando su mirada,? y entornando los ojos contesto.
Lieth: Umm, tu aquí! Hace tiempo que me preguntaba donde andabas metido?pensé que algún loco te habría reclutado para ir a Mileto?
Jerges: Porque dices eso insensata?.?
Lieth: Quien sabe,? reclutan a a jóvenes casi niños,.. quizás al rey se le hayan acabado, y lleve a la guerra a los tullidos? un día de estos ya solo nos faltara ir a nosotras?Suspito Lieth.
Jerges: Mujer tienes unas cosas?si te oyeran decir eso te degollarían?
Lieth: Y si otros supiesen a que te dedicabas en el pasado,.. también lo harían contigo
Jerges: maldición de mujer!!!
Lieth, no solo era mujer,? sino altiva y cínica,? quizás era eso lo que más le gustaba a Jerges,.. no podía mantener la lengua quieta,.. quizás presa de algún maleficio o de algun dios,.. no sabia como se las apañaba? por su boca salian siempre disparates. Jerges fue muy descuidado cuando una de las veces que frecuentaba a lieth,.. vino lo suficientemente borracho como para empezar a hablar de su condición de soldado,? Lieth lo enmaraño, toda una noche repasando sus heridas y donde se las había hecho. Y claro Jerges ebrio de vino canto como alondra al amanecer?
Desde entonces,? siempre yace con ella. No sabe si por confianza o por desconfianza,.. quizás por ambas. O quizás porque es la única persona con la que puede recordar abiertamente lo que era, a lo que se dedicaba. Muchas noches,?Jerges le explicaba a Lieth como cogia el arco, o como blandía las correas de las bestias con la boca para alcanzar las flechas sujetas a la alforja de su espalda,.. de los amigos del ejercito,.. de las rondas nocturnas aburridas si no fuese por las jarras de vino y las malas compañías.
Incluso del primer hombre que mato , o de su Padre, ? que aunque jamás le procuro atención paterna,.. hizo lo suficiente como para meterle en el ejercito, algo de lo que le estaría siempre agradecido.
Lieth se levanto, y rodeo la silla donde se sentaba Jerges, se inclino sobre su espalda y todos sus cabellos revueltos se desplegaron sobre su pecho.
Lieth: Me encantan tus brazos,? lo sabes.
Le susurro por detrás de la oreja mientras le desvestía?
Pero Jerges pensaba,? en Mileto,.. ¡si! estaban de campaña, si no fuera por?.. cual gracia seria la de volver a montar a caballo, esos caballos que cuida y lava,?volver a sentir el viento en la cara y el silbido de las flechas en su oreja,? la misma que ocupaba en esos momentos la humeda lengua de Lieth.
Lieth para Jerges era el volver a resurgir, el sentirse joven, soldado y poderoso, el elixir de volver a la guerra de ser el cazador y no la presa.
Lieth era el lugar en el mundo donde Jerges era él.
Jerges rodeo con sus manos la péqueña cintura de Lieth y la sentó en su regazo,.. Agarro su pelo con fuerza y la beso,...
Jerges : Crees realmente que soy un TULLIDO?
Mientras con la otra mano la agarra de la mandíbula y se levanta de la silla?
Jerges: Crees que un tullido podría apretar tu cara y hacerla añicos con la fuerza de una sola mano?
El brillo de los ojos de Jerges cambia,? su mano se retuerce, como los ojos Lieth,.. que apenas puede hablar y el gesto de su cara se torna desesperado mientras con sus frágiles manos araña las de Jerges. Dado el dolor que la inflige la deja sostenida en el aire tan solo sujeta por la mandíbula.
Sus pies se arremolinaban pero no llegaban a las tablas.
Jerges: Sabes que soy, quien soy,...? puedo ser tu verdugo, Tu muerte puedo hacer de ti lo que quiera...
Si !!la fuerza seguía en el,..y su espíritu no había muerto entre el abono de los caballos,?
Jerges aligero la fuerza de su mano, y empujo a Lieth contra la pared... tiro el bastón a la izquierda,.., y desgarro sus vestiduras con una sola mano,.. mientras la sugetaba la cara con la otra.
Jerges: Sabes lo que es un soldado?, lo sabes?
Golpeo a Lieth en la cara,...
Lieth: Que te pasa,... lo siento,.. yo no queria...
La mujer no paraba de llorar... y aunque se resistia, los brazos de Jerges no la dejaban moverse, de su boca salpicada brotaba algo de sangre...fue entonces cuando soltó bruscamente a Lieth en el camastro, mientras separaba sus piernas que atraia hacia si cogidas con las manos, como quien blande las correas de un potro.
Jerges: TULLIDO Esa palabra esta prohibida? !!! Lo has entendido Lieth!!!.
No había amanecido, cuando Jerges con algo de resaca se levanto, se vistió y marcho de la casa roja. Dejando a Lieth durmiendo
Algo aquella noche le había sobrecogido, como si alguna especie de animal rabioso le saltara del pecho cuando oyó esa palabra de Lieth,? tan solo era una prostituta,.. pero la palabra Tullido de aquella boca sonó como mil puñales .
Ni siquiera sabría si volvería a ver a Lieth,.. lo dudaba mucho, no creo que ella quisiera recibirle,? era la primera vez que la había forzado ... aunque para Jerges no era la primera vez que tomaba por la fuerza a una mujer.
Bajaba a la calle pensativo,.. miraba su pierna? miraba sus manos.. seria el vino?, o quizás el soldado que Jerges llevaba dentro estaba despertando?Se sentía aliviado, y pesadumbrado pero Lieth le habia enfadado?
Al llegar a los muros de la casa un olor a comida despertó sus apetitos,? y pensó en Aneth en la cocina, y en los caballos que de seguro ya le estaban esperando?
Jerges se situó ante la puerta del fondo, y llamó con tres leves golpes en la madera, que traslucía algo de su interior por las vetas vacías.
La habitación era bastante oscura y Lieth yacía tumbada, aun así podía percibirse su escaso tamaño, y su diminuta cintura. Pelo negro enmarañado en los plieges del camastro, y aquellas telas transparentes no por caras, sino por usadas y sobadas por los clientes.
Jerges: Buenas noches.
Jerges cerro la puerta con cuidado y se sentó en una silla cercana al camastro?
Lieth se dio la vuelta revirando su mirada,? y entornando los ojos contesto.
Lieth: Umm, tu aquí! Hace tiempo que me preguntaba donde andabas metido?pensé que algún loco te habría reclutado para ir a Mileto?
Jerges: Porque dices eso insensata?.?
Lieth: Quien sabe,? reclutan a a jóvenes casi niños,.. quizás al rey se le hayan acabado, y lleve a la guerra a los tullidos? un día de estos ya solo nos faltara ir a nosotras?Suspito Lieth.
Jerges: Mujer tienes unas cosas?si te oyeran decir eso te degollarían?
Lieth: Y si otros supiesen a que te dedicabas en el pasado,.. también lo harían contigo
Jerges: maldición de mujer!!!
Lieth, no solo era mujer,? sino altiva y cínica,? quizás era eso lo que más le gustaba a Jerges,.. no podía mantener la lengua quieta,.. quizás presa de algún maleficio o de algun dios,.. no sabia como se las apañaba? por su boca salian siempre disparates. Jerges fue muy descuidado cuando una de las veces que frecuentaba a lieth,.. vino lo suficientemente borracho como para empezar a hablar de su condición de soldado,? Lieth lo enmaraño, toda una noche repasando sus heridas y donde se las había hecho. Y claro Jerges ebrio de vino canto como alondra al amanecer?
Desde entonces,? siempre yace con ella. No sabe si por confianza o por desconfianza,.. quizás por ambas. O quizás porque es la única persona con la que puede recordar abiertamente lo que era, a lo que se dedicaba. Muchas noches,?Jerges le explicaba a Lieth como cogia el arco, o como blandía las correas de las bestias con la boca para alcanzar las flechas sujetas a la alforja de su espalda,.. de los amigos del ejercito,.. de las rondas nocturnas aburridas si no fuese por las jarras de vino y las malas compañías.
Incluso del primer hombre que mato , o de su Padre, ? que aunque jamás le procuro atención paterna,.. hizo lo suficiente como para meterle en el ejercito, algo de lo que le estaría siempre agradecido.
Lieth se levanto, y rodeo la silla donde se sentaba Jerges, se inclino sobre su espalda y todos sus cabellos revueltos se desplegaron sobre su pecho.
Lieth: Me encantan tus brazos,? lo sabes.
Le susurro por detrás de la oreja mientras le desvestía?
Pero Jerges pensaba,? en Mileto,.. ¡si! estaban de campaña, si no fuera por?.. cual gracia seria la de volver a montar a caballo, esos caballos que cuida y lava,?volver a sentir el viento en la cara y el silbido de las flechas en su oreja,? la misma que ocupaba en esos momentos la humeda lengua de Lieth.
Lieth para Jerges era el volver a resurgir, el sentirse joven, soldado y poderoso, el elixir de volver a la guerra de ser el cazador y no la presa.
Lieth era el lugar en el mundo donde Jerges era él.
Jerges rodeo con sus manos la péqueña cintura de Lieth y la sentó en su regazo,.. Agarro su pelo con fuerza y la beso,...
Jerges : Crees realmente que soy un TULLIDO?
Mientras con la otra mano la agarra de la mandíbula y se levanta de la silla?
Jerges: Crees que un tullido podría apretar tu cara y hacerla añicos con la fuerza de una sola mano?
El brillo de los ojos de Jerges cambia,? su mano se retuerce, como los ojos Lieth,.. que apenas puede hablar y el gesto de su cara se torna desesperado mientras con sus frágiles manos araña las de Jerges. Dado el dolor que la inflige la deja sostenida en el aire tan solo sujeta por la mandíbula.
Sus pies se arremolinaban pero no llegaban a las tablas.
Jerges: Sabes que soy, quien soy,...? puedo ser tu verdugo, Tu muerte puedo hacer de ti lo que quiera...
Si !!la fuerza seguía en el,..y su espíritu no había muerto entre el abono de los caballos,?
Jerges aligero la fuerza de su mano, y empujo a Lieth contra la pared... tiro el bastón a la izquierda,.., y desgarro sus vestiduras con una sola mano,.. mientras la sugetaba la cara con la otra.
Jerges: Sabes lo que es un soldado?, lo sabes?
Golpeo a Lieth en la cara,...
Lieth: Que te pasa,... lo siento,.. yo no queria...
La mujer no paraba de llorar... y aunque se resistia, los brazos de Jerges no la dejaban moverse, de su boca salpicada brotaba algo de sangre...fue entonces cuando soltó bruscamente a Lieth en el camastro, mientras separaba sus piernas que atraia hacia si cogidas con las manos, como quien blande las correas de un potro.
Jerges: TULLIDO Esa palabra esta prohibida? !!! Lo has entendido Lieth!!!.
No había amanecido, cuando Jerges con algo de resaca se levanto, se vistió y marcho de la casa roja. Dejando a Lieth durmiendo
Algo aquella noche le había sobrecogido, como si alguna especie de animal rabioso le saltara del pecho cuando oyó esa palabra de Lieth,? tan solo era una prostituta,.. pero la palabra Tullido de aquella boca sonó como mil puñales .
Ni siquiera sabría si volvería a ver a Lieth,.. lo dudaba mucho, no creo que ella quisiera recibirle,? era la primera vez que la había forzado ... aunque para Jerges no era la primera vez que tomaba por la fuerza a una mujer.
Bajaba a la calle pensativo,.. miraba su pierna? miraba sus manos.. seria el vino?, o quizás el soldado que Jerges llevaba dentro estaba despertando?Se sentía aliviado, y pesadumbrado pero Lieth le habia enfadado?
Al llegar a los muros de la casa un olor a comida despertó sus apetitos,? y pensó en Aneth en la cocina, y en los caballos que de seguro ya le estaban esperando?
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Jerjes - Orgullo de soldado
[u]Jerjes (4'25 px) - Orgullo de soldado
El suave aroma del caldo reconfortó la resaca de Jerjes, y el puré de garbanzos untado en el pan llenó su rugiente estómago. Aneth estaba en silencio pelando unas cebollas en un rincón de la cocina, canturreando una cancioncilla que le gustaba susurrar cuando estaba tranquila. Viéndola de aquel modo, Jerjes se dio cuenta que a Aneth la veía apenas como a una niña, y quizás eso era aún: una niña que desconocía las duras verdades de la vida.
La mañana se presentaba tranquila y sin sorpresas. Sus caballos se arremolinaron alrededor del comedero cuando arrojó la paja y algunas manzanas, y aprovechó el rato que estuvieron comiendo con tranquilidad para cepillarlos y comprobar sus herraduras. Encontró en una de las yeguas un clavo que se había salido un poco, y que se clavaba en la tierra cuando caminaba. Con paso tranquilo, salió de los establos para ir a buscar un martillo con el que asegurar el clavo, y fue entonces cuando vio movimiento en la casa. El joven señor pasó como una centella por el patio, sin siquiera saludarle, y entró en la casa sin duda buscando a su padre. Asuntos del señor, y por lo tanto, asuntos que poco le concernían.
Tras recoger el martillo en la caseta de las herramientas y las azadas, Jerjes salió de nuevo hacia el establo sólo para encontrar el patio de la casa lleno de gente y de animales. Una verdadera caravana de mulas estaba descargando ánforas y sacos, dejándolos aquí y allí sin mucho orden. Halira, la señora de la casa, salió al balcón y le dio un aviso a Jerjes:
Halira: Jerjes, haz el favor de ayudar a estos hombres a descargar las mulas de Bojarcas. Enséñales dónde dejar el grano y el aceite, y también el vino. Y vigila que no se lleven nada, ¿de acuerdo?
Jerjes asintió sin decir palabra, y colgándose al cinto el martillo, se dirigió al que parecía el capataz de la expedición. O al menos, el que lo aparentaba, pues su enorme espalda y sus brazos llenos de músculos le recordaron a algunos de sus compañeros de soldadesca en sus días de juventud.
Jerjes: ¿Eres tú el jefe de esta gente? - le preguntó el antiguo soldado al capataz.
Capataz: En efecto. Soy Agatocles - dijo, ofreciéndole una mano que no rechazó Jerjes -. ¿Eres el que lleva la casa?
Jerjes: Más o menos. Mi señora no es amante del desorden, así que mejor no dejemos aquí las cosas. Hay un establo y un almacén al otro lado de la casa, y allí vuestras mercancías no molestarán a nadie. Además, aquí será más difícil descargar todo esto.
Agatocles: Como digas, compañero - le respondió el hombre, su acento griego bien claro.
El resto de la mañana fue un ir y venir sin descanso. Había muchos burros que descargar, y muchos sacos pesados que transportar. Pero lo peor eran las ánforas, de valioso contenido y de frágil envolvente. No fue hasta bien entrado el mediodía que terminaron de descargarlo todo poniendo orden en el almacén de Herarcas. Aneth llegó con una bandeja llena de pan y puré de legumbres, y tras un par de viajes más, añadió una bandeja de sandía y otra de queso con aceite y aceitunas. No era una gran comida, pero sí más que adecuada para una dura jornada de trabajo.
Agatocles: Y qué, ¿qué tal está la vida aquí en Sardes? - preguntó el hombre a un Jerjes que se sorprendió un poco al oir al griego dándole conversación.
Jerjes: Cuido los caballos y hago de manitas.
Agatocles se quedó mirando con cara extrañada a Jerjes, y le dio un repaso de arriba abajo con los ojos.
Agatocles: Tienes hombros de atleta, y te he visto cargando esos sacos como el mejor de mis hombres. Aún cojeando. ¿Seguro que no eres guardaespaldas?
Te dejaré un poco de turno para compensar el que te perdiste la otra vez. El mini-turno en esencia será la charla con Agatocles, que dejo a tu elección, y que hable un poco de la vida de Jerjes al servicio de Herarcas. Para hacerte una idea de la de Agatocles, puedes echar un vistazo a lo que ha jugado Klapton, que no es mucho, y rápidamente te harás una idea de cómo es el griego. Esta charla iría insertada en este comentario.
La tarde llegó deprisa, y tras la hora de la comida los caravanistas fueron abandonando con sus animales el corral junto al almacén. Estaba Jerjes tomando entre sus manos el martillo para al fin ir a dar un repaso a la herradura de la yegua, cuando el señor de la casa apareció en el corral.
Herarcas: ¿Ya se han ido, Jerjes? - preguntó, y el asirio asintió sin decir nada -. Bien, veo que ha quedado todo bien colocado.
En el patio, pilas de ánforas cubiertas con mantas de lana para protegerlas mínimamente cubrían las paredes del lado de la casa. Los sacos estaban en el interior del almacén, separados por género y marcados para distinguir sin problemas lo que contenían.
Jerjes: Había mucha mercancía, señor. Pero ya hemos acabado, y ahora iba a ponerme a herrar una yegua que tiene una herradura fuera de lugar.
Herarcas: Trabajas bien, Jerjes - dijo el señor de la casa dando una palmada en el hombro del asirio -, y eso es algo que siempre me ha gustado en ti. ¿Sabes? Halira me desaconsejó contratarte, cuando llegaste a nuestra casa. A poca gente le gustan los asirios, ¿sabes?
Jerjes se quedó mirando a su señor en silencio, su gesto expectante de sus palabras. Nunca habían tenido una conversación de ese tipo... Si es que a aquel monólogo podía llamársele conversación.
Herarcas: Escucha, Jerjes. Mi hijo volverá a salir de expedición, pero esta vez me gustaría que alguien le vigilase la espalda. Te he visto en esta casa, y me he dado cuenta que no se te escapa nunca nada. ¿Recuerdas cuando aquel marchante de herramientas nos intentó robar, y lo atrapaste?
Cómo no recordarlo. Un vendedor ambulante con más labia que buen género había logrado convencer a la señora Halira en su paseo por la calle, y ella lo había invitado a pasar al interior de la casa para mostrarle sus "utensilios imprescindibles". Pero sus dedos eran largos, y aprovechaba los descuidos de la señora para lograr cualquier cosa que pareciese valiosa y ocupase poco espacio. Jerjes lo atrapó justo cuando echaba mano a un collar de Halira que había en un cuenco sobre la mesita del recibidor. El registro que vino después reveló que sus dedos ya habían alcanzado unas cuantas cosas más.
Herarcas: Conoces a Bojarcas, y sabes que no es mal chico. Pero tengo que mandarle a una misión muy importante para nosotros. Me sentiría más tranquilo si fueses con él.
Jerjes: ¿Yo? ¿Y a dónde va, si puede saberse? - preguntó.
Herarcas: A Grecia.
Bueno, asumiré que Jerjes acepta, pero puedes acabar de rellenar el turno con un mini-turno y la conversación con Herarcas. Esencialmente, la compensación. Aneth es una esclava, y podría ser tu compensación, si deseases que fuese tuya... Como esclava o como otra cosa... Pero no eres esclavo, y puedes fijar qué quieres de Herarcas para escoltar a su hijo único y primogénito a la lejana Grecia.
Reto (+30%): Tras lo de anoche con Lieth, mostrar al personaje volviéndose a sentir útil por la propuesta de Herarcas. También puede entablar cierta camaradería en la conversación con el griego, si te parece, o sentir nostalgia de sus tiempos de soldado.
El suave aroma del caldo reconfortó la resaca de Jerjes, y el puré de garbanzos untado en el pan llenó su rugiente estómago. Aneth estaba en silencio pelando unas cebollas en un rincón de la cocina, canturreando una cancioncilla que le gustaba susurrar cuando estaba tranquila. Viéndola de aquel modo, Jerjes se dio cuenta que a Aneth la veía apenas como a una niña, y quizás eso era aún: una niña que desconocía las duras verdades de la vida.
La mañana se presentaba tranquila y sin sorpresas. Sus caballos se arremolinaron alrededor del comedero cuando arrojó la paja y algunas manzanas, y aprovechó el rato que estuvieron comiendo con tranquilidad para cepillarlos y comprobar sus herraduras. Encontró en una de las yeguas un clavo que se había salido un poco, y que se clavaba en la tierra cuando caminaba. Con paso tranquilo, salió de los establos para ir a buscar un martillo con el que asegurar el clavo, y fue entonces cuando vio movimiento en la casa. El joven señor pasó como una centella por el patio, sin siquiera saludarle, y entró en la casa sin duda buscando a su padre. Asuntos del señor, y por lo tanto, asuntos que poco le concernían.
Tras recoger el martillo en la caseta de las herramientas y las azadas, Jerjes salió de nuevo hacia el establo sólo para encontrar el patio de la casa lleno de gente y de animales. Una verdadera caravana de mulas estaba descargando ánforas y sacos, dejándolos aquí y allí sin mucho orden. Halira, la señora de la casa, salió al balcón y le dio un aviso a Jerjes:
Halira: Jerjes, haz el favor de ayudar a estos hombres a descargar las mulas de Bojarcas. Enséñales dónde dejar el grano y el aceite, y también el vino. Y vigila que no se lleven nada, ¿de acuerdo?
Jerjes asintió sin decir palabra, y colgándose al cinto el martillo, se dirigió al que parecía el capataz de la expedición. O al menos, el que lo aparentaba, pues su enorme espalda y sus brazos llenos de músculos le recordaron a algunos de sus compañeros de soldadesca en sus días de juventud.
Jerjes: ¿Eres tú el jefe de esta gente? - le preguntó el antiguo soldado al capataz.
Capataz: En efecto. Soy Agatocles - dijo, ofreciéndole una mano que no rechazó Jerjes -. ¿Eres el que lleva la casa?
Jerjes: Más o menos. Mi señora no es amante del desorden, así que mejor no dejemos aquí las cosas. Hay un establo y un almacén al otro lado de la casa, y allí vuestras mercancías no molestarán a nadie. Además, aquí será más difícil descargar todo esto.
Agatocles: Como digas, compañero - le respondió el hombre, su acento griego bien claro.
El resto de la mañana fue un ir y venir sin descanso. Había muchos burros que descargar, y muchos sacos pesados que transportar. Pero lo peor eran las ánforas, de valioso contenido y de frágil envolvente. No fue hasta bien entrado el mediodía que terminaron de descargarlo todo poniendo orden en el almacén de Herarcas. Aneth llegó con una bandeja llena de pan y puré de legumbres, y tras un par de viajes más, añadió una bandeja de sandía y otra de queso con aceite y aceitunas. No era una gran comida, pero sí más que adecuada para una dura jornada de trabajo.
Agatocles: Y qué, ¿qué tal está la vida aquí en Sardes? - preguntó el hombre a un Jerjes que se sorprendió un poco al oir al griego dándole conversación.
Jerjes: Cuido los caballos y hago de manitas.
Agatocles se quedó mirando con cara extrañada a Jerjes, y le dio un repaso de arriba abajo con los ojos.
Agatocles: Tienes hombros de atleta, y te he visto cargando esos sacos como el mejor de mis hombres. Aún cojeando. ¿Seguro que no eres guardaespaldas?
Te dejaré un poco de turno para compensar el que te perdiste la otra vez. El mini-turno en esencia será la charla con Agatocles, que dejo a tu elección, y que hable un poco de la vida de Jerjes al servicio de Herarcas. Para hacerte una idea de la de Agatocles, puedes echar un vistazo a lo que ha jugado Klapton, que no es mucho, y rápidamente te harás una idea de cómo es el griego. Esta charla iría insertada en este comentario.
La tarde llegó deprisa, y tras la hora de la comida los caravanistas fueron abandonando con sus animales el corral junto al almacén. Estaba Jerjes tomando entre sus manos el martillo para al fin ir a dar un repaso a la herradura de la yegua, cuando el señor de la casa apareció en el corral.
Herarcas: ¿Ya se han ido, Jerjes? - preguntó, y el asirio asintió sin decir nada -. Bien, veo que ha quedado todo bien colocado.
En el patio, pilas de ánforas cubiertas con mantas de lana para protegerlas mínimamente cubrían las paredes del lado de la casa. Los sacos estaban en el interior del almacén, separados por género y marcados para distinguir sin problemas lo que contenían.
Jerjes: Había mucha mercancía, señor. Pero ya hemos acabado, y ahora iba a ponerme a herrar una yegua que tiene una herradura fuera de lugar.
Herarcas: Trabajas bien, Jerjes - dijo el señor de la casa dando una palmada en el hombro del asirio -, y eso es algo que siempre me ha gustado en ti. ¿Sabes? Halira me desaconsejó contratarte, cuando llegaste a nuestra casa. A poca gente le gustan los asirios, ¿sabes?
Jerjes se quedó mirando a su señor en silencio, su gesto expectante de sus palabras. Nunca habían tenido una conversación de ese tipo... Si es que a aquel monólogo podía llamársele conversación.
Herarcas: Escucha, Jerjes. Mi hijo volverá a salir de expedición, pero esta vez me gustaría que alguien le vigilase la espalda. Te he visto en esta casa, y me he dado cuenta que no se te escapa nunca nada. ¿Recuerdas cuando aquel marchante de herramientas nos intentó robar, y lo atrapaste?
Cómo no recordarlo. Un vendedor ambulante con más labia que buen género había logrado convencer a la señora Halira en su paseo por la calle, y ella lo había invitado a pasar al interior de la casa para mostrarle sus "utensilios imprescindibles". Pero sus dedos eran largos, y aprovechaba los descuidos de la señora para lograr cualquier cosa que pareciese valiosa y ocupase poco espacio. Jerjes lo atrapó justo cuando echaba mano a un collar de Halira que había en un cuenco sobre la mesita del recibidor. El registro que vino después reveló que sus dedos ya habían alcanzado unas cuantas cosas más.
Herarcas: Conoces a Bojarcas, y sabes que no es mal chico. Pero tengo que mandarle a una misión muy importante para nosotros. Me sentiría más tranquilo si fueses con él.
Jerjes: ¿Yo? ¿Y a dónde va, si puede saberse? - preguntó.
Herarcas: A Grecia.
Bueno, asumiré que Jerjes acepta, pero puedes acabar de rellenar el turno con un mini-turno y la conversación con Herarcas. Esencialmente, la compensación. Aneth es una esclava, y podría ser tu compensación, si deseases que fuese tuya... Como esclava o como otra cosa... Pero no eres esclavo, y puedes fijar qué quieres de Herarcas para escoltar a su hijo único y primogénito a la lejana Grecia.
Reto (+30%): Tras lo de anoche con Lieth, mostrar al personaje volviéndose a sentir útil por la propuesta de Herarcas. También puede entablar cierta camaradería en la conversación con el griego, si te parece, o sentir nostalgia de sus tiempos de soldado.
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Re: Miss Bennet (Jerjes)
Agatocles: Tienes hombros de atleta, y te he visto cargando esos sacos como el mejor de mis hombres. Aún cojeando. ¿Seguro que no eres guardaespaldas?
Jerges: NO.
Jerges parece que no le sentó bien ese comentario,?a nadie le importaba lo que era o dejaba de ser?
Jerges: Tiendes a dudar siempre del oficio de los que te ayudan a descargar el carro?
He trabajado toda la vida con caballos,? y he sido afortunado en tener la misma apariencia que mi padre,? eso es todo.
Pero si quieres que lo sea,? quizás pueda echarte a patadas de aquí?
( Acabo Jerges con una sonrisa en la boca,? dando a entender al griego que se trataba de una burla).
Agatocles: Tienes la soberbia tan atlética como los hombros?
Jerges: si seguramente?. Cuidado con esa tinaja?.
Supongo que vendréis con hambre? no?
Agatocles: Si asi es?. ¿ No serás cocinero también?? Jejeje?.
Reia Agatocles?
Jerges: No,? pero Aneth os preparara algo en la cocina,.. que supera con creces cualquier cosa que hayas probado antes?
Jerges le señala con el brazo la disposición de la cocina?
Agatocles: gracias?
La tarde llegó deprisa, y tras la hora de la comida los caravanistas fueron abandonando con sus animales el corral junto al almacén. Estaba Jerjes tomando entre sus manos el martillo para al fin ir a dar un repaso a la herradura de la yegua, cuando el señor de la casa apareció en el corral.
Herarcas: ¿Ya se han ido, Jerjes? - preguntó, y el asirio asintió sin decir nada -. Bien, veo que ha quedado todo bien colocado.
En el patio, pilas de ánforas cubiertas con mantas de lana para protegerlas mínimamente cubrían las paredes del lado de la casa. Los sacos estaban en el interior del almacén, separados por género y marcados para distinguir sin problemas lo que contenían.
Jerjes: Había mucha mercancía, señor. Pero ya hemos acabado, y ahora iba a ponerme a herrar una yegua que tiene una herradura fuera de lugar.
Herarcas: Trabajas bien, Jerjes - dijo el señor de la casa dando una palmada en el hombro del asirio -, y eso es algo que siempre me ha gustado en ti. ¿Sabes? Halira me desaconsejó contratarte, cuando llegaste a nuestra casa. A poca gente le gustan los asirios, ¿sabes?
Jerjes se quedó mirando a su señor en silencio, su gesto expectante de sus palabras. Nunca habían tenido una conversación de ese tipo... Si es que a aquel monólogo podía llamársele conversación.
Herarcas: Escucha, Jerjes. Mi hijo volverá a salir de expedición, pero esta vez me gustaría que alguien le vigilase la espalda. Te he visto en esta casa, y me he dado cuenta que no se te escapa nunca nada. ¿Recuerdas cuando aquel marchante de herramientas nos intentó robar, y lo atrapaste?
Cómo no recordarlo. Un vendedor ambulante con más labia que buen género había logrado convencer a la señora Halira en su paseo por la calle, y ella lo había invitado a pasar al interior de la casa para mostrarle sus "utensilios imprescindibles". Pero sus dedos eran largos, y aprovechaba los descuidos de la señora para lograr cualquier cosa que pareciese valiosa y ocupase poco espacio. Jerjes lo atrapó justo cuando echaba mano a un collar de Halira que había en un cuenco sobre la mesita del recibidor. El registro que vino después reveló que sus dedos ya habían alcanzado unas cuantas cosas más.
Herarcas: Conoces a Bojarcas, y sabes que no es mal chico. Pero tengo que mandarle a una misión muy importante para nosotros. Me sentiría más tranquilo si fueses con él.
Jerjes: ¿Yo? ¿Y a dónde va, si puede saberse? - preguntó.
Herarcas: A Grecia.
Una expedición?,.. Los Dioses parece que actúan junto a los designios del corazón de Jerges,?
Jerges: Quiero que sepa Señor,.. que me siento muy honrado de su confianza.
Herarcas: Lo sé.
Jerges: Grecia?.. no puedo ocultarle que su ofrecimiento es acogido con mucho gusto. Aunque no he estado nunca allí?
Intentare guardar como mejor sé de Borcajas. Quizás mi pierna no funcione como yo quisiera, pero poseo más recursos. Como muy bien sabe usted.
Usted me dio un voto de confianza al contratarme,.. y en estos años he intentado corresponder dicha confianza,? lo que usted me ofrece en estos momentos es algo que sin duda es irrechazable. Y no le hace falta pedirme. Acompañare a Borcajas hasta el confín del mundo si hace falta.
Herarcas: No lo dudo.
Jerges sintió la mano de su señor en la espalda, y fue en ese momento cuando se sintió trasportado a las filas del ejercito y de como el general Hurukan solía palmearle el hombro cuando al finalizar la batalla recogían las picas de los cuerpos que yacían en el campo de batalla. Ese gesto de agradecimiento, sobrepasaba cualquier paga, o cualquier noche a la intemperie. Esa camaderia entre los señores de la guerra.
Herarcas: Quiero que sepas de todas maneras que tendrás una compensación por este encargo,? pide lo que desees? si esta en mi mano ofrecértelo claro esta?
Jerges: bueno señor.. no se si?estoy en condiciones de pedir algo?
Herarcas: Pues anda listo,?mira sino,.. Onira ya le ha pedido a la señora Halira como regalo de Bodas a Aneth como esclava? Unos piden sin ofrecer nada,? y los que mas ofrecen no piden.
Jerges: No tengo por costumbre pedir, a menos que sea trabajo.
Herarcas: Lo se? no hace falta que te justifiques.
Jerges: seria una pena que Aneth dejara la villa. Quizás,? a la Señora Halira no le seria mucho transtorno,? si le regalara a la Señora Onira,? tres tinajas de vino y dos corderos, no?,.. Aneth es joven para abandonar la casa?.
Herarcas: Si tu lo dices?yo hablare con la señora Halira. Y a tu vuelta de Grecia, hablaremos de los pormenores?
Jerges: NO.
Jerges parece que no le sentó bien ese comentario,?a nadie le importaba lo que era o dejaba de ser?
Jerges: Tiendes a dudar siempre del oficio de los que te ayudan a descargar el carro?
He trabajado toda la vida con caballos,? y he sido afortunado en tener la misma apariencia que mi padre,? eso es todo.
Pero si quieres que lo sea,? quizás pueda echarte a patadas de aquí?
( Acabo Jerges con una sonrisa en la boca,? dando a entender al griego que se trataba de una burla).
Agatocles: Tienes la soberbia tan atlética como los hombros?
Jerges: si seguramente?. Cuidado con esa tinaja?.
Supongo que vendréis con hambre? no?
Agatocles: Si asi es?. ¿ No serás cocinero también?? Jejeje?.
Reia Agatocles?
Jerges: No,? pero Aneth os preparara algo en la cocina,.. que supera con creces cualquier cosa que hayas probado antes?
Jerges le señala con el brazo la disposición de la cocina?
Agatocles: gracias?
La tarde llegó deprisa, y tras la hora de la comida los caravanistas fueron abandonando con sus animales el corral junto al almacén. Estaba Jerjes tomando entre sus manos el martillo para al fin ir a dar un repaso a la herradura de la yegua, cuando el señor de la casa apareció en el corral.
Herarcas: ¿Ya se han ido, Jerjes? - preguntó, y el asirio asintió sin decir nada -. Bien, veo que ha quedado todo bien colocado.
En el patio, pilas de ánforas cubiertas con mantas de lana para protegerlas mínimamente cubrían las paredes del lado de la casa. Los sacos estaban en el interior del almacén, separados por género y marcados para distinguir sin problemas lo que contenían.
Jerjes: Había mucha mercancía, señor. Pero ya hemos acabado, y ahora iba a ponerme a herrar una yegua que tiene una herradura fuera de lugar.
Herarcas: Trabajas bien, Jerjes - dijo el señor de la casa dando una palmada en el hombro del asirio -, y eso es algo que siempre me ha gustado en ti. ¿Sabes? Halira me desaconsejó contratarte, cuando llegaste a nuestra casa. A poca gente le gustan los asirios, ¿sabes?
Jerjes se quedó mirando a su señor en silencio, su gesto expectante de sus palabras. Nunca habían tenido una conversación de ese tipo... Si es que a aquel monólogo podía llamársele conversación.
Herarcas: Escucha, Jerjes. Mi hijo volverá a salir de expedición, pero esta vez me gustaría que alguien le vigilase la espalda. Te he visto en esta casa, y me he dado cuenta que no se te escapa nunca nada. ¿Recuerdas cuando aquel marchante de herramientas nos intentó robar, y lo atrapaste?
Cómo no recordarlo. Un vendedor ambulante con más labia que buen género había logrado convencer a la señora Halira en su paseo por la calle, y ella lo había invitado a pasar al interior de la casa para mostrarle sus "utensilios imprescindibles". Pero sus dedos eran largos, y aprovechaba los descuidos de la señora para lograr cualquier cosa que pareciese valiosa y ocupase poco espacio. Jerjes lo atrapó justo cuando echaba mano a un collar de Halira que había en un cuenco sobre la mesita del recibidor. El registro que vino después reveló que sus dedos ya habían alcanzado unas cuantas cosas más.
Herarcas: Conoces a Bojarcas, y sabes que no es mal chico. Pero tengo que mandarle a una misión muy importante para nosotros. Me sentiría más tranquilo si fueses con él.
Jerjes: ¿Yo? ¿Y a dónde va, si puede saberse? - preguntó.
Herarcas: A Grecia.
Una expedición?,.. Los Dioses parece que actúan junto a los designios del corazón de Jerges,?
Jerges: Quiero que sepa Señor,.. que me siento muy honrado de su confianza.
Herarcas: Lo sé.
Jerges: Grecia?.. no puedo ocultarle que su ofrecimiento es acogido con mucho gusto. Aunque no he estado nunca allí?
Intentare guardar como mejor sé de Borcajas. Quizás mi pierna no funcione como yo quisiera, pero poseo más recursos. Como muy bien sabe usted.
Usted me dio un voto de confianza al contratarme,.. y en estos años he intentado corresponder dicha confianza,? lo que usted me ofrece en estos momentos es algo que sin duda es irrechazable. Y no le hace falta pedirme. Acompañare a Borcajas hasta el confín del mundo si hace falta.
Herarcas: No lo dudo.
Jerges sintió la mano de su señor en la espalda, y fue en ese momento cuando se sintió trasportado a las filas del ejercito y de como el general Hurukan solía palmearle el hombro cuando al finalizar la batalla recogían las picas de los cuerpos que yacían en el campo de batalla. Ese gesto de agradecimiento, sobrepasaba cualquier paga, o cualquier noche a la intemperie. Esa camaderia entre los señores de la guerra.
Herarcas: Quiero que sepas de todas maneras que tendrás una compensación por este encargo,? pide lo que desees? si esta en mi mano ofrecértelo claro esta?
Jerges: bueno señor.. no se si?estoy en condiciones de pedir algo?
Herarcas: Pues anda listo,?mira sino,.. Onira ya le ha pedido a la señora Halira como regalo de Bodas a Aneth como esclava? Unos piden sin ofrecer nada,? y los que mas ofrecen no piden.
Jerges: No tengo por costumbre pedir, a menos que sea trabajo.
Herarcas: Lo se? no hace falta que te justifiques.
Jerges: seria una pena que Aneth dejara la villa. Quizás,? a la Señora Halira no le seria mucho transtorno,? si le regalara a la Señora Onira,? tres tinajas de vino y dos corderos, no?,.. Aneth es joven para abandonar la casa?.
Herarcas: Si tu lo dices?yo hablare con la señora Halira. Y a tu vuelta de Grecia, hablaremos de los pormenores?
Zu jeder Zeit, an jedem Ort,
ist das Tun der Menschen das gleiche...
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